Isis Sin Velo - [Tomo IV]

Capítulo 21

CAPÍTULO V

Mi grande y noble capital, mi Daltu espléndidamente

adornada. Y tú, ¡oh Shangtu-Keibung!, mi fresca y deleitosa

residencia vernal. ¡Ay de mi nombre, soberano del mundo!

¡Ay de mi Daitu, sede de santidad, obra gloriosa del

inmortal Kublaf! ¡Todo, todo lo perdí!

YULE: Libro de Marco Polo.

En cuanto a lo que dicen quienes extravían a muchos,

asegurándoles que una vez separada el alma del cuerpo no

sufre ni es consciente, ya sé que no te consentirá creerlos tu

buen fundamento en las doctrinas recibidas de nuestros

antepasados y confirmadas en las sagradas orgías de

Dionisio; porque muy conocidos nos son los símbolos místicos

a cuantos pertenecemos a la Fraternidad.-PLUTARCO.

El hombre es el problema de la vida. La Magia, o mejor

dicho, la Sabiduría es el pleno conocimiento de las internas

facultades del ser humano, que son emanaciones divinas.

Así por intuición percibe el hombre su origen y se inicia en

este conocimiento. Empezamos con el instinto y nuestro

término es la omnisciencia.-WILDER.

Quien sabe, puede.-Libro induísta de la evocación.

Si algún extraño a la metafísica o a la mística hubiese llegado hasta aquí en la lectura de esta obra, le aconsejaríamos que no se tomara el trabajo de pasar adelante, pues si bien todo cuanto a decir vamos es absolutamente cierto, lo diputaría sin duda por imposturas y ficciones.

LOS PRINCIPIOS DE LA MAGIA

Para comprender los fundamentos de las naturales leyes a que obedecen los fenómenos cuya descripción nos proponemos, es preciso recapitular las reglas básicas de la filosofía esotérica, conviene a saber:

1.ª Los fenómenos llamados milagros no son tales milagros, sino efectos de una ley eterna, inmutable y continuamente activa (1).

2.ª La naturaleza es trina. En su elemento invisible es arquetipo, energía y vitalidad del objetivo y visible. Ambos son mudables y perecederos en subordinación al tercero y espiritual elemento que es la única, inmutable y eterna realidad, fuente, origen y raíz de toda energía.

3.ª El hombre es trino. Su elemento objetivo es el cuerpo físico; su elemento invisible es el alma; su elemento superior es el espíritu inmortal que ilumina y cobija a los dos elementos subordinados. Cuando el alma se identifica con el espíritu, alcanza el hombre la inmortalidad.

4.ª La magia es la ciencia de actuar espiritualmente en el cuerpo físico de conformidad con los principios reguladores de la actividad del espíritu sobre sí mismo y sobre la materia.

5.ª La magia es también el arte de practicar los principios reguladores de la actividad del espíritu. La siniestra aplicación de esta práctica es hechicería. La recta aplicación de esta práctica es sabiduría.

6.ª El dediumnismo es la antítesis del adeptado. El médium es pasivo instrumento de influencias ajenas. El adepto se domina a sí mismo y subyuga a las potestades inferiores.

7.ª El adepto puede saber ciertamente todo cuanto hasta ahora ha ocurrido en el mundo, porque todo suceso queda registrado en los anales de la luz astral.

8.ª Las cualidades espìrituales difieren en los hombres según la raza, tanto como las cualidades físicas de color, estatura, fisonomía, etc. En algunos países prevalece el don de profecía; en otros, la mediumnidad; en algunos, la hechicería (2).

9.ª Por medio de los conocimientos mágicos es posible que el alma (3) se separe del cuerpo físico. Sin embargo, esta separación es involuntaria e inconsciente en los médiums y voluntaria y consciente en los adeptos (4).

10.ª La piedra angular de la magia es el profundo conocimiento práctico del magnetismo y la electricidad con todas sus propiedades, correlaciones y efectos en el reino animal y en el humano.

Hasta aquí las reglas de filosofía esotérica, que necesitan los consiguientes comentarios.

Cuando el hombre se desprende interinamente de su cuerpo físico para actuar en el astral, se substrae también a las condicionalidades de tiempo y espacio. El taumaturgo profundamente versado en ciencias ocultas puede hacer invisible su cuerpo físico o asumir proteicamente la forma objetiva que le plazca, mediante la hipnótica alucinación ejercida en los sentidos de los circunstantes (5).

Pero si el vehículo astral no encuentra obstáculos en su movimiento, el cuerpo físico está sujeto a los medios ordinarios de locomoción, aunque es posible levitarlo en determinadas condiciones magnéticas (6). En ciertos casos y circunstancias cabe transportar la materia física inorganizada por medio de la desintegración de sus moléculas hasta el estado de dialización, para reintegrarla después de atravesar las paredes y demás obstáculos densos; pero este procedimiento de desintegración dializada no es aplicable a los organismo vivos.

Creían los discípulos de Swedenborg, de acuerdo con la ciencia oculta, que la separación de alma y cuerpo es caso frecuente, y que en la vida cotidiana encontramos a menudo cuerpos vivos pero sin alma, pues los principios superiores al cuerpo físico pueden desprenderse de éste a causa de violentas emociones, como el miedo cerval, la pena honda, la desesperación, la exacerbada sensualidad, los ataques de epilepsia y otras condiciones morbosas. Entonces puede infundirse en aquel desalmado cuerpo la entidad astral de un hechicero, de un elementario o de un elemental (7); y si bien los adeptos o magos blancos tienen el mismo poder, jamás se infundirán en un cuerpo impuro, a no ser que hayan de cumplir una misión extraordinariamente trascendental.

PROPIEDADES DE ALGUNAS PLANTAS

En los casos de locura, o bien queda expuesta el alma a la influencia de las entidades circunvalantes por no poder valerse de su vehículo físico, o bien se aleja definitivamente de él, y entonces lo ocupa alguna entidad vampírica próxima a desintegrarse, que así halla medio de prolongar algún tanto su existencia con los placeres sensuales que aquella forma corporal le proporciona.

Por lo que se refiere a la regla décima, conviene advertir que muchos minerales poseen propiedades ocultas tan sorprendentes como las de la llamada piedra imán; y si los naturalistas desconocen dichas propiedades, ha de conocerlas forzosamente el mago para operar con éxito. Todavía tienen algunas plantas propiedades ocultas más maravillosas que los minerales, y el secreto de la eficacia de ciertas hierbas en los hechizos y encantamientos, sólo se ha perdido para la ciencia europea (8). Las mujeres de Tesalia y del Epiro, femeninos hierofantes de los ritos sabacienses, no sepultaron sus secretos bajo las ruinas de los santuarios, pues quienes conocen las cualidades del soma también conocen las de otras plantas.

Magia es sinónimo de sabiduría espiritual y la naturaleza es la aliada, discípula y esclava del mago, que por serlo ha logrado la perfección y con su voluntad subyuga el vital principio que anima todas las cosas. De esta suerte puede el adepto estimular en animales y plantas la acción de las fuerzas biológicas hasta más allá de los límites que ordinariamente llamamos naturales, sin por ello contrariar a la naturaleza, sino favorecerla con la intensificación del principio vital.

El adepto es capaz de alterar la condicionalidad sensoria y emotiva del cuerpo astral de quien no sea adepto; puede valerse a su albedrío de las entidades elementales o espíritus de la Naturaleza; pero de ningún modo le cabe dominar el espíritu de hombre alguno ni encarnado ni desencarnado, porque todo espíritu es chispa divina no sujeta a externas influencias.

Hay dos modalidades de clarividencia: psíquica y espiritual. La clarividencia de los modernos sujetos hipnotizados difiere de la de las antiguas pitonisas tan sólo en los medios de producir el estado lúcido y de la mayor o menor agudeza de los sentidos astrales; pero ni unas ni otros llegan de mucho a la perfecta y omnisciente clarividencia espiritual, sino que sólo pueden vislumbrar la verdad a través del velo de la naturaleza física.

El principio mental llamado favâtma por los yoguis indos es el mediador entre los elementos espirituales y materiales del hombre, pues por una parte domina y por otra está sujeto al cerebro físico. La claridad y exactitud de las percepciones espirituales de la mente dependen, mientras está ligada al cuerpo material, de su grado de relación con el principio superior, y cuando esta relación le permite actuar independientemente de los principios inferiores y unida al superior, entonces percibe la verdad sin mezcla de error alguno. Este es el estado que los indos llaman samâdhi, o sea la más elevada condición espiritual asequible para el hombre en la tierra (9).

Los vocablos sánscritos prânayâma, pratyâhâra y dhârânâ expresan otros tantos estados psíquicos (10).

Enel de dhârânâ queda el cuerpo físico completamente cataléptico y es subjetiva y clarividente la percepción del alma libre; pero como no deja de funcionar el principio senciente del cerebro físico, las percepciones mentales estarán entremezcladas con las percepciones objetivas del mecanismo cerebral, y por ello se le representarán la memoria y la fantasía en vez de la visión perfecta. Pero el adepto sabe cómo suspender el funcionalismo mecánico del cerebro y así son sus visiones claras, puras, verdaderas e inalterables. Al paso que el vidente, incapaz de anular las vibraciones astrales, sólo percibe imágenes más o menos incompletas por medio del cerebro, el clarividente sujeta a su voluntad todas sus potencias psíquicas y facultades físicas, y no puede tomar las sombras por realidades porque su percepción es directamente espiritual, sin que el Yo superior o subjetivo esté eclipsado por el yo inferior u objetivo.

CLARIVIDENCIA ESPIRITUAL

Tal es la genuina clarividencia espiritual que, según dice Platón, eleva al alma más allá de los dioses menores hasta identificarla con el simple, puro, inmutable e inmaterial Nous. Tal es el estado que Plotino y Apolonio llamaron de unión con Dios, los antiguos yoguis isvara (11) y los modernos samâdhi. Sin embargo, la clarividencia espiritual es tan distinta de la videncia psíquica como una estrella de una luciérnaga (12).

Amonio Sacas, el Teodidactos (enseñado por Dios), dice que la memoria (13) es la única potencia que directamente se opone al don de profecía y previsión.

Olimpiodoro dice por su parte:

La fantasía es un impedimento para nuestra percepción mental, y de aquí que si interviene cuando estamos movidos de inspiración divina, cesa la energía entusiástica, pues el entusiasmo es incompatible con el éxtasis. Si se nos preguntara si el alma es capaz de energizarse sin la fantasía, responderíamos que sí lo es, según demuestra su percepción de los universales independientemente de la fantasía, que sin embargo acompaña al alma y acrecienta su actividad como la tempestad acelera el movimiento de la nave (14).

Además, el médium no puede subyugar voluntariamente sus cuerpos mental y físico, sino que necesita para ello la ajena intervención de una entidad desencarnada, de un hipnotizador terreno o bien de algún medio que artificiosamente le ponga en trance, mientras que a los adeptos y fakires les basta para ello un breve rato de reconcentración y ensimismamiento.

Entre los medios artificiales (15) de que se valían los antiguos para determinar el estado de trance, citaremos las columnas de bronce del templo de Salomón; las campanillas y granadas de oro de Aarón y sumos pontífices hebreos; las sonoras campanas que pendían alrededor de la estatua de Júpiter Capitolino (16); las tazas de bronce que se empleaban en los Misterios durante el Kora (17), y las copas de bronce pendientes en círculo de un doble aro de doscientas granadas que servían de chapaletas en el hueco de las columnas. Las sacerdotisas que en el norte de la antigua Germania actuaban bajo la dirección de los hierofantes, sólo podían profetizar entre el tumulto de las olas del mar o mirando de hito en hito la rápida corriente de un río. Las sacerdotisas de Dodona se situaban al mismo efecto bajo el roble de Zeus (18) y quedaban hipnotizadas al murmullo de las hojas del árbol o del arroyuelo que regaba sus raíces (19).

Pero el adepto no necesita valerse de estos artificiosos medios, pues le basta con la simple acción de su potencia volitiva. Según el Atharva-Veda, la actualización de la potencia volitiva es la forma superior de la oración que entonces obtiene inmediata respuesta. Del grado de intensidad del anhelo depende su realización, y ésta, a su vez, de la pureza interior.

Un erudito indo ha publicado recientemente en un periódico inglés algunos preceptos vedantinos y dice sobre el particular:

Enseña la filosofía sânkhya, que cuando el cuerpo astral sirve de vehículo al alma puede comprimir su etérea masa hasta el punto de penetrar por los poros de la materia física o bien por el contrario dilatarse en gigantescos tamaños; elevarse a lo largo de un rayo de luz hasta el globo solar; ampliar el sentido del tacto de modo que toque la luna con la mano; introducirse en el seno de la tierra tan fácilmente como en el de las aguas; dominar los objetos animados o inanimados del mundo visible; alterar el curso de la naturaleza; y cumplir todo cuanto se proponga. Estas diversas facultades reciben de menor a mayor los nombres de anima, mahima, laghima, garima, prâpti (20), prâkâmya (21), vashitâ (22) e ishitâ, correspondiente esta última al estado espiritual que sintetiza todas las facultades anteriores, pues ya entonces se halla el yogui lleno del espíritu de Dios.

No hay enseñanza sagrada alguna tan definitiva y concluyente como la tocante a la naturaleza y actividad del alma. Parece que algunos rishis concedieron capitalísima importancia a esta metafísica fuente de conocimiento (23).

Desde los tiempos más remotos estuvo convencida la humanidad de la existencia del alma, cuyo grado de espiritualidad depende de su más o menos íntima unión con el superior e íntimo principio (24). Cuanto más estrecha sea esta unión, tanto más desembarazado quedará el destino del hombre y menos expuesto a los riesgos de las condiciones externas.

PSICOLOGÍA DE LOS ARIOS

Esta creencia no es fanatismo ni superstición, sino un perenne e instintivo presentimiento de la existencia del mundo espiritual, que aunque invisible y subjetivo para el yo inferior, es perfectamente objetivo para el Yo superior. Creyeron también los antiguos que la voluntad humana está subordinada en su acción a determinadas condiciones externas e internas, sin caer no obstante en el fatalismo que hubiera sido la acción ciega de una fuerza todavía más ciega; pero admitían el hado o destino que durante su vida va tejiéndose el hombre como tela de araña. Dos influencias actúan en el destino del hombre: la benéfica, personificada por algunos en el ángel custodio, y la maléfica o concupiscente, personificada en el demonio o ángel tentador. Ambas influencias solicitan la voluntad y una de las dos ha de prevalecer; pero desde que se inicia la invisible lucha entre una y otra, interviene la severa e inflexible ley de compensación para regular las fluctuaciones y vicisitudes del combate.

Hilada ya la última hebra y envuelto el hombre en la red por él mismo entretejida, queda preso en ella y sujeto a su destino, que o bien lo clavará en determinado sitio como lapa en la roca, o bien, cual leve pluma, lo llevará de un lado a otro arrastrado por el torbellino de sus propias acciones.

A los filósofos antiguos no les parecía imposible que las entidades del otro mundo se comunicaran con los mortales por medio de signos alfabéticos, por toque o por vislumbre, para revelarles hechos ya acaecidos pero ignorados, y también acontecimientos futuros, según nos dice Amonio. Por otra parte Lamprias y algunos más afirman que si bien las entidades desencarnadas pueden volver a la tierra en auxilio de los hombres, también hay almas encarnadas que tienen el don de profecía y lo conservan después de la muerte.

Sobre esto dice Lamprias:

No es posible que el alma adquiera al separarse del cuerpo la facultad de profetizar si no la tuvo durante su vida terrena; pero hemos de suponer que mientras estuvo unida al cuerpo la poseía, aunque no educida por completo... Porque así como el sol siempre refulge aunque lo eclipsen las nubes, así también el alma posee siempre la facultad de escrutar el porvenir, aunque entorpecida por su conexión con el cuerpo.

Entre los varios fenómenos contradictorios de la facultad de manifestación objetiva de las entidades astrales, merece citarse el de las manos luminosas de contextura nebuloide, pero lo bastante consistente para manejar el lápiz y escribir comunicaciones y desvanecerse luego a la vista de los circunstantes. Estos fenómenos son verdaderos y dignos de atento estudio, pues los han comprobado testimonios del todo fidedignos, aunque algunas veces haya habido supercherías y fraudes en este particular (25).

Precisamente, los médiums más a propósito para la manifestación de las entidades astrales, son los menos capaces de comprender y explicar los fenómenos. Sobre el punto de las manos luminosas, el doctor Fairfield, aunque médium en ejercicio, se declara contra la explicación que del fenómeno dan los espiritistas y dice:

He presenciado personalmente este fenómeno en condiciones por mí mismo establecidas en mi propio aposento, en pleno día con el médium sentado en un sofá a unos dos metros de la mesa sobre la que aparecía la mano luminosa. Apliqué a esta mano un imán en forma de herradura, y en seguida osciló visiblemente, al paso que el médium era presa de violentas convulsiones, en prueba lo bastante concluyente para inferir que de su sistema nervioso dimanaba la fuerza productora del fenómeno (26).

PROYECCIONES ASTRALES

Acertó Fairfield al inducir de su experimento que la mano luminosa era una magnética emanación del médium, pues la influencia del imán demuestra científicamente lo que todo ocultista afirma apoyándose en la filosofía y en la autoridad de su experiencia, esto es, que las entidades psíquicas se valen de la materia del cuerpo astral del médium (27) para dar apariencia objetiva a los brazos y manos luminosos, mientras el cuerpo físico del mismo médium queda paralizado y cataléptico. Porque el cuerpo astral, que no puede amputar el cirujano, sigue siendo el vehículo sensorio aun después de la muerte del cuerpo físico, no obstante cuantas hipótesis neurológicas se hayan establecido en contrario. Las entidades que se valen de la materia astral del cuerpo del médium o de las auras de los circunstantes, son por lo general los elementarios o las entidades no purificadas todavía, porque los espíritus puros no quieren ni pueden manifestarse objetivamente. ¡Desgraciado del médium que cae en poder de las entidades astrales!

De la propia suerte que el médium en estado cataléptico proyecta espectralmente un brazo, una mano o una cabeza, es posible que proyecte todo su vehículo astral y aparezca el espectro de cuerpo entero. A veces esta proyección es efecto de la voluntad del Yo superior del médium, sin que de ello tenga conciencia el yo inferior; pero generalmente la voluntad del médium queda paralizada por la influencia de las entidades elementarias y elementales que se apoderan del cuerpo astral del médium y lo proyectan por efecto de una acción análoga a la del hipnotizador respecto del sujeto.

Tiene razón Fairfield al afirmar que casi todos los médiums están aquejados de alguna enfermedad orgánica o desequilibrio psíquico, y en algunos casos transmiten estas dolencias a sus hijos. En cambio, se equivoca completamente al atribuir todos los fenómenos psíquicos a las morbosas condiciones fisiológicas del médium, pues los adeptos de la magia superior gozan constantemente de robusta salud mental y física (28), y precisamente sólo ellos son capaces de producir a su libre voluntad fenómenos psíquicos. El adepto tiene perfecta conciencia de su actuación y no está sujeto como los médiums a los cambios de temperatura de la sangre ni otros síntomas morbosos ni exige condiciones previamente establecidas, sino que opera los fenómenos en todo tiempo y lugar, y en vez de sujetarse a influencias ajenas, rige y domina las fuerzas psíquicas con su férrea voluntad.

Pero ya en otro punto de esta obra demostramos la diametral oposición entre el adepto y el médium. Sólo cabe añadir aquí que en el adepto actúan armónicamente cuerpo, alma y espíritu, al paso que en el médium el cuerpo es una masa de materia cataléptica y el alma y el espíritu se ausentan casi siempre mientras dura aquel estado para prestar sus vehículos inferiores a las entidades psíquicas. Los adeptos no sólo pueden proyectar espectralmente a voluntad una parte, sino todo su cuerpo astral (29).

En cambio, el médium no actualiza fuerza de voluntad alguna, pues basta para la producción del fenómeno que antes de caer en trance sepa lo que de él esperan los investigadores. Cuando el Ego del médium no esté entorpecido por influencias ajenas, actuará fuera de la conciencia física con tanta seguridad como en los casos de sonambulismo, y sus percepciones objetivas y subjetivas serán de agudeza igual a las del sonámbulo, porque cuanto más sutil es el vehículo en que actúa el Ego tanto más delicadas y agudas son sus percepciones (30).

Dice Peary Chand Mittra:

El espíritu es una energía, una esencia, un poder sin forma alguna, pues la idea de forma es inseparable de la de materia; pero el espíritu puede manifestarse y actuar en formas de materia más o menos sutil, y entre ellas las formas astrales que una entidad espiritual puede asumir temporáneamente. Cuanto más sumida está nuestra alma en la materia, más grosero es nuestro concepto del espíritu (31).

OPERACIONES TEÚRGICAS

Es fama que el órfico Epiménides estuvo dotado de santas y maravillosas facultades, entre ellas la de desprenderse de su cuerpo físico siempre y durante el tiempo quería. Muchos otros filósofos antiguos tuvieron la misma facultad. Apolonio de Tyana podía dejar conscientemente su cuerpo físico en cualquier instante y operaba fenómenos prodigiosos a la luz del día, como por ejemplo, cuando en presencia del emperador Domiciano y de multitud de circunstantes se desvaneció de repente para aparecer al cabo de una hora en la gruta de Puteoli (32). Tampoco necesitó de nadie el taumaturgo pitagórico Empédocles de Agrigento para resucitar a una mujer ni exigió condiciones preestablecidas para desviar una tromba de agua que amenazaba caer sobre la ciudad. Estos teurgos eran magos, y por esto podían obrar a voluntad semejantes prodigios a que no hubieran alcanzado si tan sólo fuesen médiums.

De la propia suerte, no le era necesario a Simón el Mago ponerse en trance para elevarse por los aires en presencia de multitud de testigos, entre los que se hallaban los apóstoles. Como dice Paracelso:

No requieren estas obras conjuros ni ceremonias ni formación de círculos ni quemas de incienso. Es tal la alteza del espíritu humano, que no acierta a expresarse con palabras. Si comprendiéramos debidamente hasta dónde alcanza su poder, nada nos sería imposible en la tierra. Inmutable y eterno como Dios es el espíritu del hombre. La imaginación se educe y robustece por la confianza en nuestra voluntad. La confianza debe confirmar la imaginación, porque establece la voluntad.

Según relata Turner (33), el año 1783 el embajador del rey de Inglaterra con su séquito visitó al dalailama, niño entonces de dieciocho meses, quien no obstante su corta edad recibió a los enviados con tal aire de dignidad y decoro que les llenó de admiración y asombro. Tenía el grave continente de un filósofo de muchos años, reposado y sumamente cortés. El embajador representó al infantil pontífice la pena que al gobernador general de Calcuta, la ciudad de los palacios, y al pueblo indo en general les había causado la noticia de su muerte, y la viva satisfacción por todos ellos experimentada al saber que había reencarnado en el lozano y robusto cuerpo del niño que ante sí veía, por lo que el gobernador de Calcuta esperaba que el dalailama continuaría por largo tiempo iluminando al mundo con su presencia, y que la amistad contraída por ambos se fortificaría más y más en beneficio de sus inteligentes devotos. A este discurso correspondió el niño con expresivas miradas de complacencia, inclinando por dos veces la cabeza en señal de asentimiento como si comprendiese y aprobase cuanto el embajador acababa de decir (34). Después le obsequió, así como a los del séquito, con té y dulces servidos en bandeja de oro, y cuando alguna taza quedaba vacía miraba hacia los criados con aire ceñudo sin cesar en esta actitud hasta que los criados las volvían a llenar.

AVENTURA CON UN MONJE BUDISTA

Hace algunos años íbamos unos cuantos viajeros en penosa marcha de Cachemira a Leh, ciudad del Ladâhk, comarca central del Tíbet. Entre nuestros guías iba un samán tártaro, misterioso personaje que hablaba el ruso y algo el inglés, pero que se ingenió de modo que pudo darse a entender de nosotros y sernos de mucha utilidad. Enterado de que algunos viajeros éramos de nacionalidad rusa creyó que podríamos protegerle en todo y por todo y proporcionarle el medio de regresar salvo y sano a su casa de Siberia, de donde según nos dijo había tenido que huir veinte años antes al país de los chagaros (35) pasando por Kiachta y el desierto de Gobi. En vista de la confianza que en nosotros puso el samán nos consideramos seguros bajo su guía, pues algunos de nuestros compañeros habían maquinado el temerario plan de entrar en el Tíbet al amparo de diversos disfraces, sin que ninguno de ellos conociese la lengua del país excepto uno a quien llamaré K, ex pastor luterano que sabía algo del idioma kasan tártaro. Muy luego fueron descubiertos a pesar del disfraz. A los hermanos N que también eran de la expedición se les condujo con mucho miramiento a la frontera, y en cuanto a K, cayó en cama con fiebre y hubo de esperar algunos días para volverse a Lahore por Cachemira. Este incidente le dio ocasión de presenciar un suceso que para él equivalió a ver la reencarnación de Buda. Profesaba K con orgullo la filosofía positivista, y como había oído hablar de la prodigiosa reencarnación de Buda a un viejo misionero ruso en quien confiaba mucho más que en el abate Huc, hizo propósito, alimentado ya de muchos años, de descubrir la trampa de aquella “jugarreta pagana”, como él la llamaba. Pero las cosas no salieron a la medida de su esperanza. A unas cuatro jornadas del miserable villorrio de Islamabad, sin otro atractivo que su magnífico lago, nos detuvimos a descansar por unos cuantos días. Algunos compañeros se desparramaron por los alrededores, quedando todos en reunirnos en el villorrio y allí nos enteró el guía samán de que una numerosa peregrinación de monjes budistas estaban alojados en un templo cováneo de las cercanías, donde habían establecido un vihara provisional, y como según noticias iban con ellos los “tres nobles” (36), podían los monjes operar los mayores prodigios. Nuestro compañero K, entusiasmado ante la perspectiva de confundir la secular superchería, se apresuró a visitar a los peregrinos en su vihara o campamento, situado en un solitario paraje a cubierto de toda intrusión, y muy luego contrajimos todos amigables relaciones con ellos.

A pesar de las atenciones, cumplidos, finezas y aun regalos (37) con que inútilmente procuró K captarse la voluntad de Pase Budhu, jefe de la peregrinación y muy santo asceta, no quiso éste efectuar el fenómeno de la “encarnación” hasta que quien estas líneas escribe le enseñó cierto talismán (38). Apenas lo vio hizo los preparativos necesarios, y al efecto, una vecina le prestó un niño de tres o cuatro meses. A K le exigieron juramento de que hasta siete años después no divulgaría nada de cuanto viese y oyese.

Antes de que todo estuviera dispuesto, pasaron algunos días sin otro suceso de nota que la aparición de unos rostros espectrales evocados por un monje del cristalino seno del lago, mientras nos hallábamos sentados a sus orillas en la entrada del vihara. Uno de aquellos rostros era el de la hermana de K, a quien éste había dejado buena y sana en su casa, pero que, según después se supo, murió antes de llegar nosotros al paraje en que nos hallábamos. De pronto sobrecogióse K a la vista de la aparición, mas luego se apoyó en su escepticismo para explicarse aquel fenómeno diciendo que era efecto de la sombra de las nubes o de las ramas de los árboles, como en casos semejantes suelen replicar los escépticos.

EL ADEPTO Y EL NIÑO

La tarde señalada al efecto colocaron al niño de pecho sobre una alfombra en el centro del vestíbulo del santuario provisional, pues K no podía pasar de allí, y después de despedidos los curiosos colocáronse dos monjes de centinela para impedir la entrada a cuantos no estuviesen invitados.

Sentáronse entonces los monjes en el suelo, de espalda contra las paredes de granito, en disposición que les separaba como unos tres metros del niño colocado en el centro. El jefe de la peregrinación se sentó en el rincón más apartado del aposento, sobre una piel recortada en cuadro que de propóstio habían extendido los legos. Tan sólo K se colocó junto al niño, en acecho de sus más leves movimientos. Se nos puso por condición que guardáramos absoluto silencio en paciente espera de los acontecimientos. La luz del sol entraba a raudales por la puerta, y poco a poco fue cayendo el superior en profunda meditación, mientras que los monjes, después de una corta invocación en voz muy queda, callaron súbitamente y clavaron la vista como si fuesen estatuas. El llanto del niño interrumpía aquel angustioso silencio. Al breve rato cesó el niño de moverse y quedóse rígido, sin que ninguno de los circunstantes se hubiese apartado de su asiento. El superior no miraba al niño, porque tenía los ojos fijos en el suelo, y pálido e inmóvil parecía más bien la broncínea estatua de un talapín en meditación que un ser viviente. Con profunda sorpresa vimos que el niño se sentaba como maniquí movido por ocultos alambres, y después de varias sacudidas se puso en pie.

Cabe presumir la admiración que en todos nosotros causó el espectáculo, y la estupefacción de K al convencerse de que nadie absolutamente había movido pie ni mano del sitio en que estaba ni pronunciado tampoco palabra alguna. Y sin embargo, ¡allí estaba erguido y firme como hombre hecho y derecho aquel niño de pañales!

Copiaremos la restante explicación de los apuntes tomados por K, quien dice:

Después de un par de minutos de vacilación, volvió el niño la cabeza y fijó en mí los ojos con tan viva lumbre de inteligencia, que me estremecí de pavor. Me pellizqué las manos y me mordí los labios hasta casi brotar la sangre, para asegurarme de que no soñaba. Sin embargo, lo sucedido hastaentonces no era más que el prólogo. La prodigiosa criatura, según imaginé, dio dos pasos hacia mí, volvió a sentarse y mirándome fijamente repitió palabra por palabra, en lengua que supuse tibetana, la frase sacramental de las encarnaciones de Buda: “Yo soy el viejo Lama. Soy su espíritu en nuevo cuerpo”.

Se me erizaron entonces los cabellos de espanto, se me heló en las venas la sangre, y ni con amenazas de muerte se me hubiera podido arrancar una palabra. Allí no cabía impostura ni ventriloquismo. Meneaba el niño los labios, y su mirada parecía escudriñar en mi alma con tal expresión en su semblante, que me representaba el del mismo superior, cual si delante lo tuviese y su espíritu se hubiese infundido en aquel infantil cuerpo a cuyos ojos se asomara como a través de un disfraz. Me sentí entonces arrebatado por el vértigo. El niño se me acercó y me tomó la mano, cuya sensación fue para mí la de un ascua de carbón. Incapaz de presenciar la escena por más tiempo, me cubrí el rostro con las manos, y al apartarlas a poco, ya estaba otra vez el niño lloriqueando lastimosamente. El superior había recobrado su estado normal y conversaba tranquilamente con nosotros.

Durante diez días presencié otros fenómenos similares que me convencieron de la verdad de lo que siempre tuve por impostura cuando me lo referían los viajeros. Entre muchas preguntas que el superior consideró impertinentes, hubo una a la que respondió de modo harto significativo. Le pregunté por mediación del samán, qué hubiera sucedido si loco yo de terror y creído de que el niño era el diablo, arremetiera contra él y le matara. A esto me dijo que si la muerte del niño hubiese sido instantánea, también hubiera muerto el superior, pero tan sólo el niño si el golpe no lo matara desde luego.

En el Japón y Siam hay dos categorías de sacerdotes: una pública y relacionada con el pueblo; otra rigurosamente secreta que jamás se presenta en público y cuya existencia sólo conocen unos cuantos naturales del país y ni siquiera sospechan los extranjeros. Los sacerdotes esotéricos celebran sus ceremonias en templos subterráneos, ante escaso número de circunstantes cuya cabeza responde del secreto, y tan sólo en ocasiones de excepcional importancia, como la muerte de algún individuo de la familia real o eclesiásticos de muy elevada dignidad.

LA INCINERACIÓN Y EL CUERPO ASTRAL

Uno de los fenómenos más misteriosos y sorprendentes es la separación del cuerpo astral cuando se incinera el cadáver (39). En Siam, Japón y Tartaria es costumbre modelar con las cenizas del difunto (40) amasadas en agua, diversos objetos como medallones, figulinas e idolillos cocidos y dorados al fuego. La lamasería de U-Tay, en la comarca mongol de Chan-Si, sobresale en este linaje de labores, y las gentes ricas envían allí las cenizas de sus difuntos para que con ellas modelen el objeto deseado.

Para separar de las cenizas el cuerpo astral, que sin esta operación permanecería algún tiempo apegado a los restos de su envoltura física, amontona el mago las cenizas del difunto sobre una placa metálica de longitud aproximada a la talla regular del hombre, y con el talapatnang (41) las va aventando suavemente, mientras musita una invocación. Como si las tenues cenizas tuviesen inteligencia y vida, forman en el aire la silueta del difunto, que poco a poco va condensándose en blanquecinos vapores hasta transformarse en su cuerpo astral que por fin desaparece.

Los magos de Cachemira, Tíbet, Mongolia y Tartaria son demasiado famosos para que nos detengamos a enumerar su actuación; pero si los escépticos persisten en decir que no pasan de ser prestidigitadores, invitamos a los más hábiles y expertos de Europa a que les imiten si a tanto llega su destreza.

Los químicos europeos no han logrado todavía descubrir el secreto del embalsamamiento egipcio, y mucha mayor sería su confusión al ver, como nosotros hemos visto, cadáveres conservados por medio de procedimientos alquímicos, con tan maravilloso arte, que por la naturalidad de sus carnes, la lisura de su piel y el vidrioso brillo de sus ojos, parecía después de muchos siglos como si en aquel momento acabaran de morir. En las tumbas de reyes, príncipes y magnates está colocado el cadáver sobre suntuosos túmulos con adornos dorados y algunas veces de oro, y alrededor se ven las alhajas, armas y adminículos de uso personal del difunto, custodiadas por la servidumbre de ambos sexos cuyos cadáveres están embalsamados tan cuidadosamente como el de su dueño, de manera que parecen dispuestos a servirle en cuanto los llame.

En el convento del Gran Kuren y en otro sitio de la montaña sagrada de Bohté-Ula, hay, según se dice, algunas de estas sepulturas que respetaron siempre los invasores del país. El abate Huc tuvo referencias de estas sepulturas aunque no logró verlas, pues no se le consiente a ningún extranjero que no vaya provisto del correspondiente salvoconducto. Lo que dice el abate Huc de que las tumbas de los soberanos de Tartaria están rodeadas de cadáveres de niños envenenados con mercurio, a fin de conservarlos incorruptibles, es una de tantas patrañas forjadas por los misioneros para embaucar al vulgo que cree cuanto le refieren.

Los budistas no han inmolado jamás seres vivos, ni hombres ni animales, pues tales sacrificios son del todo contrarios a los principios de su religión. Cuando un rico deseaba que a su muerte le enterrasen en compañía de alguien, enviaba la familia emisarios por todo el país en unión de los lamas embalsamadores, por ver si había muerto de muerte natural algún niño, cuyo cadáver entregaban a dicho objeto los padres, que se consideraban dichosos de conservar el cuerpo de sus hijos de tan poética manera, en vez de entregarlo a la podredumbre y exponerlo a la voracidad de las hienas.

EL OÍDO ESPIRITUAL

Al regresar del Tíbet el abate Huc, le refirió en París a un caballero ruso llamado Arsenieff varios sucesos maravillosos que no fueron del dominio público, entre los cuales se cita el siguiente, que presenció durante su estancia en la lamasería de Kunbum. Conversaba Huc cierto día con un lama, cuando de pronto cesó éste de hablar y quedó en actitud de escuchar algo que Huc no acertaba a oír. A poco, el lama exclamó como si respondiese a un invisible interlocutor: “En ese caso debo ir”.

-¿Ir a dónde? ¿Con quién habláis? –preguntó asombrado el abate Huc.

-A la lamasería de *** -repuso el lama.- El shaberon me necesita y me ha llmado.

La lamasería de *** está a muchas jornadas de la de Kunbum donde ocurría el suceso; pero lo que más pasmó al abate Huc fue que en vez de tomar el lama el camino de la lamasería, se dirigió a una especie de cúpula situada en la azotea del edificio conventual, donde después de breves palabras con otro lama le encerró éste en ella bajo llave. El que había encerrado al amigo de Huc volvióse entonces hacia el abate que había seguido atentamente toda aquella operación, y sonriente le participó que ya había partido su huésped. A lo que respondió el abate:

-¿Pero cómo es posible, si lo habéis encerrado aquí dentro y no hay salida alguna?

-¿Y qué obstáculo es para él una puerta? Él ha partido, y como no necesita su cuerpo en el viaje, lo dejó a mi cuidado.

A pesar de los muchos prodigios de que en su arriesgado viaje había sido testigo, el abate Huc receló de que ambos lamas le hubiesen engañado. Al cabo de tres días, como no viera por allí a su habitual amigo, preguntó por él y le respondieron que regresaría aquella misma tarde. a la puesta de sol, en el momento en que los lamas iban a recogerse, oyó Huc la voz de su amigo que parecía como si desde las nubes llamase al otro lama para que le abriese la puerta de la cúpula, tras cuya celosía se dibujaba, en efecto, la silueta del hasta entonces ausente. Apenas le franquearon la salida de la cúpula fue a ver al lama guardián de Kunbum y le enteró de ciertos mensajes y comunicaciones recibidas en el lugar adonde había ido. Nada más pudo saber Huc acerca de aquel viaje aéreo; pero sospechó que fue una “farsa” premeditada con el propósito realizado de allí a poco de confinarles a él y a su compañero de misión, el P. Gabet, en Chogar-tan, lugar aledaño de la lamasería de Kunbum. Las sospechas del audaz misionero pudieron tener fundamento en su imprudente indiscreción.

Si el abate Huc hubiese conocido la filosofía oriental, no le sorprendiera, de seguro, el viaje del lama en cuerpo astral a la lejana lamasería ni la para él inaudible plática que tuvo con el shaberon. Recordaremos a este propósito los recientes experimentos efectuados en América con el teléfono, que permite transmitir a muy lejanas distancias la voz humana y los sonidos musicales por medio de un alambre. Asimismo conviene no olvidar que, según los filósofos herméticos, cuando una llama desaparece de la vista, no por ello se extingue totalmente, sino que pasa del mundo visible al invisible, y puede, por lo tanto, percibirla la vista interna adecuada a las cosas de este otro y más real universo. la misma ley rige en el sonido; pero así como el oído corporal percibe tan sólo las vibraciones acústicas a través del aire hasta cierto grado de intensidad, según la mayor o menor agudeza de este sentido en el individuo, el adepto puede percibir las vibraciones sutilísimas del ambiente astral sin necesidad de alambres, solenoides ni tornavoces, pues le basta el poder de su voluntad. El oído espiritual salva todo obstáculo de tiempo y espacio, de suerte que un adepto puede conversar con otro de las antípodas, tan fácilmente como si ambos estuvieran en el mismo aposento.

Confirmarían nuestra aseveración numerosos testigos que oyeron el son de instrumentos músicos y de la voz humana a millares de millas de distancia del lugar en donde nos habllábamos, sin sospechar que el adepto les había comunicado por breves momentos la auditiva percepción espiritual de que él goza constantemente.

Si los científicos examinaran en vez de ridiculizar el principio de filosofía oculta que proclama la unidad de las fuerzas naturales, darían pasos de gigante en el camino de la verdad, por el cual hoy tan lentamente adelantan. Los recientes experimentos de Tyndall (42) desbarataron cuantas hipótesis se habían establecido hasta ahora para explicar la propagación del sonido, y los llevados a cabo con las llamas mágicas (43) le condujeron hasta los umbrales de la ciencia oculta. Otro paso adelante le hubiese revelado cómo pueden los adeptos comunicarse verbalmente desde lejanísimas distancias. Pero nadie dará por ahora este paso.

EL LENGUAJE DE LAS LLAMAS

Dice Tyndall acerca de sus experimentos con las llamas mágicas:

Cuando se golpea un yunque colocado a cierta distancia, disminuye la longitud de la llama unas siete pulgadas, por liegero que sea el golpe. Al sacudir un manojo de llaves, la llama se agita violentamente con fuerte ruido. Si se deja caer una moneda de plata sobre otra, disminuye la llama. El crujido del calzado la conmueve bruscamente, y el mismo efecto causan el roce de un vestido de seda y el ruido del papel al arrugarlo o rasgarlo. El tiquiteo de un reloj de pared muy cercano, la disminuye hasta apagarla con ligera explosión, y cuando se da cuerda a uno de bolsillo, la mueve tumultuosamente. Algunos de estos fenómenos pueden producirse desde unos treinta metros de distancia. Si se lee en voz alta cerce de la llama, se agita más o menos bruscamente en correspondencia con la entonación y modulaciones de la voz, según me sucedió al leer un trozo de la Faërie Queene.

Tales son las maravillas de la moderna física, para cuya experimentación se necesitan silbatos, trompetas, campanas y discos con los gases a propósito para la producción de los sonidos. En cambio, los adeptos, libres de toda esta impedimenta, obtienen los mismos resultados fenoménicos, aunque le parezca imposible a la ciencia profana. Por lo que toca a nuestra personal experiencia, diremos que en cierta ocasión de excepcional importancia, hubo necesidad de consultar un oráculo, y al efecto vimos cómo un monje mendicante obtuvo la respuesta por medio del movimiento de una llama sin aparato alguno. Encendió el monje una hoguera con ramas del árbol llamado beal y echó en el fuego unas cuantas hierbas sacrificiales. Quedóse el mendicante absorto en profunda meditación junto a la hoguera y al fin empezó el interrogatorio. En los intervalos de pregunta a pregunta ardía con dificultad la hoguera como si fuese a apagarse; pero al explanar la pregunta se empinaban, retorcían y lengüeteaban las llamas en alternada dirección de los cuatro puntos cardinales (44). De cuando en cuando, una llama se inclinaba hacia el suelo hasta lamer el césped por todos lados y desaparecía súbitamente. Terminado el interrogatorio emprendió el mendicante la marcha de regreso a la selva en donde moraba y fue entonando por el camino un monótono y quejumbroso canto a cuyo ritmo respondían las llamas con maravillosas modulaciones de su rumor (45) que duraron hasta perderse de vista el mendicante. Entonces se apagó de repente la hoguera dejando una capa de cenizas ante la admirada vista de los circunstantes (46).

En los países budistas ofrece la religión dos distintos caracteres: el exotérico o popular y el esotérico o filosófico. Este último se encierra en la escuela de los sûtrantikas (47), atenidos rigurosamente al espíritu de las directas enseñanzas de Gautama, que demuestran la necesidad de la percepción intuitiva con todas sus consecuencias. Los sûtrantikas no divulgan el resultado de sus investigaciones ni permiten su divulgación.

Cuando el moribundo cabe el árbol sâl se disponía a entrar en el nirvana, exclamó Gautama:

Todo lo compuesto es perecedero. El Espíritu es la única substancia simple y primordial, y cada uno de sus rayos es inmortal, eterno e imperecedero. Guardaos de las ilusiones de la materia.

El rey Asôka difundió el budismo por toda Asia y más allá todavía de sus confines. Era nieto del taumaturgo monarca Chandragupta que había reconquistado el Punjâb a los macedonios (48), reuniendo la India entera bajo su cetro y recibió a Megathenes en su corte de Pataliputra.

Fue Asôka el más ilustre monarca de la dinastía de Maûrya, y de libertino y ateo se convirtió a la virtud y la piedad tan hondamente que mereció el dictado de pryâdasi (amado de los dioses). Ningún otro soberano le aventajó en pureza de intenciones y su recuerdo perdura en el corazón de los budistas, perpetuado en los edictos que en diversos dialectos quedaron esculpidos en las columnas y rocas de Allahabad, Delhi, Gujerat, Peshawur, Orissa y otros lugares (49).

Cuando los estaviras del tercer concilio budista enviaron misioneros a Cachemira y convirtieron a los adoradores de las serpientes, se propagó el budismo con la rapidez del fuego. Los sátrapas, que desde la muerte de Alejandro Magno se repartían el territorio índico, aceptaron la nueva religión que se extendió igualmente por Gândhara y Cabul (50).

REGLAS MONÁSTICAS DEL BUDISMO

Los upâsakas y upâsakis son hombres y mujeres seglares adscritos a la vida conventual, pero sin dejar el mundo, con voto de observar las reglas monásticas y estudiar los meipos o fenómenos psíquicos. Quienes incurren en los “cinco pecados” quedan excluidos de la congregación. Entre las reglas citadas, conviene citar como más importantes:

1.ª No maldecir a nadie, porque la maldición recae sobre el que la echa y sus parientes, también envueltos en la misma atmósfera.

2.ª Amar al prójimo, aunque sea nuestro más encarnizado enemigo.

3.ª Abstenerse de llevar armas defensivas, y sacrificar la existencia no sólo en beneficio del prójimo, sino aun de los mismos animales cuando sea necesario.

4.ª Vencerse a sí mismo, en que consiste la mayor victoria.

5.ª Evitar todo vicio.

6.ª Practicar todas las virtudes y especialmente la humildad y la clemencia.

7.ª Obedecer a los superiores; amar y respetar a los padres, a los ancianos y a los varones doctos y virtuosos.

8.ª Proveer de alimento y abrigo a los hombres y animales menesterosos.

9.ª Plantar árboles en las márgenes de los caminos y abrir pozos parra comodidad de los caminantes.

Tales son las reglas a que están sujetos los monjes y monjas budistas.

Cuenta esta religión con numerosos santos, famosos por la austeridad de su vida y lo admirable de sus milagros. Tissu, consejero espiritual del emperador, que consagró al kan Kublai, tuvo general renombre por la santidad de su conducta y las maravillas que obró; pero no se detuvo aquí su labor, sino que depuró la religión budista, y de él se dice que por su consejo expulsó el kan Kublai de una sola comarca de la Mongolia meridional a quinientos mil monjes impostores que so capa de religión se entregaban a la ociosidad viciosa. Más tarde, en el siglo XIV, tuvieron los lamaístas su gran reformador y también taumaturgo, el shaberon Son-Ka-po, nacido, según tradición, de la virgen Koko-nor. Uno de sus prodigios fue que el árbol del Kunbum o de las diez mil imágenes, marchito desde hacía algunos siglos por la decadencia de la fe, rebrotó con más vigor y lozanía que nunca de los cabellos de este avatar de Buda. La misma tradición dice que Son-Ka-po ascendió a los cielos el año 1419. Contrariamente a la opinión del vulgo, pocos de los santos budistas son avatares (51).

En muchas lamaserías hay escuelas de magia y la más famosa es la del monasterio de Shutukt, vasto como mediana ciudad, pues a él están adscritos más de treinta mil monjes y monjas. Algunas de estas últimas poseen notables virtudes taumatúrgicas, y de tiempo en tiempo van en peregrinación de Lha-Ssa a Candi, la Roma del budismo, que atesora muchos santuarios y reliquias de Gautama.

Para evitar el encuentro con musulmanes y gentes de otras creencias, viajan de noche completamente inermes y sin temor de los animales salvajes que no las han de acometer. Durante el día se refugian en cuevas y viharas que sus correligionarios les preparan al efecto en parajes convenientes (52).

EL ALMA DE LAS FLORES

Uno de los más interesantes fenómenos que nos llevó a presenciar nuestro anhelo de investigación, lo realizó un peregrino budista hace ya algunos años, cuando esta clase de manifestaciones eran una novedad para nosotros. Un amigo budista natural de Cachemira, de padres katchis pero convertido al lamaísmo y de místico temperamento, que reside ordinariamente en Lha-Ssa, nos invitó a visitar a los peregrinos, entre los cuales había una monja alta, demacrada y ya metida en años, que al ver en nuestras manos un ramo de hermosas y fragantes flores, preguntó:

-¿Por qué lleva ese manojo de flores muertas?

-¿Muertas? ¡Pues si acabo de cortarlas de la planta!

-Y sin embargo, están muertas. Nacer en este mundo es morir. Ahora veréis cómo son estas flores en el mundo de la perpetua luz, en los jardines de nuestro bendito Foh.

Sin moverse del sitio donde en el suelo estaba sentada, tomó la monja una flor del ramillete, se la puso en la falda y arrojó sobre ella grandes puñados de una materia invisible extraída al parecer de la atmósfera circundante. Muy luego apareció una tenue neblina que poco a poco fue tomando forma y color hasta que se detuvo en el aire y vimos la exacta imagen de la flor con todos sus pétalos y matices, pero mil veces más hermosos y de más delicada belleza, de la propia suerte que el glorificado espíritu humano aventaja incomparablemente a su envoltura física. Flor tras flor fue reproduciendo la monja todo el ramo hasta la más insignificante brizna, con la particularidad de que aparecían y desaparecían alternativamente a impulsos de nuestro pensamiento. En cierta ocasión sosteníamos con el brazo extendido una rosa plenamente abierta, y a los pocos minutos aparecieron brazo, mano y flor perfectamente reproducidos en el aire a unos dos metros de nuestro asiento; pero mientras que el aspecto de la flor era etéreo y de tan indescriptible hermosura como el de las demás flores astralmente reproducidas, el brazo y la mano aparecían cual reflejados en un espejo, de suerte que hasta se veía en el antebrazo una gran mancha producida por la tierra húmeda de una de las raíces de la flor. Más tarde supimos la razón de este fenómeno.

Hace medio siglo declaró acertadamente el doctor Broussais que si el magnetismo fuese verdad sería un absurdo la medicina. El magnetismo es verdad, y en cuanto a quea absurdo la medicina, no contradeciremos al médico francés. Según hemos demostrado, el magnetismo es el alfabeto de la magia, pues no cabe comprender las operaciones mágicas sin la previa comprensión de las atracciones y repulsiones magnéticas en la Naturaleza.

Muchas de las llamadas supersticiones populares son en el fondo el instintivo conocimiento de esta ley, porque por secular experiencia sabe el vulgo que ciertos fenómenos ocurren bajo determinadas condiciones, y que se repiten invariablemente siempre que se establecen dichas condiciones; pero como el vulgo desconoce el fundamento reflexivo de la ley, atribuye el fenómeno a causas sobrenaturales.

Ejemplo de estas supersticiones tenemos en la subsistente en la India, Rusia y otros países que consiste en la instintiva repugnancia de cruzar por la sombra que proyecta un hombre y más todavía si es pelirrojo, así como la aversión de los indos a estrechar la mano de quien no sea de su raza. Hay en esto explicación racional y no son ridículas quimeras, pues toda persona tiene su correspondiente aura o efluvio magnético, que no obstante la perfecta salud física del sujeto puede influir morbosamente en quienes reciban sus emanaciones. Según el doctor Esdaile y otros hipnotizadores, las gentes de raza oriental y particularmente los indos son más sensitivos que los de raza blanca.

Los experimentos del barón de Reichenbach, si no bastaran los del mundo entero, han demostrado que son mucho más intensos los efluvios magnéticos que irradian de las extremidades torácicas y abdominales del cuerpo humano, y así lo corroboran las manipulaciones terapéuticas. Por consiguiente, los apretones de manos son verdaderos contactos magnéticos que pueden transmitir condiciones morbosas o antipáticas, por lo que obran cuerdamente los indos en mantenerse fieles a este precepto de Manú.

CREENCIAS POPULARES

Por lo que atañe a la sombra de los pelirrojos, hemos observado en todos los países la misma prevención contra los hombres de este pigmento, según corroboran los refranes corrientes sobre el particular en Rusia, Persia, India, Francia, Turquía y Alemania (53), que achacan a los pelirrojos el ser traicioneros y solapados. Ahora bien; cuando un hombre está iluminado por la luz del sol, proyecta las emanaciones magnéticas en la misma dirección de su sombra (54) por efecto del magnetismo solar, que al avivar la vitalidad del individuo acrecienta su energía electro-magnética. De aquí quye aquél a quien un hombre le sea antipático, hará bien en no cruzar por la sombra de este hombre.

Si los médicos se desinfectan las manos después de tocar a un enfermo y no por ello los inculpamos de supersticiosos, ¿por qué llevar esta inculpación contra los indos? Los microbios morbosos son invisibles y, sin embargo, de efectiva realidad en su acción, como han demostrado los bacteriólogos; pero también los experimentadores orientales demostraron hace miles de años que los gérmenes de una epidemia moral pueden propagarse por comarcas enteras y que el magnetismo siniestro es contagioso.

Otra creencia vulgar en la región rusa de Georgia y en varias de la India es que cuando no reaparece el cadáver de un ahogado, se puede encontrarlo con sólo echar al agua una prenda de ropa de uso del difunto, pues irá flotando en el agua hasta detenerse en el punto perpendicular al en que está hundido el cadáver, que la atraerá hacia el fondo.

Hemos presenciado este fenómeno en un caso en que sirvió de prenda el cordón sagrado de un brahmán, que fue trazando curvas sobre el agua como si buscase algo, hasta que, lanzándose repentinamente en línea recta en un trayecto de cincuenta metros, se hundió en el sitio de donde más tarde los buzos extrajeron el cadáver.

También subsiste en los Estados Unidos de América la misma creencia. Un periódico de Pittsburgo relataba no hace mucho tiempo el hallazgo del cadáver de un niño llamado Reed, que se ahogó en el río Monongahela. Fracasadas cuantas tentativas se hicieron para encontrar el cadáver, se recurrió a echar al agua una camisa del difunto, que después de flotar durante algún tiempo se hundió en determinado paraje, de donde se extrajo el cadáver. Por absurda que parezca esta creencia, es muy común entre las gentes de aquel país.

Se explica este fenómeno por la poderosa atracción que el cuerpo humano ejerce en los objetos que por largo tiempo estuvieron en contacto con él, y así sólo sirven para el caso las prendas muy usadas y de ningún modo las nuevas.

Desde tiempo inmemorial, las doncellas rusas siguen la costumbre de echar al río el día de la Trinidad guirnaldas de hojas tejidas por sus manos para adivinar su destino. Si la guinalda se hunde, es señal de que la muchacha morirá soltera aquel mismo año; si la guirnalda flota, se casará la muchacha dentro de un período de tiempo cuya duración corresponde al número de versículos que pueda ella recitar durante el experimento. Por nuestra parte afirmamos que hemos comprobado personalmente la verdad de algunos de estos casos, especialmente de dos en que las protagonistas fueron dos amigas cuya guirnalda se hundió y murieron antes del año. Si el experimento se hiciera cualquier otro día que no fuese el de la Trinidad daría el mismo resultado, pues el hundimiento de la guirnalda debe atribuirse a estar impregnada del magnetismo morboso de algún órgano aquejado de mortal dolencia, por lo que el fondo del río atrae la guirnalda. En cuanto a las demás circunstancias del fenómeno dejaremos su explicación a los amigos de las coincidencias.

LOS VERDADEROS FAKIRES

También se tachan de supersticiones, no obstante su fundamento científico, los fenómenos operados por los fakires, a quienes los escépticos confunden con los prestidigitadores e ilusionistas, cuando precisamente nada tienen que ver los fenómenos (kîmiya) del fakir con las habilidades (batte-bâzi) del prestidigitador ni mucho menos con la necromancia del hechicero (jâdûgar o sâhir), tan temido y odiado en la India. Entre las operaciones de unos y otros no sabe distinguir el europeo escéptico; pero el atento observador y la generalidad de los indos, sin distinción de castas, descubren la sutilísima y honda diferencia que separa la índole de los fenómenos. La bruja (kangâlin) que se prevale de sus facultades hipnóticas (abhi-châr) para causar daño, está expuesta a que cualquiera la mate, pues para todo indo es lícito matar a una bruja. El prestidigitador (bukka-baz) se limita a divertir al público, y los encantadores de serpientes que las llevan en su bâ-îni no alcanzan a más allá de fascinar a estos venenosos reptiles, sin potestad de influir en los seres humanos mediante hechizos mágicos y las operaciones llamadas mantar phûnknâ por los naturales. En cambio, el yogui y el sannyâsi deben sus maravillosas facultades a la educación mental y física, y los indos veneran a algunos de ellos como semidioses.

Rarísimos europeos pueden juzgar de la naturaleza de estas facultades, pues sólo tiene ocasión de presenciar sus operaciones mágicas quien cuenta con la benevolencia de algún brahmán o en casos de especiales y fortuitas circunstancias. Es tan insólito para un europeo ver a un fakir auténtico, como a una de las doncellas llamadas nautch, de quienes hablan todos los viajeros aunque poquísimos verzamente, pues están adscritas al servicio interior de las pagodas. Así es que no deben los europeos considerar como fakires a los desastrados y asquerosos sujetos que se pasan meses y aun años en una misma actitud a las puertas de las pagodas o en las plazas públicas y se torturan horriblemente por el procedimiento del ûraddwa bahu.

Muy extraño es que no obstante la infinidad de viajeros que han recorrido la India y comarcas colindantes y a pesar de que allí residen millones de europeos, no se tenga todavía noción exacta de la índole de aquel país. Tal vez alguno de nuestros lectores suponga que ya se sabe cuanto puede saberse de la India y dude de cuanto hemos dicho o acaso lo contradiga abiertamente, como nos sucedió en cierta ocasión. Los ingleses residentes en la India, según decía un oficial del ejército, creen de mal tono y de peor gusto ocuparse en cosas referentes a los indos y demostrar deseo de conocer cuanto de maravilloso y extraordinario se les atribuye; pero bien hubieran podido los viajeros suplir esta desatención de los residentes y explorar más detenidamente tan interesante país.

Hace cosa de medio siglo iban de caza dos intrépidos oficiales ingleses por las montañas Azules o de Neilgherry, en la India meridional, cuando al internarse en los bosques descubrieron unas gentes de raza distinta por su tipo e idioma de las otras del país. Muchas conjeturas más o menos descabelladas se hicieron acerca del origen y naturaleza de estas gentes, y los misioneros, que siempre están dispuestos a relacionarlo todo con la Biblia, llegaron a suponer que fuesen los descendientes de una de las dispersas tribus de Israel, fundándose para ello en el deleznable indicio de que tenían la tez blanca y los rasgos fisonómicos característicos del pueblo judío. Sin embargo, hay en esto error evidente, pues ese pueblo llamado de los todas no denota ni la más remota semejanza de complexión, costumbres, idioma y rasgos étnicos con el tipo judío (55).

No obstante el tiempo transcurrido y del aumento de población en aquellas montañas, cuyas faldas son hoy asiento de nuevas ciudades, nada se ha adelantado en el conocimiento de este pueblo singular acerca del cual se han derramado las más absurdas voces, sobre todo por lo que se refiere al número de sus individuos y a la poliandria que se les achaca y por cuya costumbre van extinguiéndose rápidamente, de modo que tan sólo quedan ya unos cuantos centenares de familias todas. Sin embargo, por nuestro personal testimonio podemos afirmar categóricamente que los todas no practican la poliandria ni su número es tan escaso como se supone, aunque nadie ha visto jamás a los niños de los todas sino en todo caso a los niños de los badagas que suelen llevar en su compañía, a pesar de ser estos badagas una tribu inda enteramente distinta, pero que siente profunda veneración hacia los todas, a quienes proporcionan alimento, vestido y tributan adoración casi divina. Son los todas de estatura gigántea, de tez blanca como los europeos, barba y cabello muy largos y poblados, sin que jamás les haya tocado filo de tijera o navaja.

LOS TODAS DE LA INDIA

Del relato de varios viajeros y de las obras de algunos orientalistas entresacamos los siguientes informes acerca de este extraño pueblo:

Son los todas de aspecto hermoso como el de una estatua de Fidias o Praxiteles, y pasan el tiempo en la ociosidad y la indolencia. Jamás hacen uso del agua ni cuidan del aseo personal. Su vestido se contrae a una amplia túnica de lana negra con cenefa de color en los bajos. No gustan de adornos ni joyas a que tan aficionado se muestra el indo. Su única bebida es la leche, y aunque apacientan rebaños no comen la carne de las reses ni hacen trabajar a las bestias de carga ni se ejercitan en la industria ni en el comercio. Desdeñan las armas, pues ni siquiera llevan bastón y no saben leer ni quieren salir de su analfabetismo. Son los todas desesperación de los misioneros, y según parece no profesan otra religión que el culto de sí mismos como señores de la creación (56).

Sin embargo, hemos de rectificar parte de estos informes en vista de los que respecto del particular nos dijo un santo gurú, brahmán merecedor de nuestro más profundo respeto. De ello resulta que nadie ha podido ver jamás juntos a más de cinco o seis todas, pues rehuyen el trato de los extranjeros y no les permiten entrar en sus largas y achatadas cabañas con sólo una puerta de acceso sin ventanas ni chimenea. No se ha podido ver ningún viejo entre los todas ni que enterraran a muerto alguno. En los recrudecimientos de la endemia colérica quedan indemnes, al paso que mueren miles de los demás indígenas atacados de la terrible enfermedad.

Tampoco han de temer nada los todas ni sus ganados de los animales feroces o venenosos, a pesar de que, según ya dijimos, no van ni siquiera armados de un mal palo. No se conoce el matrimonio entre los todas, y si parece escaso su número es porque nadie ha tenido ocasión de computarlo. Tan pronto como el alud de la civilización quebrantó su soledad, tal vez a causa de la indiferencia en que vivían, emigraron a parajes más recatados aún que las montañas Neilgherry. No descienden los todas de la propia estirpe de su raza, sino que son hijos de una escogidísima secta y destinados desde su primera infancia a fines puramente religiosos. Así es que el nombre de todas designa a los que por su complexión y otras características quedan consagrados desde su nacimiento a este especial destino religioso. Cada tres años se reúnen los todas en determinado paraje por cierto período de tiempo, y la suciedad de su cuerpo es como un disfraz a propósito para desorientar a quienes puedan verlos (57). Dedican a fines sagrados la mayor parte de sus rebaños y ningún profano ha entrado jamás en los templos donde efectúan sus ceremonias, pero se sabe que igualan en magnificencia a las más renombradas pagodas. No es, por lo tanto, extraño que por su nacimiento y misteriosos poderes veneren los badagas a los todas como semidioses y les proporcionen cuanto necesitan para la vida.

Tenga el lector la completa seguridad de que cualquier informe distinto de los precedentes se aparta de la verdad. Los misioneros no lograrán atraerse a ningún toda ni habrá badaga capaz de traicionar, ni aunque le despedacen, a quienes tan sinceramente sirven. Son los todas una comunidad que cumple una altísima misión bajo inviolable secreto.

Pero, además de los todas, hay en la India otras tribus igualmente misteriosas, y si bien hemos aludido a algunas en el curso de esta obra, quedan otras en silencio y sigilo.

Muy poco sabe hasta ahora el común de las gentes acerca del samanismo, y aun inexactamente, como ocurre en todo lo relativo a las religiones no cristianas. Generalmente se cree que el samanismo es el culto pagano dominante en Mongolia, cuando precisamente es una de las más antiguas modalidades religiosas de la India. Se funda el samanismo en la creencia de que después de la muerte persiste la individualidad del hombre, aunque se haya desprendido del cuerpo físico, y que sigue viviendo en naturaleza espiritual. Es el samanismo una derivación de la primitiva teurgia que entrefunde el mundo invisible con el visible. Cuando un mortal desea comunicarse con sus invisibles hermanos, le es preciso, según la doctrina samánica, elevarse hasta el plano en que residen, de modo que de ellos reciba energía espiritual, en tanto que, por su parte, les da él a ellos energía física, a fin de que puedan manifestarse espectralmente. Este temporáneo intercambio de condiciones es una operación teúrgica; pero quienes no la comprenden acusan a los samanes de hechicería y de evocar los espíritus de los muertos en ayuda de sus artes necrománticas.

COMUNICACIONES DE LOS LAMAS

Sin embargo, el verdadero samanismo floreció en la India tres siglos antes de J. C., en la época de Megathenes, y no cabe juzgar de él por las degeneradas derivaciones que actualmente practican los samanes de Siberia, así como tampoco es posible juzgar del budismo por las supersticiones fetichistas de los siameses y birmanos. Hoy día el samanismo o comunicación teúrgica con los espíritus desencarnados se profesa en las principales lamaserías de Mongolia y Tíbet, pues el budismo lamaico ha conservado cuidadosamente los primitivos conocimientos mágicos y opera en los tiempos presentes tan maravillosos fenómenos como en la época del kan Kublai y sus magnates. Lo mismo que hace trece siglos, la mística fórmula: Aum mani padmé hum (58) del rey Srong-ch-Tsans-Gampo tiene virtudes mágicas. Avalokitesvara, el principal de los tres bodisatvas y santo patrón del Tíbet, se aparece espectralmente a los fieles en la lamasería de Dga-G’Dan, por él fundada, y la luminosa sombre de Son-Ka-pa, en figura de ígnea nubecilla desprendida de los rayos solares, conversa con los miles de lamas de aquella comunidad y su voz resuena como el susurro de la brisa al orear los árboles, hasta que la hermosa aparición se desvanece entre los del parque de la lamasería.

Dícese que en el Garma-Khian o lamasería metropolitana, los lamas adeptos provocan la aparición de los espíritus malignos y regresivos para forzarles a dar cuenta de sus fechorías y reparar el daño inferido a las gentes. A esto le llamó ingenuamente el abate Huc “la personificación de los demonios”. Si los escépticos europeos pudieran leer los dietarios de la lamasería de Moru (59) en la ciudad espiritual de Lha-Ssa, donde se anotan los resultados de las comunicaciones de los lamas con las entidades del mundo invisible, no desdeñarían en estudiar los fenómenos que tan ponderativamente describen los periódicos espiritistas.

En la lamasería de Foht-Ila, residencia veraniega del dalailama, una de las más importantes de las miles del país, se ve flotar en los aires el cetro del prior del monasterio, cuyos movimientos regulan los actos de la vida conventual. Cuando el prior llama a un monje para que dé cuenta de su conducta, sabe de antemano el llamado que le sería inútil mentir, pues el cetro regulador de la justicia oscilará en uno u otro sentido para corroborar o desmentir las declaraciones del monje (60).

En el monasterio de Sikkim hay algunos lamas taumaturgos. El difunto patriarca de Mongolia, Gegen Chutuktu, que residía en el paradisíaco lugar de Urga, fue la décimosexta encarnación de Gautama, y por lo tanto, tuvo categoría de bodisatva y facultades taumatúrgicas verdaderamente admirables, aun entre los taumaturgos de aquella tierra de las maravillas por excelencia.

Pero no vaya a creerse que estas facultades taumatúrgicas puedan educirse sin esfuerzo. Las vidas de estos ejemplarísimos varones son ya de por sí un milagro, por más que la ignorancia los califique de vagabundos, holgazanes, mendigos e impostores. Decimos que su vida es ya de por sí un milagro, porque nos demuestra cumplidamente a cuánto alcanzan la pureza de conducta y rectitud de intenciones acompañadas del más riguroso ascetismo sin detrimento de la salud del cuerpo, cuya vida se prolonga hasta muy provecta edad. Ni por asomo imaginaron jamás los eremitas cristianos los refinamientos disciplinarios con que los fakires induístas y los monjes budistas fortalecen su voluntad, hasta el punto de que la aérea austeridad de Simeón el Estilita resulta en comparación juego de chiquillos.

FACULTADES TAUMATÚRGICAS

Pero no es lo mismo el estudio teórico que el ejercicio práctico de la magia. El colegio mongol de Brâs-ss-Pungs cuenta con más de trescientos magos (61) y doble número de discípulos que cursan la magia desde los doce a los veinte años; pero al terminar los estudios tardan todavía mucho tiempo en recibir la iniciación final, y apenas llega a merecerla uno de cada cien candidatos. aSimismo, entre los muchos miles de lamas que ocupan una serie de conventos alrededor de toda una ciudad, tan sólo el dos por ciento educen facultades taumatúrgicas. Cabe aprender de memoria línea por línea los 108 volúmenes del Kadjur (62) y sin embargo, carecer de facultades taumatúrgicas. Sólo hay un camino para llegar seguramente a la meta y de él nos hablan algunos autores herméticos, entre ellos el alquimista árabe Abipili, quien dice:

Te advierto, ¡oh tú!, quienquiera que seas e intentes sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti lo que buscas, tampoco lo hallarás fuera de ti. Si desconoces las excelencias de tu propia casa ¿por qué tratas de indagar la excelencia de otras cosas? ¡Oh hombre! Conócete a ti mismo. En ti yace oculto el tesoro de los tesoros.

En otro tratado de alquimia que se titula: De manna Benedicto, el autor dice respecto de la piedra filosofal:

Por diversas razones no tengo intención de hablar mucho sobre este asunto, ya explícitamente descrito al relatar ciertos usos mágicos y naturales de esta piedra que desconocen muchos de los que la poseen. Pero cuando contemplo a estos hombres me tiemblan las rodillas, se estremece mi corazón y me quedo absorto.

Todo neófito ha experimentado en mayor o menor grado análogos sentimientos, hasta que una vez vencidos se elevó a las altezas del adeptado. En los claustros de Tashi-Lhunpo y Si-Dzang educen algunos lamas las facultades mágicas hasta su extrema perfección. famoso es en la India el Banda-Chan Rambutchi, el Hutuktu de la capital del alto Tíbet, y renombrada en todo el país la confraternidad de Khe-lan, entre cuyos hermanos sobresalió un inglés (peh-ling) que venido de Occidente abrazó la religión budista y al cabo de un mes de noviciado fue admitido en la cofradía de Khe-lan. Según tradición, conocía este inglés todas las lenguas orientales, incluso la tibetana, y estaba versado en todas las ciencias y artes. Por la santidad de su vida y sus dotes taumatúrgicas llegó a ejercer al poco tiempo las elevadas funciones de shaberón, y los tibetanos veneran su memoria, aunque tan sólo los shaberones conocen su verdadero nombre.

El fenómeno mágico cuya operación anhela más vehementemente el budista devoto es el de viajar por los aires. El famoso chino Pia Metak, que fue rey de Siam, sobresalía por su saber y devoción; pero no alcanzó aquella eminentísima facultad hasta que se puso bajo la directa tutela docente de un sacerdote budista. Crawfurd y Finlayson, durante su residencia en Siam, observaron atentamente los esfuerzos de algunos nobles siameses para adquirir esta facultad (63).

Muchas y muy diversas sectas se dedican por entero en China, Siam, Tartaria, Tíbet, Cachemira e India británica a la educción de los llamados poderes sobrenaturales. Acerca de una de estas sectas, la de los taosés, dice Semedo:

Aseguran los taosés que por medio de ciertas prácticas y meditaciones pueden unos de ellos rejuvenecerse y otros alcanzar el estado de shien-sien o de beatitud terrenal en el que les es dado realizar todos sus anhelos y trasladarse pronta y fácilmente de un lugar a otro por muy distante que esté (64).

Esta facultad se contrae a la proyección del vehículo astral más o menos densificado, pero no a la locomoción aérea del cuerpo físico, pues dicho fenómeno puede compararse al reflejo de la imagen en el espejo donde aparece reproducida nuestra persona en sus más minuciosos pormenores, sin que haya en ella ni un átomo de materia. la fotografía proporciona otra prueba de esta proyección refleja, y si los físicos no han descubierto todavía el procedimiento de obtener fotografías a lejanas distancias (65), nada se opone a que lo hayan encontrado en la virtud de su propia voluntad quienes la desligan de todo interés mundano (66).

POSIBLES DESCUBRIMIENTOS CIENTÍFICOS

La ciencia afirma que el pensamiento también es materia y que toda vibración energética conmueve la masa atmosférica. Por lo tanto, si el hombre, como todos los seres y todas las cosas, está circuido del aura formada por sus propias emanaciones, y si con la imaginación puede trasladarse instantáneamente a los más distantes lugares, ¿qué imposibilidad científica se opone a que, regulado, intensificado y dirigido su pensamiento por la educada voluntad, asuma temporáneamente una forma objetiva que para la persona a quien vaya encaminado sea fidelísima figura del pensamiento original? ¿Es acaso esta afirmación más hipotética que no hace mucho tiempo lo eran el telégrafo, la fotografía y el teléfono?

Desde el momento en que la placa sensibilizada retiene tan minuciosamente nuestra imagen fisonómica, ha de ser esta imagen algo material, aunque tan en extremo sutil que escape a la ordinaria percepción sensoria. Y puesto que por medio de la linterna mágica podemos proyectar nuestra imagen personal sobre una pared blanca (67) desde cien metros de distancia, no es científicamente imposible que los adeptos conozcan ya algo que los científicos niegan hoy todavía, pero que con seguridad descubrirán mañana, esto es, el procedimiento de proyectar instantáneamente su cuerpo astral a miles de kilómetros de distancia y actuar en él tanto o más certera e inteligentemente que en el cuerpo físico, del cual se desprenden y dejan entretanto con el indispensable fluido vital para mantener catalépticamente la vida orgánica. La energía universal tiene una modalidad vibratoria muy superior a la eléctrica, única que hasta ahora conocen los investigadores científicos, y aun hay diversas transformaciones de la electricidad de cuyos inexperimentados efectos nadie es capaz de sospechar la amplitud.

Dice Schott que los chinos, y particularmente los de la secta de Tao-Kiao, llamados taosés, dieron ya desde muy antiguo el nombre de sian o shin-sian al anacoreta que, o bien por austeridad de vida o por efecto de hechizos y elixires, tienen virtudes taumatúrgicas y han alcanzado la inmortalidad terrena (68). Sin embargo, hay exageración, aunque no error, en esta referencia, pues no tienen el don de la inmortalidad corporal, sino tan sólo el de prolongar la vida, como lo atestigua Marco Polo en el siguiente pasaje:

Hay allí unos hombres llamados chughis (69), pero cuyo verdadero nombre es el de abraiamanes (70), que viven de 150 a 200 años. son muy sobrios y se alimentan principalmente de arroz y leche. Dos veces al mes toman una extraña pócima de azufre y mercurio que, según dicen, les alarga la vida y están acostumbrados a tomarla desde su infancia (71).

Dice Yule que, según Burnier, saben los yoguis preparar tan admirablemente el mercurio, que un par de gránulos de su preparación tomados por la mañana entonan salutíferamente el cuerpo. Añade a esto Yule que el mercurius vitae de Paracelso era una pócima en cuyos ingredientes entraban el antimonio y el mercurio (72).

Muy desaliñados e incorrectos son estos informes que estamos en disposición de rectificar. Por de pronto, la longevidad de algunos lamas y talapines es proverbial, y todo el mundo sabe allí que beben una mixtura por cuya virtud se renueva la “sangre vieja”, como ellos la llaman. Asimismo sabían los alquimistas que el aura de plata tomada a prudentes dosis devuelve la salud y prolonga considerablemente la vida. Pero en cuanto a si era mercurio la base del elixir usado por los yoguis y alquimistas, tenemos fundamento para afirmar que no es mercurio aunque lo parezca, pues tanto Paracelso como los demás místicos y alquimistas entendían por mercurie vitae el espíritu o aura de la plata y no del mercurio. Es de todo punto errónea la afirmación de que Paracelso introdujera el uso del mercurio en la farmacopea terapéutica, pues ningún preparado de mercurio, ya lo fuera por mano de algún medioeval filósofo del fuego, ya lo esté por la de los modernos farmacéuticos, no pudo ni podrá poner en perfecta salud al cuerpo. Tan sólo los inescrupulosos charlatanes preconizarán las virtudes de semejante droga, y así opinan muchos comentadores que los enemigos de Paracelso forjaron esta imputación con el maléfico propósito de que las gentes lo tuvieran por un charlatán.

MEDICINAS DE LOS YOGUIS

Los antiguos yoguis usaban, y aun hoy usan los lamas y talapines, un brebaje compuesto de cierto jugo lechoso extraído de una planta medicinal y mezclado con un poco de azufre. Algún maravilloso secreto deben de conocer estos hombres, cuando les hemos visto curar en breves días muy peligrosas heridas y soldar fracturas de huesos en tantas horas como días necesita la cirugía para obtener el mismo resultado (73). También hemos oído hablar de cierta agua llamada âb-i-hayât que mana de la fuente âb-i-haiwân-î y según creencia vulgar sólo pueden ver los santos sannyâsis. Sin embargo, los talapines no han querido revelar sus secretos terapéuticos ni a los científicos ni a los misioneros, por recelo de que sirviese de lucro lo que graciosamente debe emplearse en beneficio de la humanidad (74).

En las solemnes festividades de las pagodas indas o en los festejos con que se celebran las bodas de príncipes y magnates y siempre que con cualquier motivo se reúne gran multitud de gentes, acuden allí los gunis o encantadores de serpientes, los fakires hipnotizadores, los ilusionistas y alguno que otro sannyâsi milagrero. Los europeos que presencian los sorprendentes fenómenos operados por estas gentes podrán burlarse fácilmente de ellos, pero no les será posible explicarlos científicamente. Al ver a un encantador de serpientes con las cobras enroscadas al cuerpo, los brazos ceñidos por varios corallilos (75) y en el cuello un trigonocéfalo (76) a manera de corbata, sonríen despectivamente los escépticos, y ya que no puedan negar el fenómeno tratan de explicarlo diciendo que el encantador ha desemponzoñado de antemano a los reptiles arrancándoles los colmillos (77) y sumiéndolos al efecto en sopor hipnótico.

Ocurrió cierta vez que un oficial inglés, el capitán B, regateaba méritos a un encantador de serpientes diciendo que por lo inofensivas era ridículo temerlas. Entonces el guni, acercándose al capitán, le preguntó:

-¿Quiere el señor acariciar una de mis serpientes?

Soltó el capitán una interjección incompatible con los caracteres de imprenta y echóse rápidamente hacia atrás demostrando tanta ligereza de pies como de lengua, y gracias a la sugestiva acción del guni pudo librarse de una humillación pública.

Por media rupia (78), cualquier profesional del hechizo sárpico atraerá a sí multitud de serpientes indómitas, de las especies más ponzoñosas, que reptarán por piernas y brazos hasta enroscársele por todo el cuerpo, de modo que las manosee indemnemente (79). ¿Habrá algún prestidigitador, domador o hipnotizador europeo que ose efectuar semejante experimento a diario repetido en la India?

EL FAKIR Y LA TIGRE

Una vez, los vecinos de un villorrio sito no lejos de Dakka, en las cercanías de una selva, se vieron sorprendidos de espanto por la aparición, al rayar el alba (80), de una corpulenta tigre de raza bengalesa a la que un atrevido cazador había arrebatado sus cachorros. Víctimas de la fiera se contaban ya dos hombres y un niño, cuando un fakir que salía de la pagoda vióse frente al felino, agachada junto a un árbol en espantable actitud de lanzarse sobre otra presa. Sin vacilar, encaminóse el fakir derechamente a la fiera cantando un mantra de letra ininteligible para los profanos, y a cosa de tres metros de distancia dio unos cuantos pases magnéticos cuyo efecto fue que, con asombro de los vecinos refugiados tras las puertas de sus casas o subidos a los árboles, dio la bestia tan tremendo salto que todos creyeron víctima de su furia al santo varón; pero subió de punto el general asombro al verla retorciéndose y revolcándose a sus pies hasta quedar con la cabeza apoyada en las patas delanteras y la vista apaciblemente fija en él. Sentóse éste entonces junto a la fiera y la acarició pasándole la mano por la listada piel hasta que gradualmente cesó de rugir, y al cabo de media hora acudieron los vecinos en peso a contemplar al fakir recostado sobre los lomos de la tigre, a manera de almohada, con la mano derecha sobre la cabeza del animal que le lamía suavemente la izquierda apoyada sobre el césped bajo su espantable boca.

De este modo subyugan los fakires a las bestias más feroces de la India, entre las cuales no es la menor el tigre, y seguramente que ningún domador europeo fuera capaz de otro tanto a pesar del hierro candente. Desde luego que no todos los fakires poseen tan maravillosas facultades, pues son los menos; pero no obstante, su número es considerable, y como el procedimiento para educirlas se les enseña secretamente en las pagodas, sólo lo conocen los iniciados. Esto confirma la verdad de las hasta hoy tenidas por fábulas de Krishna y Orfeo, que con sus cantos amansaban a las fieras.

Es innegable que ni un solo europeo residente en la India, de asiento o de viaje, puede jactarse de haber estado en el recinto interno de una pagoda, pues no hay influencia ni soborno capaces de franquear sus puertas a los profanos, y menos aún a los extranjeros. Si alguien intentara allanar el santuario, fuera lo mismo que prender fuego a un polvorían, pues los cien millones de indos, tan sufridos y pacientes (81), se sublevarían como un solo hombre, sin distinción de secta ni casta, contra semejante profanación y exterminarían a los extranjeros.

La Compañía de Indias estaba perfectamente enterada de esta disposición de ánimo y desde luego procuró aquistarse la benevolencia de los brahmanes, cuyas pagodas subvencionó precavidamente. El gobierno británico sigue la misma conducta y ha logrado consolidar hasta cierto punto su dominio, respetando la religión, costumbres y leyes de los indígenas.

Pero reanudemos el examen del samanismo o culto de los espíritus, la más extraña y a la par menos conocida de las religiones anteriores al cristianismo. No tienen los samanes culto externo, ídolos ni altares y celebran una sola ceremonia, ritualística en el solsticio de invierno, sin permitir la entrada a los profanos (82). Los rusos, a pesar de su trato frecuente con los samanes de Siberia y tartaria, nada saben de cierto sobre esta religión, excepto lo relativo a las virtudes mágicas de sus sacerdotes, que achacan a prestidigitación, aunque muchos rusos residentes en Siberia están convencidos de la verdad de las facultades de los samanos. Celebran estos sus ceremonias religiosas al aire libre, en la cumbre de un colina o en lo más escondido de las selvas, a semejanza de los antiguos druidas. Las ceremonias del nacimiento, matrimonio y muerte son parte secundaria del culto religioso y consisten en ofrendas de esencias y leche, derramadas en el fuego del sacrificio al ritmo de conjuros mágicos que entona el celebrante y corean los fieles.

LOS SAMANES DE SIBERIA

El traje de los sacerdotes es de piel de gamuza u otro animal de virtudes magnéticas y está adornado con numerosas campanillas de hierro y bronce (83), que sirven para ahuyentar a las malignas entidades aéreas. También se valen a este propósito de un bastón cubierto de jeroglíficos y guarnecido de cascabeles, hacia cuyo puño queda atraída por misteriosa fuerza la mano del sacerdote o sacerdotisa cuando se comunica con el espíritu, y a poco se ve levantado en los aires hasta considerable altura, desde donde vaticina el porvenir (84). Ejemplo de ello nos da el samán que en 1847, desde un apartado lugar de Siberia, predijo con todos sus pormenores la guerra de Crimea, ocurrida seis años más tarde.

Aunque por lo general no conocen la astronomía ni siquiera de nombre, predicen los eclipses y otros fenómenos astronómicos y descubren a los culpables de robos y asesinatos. Los de Siberia son todos analfabetos, y entre los del Tíbet y Tartaria predominan los decultura empírica y autodidáctica, que no se someten a la influencia de las entidades psíquicas. Los primeros son médiums y los segundos magos. No es extraño, por lo tanto, que cuando los samanes se comunican en estado de trance con los espíritus, digan las gentes supersticiosas que están poseídos del demonio. Como en las bacantes y coribantes de la antigua Grecia, el frenesí mántico de lossamanes se manifiesta en violentísimos gestos y turbulentas danzas que por contagio imitan los espectadores atacados también del mismo frenesí, cuyas consecuencias suelen ser fatales en algunos individuos que acaban por caer rendidos al suelo (85).

Ejemplos de este linaje de contagios psíquicos nos ofrece la historia de los tiempos medioevales, entre ellos el famoso baile de San Vito o corea, del que Paracelso curó a muchos atacados, por lo que le acusaron sus enemigos de haber lanzado demonios por obra de uno muy poderoso que llevaba metido en el puño de la espada (86).

El samán iletrado es víctima de las entidades psíquicas, y mientras se halla en trance suele ver a los circunstantes en figura de diversos animales y les contagia de sus alucinaciones. En cambio, los samanes educados en los colegios sacerdotales saben ahuyentar a las entidades elementarias que producen las alucinaciones, y las ahuyentan por procedimiento análogo al de los hipnotizadores, o sea por el conocimiento que tienen de su índole y naturaleza (87).

Los samanes llevan consigo, pendiente de un cordón por debajo del brazo izquierdo, un talismán análogo a la cornerina de que ya hablamos. Al samán que nos guiaba por el Tíbet le preguntamos más de una vez:

-¿De qué sirve esta piedra y qué virtudes tiene?

Pero el samán eludía siempre toda respuesta categórica, con promesa de que tan luego como se le deparara coyuntura y estuviésemos solos le diría a la piedra que respondiese por ella misma. Muchas conjeturas nos sugería entonces tan vaga esperanza, pero muy luego llegó el día en que pudo hablar la piedra. Ocurrió el caso en una de las situaciones más críticas de mi vida, cuando el anhelo de viajar me había llevado a los arenosos desiertos de Mongolia (88) cuyo pavoroso silencio en las puestas de sol, a pesar de que no están del todo deshabitados, sobrecoge el ánimo mayormente que en las sabanas americanas, las estepas rusas o las soledades africanas. Una tarde en que todos los compañeros de viaje estaban ausentes de la yurta (89) le recordé su promesa al samán, confiando en que la cumpliría movido de la protección que a los extranjeros de la partida nos dispensaba. Suspiró el samán con muestras de duda, y a poco se levantó del pedazo de cuero en que estaba sentado, y saliendo de la tienda plantó junto a la entrada una estaca rematada por una cabeza de macho cabrío cuyos cuernos hacia arriba daban señal de que él estaba operando y nadie se atrevería por lo tanto a entrar en la tienda. Hecho esto, volvió junto a mí después de correr la cortina de fieltro, y sacóse del seno el talismán, tamaño como una nuez, y desenvolviéndolo cuidadosamente del envoltorio en que lo guardaba hizo ademán de tragárselo, aunque no puedo afirmar si se lo tragó en efecto. Lo cierto es que al poco rato cayó el samán al suelo tan yerto, frío y paralítico que hubiera parecido cadáver a no ser por el movimiento de los labios en respuesta a mis preguntas. La escena era en verdad dramáticamente embarazosa. Iba cayendo el día en brazos de la noche, y tan sólo quebraba la oscuridad de la tienda el mortecino fulgor de las ascuas que habían sido hoguera. La soledad me parecía aún más horrible junto a aquel cuerpo inerte; mas por fortuna tardó muy poco en variar la escena, porque oí una voz que, como si saliera de las entrañas del suelo en que yacía el samán, preguntó: “¡Mahandú! La paz sea contigo. ¿Qué me quieres?” no me sorprendió este fenómeno, por maravilloso que parezca, pues ya había visto a otros samanes en trances análogos, y así enfoqué toda mi fuerza mental en la entidad cuya voz había oído, y le dije mentalmente:

ESCENA MÁGICA EN TARTARIA

-Quienquiera que seas, ve a K y procura indagar el pensamiento de tal persona y qué está haciendo tal otra, y dile *** qué hacemos y en dónde estamos.

La voz respondió:

-Ya llegué. La anciana señora (90) está sentada en el jardín y se cala los anteojos para leer una carta.

-Entérate al punto del contenido de esa carta.

Preparé papel y lápiz y fui transcribiendo lo que la voz me dictaba lentamente, como si quisiera darme el tiempo necesario para la correcta transcripción de las palabras, pues hablaba en idioma válaco del que yo conocía la fonética, pero no el significado. De esta suerte llené toda una página.

Después dijo la voz que, aunque del mismo timbre del samán, resonaba cavernosa y como si de lejos viniese:

-Mira a Occidente, hacia la tercera pértiga de la yurta. El pensamiento de la señora está aquí.

Entonces se irguió el samán de medio cuerpo arriba y se abalanzó hacia mí, de suerte que me tomó de los pies con ambas manos y entre ellos apoyó la cabeza. La situación no me parecía muy agradable; pero la curiosidad vino en auxilio del valor. En el ángulo occidental de la tienda aparecía, como reflejo del cuerpo vivo, la trémula, oscilante y nebulosa figura espectral de una señora rumana de la región válaca, muy querida amiga mía, de temperamento místico, pero incrédula en absoluto respecto de los fenómenos psíquicos.

Dejo entonces la voz:

-Su pensamiento está aquí, pero su cuerpo yace inconsciente. No puedo traerla aquí de otro modo.

Interrogué al espectro en súplica de que me respondiese, mas en vano, pues si bien el semblante parecía gesticular con expresión de temor o angustia, no despegó los labios, y tan sólo creí oír a lo lejos, aunque tal vez fuese ilusión auditiva, una voz que decía en rumano: non se pôte (no es posible).

Durante dos horas tuve repetidas y evidentes pruebas de que el samán actuaba en su cuerpo astral, obediente a mis sugestiones mentales. Diez meses después recibí una carta de mi amiga en contestación a otra en que le enviaba yo la transcripción de lo dictado por la voz del samán. Corroboraba la señora todo cuanto yo había transcrito, pues según me dijo en su carta, estaba aquella mañana en el jardín entretenida en la prosaica ocupación de hacer conservas (91), y en un intervalo de la operación se sentó para leer una carta recibida de su hermano, cuando de pronto, a causa sin duda del mucho calor, según ella colegía, se desmayó y me vio en sueños sentada en una “tienda de gitanos”, en un paraje desierto que mi amiga describìa exactamente, añadiendo que ya no le era posible dudar por más tiempo de la verdad de estos fenómenos.

Pero el experimento tuvo una segunda y todavía mejor parte. En vista de nuestra crítica situación en aquel desierto, y con propósito de que nos sacara de ella, dirigí la entidad astral del samán hacia mi amigo kutchi de Lha-Ssa, que según dije está continuamente yendo y viniendo del Tíbet a la India británica. Realizóse felizmente mi propósito, porque al cabo de pocas horas llegó en nuestro socorro una partida de veinticinco jinetes capitaneados por un amigo personal del kutchi, un adepto a quien no había yo visto hasta entonces ni he vuelto a ver después, pues siempre está en la lamasería (sumay) donde no me fuera posible entrar. Mi amigo el kutchi le despachó en nuestro socorro tan luego como supo astralmente la situación en que nos hallábamos, y sin contratiempo llegaron al paraje que nadie hubiera podido encontrar por ordinaria orientación.

Fácil es que la generalidad de los lectores duden de cuanto acabamos de relatar; pero no así quienes con nosotros conozcan las dilatadísimas posibilidades de la actuación astral, sobre todo cuando este vehículo, como en el caso del samán, sirve de instrumento a una entidad superior (92).

LOS JUGLARES DE LA INDIA

Quien sólo haya presenciado las habilidades químicas, ópticas y mecánicas de los prestidigitadores europeos, quedará seguramente asombrado al ver las que sin aparatos a propósito llevan a cabo los juglares indos (93). Pero aunque los viajeros que no saben refrenar la fantasía exageran desmesuradamente sus relatos sobre el particular, los hay que se ciñen estrictamente a lo visto, como por ejemplo, el capitán O’Grady, quien dice:

He visto cómo un hombre lanzaba sucesivamente al aire unas veinte bolas numeradas en serie natural, que se elevaban hasta desaparecer de la vista de los espectadores. Entonces el juglar invitaba a un circunstante a que indicase el número de la bola que quisiera, y al punto caía violentísimamente al suelo la indicada. Estos juglares van medio desnudos y no emplean aparato alguno en sus suertes. También les he visto meterse en la boca tres especies de polvos diversamente coloreados y beber luego a chorrilo de un lotah o botijo de bronce tanta agua como les cabía en el cuerpo hasta rebosarle por la boca. Después vomitaron toda el agua que habían bebido y escupieron las tres porciones de polvo separadamente y completamente secos sobre un pedazo de papel (94).

Las belicosas tribus del Kurdestán, de puro origen indoeuropeo y sin una gota de sangre semita en las venas (95), son tan místicos como los indos y tan magos como los caldeos, en cuyo antiguo territorio se asentaron y lo defenderían si preciso fuese no sólo contra las ambiciones de Turquía sino contra Europa entera (96). Aunque unos son musulmanes de la secta de Omar y otros cristianos de la doctrina de Nestorio, o más bien de Maniqueo, sólo cabe llamarlos así nominalmente, porque en doctrina y prácticas son puramente magos. El número de los kaldanis llega a cien mil y están bajo la jurisdicción espiritual de dos patriarcas. Muchos de ellos son yezides.

Una de estas tribus se distingue por su afición al culto del fuego. Al salir y ponerse el sol desmontan los que viajan a caballo y con el rostro vuelto hacia el astro rezan la oración de la mañana o la de la tarde. en cada plenilunio celebran misteriosas ceremonias que duran toda la noche en una tienda dispuesta para el caso, en cuyo tupido telamen de lana negra campean misteriosos signos bordados en colores rojo intenso y amarillo. En el centro de la tienda se levanta un altar ceñido por tres cenefas de bronce, de las cuales penden aros sostenidos por trencillas de pelo de camello en número suficiente para que cada circunstante empuñe uno durante la ceremonia. Sobre el altar arde una lámpara oblonga de plata, de tres mecheros, con asa por el estilo de las lámparas sepulcrales egipcias que, según Kircher (97), se encontraron en los subterráneos de Menfis y en las ruinas de Persépolis (98). La forma de esta lámpara es parecida a una copa abultada en el centro y de figura de corazón en la parte superior. Los mecheros son triangulares y en el centro se dibuja un heliotropo invertido, cuyo tallo, graciosamente curvado, arranca del asa de la lámpara. Este adorno denota claramente que era uno de los vasos sagrados empleados en el culto del sol, pues los griegos llamaron heliotropo a la flor de este nombre por la semejanza de su corola con el disco solar. Los magos caldeos usaban también esta lámpara en las ceremonias cultuales, y tal vez su triple luz alumbró el rostro del rey hierofante Darío Hystaspes.

Hemos descrito tan al pormenor esta lámpara, porque hay una leyenda muy estrechamente relacionada con ella. Por referencias sabemos en qué consisten las ceremonias kurdas del plenilunio, pues aquellas gentes tienen exquisito cuidado en recatarse de los profanos y más todavía de los extranjeros. Sin embargo, pudimos enterarnos de que en cada tribu hay uno o varios ancianos, en sagrada veneración tenidos, que vaticinan el porvenir, descubren el pasado y aciertan cuanto se les consulta.

LA CONSULTA DEL ESPEJO

Hemos pasado algún tiempo entre los kurdos de diversas tribus (99) y podemos referir algún curioso suceso. En cierta ocasión robaron de la tienda una preciosa silla de montar, un tapiz y dos dagas circasianas con montura de oro cincelado. Una de las tribus kurdas, con su jefe a la cabeza, vino a protestar en nombre de Alá que el ladrón no era de los suyos. Así lo creímos, porque hubiera sido un hecho sin precedentes en aquellas tribus nómadas, tan famosas por el sagrado respeto con que tratan a sus huéspedes como por el desembarazo con que les roban y si a mano viene les asesinan en cuanto trasponen los límites de su aûl o campamento.

Un georgiano que iba en nuestra caravana sugirió entonces la traza de recurrir a los conocimientos del kudian o hechicero de aquella tribu, como así lo efectuamos con mucha solemnidad y sigilo al filo de la media noche en plenilunio. A la hora señalada nos acompañaron a la tienda anteriormente descrita, en cuyo abovedado techo se había abierto un lucernario cuadrangular por donde entraban los rayos de la luna para confundirse con los de las vacilantes llamas de la triple lámpara. El hechicero, anciano de gigantesca estatura cuyo piramidal turbante tocaba al techo de la tienda, después de murmurar durante algunos minutos varios conjuros que nos parecieron dirigidos a la luna, sacó un espejo redondo de los llamados “persas” y desenroscado que hubo la tapa echó el aliento sobre el cristal por espacio de diez minutos, para desempañarlo después con un manojo de hierbas mientras musitaba fórmulas de encantamiento. A cada frotación aumentaba la brillantez del espejo hasta emitir refulgentes y fosfóricos rayos en todas direcciones. Terminada la operación quedóse el hechicero espejo en mano, inmóvil como una estatua, y por fin murmuró entre labios: “Mira, Hanum, mira fijamente”. Aparecieron entonces sombrías manchas en el espejo donde momentos antes se reflejaba la radiante faz de la luna llena, y a los pocos segundos se dibujaron la silla, tapiz y dagas robados, como si surgieran del fondo de claras y cristalinas aguas, con los contornos cada vez más definidos. Después, una sombra más intensa todavía cubrió dichos objetos, sobre los cuales se fue gradualmente condensando hasta aparecer agachada encima de ellos la figura de un hombre, tan visiblemente como si se la mirara con telescopio.

-¡Lo conozco! –exclamé.- Es el tártaro que anoche vino a ver si le queríamos comprar la mula.

La imagen desapareció entonces como por ensalmo. El hechicero meneó la cabeza en señal de asentimiento y siguió inmóvil. A poco musitó extrañas palabras, y de pronto empezó a cantar con lenta y monótona modulación en lengua desconocida, hasta que al cabo de unas cuantas estrofas, sin cambiar de ritmo ni tono, chapurró en ruso a manera de recitado las siguientes palabras: “Ahora, Hanum, mira bien si podremos apresarle y dinos el hado del ladrón. Queremos saberlo esta misma noche...”

Volvieron a agruparse las sombras, y sin transición apenas vimos al tártaro tendido de espaldas sobre la silla en un charco de sangre y otros dos jinetes que a lo lejos galopaban. Tan horrorosa angustia me dio aquel cuadro que ya no quise ver más. Salió el hechicero de la tienda y noté que, como si les diese instrucciones, hablaba con unos kurdos allí en espera. Dos minutos después, una docena de jinetes bajaban a galope tendido por la montaña donde acampábamos, y a la mañana siguiente regresaron con los objetos robados. La silla estaba manchada de cuajarones de sangre y no quisimos tomarla. Refirieron que al perseguir al fugitivo echaron de ver que tras la cumbre de una lejana colina desaparecían dos jinetes, y que al correr hacia ellos dieron con el cadáver del ladrón tendido sobre los objetos robados, exactamente como le habíamos visto en el espejo mágico. Le habían asesinado los dos salteadores con intento de robarle, pero se vieron sorprendidos por el pelotón que despachó el viejo hechicero.

LA HECHICERÍA DEL SOPLO

En Oriente esta clase de hombres obtienen resultados notabilísimos con sólo soplar sobre una persona, ya con buena, ya con mala intención. Esto es puro hipnotismo, y los derviches que lo practican suelen intensificar el magnetismo animal con el de los elementos. Dicen que es peligroso colocarse de cara a determinados vientos, y nadie sería capaz de persuadir a un entendido en ciencias ocultas a que al ponerse el sol anduviese en la dirección en que sopla el viento. Conocimos a un viejo persa natural de Baku (100), a orillas del Caspio, que gozaba la poco envidiable fama de lanzar hechizos con la oportuna ayuda del viento que suele soplar en aquella ciudad, según da a entender su nombre (101). Si quien hubiese despertado la cólera del hechiero iba de cara al viento, aparecíasele aquél como por encanto, y cruzando el camino le soplaba en el rostro. Desde aquel punto quedaba la víctima afligida por todo linaje de males bajo el hechizo ordinariamente llamado “mal de ojo”.

Los anales franceses refieren varios casos de terrible índole, especialmente algunos relativos a sacerdotes católicos, que demuestran con toda evidencia el empleo del aliento humano con siniestros fines. Esta modalidad de hechicería se conoce de muy antiguo. El emperador Constantino estableció severísimas penas (102) contra quienes se valieran de la hechicería para violentar la castidad o mover a bajas pasiones. San Agustín amonesta contra el mismo vicio (103). San Jerónimo, San Gregorio Nacianceno y otras autoridades eclesiástricas se quejan de esta hechicería que no era infrecuente en el clero. Sobre el particular relata Baffet (104) el caso del párroco de Peifane, quien por artes de hechicería causó la perdición de una de sus feligreses, la respetable y virtuosa señora Du Lieu, por cuyo crimen le condenó a la hoguera el parlamento de Grenoble. En 1611 el de Provenza sentenció a la misma pena al clérigo Gaufridy por haber seducido en el confesionario a la penitente Magdalena de la Palud, soplándole la cara con el logrado intento de inspirarle concupiscente y violenta pasión hacia él.

Constan los casos precedentes en el informe oficial del mucho más famoso cuyo reo fue el influyentísimo P. Girard, procesado y juzgado ante el parlamento de Aix por haber seducido, valiéndose de hechicerías, a su penitente, la señorita Catalina Cadière, de Tolón, bella y piadosa joven de ejemplares virtudes que cumplía escrupulosamente con sus deberes religiosos. Esto fue la causa de su perdición, porque el P. Girard puso la vista en ella y desde aquel punto empezó a maquinar su desgracia. Con la hipócrita santidad que el jesuita aparentaba, supo captarse la confianza de la joven y de su familia, y muy luego halló ocasión de soplarle el rostro, de lo que la doncella sintió nacer una violenta pasión por su confesor y tuvo desde entonces visiones extáticas de índole religiosa, acompañadas de convulsiones histéricas y de estigmas de la Pasión. Deparósele por fin al clérigo la tan deseada coyuntura de hallarse a solas con su penitente, y volviendo a soplarle el rostro la dejó en desmayo, de que el hechicero se aprovechó para lograr su intento antes de recobrar el sentido la pobre muchacha. Durante algunos meses siguió el P. Girard sugestionando a su víctima con sofística palabrería para excitarle el fervor religioso y encubrirle la fealdad de su acción; pero no obstante las arterías empleadas por él, la señorita abrió por fin los ojos a la verdad, y enterados del caso sus padres incoaron proceso contra el seductor. La Compañía de Jesús empleó todo su poder e influjo en defensa del acusado, y según se dijo, gastó un millón de francos en el intento de invalidar las pruebas aducidas en el proceso. El 12 de Octubre de 1731 se dictó sentencia por los veinticinco magistrados del Parlamento, de los que doce votaron pena de muerte (105).

ESTIGMAS MÁGICOS

Los estigmas de la Pasión, que según el precedente relato aparecieron en el cuerpo de Catalina Cadière, eran señales cruentas de las espinas en la frente, de la lanzada en el costado y de las cuatro llagas de los clavos en manos y pies. Pero conviene añadir que los mismos estigmas aparecieron en el cuerpo de otras seis penitentes del mismo jesuita, las señoras de Guyol, Laugier, Grodier, Allemande, Batarelle y Reboul. Se echó de ver que las más hermosas penitentes del P. Girard mostraban extraña predisposición a los estigmas y a los éxtasis. También descubrió el ecamen quirúrgico parecidos estigmas en la señorita Palud, seducida por el cura Gaufridy.

En todo esto hay motivo para llamar la atención de cuantos (y especialmente los espiritistas) atribuyen estos estigmas a la acción de espíritus puros. Porque dando de mano a la influencia del diablo (a quien ya dejamos tranquilo en otro capítulo), apurados se verían los católicos, no obstante la infalibilidad de su Iglesia, para distinguir entre los estigmas procedentes de hechicería y los que, según ellos, son obra del Espíritu Santo o de los ángeles. La Iglesia achaca a remedos forjados por el diablo la simulación de estos signos de santidad; pero el subterfugio no sirve, porque el diablo está ya fuera de combate.

Quienes hasta aquí hayan perseverado en la lectura de esta obra preguntarán cuál es su finalidad práctica. Mucho se ha dicho acerca de la magia y sus potencialidades, así como de la incalculable antigüedad de su ejercicio. ¿Acaso afirmamos que todo el mundo ha de conocer y practicar las ciencias ocultas? ¿Acaso intentamos substituir el moderno espiritismo por la magia antigua? Ni una cosa ni otra. No cabría tal substitución ni fuera posible divulgar el estudio de la magia, sin promover enormes peligros públicos. En el momento de escribir estas líneas nos enteramos de la prisión de un conocido hipnotizador y espiritista, acusado de violar a una mujer por él hipnotizada. Todo hechicero es un enemigo público, y el hipnotismo puede convertirse fácilmente en hechicería de la peor especie.

No pretendemos que los científicos, teólogos y espiritistas sean magos en ejercicio, sino convencerles de que antes de nuestra época se conocieron ya la verdadera ciencia, la religión pura y los fenómenos auténticos. Quisiéramos que todos cuantos tienen alguna influencia en la educación de las gentes supieran primero, para enseñarlo después, que las obras legadas por los antiguos son los más seguros guías para lograr la sabiduría y la felicidad humanas; y que en los países donde los preceptos de los antiguos filósofos sirven de norma de conducta a las gentes, son más sublimes las aspiraciones espirituales y mucho más elevado el nivel moral. Quisiéramos generalizar el convencimiento de que las potencias mágicas son potencias espirituales y laten en todo hombre. Quisiéramos que actualizasen estas potencias cuantos sienten verdadera vocación al magisterio y están dispuestos a la disciplina y dominio internos que su desenvolvimiento demanda.

Muchos hombres vislumbraron la verdad y creyeron por ello poseerla plenamente. Sin embargo, estos hombres no hicieron el bien que desearon y hubieran podido hacer, porque la vanidad personal se interpuso entre los creyentes y la verdad completa que tras ellos refulgía. El mundo no necesita iglesias sectariamente exclusivistas, llámense de Buda, Jesús, Mahoma, Swedenborg, Calvino o cualquier otro instructor religioso. Si la verdad es una, también ha de ser una la iglesia necesaria para la humanidad, y esta iglesia es el reino de Dios que está en nosotros; el templo interior que, aunque circuido de los muros de la materia, es fácilmente accesible para quienes acierten con el sendero que conduce a la entrada. Así los limpios de corazón verán a Dios.

La trinidad de la Naturaleza es la cerradura de la magia y la trinidad del hombre su llave. En el solemne recinto del santuario no tuvo ni tiene nombre la SUPREMA DIVINIDAD innominada, inconcebible e inefable. Pero todo hombre halla a Dios en su interior.

En el Khordah-Avesta pregunta el alma desencarnada ante las puertas del Paraíso: “¿Quién eres, ¡oh hermosísimo ser!?”. Y le responden: “Soy, ¡oh alma!, tus puros y buenos pensamientos, tus buenas acciones, tu buena ley..., tu ángel... y tu Dios”. Entonces el hombre espiritual se reúne consigo mismo, porque este “Hijo de Dios” es uno con él, es su propio Mediador, el Dios de su alma humana, su Justificador. Así dice Platón: “Dios no se revela inmediatamente al hombre, sino que el espíritu es su intérprete” (106).

LOS BLANCOS, INEPTOS PARA LA MAGIA

Pero muy poderosas razones dificultan además el estudio práctico de la magia en Europa y América (aunque consientan el teórico), por la general incapacidad de la raza blanca para la comprensión experimental de la más difícil ciencia.

No importa que el hombre de raza blanca intente este estudio en su propio país o en los de Oriente. Fracasará igualmente, porque con toda probabilidad, de cada millón de europeos y americanos tan sólo uno tiene las aptitudes físicas, psíquicas y espirituales que demanda el estudio práctico de la magia; y entre diez millones ni uno solo reuniría las condiciones requeridas para su ejercicio.

El hombre civilizado carece de la prodigiosa resistencia física y mental de los orientales, ni tampoco tiene su apacible temperamento y benigna idiosincrasia. El indo, el árabe, el tibetano, han heredado la intuitiva percepción de que la voluntad humana puede dominar las ocultas fuerzas de la Naturaleza, y tienen por otra parte mucho más agudos que las gentes de Occidente los sentidos del cuerpo y del espíritu. El diferente espesor del cráneo de un europeo, comparado con el de un indo meridional, no supone superioridad psicológica, sino que es un accidente climatológico debido a la mayor intensidad de los rayos solares.

Además, el hombre civilizado tropezaría con tremendas dificultades en el curso de su adiestramiento, si vale la palabra, porque todos están contaminados de la secular superstición dogmática y del tan desarraigable como injusto sentimiento de superioridad respecto de a quienes los ingleses llaman despectivamente “negros”. Difícilmente se sometería el blanco europeo o americano a la instrucción práctica que sin mayor esfuerzo reciben un copto, un brahmán o un lama.

Para merecer el título de neófito es preciso entregarse en cuerpo y alma al estudio de las ciencias místicas, entre las cuales es la magia imperativa y celosa amante que no tolera rival. Contra lo común en las demás ciencias, de nada sirve en la magia el conocimiento teórico de las fórmulas si no hay capacidad mental para comprenderlas ni potencia espiritual para aplicarlas. El espíritu ha de mantener sujeta la combatividad de la mal llamada razón educada, hasta que los hechos hayan triunfado de la insulsa sofistería.

Los espiritistas son quienes mejor dispuestos están al estudio del ocultismo, aunque por efecto de sus preocupaciones se hayan opuesto obstinadamente hasta ahora a que se hablara de ello en público. A pesar de las insensatas negativas, son reales y auténticos los fenómenos espiritistas; pero a pesar también de su autenticidad se equivocaron por completo los afiliados a dicha escuela, cuyo descrédito dimanó de la insuficiente hipótesis que exclusivamente atribuye los fenómenos a espíritus desencarnados. Una infinidad de mortificantes fracasos no han logrado convertir ni su razón ni su intuición a la vedad. Ignorantes de las enseñanzas del pasado, no han descubierto otras capaces de suplirlas. Nosotros les brindamos deducciones filosóficas en vez de hipótesis incomprobables y el análisis y la demostración científica a cambio de la fe ciega. La filosofía oculta les proporcionará medios de responder a las racionales demandas de la ciencia y les librará de la humillante necesidad de recibir las oraculares enseñanzas de “inteligencias” por lo general más flacas que las de los niños de la escuela. Así fundados y robustecidos, los modernos fenómenos merecerían la estudiosa atención y el respeto de quienes dirigen la mentalidad colectiva. Si el espiritismo rechaza este auxilio, ha de resignarse a vegetar igualmente repudiado, y no sin razón, por científicos y teólogos, porque en su moderna modalidad no es ciencia ni religión ni filosofía.

INFERIORIDAD DEL ESPIRITISMO

¿Somos acaso injustos? ¿Habrá algún espiritista de sano criterio que nos acuse de haber retorcido esta cuestión? ¿Qué podrá exponernos sino embrollo de teorías y mescolanza de hipótesis mutuamente contradictorias? ¿Será capaz de afirmar que el espiritismo, no obstante sus treinta años de manifestaciones fenoménicas, constituye una filosofía ordenadamente eslabonada ni siquiera algo con apariencias de método definido que acepten y sigan sus conspicuos representantes?

Sin embargo, esparcidos por el mundo hay profundos eruditos y entusiastas escritores espiritistas que, además de la científica disciplina mental y de la razonada fe en el fenómeno por sí mismo, reúnen los requisitos necesarios para dirigir el movimiento. ¿Por qué se abstienen de colaborar en la formación de un sistema filosófico y se limitan a publicar obras aisladas o a colaborar en la prensa? No ciertamente por falta de valor moral, del que dan prueba en sus escritos, ni tampoco por indiferencia, pues sobrado entusiasmo hay en su campo y están convencidos de cuanto hacen, ni siquiera por falta de capacidad, ya que hombres hay entre ellos que pueden igualarse con los más esclarecidos talentos. Es porque, casi sin excepción, les confunden las contradicciones con que tropiezan y esperan que futuras experiencias confirmen sus aventuradas hipótesis. Tal es, sin duda, el método de investigación científica; el que siguió Newton al diferir por diecisiete años con el heroísmo propio de su noble y generoso ánimo la exposición de su teoría de la gravedad universal porque no estaba todavía plenamente convencido de ella.

El espiritismo, cuya índole es más bien agresiva que defensiva, acertó en sus tendencias iconoclastas; pero no tuvo en cuenta que demoler no es construir. Toda verdad realmente substancial que proclama, queda muy luego sepultada en confusas ruinas bajo un alud de quimeras. A cada paso que da el espiritismo, a cada nueva posición ventajose de que se apodera en el terreno de los hechos, sigue un desastre en forma de fraude o descrédito que le quita lo ganado y le reduce a la impotencia, pues los espiritistas no pueden y sus invisibles amigos no quieren, o tal vez pueden menos todavía, probar sus afirmaciones. Estriba su fatal debilidad en que sólo disponen de una hipótesis para explicar los tan combatidos fenómenos, o sea la actuación de los espíritus humanos desencarnados, a quienes rendidamente se sujeta el médium. Con vehemencia digna de mejor causa, atacan los espiritistas a cuantos discrepan de esta opinión y repudian todo argumento impugnador de su hipótesis como ofensa inferida a su buen sentido y a sus facultades de observación, por lo que ni siquiera accederán a discutir el asunto.

Así, pues, ¿cómo puede elevarse el espiritismo a la categoría de ciencia? La ciencia, según nos dice Tyndall, requiere para serlo tres condiciones necesarias: observación de los hechos, inducción de las leyes y reiterada comprobación experimental de estas mismas leyes. ¿Qué observador experto reconocerá en el espiritismo estas tres condiciones? El médium no está siempre en circunstancias de rigurosa comprobación, y por lo tanto las inducciones derivadas de los supuestos hechos carecen de elementos comprobatorios y son dudosas, con añadidura de que no las ha corroborado la experiencia. En suma, falta el primer elemento de certeza.

Para que no se nos inculpe de haber expuesto tendenciosamente la situación del espiritismo en los actuales momentos, ni de negar los progresos que verdaderamente haya hecho, apuntaremos que en la asamblea quincenal de los espiritistas londinenses, celebrada el 19 de Febrero de 1877 se suscitó un debate sobre el tema: Pensamiento antiguo y espiritismo moderno, en el que terciaron algunos de los más inteligentes espiritistas de Inglaterra, entre ellos Stainton Moses, quien había estudiado recientemente la relación entre los fenómenos antiguos y modernos. Dijo así:

HABLA UN ESPIRITISTA

El espiritismo vulgar no es científico y muy poco adelanta en el orden de la comprobación científica. Además, el espiritismo exotérico no va, por lo general, más allá de la presunta comunicación con amigos personales, del alimento de la curiosidad o de la mera exhibición de fenómenos... La verdadera ciencia esotérica del espiritismo es muy rara y tan rara como valiosa. De ella debiéramos extraer los conocimientos que hubiésemos de explanar exotéricamente... Imitamos demasiado el procedimiento de los físicos, y nuestras pruebas son bastas y con frecuencia ilusorias, de suerte que sabemos poquísimo de la proteica energía del espíritu. Los antiguos estaban en esto incomparablemente más adelantados que nosotros y mucho es lo que pueden enseñarnos. No hemos establecido con certeza las condiciones de experimentación según requieren indispensablemente las investigaciones científicas. Esto dimana principalmente de que nuestros círculos están constituidos sin sujeción a principios... Ni siquiera hemos comprendido las verdades elementales de los médiums. Tanto ocupó nuestra atención lo maravilloso, que apenas hemos catalogado los fenómenos ni siquiera expuesto una hipótesis satisfactoriamente explicativa del más sencillo... Nunca afrontamos la pregunta: ¿Qué es la inteligencia? Tal es nuestro escollo; tal nuestro más frecuente manantial de error, y aquí podríamos aprender provechosamente de los antiguos. Los espiritistas repugnan admitir la posibilidad de las verdades ocultas. En este punto son tan difíciles de convencer como lo es el vulgo respecto del espiritismo. Los espiritistas parten del falaz principio de que todos los fenómenos derivan de la acción de espíritus humanos desencarnados y no se han percatado de las potencias del humano espíritu. Desconocen, los límites del campo de acción del espíritu y lo que en su interior subyace (107).

No cabe definir mejor nuestras afirmaciones. Si el espiritismo ha de ser algo en el porvenir depende de hombres como Stainton Moses.

Hemos terminado nuestra obra, y ¡ojalá la hubiésemos mejor cumplido! Pero a pesar de nuestra inexperiencia en el arte de componer libros, y no obstante la grave dificultad de escribir en idioma extraño, creemos haber dicho algo que perdure en la mente de los pensadores. Quedan contados y puestos en revista los enemigos de la verdad. La ciencia moderna, incapaz de satisfacer las aspiraciones de la humanidad, le arrebata toda esperanza y deja vacío el porvenir. Es, hasta cierto punto, como el baitalpachisi, el vampiro de la fantasía popular de los indos que vive en los cadáveres de cuya podredumbre se alimenta. Los más preclaros talentos de la época han restregado la teología cristiana hasta descubrir su urdimbre, y hemos visto que en conjunto es más bien subversiva que estimuladora de espiritualidad y sana moral, porque en vez de exponer las reglas de la ley divina y de la divina justicia, no habla más que de sí misma y antepone el espíritu maligno a la sempiterna Divinidad, de suerte que confunde a Dios con el diablo. “No nos dejes caer en la tentación” es la súplica de los cristianos. ¿Quién es el tentador? ¿Satanás? No va dirigida a él la súplica. Es aquel genio tutelar que endureció el corazón del rey de Egipto, que infundió el maligno espíritu en Saúl, que envió mendaces mesajeros a los profetas e indujo a pecar al rey David. Es el bíblico Dios de Israel.

Nuestro examen de la multitud de creencias religiosas que en una u otra época ha profesado la humanidad demuestra evidentemente el común origen de todas ellas, como si fuesen diversos modos de expresar el ardiente anhelo que las encarceladas almas sienten de comunicarse con las celestes esferas. Así como el prisma desompone la luz blanca en los colores del iris, así también el rayo de la verdad divina, al atravesar el triédrico prisma de la humana naturaleza, se quiebra en los coloreados fragmentos que se llaman RELIGIONES. Y así como los rayos del espectro se funden uno en otro por imperceptibles gradaciones, también así las teologías divergentes del centro original vuelven a converger en los cismas, herejías, escuelas y brotes surgidos de todos lados. En sintético conjunto, resumen la verdad eterna; separadas, no son más que sombras del error humano y signos de imperfección. El culto de los pitris védicos se convierte rápidamente en el culto de la porción más espiritual del linaje humano. sólo necesita la recta percepción de las cosas objetivas para el final descubrimiento de que el único mundo real es el mundo subjetivo.

El despectivamente llamado paganismo fue sabiduría antigua, de Divinidad henchida, y el cristianismo y el islamismo tomaron cuanto de inspirado tienen de su étnico padre el judaísmo. El induísmo prevédico y el budismo son la doble fuente de que brotaron todas las religiones. El nirvana es el océano donde todas han de verter.

Para los fines del análisis filosófico no hemos necesitado tener en cuenta las enormidades que han entenebrecido el recuerdo de muchas religiones del mundo. La verdadera fe es el vaso corporal de la caridad divina, y humanos y sólo humanos son los ministros de sus altares. Al hojear las sangrientas páginas de la historia eclesiástica, echamos de ver que siempre fue el mismo el argumento de la tragedia, aunque representada por distintos actores con diversos trajes.

LA VERDAD UNIVERSAL

Pero la noche eterna planeaba en todo y sobre todo, y nosotros pasamos de lo visible a lo invisible. Nuestro ferviente anhelo ha sido enseñar a las almas sinceras a descorrer el velo, para que en el resplandor de aquella Noche transmutada en Día contemplen serenamente la VERDAD SIN VELO.

FIN DE LA OBRA

*

Este libro fue digitalizado para distribución libre y gratuita a través de la red

Revisión y Edición Electrónica de Hernán.

Rosario - Argentina

10 de Julio 2003 – 22:59

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