La teoría de la evolución

I. Sobre la variación de los seres orgánicos en estado natural

I

SOBRE LA VARIACIÓN DE LOS SERES ORGÁNICOS EN ESTADO NATURAL

SOBRE LOS MEDIOS NATURALES DE SELECCIÓN; SOBRE LA COMPARACIÓN DE LAS RAZAS DOMÉSTICAS Y LAS ESPECIES VERDADERAS

POR CHARLES DARWIN

De Candolle ha declarado en un elocuente pasaje que toda la naturaleza se encuentra en guerra, bien de unos organismos contra otros, bien contra la naturaleza externa. A la vista del semblante feliz de la naturaleza, al principio podría ponerse en duda esta aseveración, pero la reflexión prueba ineludiblemente que es muy cierta. Esta guerra, sin embargo, no es constante, sino que se repite en grado leve en períodos cortos y de forma más severa en períodos ocasionales y más distantes, por lo que no es difícil pasar por alto sus efectos. Es la doctrina de Malthus aplicada en la mayoría de los casos con una fuerza diez veces mayor. Como en todos los climas hay estaciones de mayor o menor abundancia para cada uno de sus habitantes, todos crían cada año; además, la contención moral, que en mayor o menor medida frena el crecimiento de la humanidad, falta aquí por completo. Pero incluso la humanidad, que cría con lentitud, ha doblado su tamaño en veinticinco años, y si pudiera aumentar su alimento con mayor facilidad la doblaría en un tiempo menor. En el caso de los animales, si no intervienen medios artificiales, la cantidad de alimento de cada especie debe mantenerse constante por término medio en tanto el aumento de los organismos tiende a ser geométrico y, en la gran mayoría de los casos, con una razón de incremento muy elevada. Supongamos que en cierto lugar hay ocho parejas de pájaros y que de ellas sólo cuatro consiguen sacar adelante (contando las nidadas dobles) cuatro pollos cada año, y que también éstos sacan adelante pollos en la misma proporción; entonces, al cabo de siete años (una vida corta para cualquier pájaro, si se excluye la muerte violenta) habrá 2048 pájaros en lugar de los dieciséis originales; como este aumento es prácticamente imposible, debemos concluir que o bien los pájaros no crían a la mitad de sus pollos o que la vida media de un pájaro, una vez criado, no alcanza los siete años a causa de accidentes. Es probable que actúen ambas formas de control. El mismo tipo de cálculo aplicado a todos los vegetales y animales arroja resultados sorprendentes en mayor o menor medida, pero en pocos casos tan llamativos como en el caso del hombre.

Disponemos de muchas ilustraciones prácticas de esta rápida tendencia a aumentar. En algunas temporadas peculiares se produce un aumento extraordinario de ciertos animales; por ejemplo, en La Plata durante los años 1826 a 1828, cuando a causa de la sequía murieron millones de vacas y el país entero quedó infestado de ratones. No hay duda de que durante la temporada de cría todos los ratones suelen aparearse (a excepción de unos pocos machos y hembras sobrantes), y que por tanto su imponente aumento durante tres años hay que atribuirlo a la supervivencia de un número de crías mayor de lo habitual tras el primer año, las cuales a su vez habrían criado, y así sucesivamente hasta el tercer año, cuando disminuyó su abundancia con la llegada de las lluvias. Son muchos los relatos de cómo allí donde el hombre introduce plantas y animales en un lugar nuevo que les resulte favorable, en un número sorprendentemente corto de años el lugar entero queda abarrotado de ellos. Este aumento tendría que frenarse cuando el lugar queda repleto; sin embargo, por lo que sabemos de los animales salvajes, tenemos razones para creer que todos se aparean al llegar la primavera. En la mayoría de los casos es muy difícil imaginar dónde se produce el freno, aunque no cabe duda de que por lo general estará en las semillas, los huevos y las crías; pero cuando recordamos lo imposible que resulta incluso en el caso de los humanos (mucho mejor conocidos que cualquier otro animal) inferir a partir de observaciones repetidas y casuales cuál es la duración media de la vida, o descubrir la diferencia en el porcentaje de muertes respecto al de nacimientos en distintos países, no debe sorprendernos que no podamos ver dónde se producen los frenos en los animales y las plantas. Conviene recordar que en la mayoría de los casos los frenos se suceden cada año en un grado pequeño pero regular, y en grado extremo en años inusualmente fríos, calurosos, secos o lluviosos, según sea la constitución del organismo en cuestión. Alíviese en lo más mínimo cualquiera de los frenos y la potencia geométrica de aumento de todo organismo hará que aumente al instante el número promedio de individuos de la especie favorecida. La naturaleza puede compararse con una superficie sobre la que descansan diez mil cuñas afiladas, juntas hasta tocarse y clavadas por golpes incesantes. Se requiere mucha reflexión para comprender cabalmente el alcance de estas ideas. Respecto al hombre hay que estudiar a Malthus, y todos los casos como el de los ratones de La Plata, el de las vacas y los caballos llevados a América del Sur, el de los pájaros de nuestros cálculos, etcétera, deben considerarse con la debida atención, reflexionando sobre el enorme poder de multiplicación inherente a todos los animales y que actúa año tras año, reflexionando sobre las innumerables semillas dispersadas cada año sobre toda la faz de la Tierra mediante un centenar de ingeniosos artificios, pese a todo lo cual tenemos fundadas razones para suponer que el porcentaje medio de cada uno de los habitantes de un país se mantiene constante. Por último, debe tenerse en cuenta que este número medio de individuos de cada país se mantiene (siempre que no cambien las condiciones externas) mediante luchas recurrentes contra otras especies o contra la naturaleza externa (como en la frontera de las regiones árticas, donde el frío frena la vida), y que por lo general los individuos de cada especie retienen su lugar o bien por su propia lucha y capacidad para adquirir nutrimento en algún período de su vida, a partir del huevo, o bien por la lucha de sus progenitores (en organismos de vida corta, cuando el principal freno se produce a intervalos más largos) contra otros individuos de la misma o de diferente especie.

Pero imaginemos que se alteran las condiciones externas del lugar. Si el cambio es leve, en la mayoría de los casos las proporciones relativas de los habitantes sólo se modificarán ligeramente. Pero supongamos que el número de habitantes es pequeño, como ocurre en una isla, y que está restringido el libre acceso desde otros lugares; y supongamos además que el cambio en las condiciones es continuado y crea nuevos hábitats. En esta situación, los habitantes originales dejarán de estar tan perfectamente adaptados a las nuevas condiciones como lo estaban antes. Se ha visto en una sección anterior de esta obra que estos cambios en las condiciones externas, al actuar sobre el sistema reproductor, probablemente hagan que la organización de los seres más afectados se torne plástica, tal y como ocurre en estado de domesticación. Ahora bien, a la vista de la lucha de cada individuo para obtener su subsistencia, ¿puede dudarse de que la más minúscula variación de la estructura, los hábitos o los instintos que adapte mejor al individuo a las nuevas condiciones se manifestará en su salud y vigor? En la lucha tendrá una mayor probabilidad de sobrevivir, y aquellos de sus descendientes que hereden la variación, por ligera que sea, tendrán también una mayor probabilidad. Como cada año nacen más individuos de los que pueden sobrevivir, a la larga la más pequeña inclinación de la balanza decide quién cae en las garras de la muerte y quién sobrevive. Dejemos que este trabajo de selección, de un lado, y de muerte, del otro, prosigan durante mil generaciones; ¿quién se atreve a afirmar que no se producirá ningún efecto, teniendo en cuenta lo que en pocos años ha conseguido Bakewell con vacas y Western con ovejas ayudándose de idéntico principio de selección?

A modo de ejemplo, imaginemos un proceso de cambio en una isla. Supongamos que la organización de un cánido que se alimenta de conejos, pero que en ocasiones también caza liebres, se torna ligeramente plástica; supongamos que esos mismos cambios hacen que la abundancia de conejos disminuya muy lentamente y que poco a poco aumente la de liebres. Esto hará que el zorro o perro se vea empujado a intentar capturar más liebres. Pero como su organización es ligeramente plástica, los individuos de constitución más esbelta, de patas más largas y vista más aguda se verán levemente favorecidos y, por pequeña que sea la diferencia, tenderán a vivir más tiempo y a sobrevivir durante las épocas del año en las que el alimento sea más escaso; también sacarán adelante más cachorros, que tenderán a heredar esas ligeras peculiaridades. En cambio, los menos veloces serán rigurosamente aniquilados. No hallo más razones para dudar de que al cabo de un millar de generaciones estas causas acabarán por producir un efecto marcado, adaptando la forma del zorro o perro a la caza de liebres en lugar de conejos, que para dudar de que los galgos pueden mejorarse mediante una cuidadosa selección y cría. Lo mismo ocurriría con plantas en circunstancias parecidas. Si el número de individuos de una especie de semillas plumosas aumentase gracias a un mayor poder de diseminación en su propia área (es decir, si el principal freno al aumento estuviera en las simientes), las semillas con un poco más de pelo a la larga se diseminarían mejor y, por tanto, germinaría un mayor número de este tipo de semillas, que a su vez tenderían a producir plantas que heredarían una semilla más plumosa y mejor adaptada(44).

Además de este medio natural de selección, por el cual se preservan, ya sea en forma de huevo o simiente, ya en estado maduro, los individuos mejor adaptados al lugar que ocupan en la naturaleza, en la mayoría de los animales unisexuales existe un segundo agente que tiende a producir el mismo efecto, a saber, la lucha de los machos por las hembras. Estas luchas suelen resolverse por la ley de la batalla; en las aves, sin embargo, parece que las decide el atractivo del canto, la belleza de las plumas o la destreza en el cortejo, como en la danza del tordo rupestre de Guayana. Los machos más vigorosos y sanos, y por consiguiente los mejor adaptados, suelen conseguir la victoria en sus contiendas. Este tipo de selección, sin embargo, es menos riguroso que el otro; no requiere la muerte de los menos afortunados, pero les da menos descendientes. Además, estas luchas se realizan en un momento del año en el que, por lo general, abunda el alimento, y quizá su principal efecto sea la modificación de los caracteres sexuales secundarios, que no tienen relación alguna con la obtención de alimento o la defensa frente a los enemigos naturales, sino más bien con la lucha o la rivalidad entre ellos. El resultado de esta lucha entre machos puede compararse en algunos aspectos con el producido por aquellos ganaderos que ponen menos atención en la selección cuidadosa de sus animales jóvenes y más en el uso ocasional de un macho escogido.

Download Newt

Take La teoría de la evolución with you