La teoría de la evolución

Capítulo X. Recapitulación y conclusión

CAPÍTULO X

RECAPITULACIÓN Y CONCLUSIÓN

RECAPITULACIÓN

Recapitularé ahora el curso de esta obra, más detalladamente las primeras partes y brevemente las últimas. En el primer capítulo hemos visto que la mayoría de los seres orgánicos, si no todos, cuando son apartados por el hombre de sus condiciones naturales y criados durante varias generaciones, varían, y esta variación se debe en parte a los efectos directos de las nuevas influencias externas y en parte a su efecto indirecto sobre los órganos de la reproducción, que torna en cierta medida plástica la organización de la descendencia. De las variaciones así producidas, el hombre, cuando aún no está civilizado, preserva de manera natural la vida e involuntariamente cría los individuos que le resultan más útiles en su estado natural; cuando semicivilizado, separa intencionadamente esos individuos y los cría. Al parecer, todas las partes de la estructura pueden variar ocasionalmente en muy ligero grado, y es realmente prodigioso hasta qué punto se tornan heredables todos los tipos de peculiaridades de la mente y del cuerpo, tanto si son congénitas como si son adquiridas lentamente por influencias externas, por ejercicio o por desuso. Una vez formadas varias razas, el cruzamiento es la fuente más fecunda de nuevas razas. Por supuesto, la variación estará gobernada por la salud de la nueva raza, por la tendencia a retornar a las formas ancestrales y por leyes desconocidas que determinan el aumento proporcional y simetría del cuerpo. La cantidad de variación producida por la domesticación es bastante desconocida en la mayoría de los seres domésticos.

En el segundo capítulo hemos mostrado sin dejar lugar a dudas que también en estado silvestre los organismos varían en un ligero grado, y que el tipo de variación, aunque muy inferior en grado, es parecida a la de los organismos domésticos. Es muy probable que todo ser orgánico varíe si se ve sometido durante varias generaciones a condiciones nuevas y variables. Sabemos con certeza que los organismos que viven en lugares aislados sujetos a cambios geológicos deben, con el curso del tiempo, verse sometidos a nuevas condiciones; también cuando un organismo es transportado de manera fortuita a una nueva estación, por ejemplo a una isla, con frecuencia se verá sometido a condiciones nuevas y rodeado de una nueva colección de seres orgánicos. Si no actuase ningún poder de selección sobre toda ligera variación que abriera nuevas fuentes de subsistencia para un ser así situado, los efectos del cruzamiento, la posibilidad de muerte y la constante tendencia al retorno a la antigua forma progenitora impedirían la producción de nuevas razas. Si actuase algún agente de selección, resultaría imposible asignar un límite a la complejidad y belleza de las estructuras adaptativas que podrían producirse de este modo, pues ciertamente se desconoce el límite de la variación posible en los seres orgánicos, ya sea en estado doméstico, ya en estado silvestre.

Se mostró a continuación que, por la tendencia al aumento geométrico en la multiplicación de cada especie (como pone de manifiesto lo que sabemos de la humanidad y de otros animales cuando las circunstancias les son favorables), y por el hecho de que los medios de subsistencia de todas las especies se mantienen por término medio constantes, durante alguna parte de la vida de cada una, y durante cada pocas generaciones, debe producirse una severa lucha por la existencia, y que menos de un grano en la balanza bastará para determinar qué individuos vivirán y cuáles morirán. Así pues, en una región que experimente cambios y que se encuentre cortada a la inmigración libre de especies mejor adaptadas al nuevo hábitat y condiciones, no puede dudarse de que actuará un poderoso medio de selección que tenderá a preservar aún la más ligera de las variaciones que ayude a la subsistencia o defensa, durante cualquier parte de su existencia, de aquellos seres orgánicos cuya organización se hubiese tornado plástica. Además, en los animales con los sexos diferenciados, se produce una lucha sexual por la que los más vigorosos, y por consiguiente mejor adaptados, procrean su forma con mayor frecuencia.

Una nueva raza formada de este modo por selección natural sería indistinguible de una especie. Pues al comparar, de un lado, las diversas especies de un género y, de otro lado, las diversas razas domésticas con un tronco común, no podemos discriminar entre ellas por la cantidad de diferencia externa, sino sólo, en primer lugar, por el hecho de que las razas domésticas no permanecen tan constantes ni son tan «puras» como las especies; y, en segundo lugar, porque las razas siempre producen descendencia fértil cuando se cruzan entre ellas. Se mostró entonces que, debido a que la variación es más lenta, a que la selección conduce con firmeza siempre hacia los mismos fines, a que cada nuevo cambio ligero de la estructura estará adaptado (como implica su selección) a las nuevas condiciones y plenamente ejercitado, y, por último, a que estará libre de cruces ocasionales con otras especies, una raza seleccionada en la naturaleza será casi de necesidad más «pura» que una raza seleccionada por el hombre, que es caprichoso, ignorante y de vida corta. En cuanto a la esterilidad de las especies al cruzarlas, se demostró que no se trataba de un carácter universal, y que, cuando estaba presente, era de grado variable; se mostró también que la esterilidad probablemente dependa menos de diferencias externas que de diferencias constitucionales. Y se mostró asimismo que cuando se colocan individuos de plantas y animales en nuevas condiciones, aun cuando su salud no se vea mermada, se tornan estériles del mismo modo y en el mismo grado que los híbridos; y es por tanto concebible que la descendencia del cruzamiento entre dos especies de constitución distinta vea afectada su constitución del mismo modo peculiar que cuando se coloca un individuo de planta o animal bajo nuevas condiciones. Cuando el hombre selecciona razas domésticas tiene poca voluntad y aún menos poder para adaptar la armazón entera a las nuevas condiciones; en cambio, en la naturaleza, donde cada especie sobrevive mediante la lucha con otras especies y con la naturaleza externa, el resultado debe ser muy distinto.

Las razas que descienden de un mismo tronco se compararon entonces con las especies del mismo género, y se encontró que presentaban algunas sorprendentes analogías. La descendencia del cruzamiento de razas, es decir, los mestizos, se compararon con la descendencia del cruzamiento de especies, es decir, los híbridos, y se encontró que se asemejaban en todos sus caracteres, con la excepción de la esterilidad, pero aun ésta, cuando está presente, a menudo se torna de grado variable al cabo de varias generaciones. Se resumió el capítulo, y se mostró que no se conoce ningún límite a la cantidad de variación, y que ni siquiera se podrá predecir aun con el debido tiempo y cambio de las condiciones. Se admitió entonces que si bien es probable la producción de nuevas razas, indistinguibles de nuevas especies, debemos buscar pruebas directas de ello en las relaciones, tanto presentes como pasadas, en la distribución geográfica de los innumerable seres que nos rodean, así como en sus afinidades y en su estructura.

En el tercer capítulo se consideraron las variaciones heredables de los fenómenos mentales de los seres orgánicos domésticos y silvestres. Se estableció que en esta obra no estamos interesados en el origen primero de las principales cualidades mentales, sino en que los gustos, las pasiones, el temperamento, los movimientos consensuales y los hábitos hayan sido modificados, ya sea congénitamente, ya durante la edad madura, y heredados. Se encontró varios de estos hábitos modificados que se correspondían, en cada uno de sus caracteres esenciales, con los instintos verdaderos, y que seguían las mismas leyes. Los instintos y el temperamento, etcétera, son tan importantes para la preservación y aumento de las especies como su estructura corporal, y por tanto los medios naturales de selección actuarán sobre ellos y los modificarán del mismo modo que sobre las estructuras corporales. Concedido esto, así como la proposición de que los fenómenos mentales son variables y que las modificaciones son heredables, se consideró la posibilidad de que algunos de los más complejos instintos fueran adquiridos lentamente, y se halló que, dada la imperfecta serie de instintos de los animales que hoy existen no se justifica prima facie el rechazo de la teoría de la ascendencia común de organismos afines por la dificultad de imaginar las fases de transición de los diversos instintos que en la actualidad son más complejos y portentosos. Nos vimos de este modo llevados a considerar la misma pregunta con respecto a los órganos muy complejos y a los agregados de varios de esos órganos, es decir, los seres orgánicos individuales; y se mostró, por el mismo método de considerar la muy imperfecta serie existente, que no podemos rechazar de plano la teoría sólo porque no podamos identificar las fases de transición de aquellos órganos ni conjeturar los hábitos de transición en aquellas especies.

En la Parte II se discutieron las pruebas directas de que las formas afines descendieran del mismo tronco. Se mostró que esta teoría requiere una larga serie de formas intermedias entre las especies y grupos de una misma clase, formas no directamente intermedias entre las especies existentes, sino intermedias con un progenitor común. Se admitió que aunque se recolectaran todos los fósiles preservados y todas las especies existentes, tal serie distaría de estar bien formada; pero se mostró que no disponemos de pruebas sólidas de que los depósitos más antiguos conocidos sean coetáneos del surgimiento de los seres vivos; o de que las diversas formaciones posteriores sean casi inmediatamente consecutivas; o de que ninguna de las formaciones preserve una fauna casi perfecta, ni siquiera de los organismos marinos con partes duras, que habitaron en aquel lugar del mundo. Por consiguiente, no tenemos razón alguna para suponer que se haya preservado en ningún caso más que un pequeña fracción de todos los organismos que vivieron en una época determinada, y que, por tanto, no debemos esperar descubrir fósiles de las subvariedades entre dos especies cualesquiera. Por otro lado, la evidencia, aunque extremadamente imperfecta, extraída de los restos fósiles, apoya, en la medida que puede, que hayan existido las series de organismos requeridas. Esta falta de pruebas de la existencia en el pasado de formas intermedias casi infinitas es con mucho, según yo lo concibo, la mayor dificultad a la que se enfrenta la teoría de la ascendencia común; pero debo creer que esto se debe a la ignorancia que de necesidad se deriva de la imperfección de todos los registros geológicos.

En el quinto capítulo se mostró que las nuevas especies aparecen en la Tierra de manera gradual, y que las antiguas desaparecen de manera gradual; y esto concuerda de forma estricta con nuestra teoría. La extinción de las especies parece ir precedida de su rareza; y siendo éste el caso, a nadie debería sorprender más el exterminio de una especie que su rareza. Toda especie que no aumenta en abundancia debe estar frenada en su tendencia geométrica al aumento por algún agente que sólo en contadas ocasiones podemos percibir con precisión. Cada ligero aumento en el poder de este invisible agente de control causaría una correspondiente disminución en la abundancia media de la especie, y ésta se tornaría rara. Si no nos sorprende en absoluto que una especie de un género sea rara y otra abundante, ¿por qué habría de sorprendernos su extinción, cuando tenemos buenas razones para creer que la propia rareza es su precursor normal y su causa?

En el sexto capítulo se consideraron los principales hechos de la distribución geográfica de los seres orgánicos, a saber, la desemejanza, en áreas muy separadas y de forma efectiva, de seres orgánicos expuestos a condiciones muy parecidas (como, por ejemplo, en los bosques tropicales de África y América, o en las islas volcánicas cercanas a ellos). De igual modo, la asombrosa similitud y relación general entre los habitantes de los mismos continentes, conjuntamente con un menor grado de desemejanza entre los habitantes que habitan en lados opuestos de las barreras que los atraviesan, con independencia de si estos lados opuestos están expuestos a condiciones parecidas o no. También, la desemejanza, aunque en grado todavía menor, entre los habitantes de distintas islas del mismo archipiélago, junto con su semejanza cuando se consideran en conjunto con los habitantes del continente más cercano, sea cual sea el carácter de éste. Asimismo, las peculiares relaciones entre las floras alpinas, la ausencia de mamíferos en las islas más pequeñas y aisladas, y la escasez comparativa de plantas y otros organismos en islas con estaciones diversas; la conexión, en fin, entre la posibilidad del transporte ocasional de un lugar a otro, y la afinidad, que no identidad, de los seres orgánicos que los habitan. Y, por último, las claras y sorprendentes relaciones entre los seres vivos y los extintos en las mismas grandes divisiones del mundo; unas relaciones que, si nos remontamos lo bastante en el pasado, parecen desvanecerse. Estos hechos, si tenemos en cuenta los cambios geológicos en progreso, se siguen de manera simple de la proposición de que los seres orgánicos afines han descendido linealmente de troncos progenitores comunes. En el marco de la teoría de las creaciones independientes permanecerán, aunque evidentemente enlazados, inexplicables y desconectados.

En el séptimo capítulo, la relación o agrupación de las especies extintas y recientes; la aparición y desaparición de grupos; los mal definidos objetos de la clasificación natural, que no dependen de la semejanza de órganos fisiológicamente importantes ni están influidos por caracteres adaptativos o analógicos, por bien que éstos a menudo gobiernan la economía del individuo, sino que dependen de los caracteres que menos varían y, en especial, de las formas por las que atraviesa el embrión, así como, tal como se mostró posteriormente, de la presencia de órganos rudimentarios e inútiles. El hecho de que la alianza entre las especies más cercanas de grupos diferenciados sea genérica y no específica; la estrecha semejanza entre las reglas y objetos de la clasificación de las razas domésticas y de las especies verdaderas. Todos estos hechos, se mostró que se seguían de considerar el sistema natural como un sistema genealógico.

En el octavo capítulo, la unidad de estructura a través de los grandes grupos, en especies adaptadas a las vidas más diferentes, y la prodigiosa metamorfosis (que los naturalistas usan en sentido metafórico) de una parte u órgano en otro, se mostró que se seguían de manera sencilla del hecho de que las nuevas especies se produzcan por la selección y herencia de cambios sucesivos y pequeños de su estructura. La unidad de tipo se manifiesta meridianamente en la semejanza de estructura durante el período embrionario en las especies de clases enteras. Para explicar esto, se mostró que las diferentes razas de nuestros animales domésticos difieren menos en su estado juvenil que cuando son adultos; y, en consecuencia, si las especies se producen del mismo modo que las razas, podría esperarse que el mismo hecho se manifestara también en ellas, aunque a una escala mayor. Se intentó explicar esta notable ley de la naturaleza estableciendo, con la ayuda de diversos hechos, que las variaciones ligeras aparecen originariamente durante todos los períodos de la vida, y que al ser heredadas tienden a aparecer en el período correspondiente de la vida; y, de acuerdo con estos principios, varias especies que desciendan del mismo tronco progenitor casi de necesidad habrán de parecerse más en sus embriones que en su estado adulto. Se mostró asimismo que la importancia de estas semejanzas embrionarias para la elaboración de una clasificación natural y genealógica se hace evidente de inmediato. La mayor simplicidad de estructura que en ocasiones se observa en el animal maduro que en el embrión, la gradación de complejidad de las especies de las grandes clases, la adaptación de las larvas de los animales a fuerzas de existencia independientes y la enorme diferencia que se observa en ciertos animales entre sus estados larvario y maduro, no plantean ninguna dificultad a la luz de los principios antes expresados.

En el noveno capítulo, se mostró que la presencia frecuente y casi general de órganos y partes que los naturalistas llaman abortivos o rudimentarios, y que, aunque formados con exquisito cuidado, son por lo general absolutamente inútiles, aunque en ocasiones se aplican a usos distintos; y que no pueden considerarse simplemente partes representativas, pues a veces son capaces de realizar la función que les corresponde; que siempre están mejor desarrolladas, y en algunas ocasiones sólo se desarrollan, durante los períodos más tempranos de la vida; y cuya gran importancia para la clasificación es indiscutible; pueden explicarse de manera sencilla con nuestra teoría de la ascendencia común.

¿POR QUÉ QUERRÍAMOS RECHAZAR LA TEORÍA DE LA ASCENDENCIA COMÚN?

Hemos reunido, pues, muchos hechos generales, o leyes, en una única explicación, y las dificultades encontradas son las que nacen de manera natural de nuestra reconocida ignorancia. ¿Por qué no habríamos de admitir entonces esta teoría de la ascendencia? ¿Acaso puede demostrarse que todos los seres orgánicos en estado natural sean absolutamente invariables? ¿Puede afirmarse que se conozca el límite de la variación, el número de variedades que se pueden formar en estado de domesticación? ¿Puede trazarse una línea clara entre una raza y una especie? A estas tres preguntas podemos dar con firmeza una respuesta negativa. En tanto se creía que las especies estaban divididas y definidas por una barrera infranqueable de esterilidad, mientras por nuestra ignorancia de la geología imaginábamos que el mundo era de corta duración, y pequeño el número de sus habitantes pasados, estábamos justificados al suponer creaciones individuales o al decir con Whewell que los orígenes de todas las cosas están ocultos al hombre. ¿Por qué, entonces, sentimos una disposición tan fuerte a rechazar esta teoría, especialmente cuando se aduce el caso real de dos especies concretas, o incluso de dos razas, y se nos pregunta si éstas descienden originariamente de la misma matriz progenitora? Creo que es así porque siempre nos cuesta admitir cualquier cambio grande del que no veamos los pasos intermedios. La mente no puede aprehender el significado cabal del término un millón o cien millones de años, y en consecuencia no puede sumar y comprender el efecto total de sucesivas variaciones pequeñas acumuladas durante un número casi inabarcable de generaciones. La dificultad es la misma que a los geólogos ha costado tantos años despejar, como cuando Lyell propuso que grandes valles habían sido excavados [y se habían formado largas líneas de despeñaderos interiores] por la lenta acción de las olas del mar. Un hombre puede contemplar durante mucho tiempo un gran precipicio sin llegar a creer de verdad, aunque pueda no negarlo, que los muchos miles de millas cuadradas donde hoy se mece el mar estuvieron en otro tiempo ocupados por miles de pies de roca sólida, sin llegar a creer de verdad que la única fuerza que la ha retirado es el mismo mar que bate a sus pies contra las rocas.

¿Debemos admitir entonces que las tres especies distintas de Rhinoceros que habitan por separado Java y Sumatra y la vecina península de Malaca fueron creadas, macho y hembra, a partir de los materiales inorgánicos de estos lugares? Sin ninguna causa adecuada, y hasta donde nuestra razón nos asiste, ¿diremos que simplemente por el hecho de vivir unas cerca de otras fueron creadas muy parecidas para conformar una sección del género diferente de la sección africana, cuando algunas de las especies de tales secciones habitan estaciones muy parecidas y otros hábitats muy diferentes? ¿Diremos que sin ninguna causa evidente fueron creadas de acuerdo con el mismo tipo genérico que los antiguos rinocerontes lanudos de Siberia y que las otras especies que en otro tiempo habitaron la misma gran división del mundo? ¿Que fueron creadas con relaciones cada vez menos estrechas, pero aun así con afinidades entrelazadas, con todos los otros mamíferos vivos y extintos? ¿Que sin ninguna causa adecuada y evidente su corto cuello haya de contener el mismo número de vértebras que el de una jirafa, o que sus gruesas patas hayan de estar construidas de acuerdo con el mismo plan que las de un antílope, de un ratón, de la mano de un mono, del ala de un murciélago y de la aleta de una marsopa? ¿Que en cada una de estas especies el segundo hueso de la pata haya de mostrar trazas claras de dos huesos que han quedado soldados y unidos en uno solo; que los complicados huesos de su cráneo hayan de resultar inteligibles bajo la suposición de que han sido formados a partir de tres vértebras extendidas; que en las mandíbulas de cada una de ellas, cuando se diseccionan ejemplares jóvenes, hayan de encontrarse pequeños dientes que nunca alcanzan la superficie? ¿Que por poseer estos inútiles dientes abortivos, y por otros caracteres, estos tres rinocerontes se parezcan mucho más a otros mamíferos en su estado embrionario que en su estado maduro? Y, por último, ¿que en un período todavía anterior de su vida sus arterias hayan de discurrir y ramificarse como en un pez, como para acarrear la sangre hasta unas branquias que no existen? Estas tres especies de rinocerontes se asemejan mucho entre sí; mucho más que la mayoría de las razas generalmente reconocidas de nuestros animales domésticos; y si estas tres especies fueran domesticadas casi con certeza variarían, y a partir de tales variaciones podrían seleccionarse razas adaptadas a diferentes fines. En este estado, posiblemente podrían criar entre sí, y su descendencia sería posiblemente fértil, y probablemente fértil en algún grado; y en cualquiera de los casos, mediante su cruzamiento continuado una de estas formas específicas podría ser absorbida por otra y perdida. Y repito, ¿debemos decir que una pareja, o una hembra grávida, de cada una de estas tres especies de rinocerontes, fueron creados por separado con la engañosa apariencia de una verdadera relación, con el sello de la inutilidad en algunas de sus partes y de la conversión en otras, a partir de los elementos inorgánicos de Java, Sumatra y Malaca? ¿O acaso han descendido, como nuestras razas domésticas, del mismo tronco progenitor? Por lo que a mí respecta, no podría admitir la primera de estas proposiciones más de lo que podría admitir que los planetas siguen su curso, o que una piedra cae al suelo, no por la intervención de la secundaria y reconocida ley de la gravedad, sino por la volición directa del Creador.

Antes de concluir conviene mostrar, aunque esto ya se ha hecho de pasada, hasta dónde es legítimo extender la teoría de la ascendencia común. Si llegamos a admitir que dos especies verdaderas del mismo género pueden haber descendido del mismo progenitor, ya no será posible negar que dos especies de dos géneros también pueden haber descendido de un tronco común. Pues en algunas familias los géneros se acercan entre sí casi tanto como las especies del mismo género; y en otros órdenes, por ejemplo en las plantas monocotiledóneas, las familias se asemejan mucho entre sí. No dudamos en asignar un origen común a los perros o a las coles, porque están divididos en grupos análogos a los grupos de la naturaleza. Muchos naturalistas admiten, de hecho, que todos los grupos son artificiales; y que dependen enteramente de la extinción de especies intermedias. Algunos naturalistas, sin embargo, aunque renunciando a considerar la esterilidad como la característica de las especies, afirman que la mejor prueba de la existencia de géneros naturales es su incapacidad total de propagarse conjuntamente. Incluso aunque pongamos a un lado el hecho indudable de que algunas especies del mismo género no puede criar conjuntamente, no podemos admitir la regla anterior cuando vemos que el lagópodo y el faisán (que algunos buenos ornitólogos consideran que pertenecen a familias distintas), o el lugano(41) y el canario, han criado juntos.

No cabe duda de que cuanto más remotas sean dos especies entre sí, más débiles se hacen los argumentos en favor de su ascendencia común. En especies de dos familias distintas fracasa la analogía con la variación de los organismos domésticos y con el modo como se cruzan; los argumentos derivados de su distribución geográfica también tienden a fallar. Pero una vez admitidos los principios generales de esta obra en el sentido de que puede discernirse una clara unidad de tipo en grupos de especies adaptadas a desempeñar partes diversificadas en la economía de la naturaleza, que puede manifestarse en la estructura del ser maduro o del embrionario, y especialmente si se manifiesta en un carácter común en las partes abortivas, podemos legítimamente admitir su ascendencia común. Los naturalistas discuten hasta dónde se extiende esta unidad de tipo; la mayoría, sin embargo, admiten que los vertebrados están construidos de acuerdo con un tipo, los articulados de acuerdo con otro, los moluscos con un tercero y los radiados probablemente con más de uno. Las plantas también parecen dividirse en tres o cuatro grandes tipos. De acuerdo con esta teoría, por lo tanto, todos los organismos hasta ahora descubiertos probablemente desciendan de menos de diez formas progenitoras.

CONCLUSIÓN

Quedan presentadas mis razones para creer que las formas específicas no son creaciones inmutables. Los términos utilizados por los naturalistas, como afinidad, unidad de tipo, caracteres adaptativos, metamorfosis y órganos abortivos, dejan de ser expresiones metafóricas para convertirse en hechos inteligibles. Ya no miramos un ser orgánico del mismo modo que un salvaje mira un barco o cualquier gran obra del ingenio, como algo que supera totalmente su capacidad de comprensión, sino como una producción con una historia en la que podemos indagar. Qué interesantes se vuelven todos los instintos cuando especulamos sobre su origen como hábitos hereditarios o como ligeras modificaciones congénitas de antiguos instintos perpetuados gracias a la preservación de los individuos que los poseen. O cuando vemos cada instinto y cada mecanismo complejo como el cúmulo de una larga historia de invenciones, cada una de ellas útil para quien la posee, casi del mismo modo que vemos un gran invento mecánico como la acumulación de la experiencia, la razón e incluso los errores de numerosos trabajadores. Qué interesante se vuelve la distribución geográfica de todos los seres orgánicos, pasados y presentes, por cuanto arrojan luz sobre la antigua geografía del mundo. La geología pierde gloria por la imperfección de sus archivos, pero la gana por la inmensidad de su materia. Hay mucha grandeza en ver a cada ser orgánico existente como el sucesor lineal de alguna forma hoy enterrada bajo cientos de pies de roca sólida, o como el codescendiente de esa forma enterrada y de algún otro habitante de este mundo mucho más antiguo e irremediablemente perdido. Se aviene con lo que sabemos de las leyes fijadas por el Creador en la materia que la producción y la extinción de formas sea, como el nacimiento y la muerte de individuos, un medio secundario. Constituye un desprecio pensar que el Creador de incontables universos haya tenido que hacer mediante actos individuales de su Voluntad la multitud de parásitos y gusanos reptadores que desde los primeros albores de la vida han pululado sobre la tierra y por las profundidades de los océanos. Deja de sorprendernos que se haya formado un grupo de animales para poner sus huevos en las entrañas de otros seres sensibles; que algunos animales vivan de la crueldad e incluso se deleiten en ella; que los animales se dejen arrastrar por falsos instintos; que cada año haya de producirse un incalculable derroche de polen, huevos y seres inmaduros; pues vemos en todo ello las consecuencias inevitables de una gran ley, la de la multiplicación de seres orgánicos que no fueron creados inmutables. De este modo, el fin más elevado que podamos concebir, la creación de los animales superiores, resulta directamente de la muerte, el hambre y la lucha por la existencia. Sin duda nuestra primera impresión es la incredulidad de que una ley secundaria pueda producir un sinfín de seres orgánicos, cada uno caracterizado por la más excelente factura y amplias adaptaciones; al principio se aviene mejor con nuestras facultades el suponer que cada uno de ellos requirió el mandato de un Creador. Hay una grandeza [simple] en esta concepción de que la vida, con sus diferentes fuerzas de crecimiento, reproducción y sensación, ha sido alentada originariamente en la materia bajo unas pocas formas, quizá una sola, y que mientras este planeta ha ido girando según las leyes constantes de la gravitación, y mientras el agua y la tierra han ido reemplazándose la una a la otra, a partir de un origen tan sencillo, mediante la selección de variedades infinitesimales, han evolucionado infinidad de formas, las más bellas y maravillosas.

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