Capítulo V. Aparición y desaparición gradual de especies
CAPÍTULO V
APARICIÓN Y DESAPARICIÓN GRADUAL DE ESPECIES
En el sistema terciario, en los últimos lechos levantados, encontramos que todas las especies son recientes y habitan en la vecindad; en lechos algo más antiguos hallamos especies recientes, pero algunas de ellas no habitan en la vecindad; luego encontramos lechos con dos o tres o unas pocas más especies muy raras o extintas; luego un número mayor de especies extintas, pero con lagunas en su incremento regular; y por último encontramos lechos con sólo dos o tres o ninguna especie actual. La mayoría de los geólogos creen que las discontinuidades en los porcentajes, o sea, los incrementos repentinos, en el número de especies extintas en las épocas del sistema terciario se deben a la imperfección del registro geológico. De este modo nos vemos llevados a creer que las especies del sistema terciario fueron introducidas de manera gradual, y a extender por analogía esta concepción a las formaciones del secundario. En estas últimas, sin embargo, aparecen de manera abrupta grupos enteros de especies; pero esto podría ser un resultado natural si, como se argumenta en el capítulo precedente, estos depósitos secundarios se encuentran separados por largas épocas. Además, es importante observar que al aumentar nuestro conocimiento, las lagunas entre las formaciones más antiguas son cada vez menos y más pequeñas; en este sentido, los geólogos de los últimos años recordarán de qué modo tan elegante se ha situado el sistema devónico entre las formaciones del silúrico y del carbonífero. Huelga decir que la aparición lenta y gradual de nuevas formas se sigue de nuestra teoría, pues para formar una nueva especie, otra anterior debe no sólo ser plástica en su organización, probablemente a causa de cambios en las condiciones de su existencia, sino que tiene que [hacerse que aparezca] aparecer un lugar en la economía natural de la región que permita la selección de alguna nueva modificación de su estructura, más adecuada a las condiciones del entorno que en el resto de los individuos de la misma o de otra especie[68].
En el sistema terciario los mismos hechos que nos llevan a admitir como probable que hayan aparecido lentamente especies nuevas, nos llevan a admitir que las antiguas hayan desaparecido lentamente, no varias a la vez, sino una tras otra; y por analogía uno se ve inducido a extender esta creencia a las épocas secundaria y paleozoica. En algunos casos, como en el de la subsidencia de una región plana, o de la ruptura o unión de un istmo, la llegada súbita de muchas especies nuevas y destructivas puede hacer que la extinción sea localmente abrupta. La concepción que sostienen muchos geólogos según la cual las faunas de cada una de las épocas del secundario desaparecieron de golpe en todo el mundo, de modo que no habría quedado sucesión alguna para la producción de nuevas formas, es subversiva para mi teoría, pero no hallo ningún fundamento para admitirla. Por el contrario, la ley descrita con referencia a distintas épocas y por observadores independientes según la cual cuanto más amplia es la distribución geográfica de una especie, mayor es su duración en el tiempo, parece oponerse de plano a cualquier exterminio universal[69]. El hecho de que las especies de mamíferos y peces se renueven más rápido que las de moluscos, aunque ambos sean acuáticos; y que, de éstos, los géneros terrestres se renueven más rápido que los marinos; y que los moluscos marinos se renueven a su vez más rápido que los animálculos infusorios, parecen en conjunto revelar que la extinción y renovación de las especies no depende de catástrofes generales, sino de las relaciones particulares de las distintas clases con las condiciones a las que se ven expuestas.
Algunos autores parecen considerar que el hecho de que unas pocas especies hayan sobrevivido en medio de numerosas formas extintas (como ocurre con una tortuga y un cocodrilo de entre el ingente número de fósiles subhimalayos extintos) se opone con fuerza a la concepción de que las especies sean mutables. Sin duda ése sería el caso si se presupusiera con Lamarck que en todas las especies hay una tendencia inherente al cambio y el desarrollo, una suposición para la que no hallo evidencia. Del mismo modo que vemos en la actualidad algunas especies adaptadas a un gran abanico de condiciones, podemos suponer que esas especies sobrevivirían sin cambios y sin exterminarse durante un largo tiempo; y hay que recordar que el tiempo, por causas geológicas, a menudo corresponde a cambios en las condiciones. De qué manera en la actualidad una especie está adaptada a un amplio abanico de condiciones y otra a un ámbito restringido es difícil de explicar.
EXTICIÓN DE ESPECIES
La extinción de los cuadrúpedos de mayor tamaño, de los que imaginamos que conocemos mejor las condiciones de su existencia, se ha considerado poco menos portentosa que la aparición de nuevas especies y ha conducido, según creo, a la creencia en las catástrofes universales. Cuando se considera la asombrosa desaparición en un período reciente, cuando todavía vivían moluscos marinos recientes, de numerosos mamíferos de pequeño y gran tamaño de América del Sur, uno se ve llevado con fuerza a unirse a los catastrofistas. Creo, sin embargo, que sobre esta cuestión se han sostenido concepciones muy erróneas. A juzgar por lo que conocemos históricamente, la desaparición de especies de un lugar ha sido un proceso lento que ha llevado a que éstas se fueran haciendo cada vez más raras, luego localmente extintas y finalmente desaparecieran. Puede plantearse la objeción de que esto se ha producido por acción directa del hombre, o por su acción indirecta al alterar el estado de la región; en este último caso, sin embargo, sería difícil establecer una distinción justa entre su acción y la de agentes naturales. Pero hoy sabemos que en los depósitos más tardíos del terciario las conchas de moluscos se hacen cada vez más raras en lechos sucesivos hasta que por fin desaparecen; ha ocurrido también que conchas comunes en estado fósil y que se creían extintas han resultado ser especies todavía vivas pero extremadamente raras. Si la regla es que los organismos acaban por extinguirse al ir haciéndose cada vez más raros, no debemos ver su extinción, ni siquiera en el caso de los cuadrúpedos de mayor tamaño, como algo asombroso y fuera del curso común de los acontecimientos. Ningún naturalista considera asombroso que una especie de un género sea rara y otra abundante, aunque no sea capaz de explicar las causas de su comparativa rareza. ¿Por qué en Inglaterra una especie de chochín o de rapaz o de pájaro carpintero es común y otra extremadamente rara? ¿Por qué en el Cabo de Buena Esperanza una especie de Rhinoceros o de antílope es mucho más abundante que otras especies? ¿Por qué la misma especie es mucho más abundante en una región de un país que en otra? Sin duda hay para cada caso buenas razones, pero nos son desconocidas y no las percibimos. ¿No podemos entonces inferir con seguridad que del mismo modo que ciertas causas actúan sin que las percibamos y hacen que una especie sea común y otra extremadamente rara, podrían causar la extinción final de algunas especies sin que nosotros las percibamos? Debemos tener siempre presente que en cada organismo y de manera recurrente se produce una lucha por la vida, y en todo lugar hay siempre un agente de destrucción que se contrapone a la tendencia geométrica al aumento de cada especie, sin que seamos capaces de decir con certeza en qué período de la vida o en qué período del año la mortandad es mayor. ¿Cómo podemos entonces esperar reconstruir los pasos por los cuales este poder destructor, siempre activo y apenas percibido por nosotros, aumenta? Sin embargo, si sigue aumentando muy lentamente (sin que aumente al mismo tiempo la fecundidad de la especie en cuestión) el número medio de individuos de esa especie disminuirá hasta que al fin desaparezca por completo. Presentaré tan sólo un caso de un freno que causa el exterminio local y que podría no haberse descubierto en mucho tiempo; el caballo, aunque abunda en estado salvaje en La Plata y también, en condiciones aparentemente más desfavorables, en las llanuras a veces abrasadas y a veces anegadas de Caracas, no se encuentra en estado salvaje más allá de cierto grado de latitud hacia el país intermedio de Paraguay. Esto se debe a que cierta mosca deposita sus huevos en el ombligo de los potros. Dado que en Paraguay el hombre consigue, con un poco de atención, criar en abundancia caballos domesticados, el problema de su extinción probablemente se vea complicado por una mayor exposición del caballo salvaje a hambrunas ocasionales ocasionadas por sequía, o a ataques de jaguar o a otros males por el estilo. En las islas Malvinas, el freno al aumento del caballo salvaje es, según se dice, la pérdida de los potros lactantes, a causa de que los sementales fuerzan a las yeguas a viajar atravesando turberas y áreas rocosas en busca de comida. Si en estas islas disminuyeran un poco los pastos, quizá el caballo dejaría de existir en estado salvaje, no tanto por la falta absoluta de alimento como por la impaciencia de los sementales que instan a las yeguas a desplazarse cuando los potros todavía son demasiado jóvenes.
Nuestro conocimiento más cercano de los animales domésticos no nos permite concebir su extinción sin que exista un agente obvio; pero olvidamos que sin duda en estado silvestre (donde otros animales están preparados para ocupar su lugar) actuaría sobre ellos en algún momento de su vida un agente destructor que mantendría constante su abundancia media. Si el buey común sólo se ha conocido en estado salvaje como una especie sudafricana, no debería sorprendernos conocer que se trataba de una especie muy rara; y esta rareza sería un paso hacia su extinción. Incluso en el hombre, infinitamente mejor conocido que cualquier otra especie de las que habitan en este mundo, hasta qué punto ha resultado imposible, sin la ayuda de cálculos estadísticos, juzgar las proporciones de nacimientos y muertes, la duración de la vida o el aumento o disminución de la población; y más difícil aún las causas de tales cambios. Y, sin embargo, como se ha repetido tan a menudo, la disminución de la abundancia, la rareza, parece ser el camino más seguro hacia la extinción. Maravillarse por el exterminio de una especie me parece lo mismo que, sabiendo que la enfermedad es el camino hacia la muerte y viendo la enfermedad como un acontecimiento corriente, se concluya sin embargo al morir el hombre enfermo que su muerte ha sido causada por algún agente violento y desconocido.
En una parte posterior de esta obra demostraremos que, por regla general, los grupos de especies afines aparecen y desaparecen de manera gradual, una tras otra, de la faz de la Tierra, igual que los individuos de una especie; e intentaremos entonces revelar la causa probable de este notable hecho.