Parte II. Sobre las pruebas favorables o contrarias a la idea de que las especies son razas producidas de modo natural que descienden de troncos comunes
PARTE II. SOBRE LAS PRUEBAS FAVORABLES O CONTRARIAS A LA IDEA DE QUE LAS ESPECIES SON RAZAS PRODUCIDAS DE MODO NATURAL QUE DESCIENDEN DE TRONCOS COMUNES
CAPÍTULO IV[63]
SOBRE EL NÚMERO DE FORMAS INTERMEDIAS REQUERIDAS POR LA TEORÍA DE LA ASCENDENCIA COMÚN, Y SOBRE SU AUSENCIA EN ESTADO FÓSIL
Debo establecer como premisa que, de acuerdo con la concepción comúnmente aceptada, los innumerables organismos que han poblado este mundo en tiempos pasados y en el presente fueron creados mediante otros tantos actos separados de creación. Es imposible razonar sobre la voluntad del Creador, y por lo tanto, de acuerdo con esta concepción, no podemos discernir ninguna razón a favor o en contra de que cada organismo individual haya sido creado con arreglo a un plan fijo. Que todos los organismos de este mundo han sido producidos de acuerdo con un plan es cierto a juzgar por sus afinidades generales, pero si puede demostrarse que este plan es el mismo que el que se obtendría si los seres orgánicos afines descendieran de un tronco común, resultaría entonces muy improbable que hubieran sido creados mediante actos individuales de la voluntad de un Creador. Pues del mismo modo podría decirse que, aunque los planetas se desplazan siguiendo trayectorias conformes a la ley de la gravedad, deberíamos atribuir la trayectoria de cada planeta a un acto individual de la voluntad del Creador. En ambos casos resulta más conforme con lo que sabemos sobre el gobierno de la Tierra que el Creador haya impuesto únicamente leyes generales. Mientras no se conocía ningún método por el cual las razas pudieran adaptarse de manera exquisita a distintos fines, y mientras la existencia de las especies se creía probada por la esterilidad de su descendencia, era permisible atribuir cada organismo a un acto individual de creación. Pero en los dos capítulos anteriores ha quedado demostrado (según creo) que la producción, en las condiciones existentes, de especies exquisitamente adaptadas es por lo menos posible. ¿Existen, pues, pruebas directas a favor o en contra de esta concepción? Creo que la distribución geográfica de los seres orgánicos en los tiempos actuales y en los pasados, el tipo de afinidad que los une, sus órganos llamados «metamórficos» y «abortivos», apoyan esta tesis. Por otro lado, en su contra se encuentra la imperfección de las pruebas de la continuidad de las series orgánicas, que, como veremos enseguida, requiere nuestra teoría, y ésta es la objeción de mayor peso. Pero incluso a este respecto las pruebas, en la medida en que disponemos de ellas, son favorables; y si se tiene en cuenta la imperfección de nuestro conocimiento, sobre todo por lo que respecta a los tiempos pasados, sería sorprendente que las pruebas derivadas de estas fuentes no fuesen asimismo imperfectas.
Puesto que doy por sentado que las especies se han formado de forma análoga a como se forman las variedades de las plantas y los animales domésticos, tienen que haber existido formas intermedias entre todas las especies del mismo grupo que no difieran más entre sí de lo que difieren las variedades reconocidas. Pero no debe suponerse necesaria la existencia de formas exactamente intermedias en carácter entre cualesquiera dos especies de un género, ni tan sólo entre dos variedades de una misma especie; sí es necesario, en cambio, que hayan existido todas las formas intermedias entre una de las especies o variedades y el ancestro común, e igualmente entre la segunda especie o variedad y el mismo ancestro común. Por consiguiente, no se sigue necesariamente que hayan existido series de subvariedades intermedias (que difieran más que las plántulas nacidas de una misma cápsula de semillas) entre el brécol y la col lombarda; pero es indudable que ha existido una serie de plantas intermedias entre el brécol y la col silvestre ancestral, y de igual modo entre ésta y la col lombarda, de manera que el brécol y la col lombarda están relacionadas, pero no necesariamente mediante formas intermedias directas. Por supuesto, es posible que hayan existido formas intermedias directas, ya que el brécol podría haber descendido hace mucho tiempo de la col lombarda común, y ésta a su vez de la col silvestre. Lo mismo puede decirse, de acuerdo con mi teoría, de las especies de un mismo género. Aún con mayor fuerza debe evitarse la suposición de que deban haber existido de necesidad (aunque una puede haber descendido de otra) formas intermedias directas entre cualesquiera dos géneros o familias, como por ejemplo entre el género Sus y el tapir; aunque sí es necesario que hayan existido formas intermedias (que no difieran más que las variedades de nuestros animales domésticos) entre Sus y alguna forma ancestral desconocida y entre el tapir y la misma forma ancestral. Esta última podría diferir más de Sus y del tapir de lo que en la actualidad difieren entre sí estos dos géneros. En este sentido, y de acuerdo con nuestra teoría, se ha producido un paso gradual (con pasos que no estarían más separados que nuestras variedades domésticas) entre las especies del mismo género, entre los géneros de la misma familia, entre las familias del mismo orden, y así sucesivamente, tal como los hechos observados que a continuación se referirán nos llevan a creer; y el número de formas que deben haber existido en períodos pasados para hacer posible este paso entre distintas especies, géneros y familias debe haber sido casi infinitamente grande.
¿Qué pruebas tenemos de que haya existido cierto número de formas intermedias que determinaran el paso en el sentido explicado entre las especies de los mismos grupos? Algunos naturalistas han supuesto que si pudieran recogerse todos los fósiles que hoy yacen enterrados junto con todas las especies existentes, se obtendría para cada una de las grandes clases una serie perfecta. Si se tiene en cuenta el enorme número de especies necesario para lograr esto, especialmente en el sentido antes descrito de que las formas no tienen por qué ser directamente intermedias entre las especies y géneros actuales, sino sólo intermedias por estar vinculadas a través de un ancestro que a menudo debía ser muy diferente, creo que esta suposición es altamente improbable. De ningún modo subestimo, sin embargo, el número probable de especies fosilizadas: nadie que haya seguido con atención el fantástico progreso de la paleontología durante los últimos años pondrá en duda que hasta este momento no hemos hallado más que una fracción minúscula de las especies enterradas en la corteza de la Tierra. Aunque en ninguna de las clases se hayan preservado las casi innumerables formas intermedias, no puede de ello seguirse que no hayan existido. Conviene señalar que los fósiles que se han descubierto tienden a apoyar, en la pobre medida que pueden, esas series, puesto que, tal como observa Buckland, todas caen dentro de grupos existentes o entre ellos. Además, los que caen entre dos grupos existentes, lo hacen de conformidad con nuestra teoría, puesto que no conectan de forma directa a dos especies existentes de grupos distintos sino que conectan a los propios grupos. Así, los paquidermos y los rumiantes se encuentran en la actualidad separados por varios caracteres, como por ejemplo la presencia de tibia y peroné en los paquidermos y sólo tibia en los rumiantes[64]; pero el fósil Macrauchenia posee huesos en las extremidades exactamente intermedios en este respecto, y de igual modo posee otros caracteres intermedios. Pero Macrauchenia no conecta a ninguna especie de paquidermo con ninguna otra especie de rumiante, sino que revela que estos dos grupos estuvieron en otro tiempo menos separados. De igual modo, los peces y los reptiles estuvieron en otro tiempo más conectados en algunos aspectos de lo que lo están en la actualidad. De manera general, en aquellos grupos que han sufrido mayores cambios, cuanto más antiguo sea el fósil, siempre que no sea idéntico a los recientes, con mayor frecuencia caerá entre grupos existentes, o dentro de pequeños grupos existentes que en la actualidad se sitúan entre otros grandes grupos existentes. Casos como los mencionados, de los que existen muchos, son pasos, si bien escasos y separados, de una serie del tipo requerido por mi teoría.
Dado que he admitido la elevada improbabilidad de que si se desenterraran todos los fósiles, compusieran para cada una de las divisiones de la naturaleza una serie perfecta del tipo requerido, admito con franqueza que si están en lo cierto los geólogos que creen que la formación más antigua conocida es coetánea de la aparición de la vida, o que las diversas formaciones constituyen casi una serie consecutiva o que alguna formación contiene un registro casi perfecto de los organismos que existieron durante todo el período de su deposición en ese rincón del globo, entonces, si tales proposiciones hubieran de ser aceptadas, debería abandonarse mi teoría.
Si el sistema paleozoico fuera realmente coetáneo de la aparición de la vida, mi teoría habría de ser abandonada tanto porque limita, por la brevedad del tiempo, el número total de formas que pueden haber existido en este mundo, como porque los organismos que se encuentran en las capas más bajas, por ejemplo los peces, los moluscos[65] y las estrellas de mar, no pueden considerarse las formas ancestrales de todas las especies sucesivas de sus respectivas clases. Sin embargo, nadie ha conseguido todavía refutar los argumentos de Hutton y Lyell a favor de que las formaciones más inferiores que conocemos son solamente aquellas que han logrado escapar a procesos de metamorfosis…; si razonáramos a partir de lo que conocemos de determinadas regiones, podríamos incluso haber llegado a suponer que fue en el sistema cretácico donde apareció la vida. No obstante, a juzgar por los puntos distantes en los que el silúrico ha resultado ser la capa más inferior, pueden plantearse algunas objeciones a la concepción de Hutton y Lyell; pero no debemos olvidar que las tierras emergidas actuales constituyen únicamente una quinta parte de la superficie del globo y que aun esta fracción se conoce de manera imperfecta. Por lo que respecta al escaso número de organismos que se encuentran en el silúrico y en otras formaciones paleozoicas, la dificultad es menor, puesto que, con independencia de su gradual obliteración, sólo cabe esperar que formaciones tan antiguas escapen a la denudación total en aquellos casos en que se hayan acumulado en una superficie muy extensa y posteriormente hayan quedado protegidas por vastos depósitos superpuestos, lo cual en general sólo puede decirse de los depósitos que se acumulan en un océano extenso y profundo, y por tanto desfavorable a la presencia de muchos seres vivos. Una franja estrecha y no muy gruesa de materia depositada a lo largo de una costa, donde más abundantes son los organismos, apenas tendría posibilidad de escapar a la denudación y quedar preservada hasta el momento presente desde una edad tan inmensamente lejana.
Si las diversas formaciones conocidas constituyesen una serie casi consecutiva en el tiempo y preservaran un registro suficientemente bueno de los organismos que han existido, mi teoría habría de ser abandonada. Pero cuando consideramos los grandes cambios de textura y naturaleza mineralógica entre formaciones sucesivas, ¡qué vastos y completos cambios deben haberse producido en la geografía de las regiones circundantes para modificar en tan gran medida la naturaleza de los depósitos de la misma área! ¡Cuánto tiempo deben haber necesitado tales cambios! Además, cuántas veces no se ha encontrado que entre dos depósitos conformables y en apariencia inmediatamente sucesivos se interpola, en un distrito contiguo, una gran pila de materiales erosionados por las aguas. En muchos casos no tenemos manera de conjeturar qué cantidad de tiempo debe haber transcurrido entre formaciones sucesivas[66], pues a menudo las especies son completamente distintas y, como señala Lyell, en algunos casos es probable que haya transcurrido un período tan largo entre formaciones como en todo el sistema terciario, que a su vez se encuentra dividido por amplias discontinuidades.
Consúltense los escritos de cualquiera que haya estudiado con especial atención cualquiera de las épocas del sistema terciario (o, de hecho, de cualquiera de los sistemas) y se constatará la profunda impresión causada por el tiempo requerido para su acumulación. Reflexiónese sobre los años transcurridos en muchos casos desde la formación de los lechos más recientes que contienen sólo especies actuales; véase lo que Jordan Smith dice de los veinte mil años transcurridos desde que el último lecho, situado sobre una formación de cantos rodados en Escocia, fue levantado; o del período aún mayor transcurrido desde que los lechos recientes de Suecia fueron levantados unos cuatrocientos pies; qué período tan dilatado habrá requerido la formación de cantos y, sin embargo, qué insignificantes son (a pesar de que se haya producido un levantamiento más que suficiente para traer a la superficie los depósitos marinos) los registros de moluscos marinos que sabemos que existían en aquel tiempo. Piénsese entonces en la longitud total de la época terciaria y en la longitud probable de los intervalos que separan los depósitos secundarios. De estos depósitos, además, los que consisten en arena y guijarros raramente se han revelado adecuados para el enterramiento o la preservación de fósiles.
Tampoco puede admitirse como probable que alguna formación del secundario contenga un registro adecuado ni siquiera de aquellos organismos que se preservan con mayor facilidad, es decir, los cuerpos duros de algunos organismos marinos. Cuántos no son los casos en que disponemos de pruebas ciertas de que entre la deposición de lechos casi consecutivos, el inferior existió durante un tiempo desconocido como tierra emergida y cubierta de árboles. Algunas de las formaciones del secundario que contienen en su mayoría restos marinos se formaron al parecer en un mar extenso y poco profundo, de modo que sólo se habrán preservado los animales marinos que vivieran en tales situaciones[67]. En todos los casos, en las costas rocosas escarpadas o en cualquier costa en la que no se acumulen sedimentos no queda enterrado ningún animal por mucho que se trate de un ambiente muy favorable a la vida marina, y allí donde se acumulan guijarros y arena pura se preservarán sólo unos pocos o ninguno. Puedo aducir aquí como ejemplo la gran línea occidental de la costa sudamericana, habitada por muchos animales peculiares de los que probablemente ninguno quede preservado hasta una época distante. A partir de estas causas, y en especial de los depósitos formados a lo largo de una línea de costa escarpada por encima y por debajo del agua, y necesariamente de poca anchura y, por consiguiente, más susceptible de ser posteriormente denudada y erosionada, podemos entender por qué es improbable que nuestros depósitos secundarios contengan un buen registro de la fauna marina de cualquiera de los períodos. El archipiélago Indio Oriental(32) ofrece un área tan extensa como la mayoría de nuestros depósitos secundarios, en la que existen mares anchos y someros que abundan en animales marinos y en la que se acumula sedimento. Si suponemos que todos los animales marinos de cuerpo duro, o más bien aquellos que poseen partes duras que puedan ser preservadas, quedasen en efecto preservados hasta una edad futura, con la excepción de los que habitan en costas rocosas donde no se acumulan sedimentos, o sólo arena y grava, y con la excepción además de los que queden enterrados en las costas más escarpadas, donde sólo se acumula una franja estrecha de sedimento; suponiendo todo esto, ¡qué pobre idea de la fauna marina actual se haría una persona de una edad futura! Lyell ha comparado la serie geológica con una obra de la que sólo se han conservado algunos de los últimos capítulos, ni siquiera consecutivos; y de los cuales, además, se han perdido muchas hojas, de modo que las que quedan sólo ilustran un fracción exigua de la fauna de cada período(33). De acuerdo con esta concepción, los registros de épocas pretéritas confirman mi teoría; de acuerdo con cualquier otra, la echan por tierra.
Por último, si reducimos la cuestión a por qué no encontramos en algunos casos todas las formas intermedias entre dos especies, la respuesta bien podría ser que la duración media de cada forma específica es (y tenemos razones para creerlo así) inmensa en años, y que la transición sólo podría efectuarse, de acuerdo con mi teoría, por medio de gradaciones pequeñas e innumerables; y que por tanto necesitaríamos para este fin un registro de gran perfección que los razonamientos anteriores nos enseñan a no esperar. Podría pensarse que en una sección vertical de gran grosor dentro de la misma formación podría encontrarse que algunas de las especies variaran entre las partes más superiores y las más inferiores, pero cabe dudar de que alguna formación se haya acumulado sin ninguna discontinuidad durante un período tan largo como la duración de una especie; y aunque así fuera, todavía necesitaríamos una serie de especímenes de cada una de las partes. Qué pequeña debe ser la probabilidad de que en un mismo lugar se acumule sedimento durante veinte o treinta mil años seguidos, al tiempo que se hunde el fondo de manera que se mantenga un profundidad adecuada para la continuidad de la vida de alguna especie; qué grado de subsidencia se requeriría entonces sin que este hundimiento destruya la fuente de la que provenga el sedimento. En el caso de los animales terrestres, qué probabilidad hay cuando el tiempo presente se ha convertido en una formación pleistocénica (en un período anterior a éste no cabe esperar una elevación suficiente para dejar expuestos lechos marinos), ¿qué probabilidad hay de que unos geólogos futuros logren discernir las innumerables subvariedades transicionales por medio de las cuales el vacuno de cuernas cortas y el de cuernas largas (tan distinto en la forma del cuerpo) se han derivado de un mismo tronco ancestral? Sin embargo, esta transición se ha producido en la misma región y en un tiempo mucho más corto de lo que hubiera sido posible en estado silvestre, contingencias ambas altamente favorables para que unos hipotéticos geólogos del futuro lograran reconstruir la variación.