Capítulo VI. Sobre la distribución georgráfica de los seres orgánicos en los tiempos presentes y pasados
CAPÍTULO VI
SOBRE LA DISTRIBUCIÓN GEOGRÁFICA DE LOS SERES ORGÁNICOS EN LOS TIEMPOS PRESENTES Y PASADOS
Por razones de conveniencia, dividiré este capítulo en tres secciones. En la primera intentaré establecer las leyes de la distribución de los seres vivos actuales por lo que se refiere a nuestro objetivo presente; en la segunda, la de los seres extintos; y en la tercera sección examinaré en qué medida estas leyes concuerdan con la teoría de que las especies afines tienen ancestros comunes.
§I. DISTRIBUCIÓN DE LOS HABITANTES DE LOS DISTINTOS CONTINENTES
En la discusión que sigue me referiré sobre todo a los mamíferos terrestres porque se conocen mejor, porque sus diferencias entre distintos países están fuertemente marcadas, y especialmente porque los necesarios medios de desplazamiento son más evidentes y es menos probable la confusión nacida del traslado accidental por el hombre de una especie desde un lugar a otro. Es bien sabido que todos los mamíferos (así como otros organismos) se encuentran reunidos en un gran sistema, pero que las diferentes especies, géneros o familias del mismo orden habitan regiones distintas del globo. Si dividimos las tierras emergidas en dos partes de acuerdo con su grado de diferencia y sin atender al número de mamíferos terrestres que habitan en ellas, tendremos en primer lugar Australia y Nueva Guinea, y en segundo lugar el resto del mundo. Si hacemos la división en tres partes, tendremos Australia, América del Sur y el resto del mundo. Debo señalar que América del Norte es, en cierto sentido, una tierra neutral, ya que posee algunas formas de América del Sur, pero creo que es más afín (sin duda lo es respecto a sus aves, plantas y moluscos) a Europa. Si la división se hiciera en cuatro partes, tendríamos Australia, América del Sur, Madagascar (aunque sólo esté habitada por unos pocos mamíferos) y el resto de la Tierra; si en cinco partes, habría que separar a África, en especial a las regiones sudorientales, del resto del mundo. Estas diferencias entre los mamíferos que habitan en las distintas grandes divisiones del globo no pueden explicarse, como es bien sabido, a partir de las correspondientes diferencias en sus condiciones ambientales. Qué parecidas son a este respecto las regiones tropicales de América y África, y de conformidad con ello encontramos algunas semejanzas análogas; así, ambas tienen monos, grandes felinos, grandes lepidópteros y grandes escarabajos peloteros; ambas poseen palmas y epifitos; sin embargo, la diferencia esencial entre los seres que las habitan son tan grandes como las que se dan entre las llanuras áridas del Cabo de Buena Esperanza y las sabanas herbáceas de La Plata[70]. Considérese, por ejemplo, la distribución de los marsupiales, que son sumamente característicos de Australia, y en menor medida de América del Sur. Si reflexionamos sobre el hecho de que los animales de esta división, que se alimentan tanto de material vegetal como animal, frecuentan las llanuras secas y abiertas o forestadas y las montañas de Australia, los bosques húmedos e impenetrables de Nueva Guinea y Brasil, las secas montañas rocosas de Chile y las llanuras herbáceas de la Banda Oriental, nos vemos obligados a buscar otra causa distinta de la naturaleza del país para explicar su ausencia de África y de otros lugares del mundo.
Puede, además, observarse que no todos los organismos que habitan una región se encuentran perfectamente adaptados a ella. Me refiero a que a menudo se pueden encontrar otros pocos organismos mejor adaptados al lugar que algunos de los aborígenes. Nos vemos obligados a admitir esto cuando consideramos el enorme número de caballos y reses vacunas que durante los tres últimos siglos se han asilvestrado en las regiones no habitadas de Santo Domingo, Cuba y América del Sur, donde deben haber suplantado a otros animales propios del lugar. Lo mismo podría decirse de Australia, pero quizá se pondría como objeción que treinta o cuarenta años no son un período suficiente para poner a prueba ese poder para luchar con los animales originales y desplazarlos. Sabemos que el ratón europeo está desplazando al de Nueva Zelanda, del mismo modo que en otro tiempo la rata Noruega(34) desplazó la antigua especie de Inglaterra. Sería difícil nombrar alguna isla en la que alguna planta introducida no haya suplantado a algunas de las especies nativas; en La Plata, el cardo ocupa grandes extensiones de campo donde en otro tiempo debían crecer plantas sudamericanas, y la hierba más común en toda India es una amapola mexicana introducida. El geólogo, que sabe que continuamente se producen cambios lentos que reemplazan tierra y agua, se percatará fácilmente de que incluso si todos los organismos de un país hubieran sido los mejor adaptados a él, difícilmente seguiría siendo así en épocas posteriores sin que se produjera el exterminio, o cambios, primero en la cantidad proporcional relativa de los habitantes del país, y por último en su constitución y estructura.
La inspección de un mapa del mundo revela de inmediato que las cinco divisiones establecidas en razón del mayor grado de diferencia entre los mamíferos que las habitan son también las que más claramente se encuentran separadas entre sí por barreras que los mamíferos no pueden traspasar. Así, Australia se encuentra separada de Nueva Guinea y de algunos pequeños islotes adyacentes sólo por un estrecho de poca profundidad y anchura, mientras que Nueva Guinea y las pequeñas islas adyacentes se encuentran separadas del resto de las islas de las Indias Orientales por aguas profundas. Cabe resaltar que estas últimas islas, que forman parte del gran grupo asiático, se encuentran separadas entre sí y del continente sólo por aguas someras; y donde esto ocurre podemos suponer que, a causa de las oscilaciones del nivel del mar, deben haber estado unidas en tiempos recientes. América del Sur, incluida la parte más meridional de México, se encuentra separada de América del Norte por las Indias Occidentales y por la gran meseta de México, salvo por una estrecha franja de bosque tropical a lo largo de la costa; es, quizá, esta franja la causa de que América del Norte posea algunas formas de América del Sur. Madagascar se encuentra totalmente aislada. África también se encuentra en gran medida aislada, aunque por medio de muchos promontorios y líneas de mar menos profundo se acerca a Europa y Asia; pero la parte más meridional de África, en la que habitan los mamíferos más distintos, está separada de la región septentrional por el Gran Desierto del Sahara y la meseta de Abisinia. Podemos ver claramente que la distribución de los organismos está relacionada con las barreras que frenan su progreso cuando comparamos la distribución de las faunas marina y terrestre. Los animales marinos son distintos en cada uno de los lados de un continente habitado por los mismos animales terrestres; así, los moluscos marinos son totalmente diferentes en los lados opuestos de las partes templadas de América del Sur, del mismo modo que lo son en el mar Rojo y el Mediterráneo. Comprenderemos de inmediato que la destrucción de una barrera permitiría que ciertos grupos geográficos de organismos se unieran y mezclaran para formar uno solo. Pero la causa original de que los grupos sean diferentes en los lados opuestos de una barrera sólo puede entenderse a la luz de la hipótesis de que cada organismo se hubiera creado o producido en un lugar o área y hubiera migrado después desde allí hasta ocupar una región tan extensa como sus medios de transporte y subsistencia le permitieran.
Relación en el área de distribución de géneros y especies
Es común[71] encontrar que cuando un género o grupo se distribuye prácticamente por todo el mundo, muchas de las especies que lo componen tienen también una amplia distribución, y al contrario, cuando un grupo está restringido a una sola región, las especies que lo componen suelen tener áreas de distribución restringidas dentro de esa región. Así, entre los mamíferos, los géneros de félidos y cánidos se encuentran ampliamente distribuidos, y muchas de las especies individuales poseen enormes áreas de distribución [si bien, según creo, el género Mus constituye una fuerte excepción a esta regla]. Mr. Gould me informa de que la regla se cumple con las aves, como en el género de la lechuza, que es mundano y muchas de sus especies tienen amplias áreas de distribución. La regla se cumple también con los moluscos terrestres y de agua dulce, con las mariposas y de manera muy general con las plantas. Como ejemplo de la regla contraria cabe mencionar la división de los monos, que está confinada a América del Sur y, entre las plantas, los cactus, confinados al mismo continente, cuyas especies en ambos casos tienen por lo general áreas de distribución pequeñas. Si atendemos a la teoría usual de la creación separada de cada especie, la causa de estas relaciones no es obvia. No hallamos razón alguna para que muchas especies afines hayan sido creadas en las distintas divisiones principales del mundo y varias de estas especies tengan amplias áreas de distribución, mientras que, por otro lado, especies de un mismo grupo posean áreas de distribución pequeñas cuando todas han sido creadas en una sola de las principales divisiones del mundo. A consecuencia de tales relaciones y probablemente de muchas otras desconocidas, resulta que, incluso dentro de una misma gran clase de seres vivos, las distintas divisiones del mundo pueden caracterizarse o bien simplemente por especies distintas, o bien por géneros distintos o incluso familias; así, respecto a los felinos, los ratones y los zorros, América del Sur difiere de Asia y África sólo en las especies; respecto a los cerdos, los camellos y los monos, la diferencia es de género o mayor. De igual modo, mientras que África meridional y Australia difieren más ampliamente en sus mamíferos que África y América del Sur, tienen relaciones más cercanas (aunque sin duda muy distantes) con respecto a sus plantas.
Distribución de los habitantes en el mismo continente
Si atendemos ahora a la distribución de los organismos en cualquiera de las grandes divisiones del mundo antes descritas, hallaremos que se encuentra dividida en muchas regiones, y que todas o casi todas sus especies son diferentes pero comparten un carácter común. Esta semejanza de tipo entre las subdivisiones de una gran región es tan bien conocida como la desemejanza entre los habitantes de las distintas regiones principales, pero se ha insistido en ella con menor frecuencia, aunque sea más digna de mención. Así, si en África o América del Sur nos desplazamos del sur al norte, o de las tierras bajas a las altas, o de una región lluviosa a una seca, encontramos especies totalmente distintas dentro de los géneros o grupos que caracterizan el continente sobre el que nos trasladamos. En estas subdivisiones podemos observar claramente que, al igual que en las principales divisiones del mundo, que existen subbarreras que separan a diferentes grupos de especies, por mucho que ambos lados de esas barreras tengan prácticamente el mismo clima y se asemejen en muchos otros aspectos; así ocurre a cada lado de la cordillera de Chile y, en menor medida, a cada lado de las Montañas Rocosas. Forman las barreras, desiertos, brazos de mar e incluso ríos, aunque en algunos casos basta un espacio previamente ocupado; así, las regiones oriental y occidental de Australia, a la misma latitud y con clima y suelos muy parecidos, casi no tienen ninguna planta en común, y apenas unos pocos animales o aves, aunque todos pertenecen a los géneros característicos de Australia. En suma, resulta imposible explicar las diferencias entre los habitantes bien de las grandes divisiones del mundo, bien de estas subdivisiones, por las diferencias en sus condiciones físicas y por la adaptación de sus habitantes. Debe intervenir alguna otra causa.
Podemos ver que, como se ha señalado en el caso de las principales divisiones, la destrucción de subbarreras haría que dos subdivisiones se mezclasen en una sola; y no podemos sino suponer que la diferencia original entre las especies a cada uno de los lados de una subbarrera se debía a la creación o producción de especies en áreas distintas, desde donde se habrían extendido hasta ser frenadas por esas barreras. Aunque hasta aquí está bastante claro, cabe preguntarse por qué, cuando las especies de una misma división principal del mundo fueron producidas en lados opuestos de una subbarrera, tanto cuando se ven expuestas a condiciones parecidas como cuando se ven expuestas a influencias muy distintas (como en las zonas andinas y de tierras bajas, en suelos áridos y húmedos, en climas fríos y cálidos), de forma invariable se han formado de acuerdo con un tipo parecido y ese tipo se encuentra confinado a esa sola división del mundo. ¿Por qué, cuando un avestruz fue producido en las regiones meridionales de América, se formó de acuerdo con el tipo americano, y no de acuerdo con los tipos africano o australiano? ¿Por qué, cuando se formaron animales semejantes a la liebre y el conejo en las sabanas de La Plata, se produjeron de acuerdo con el peculiar tipo de roedor de América del Sur, y no de acuerdo con el verdadero tipo de liebre[72] de América del Norte, Asia y África? ¿Por qué, cuando los roedores excavadores y los animales parecidos al camello se formaron para habitar la cordillera, lo hicieron de acuerdo con el mismo tipo de sus representantes de las llanuras? ¿Por qué los ratones y muchas aves de distintas especies a ambos lados de la cordillera y expuestos a un suelo y clima muy parecidos, fueron creados de acuerdo con el mismo tipo peculiar de América del Sur? ¿Por qué las plantas de las regiones oriental y occidental de Australia, aunque de especies totalmente distintas, se formaron de acuerdo con los mismos tipos característicos de Australia? La generalidad de la regla, en tantos lugares y bajo circunstancias tan distintas, la hacen muy notoria y necesitada de explicación.
Faunas insulares
Si nos fijamos ahora en el carácter de los habitantes de las pequeñas islas, veremos que aquellas que están situadas cerca de otras tierras emergidas tienen una fauna parecida a la de esas tierras[73], mientras que las que se encuentran a una distancia considerable de otras tierras a menudo poseen una fauna casi completamente peculiar. El archipiélago de Galápagos constituye un ejemplo notable de este último hecho, puesto que casi todas sus aves, su único mamífero, sus reptiles, sus moluscos terrestres y acuáticos e incluso sus peces son casi todos especies peculiares y claramente diferenciadas que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo; lo mismo puede decirse de la mayoría de sus plantas. Pero aunque se encuentra a una distancia de entre quinientas y seiscientas millas de la costa sudamericana, resulta imposible examinar siquiera por encima una gran parte de su fauna, y en especial las aves, sin darse cuenta de inmediato de que pertenece al tipo americano. Así pues, los grupos de islas de estas características no forman sino subdivisiones pequeñas pero bien definidas de las divisiones geográficas mayores. Pero en estos casos, los hechos son todavía más sorprendentes. Si tomamos el archipiélago de Galápagos como ejemplo, en primer lugar nos convenceremos, al ver que cada una de las islas es totalmente volcánica y está erizada de cráteres, de que en un sentido geológico el conjunto entero es de origen reciente en comparación con un continente; y puesto que sus especies son casi todas peculiares, habremos de concluir en el mismo sentido que han sido producidas recientemente en ese mismo lugar; y aunque en la naturaleza del suelo, y en menor medida en el clima, existe una gran diferencia con la parte más cercana de la costa sudamericana, veremos que los habitantes se han formado de acuerdo con un tipo muy afín. Por otro lado, por lo que respecta a sus condiciones físicas, estas islas se asemejan mucho al grupo volcánico de Cabo Verde, pese a lo cual la fauna y flora de estos dos archipiélagos son totalmente desemejantes. El grupo de Cabo Verde, al que podemos añadir las islas Canarias, es afín por sus habitantes (de los que muchos son especies peculiares) a la costa de África y al sur de Europa, precisamente del mismo modo como el archipiélago de Galápagos es afín a América. Podemos ver en estos casos que la simple proximidad geográfica afecta más que cualquier relación de adaptación al carácter de las especies. Cuántas islas existen en el Pacífico mucho más parecidas en sus condiciones físicas a Juan Fernández de lo que esta isla lo es a la costa de Chile, de la que dista trescientas millas; ¿por qué, entonces, sino es por su proximidad, debería estar habitada esta isla por dos especies muy peculiares de colibríes, ese tipo de ave tan exclusivamente americano? Podrían aducirse muchos otros casos semejantes.
El archipiélago de Galápagos ofrece otro ejemplo, aún más notable si cabe, de la clase de hechos aquí considerados. Como ya hemos señalado, la mayoría de sus géneros son americanos; muchos de ellos son mundanos, es decir, se encuentran en todos lados, mientras que otros están casi o totalmente confinados a este archipiélago. Las islas son de composición muy parecida, están expuestas al mismo clima y la mayoría se encuentran a la vista unas de otras; sin embargo, varias de las islas están habitadas por especies peculiares (o, en algunos casos, quizá sólo variedades) de algunos de los géneros que caracterizan al archipiélago. Por consiguiente, el pequeño grupo de las islas Galápagos tipifica y sigue a la perfección en la distribución de sus habitantes las mismas leyes que un gran continente. Qué maravilloso es que dos o tres especies muy parecidas pero diferentes de sinsonte se hayan producido en tres islas vecinas y absolutamente parecidas; y que estas tres especies de sinsonte estén estrechamente relacionadas con otras especies que habitan climas totalmente diferentes y regiones distintas de América, y sólo de América. No se conoce hasta el momento ningún otro caso parecido tan llamativo como éste de las Galápagos; y esta diferencia en los habitantes de las distintas islas quizá pueda explicarse, al menos en parte, por la profundidad del mar entre ellas (que nos indica que no pueden haber estado unidas en períodos geológicos recientes), y por las corrientes marinas que las atraviesan, así como por el hecho de que sean raros los vendavales, que de otro modo podrían arrastrar semillas y aves de una isla a otra. Existen, sin embargo, otros casos parecidos: se sabe que las islas cercanas pero distintas del archipiélago de las Indias Orientales están habitadas por algunas especies diferentes de los mismos géneros; y en el grupo de las islas Sandwich, algunas poseen especies peculiares de los mismos géneros de plantas.
Las islas de los océanos intratropicales, que están bastante aisladas, tienen por lo general floras muy peculiares que están relacionadas, aunque débilmente (como el caso de Santa Elena, donde prácticamente todas las especies son únicas) con el continente más cercano: el archipiélago de Tristán da Cunha se encuentra débilmente relacionado por sus plantas, según creo, tanto con África como con América del Sur, no por tener especies comunes, sino por los géneros a los que éstas pertenecen. Las floras de las numerosas islas dispersas por el Pacífico están relacionadas entre sí y con todos los continentes que las rodean; pero se ha dicho que tienen un carácter más indoasiático que americano. Esto es un tanto notable, ya que América es más cercana a todas las islas Orientales, y se encuentra en la dirección de los vientos alisios y las corrientes predominantes; por otro lado, los temporales más fuertes proceden del lado asiático. Pero incluso con la ayuda de estos temporales, no resulta evidente de qué modo, de acuerdo con la teoría usual de la creación, la posibilidad de migración explica este carácter asiático de las plantas del Pacífico (salvo que supongamos, con extrema improbabilidad, que cada una de las especies de carácter indioasiático se haya desplazado desde las costas asiáticas, donde tales especies habrían dejado de existir). Esto no resulta más evidente que el hecho (que hemos señalado anteriormente) de que exista una relación entre la creación de especies muy afines en distintas regiones del mundo y muchas de esas especies tengan grandes áreas de distribución; y, por otro lado, especies afines confinadas a una región del mundo tengan en esa región áreas de distribución pequeñas.
Floras alpinas
Nos ocuparemos ahora de las floras de las cimas de las montañas que, como bien se sabe, difieren de las floras de las tierras bajas adyacentes. Con relación a determinados caracteres, como el bajo porte, la pilosidad, etcétera, las especies de las montañas más distantes a menudo se asemejan entre sí, un tipo de analogía como la que se da, por ejemplo, respecto a la suculencia de la mayoría de las plantas de desierto. Aparte de esta analogía, las plantas alpinas presentan algunos aspectos sumamente curiosos en su distribución. En algunos casos las cimas de las montañas, aunque inmensamente distantes unas de otras, se encuentran tapizadas por especies idénticas que son, a su vez, las mismas que crecen en las costas árticas, igualmente muy distantes. En otros casos, aunque pocas o ninguna de las especies sean realmente idénticas, se encuentran estrechamente relacionadas, mientras que las plantas de las tierras bajas que rodean a las dos montañas en cuestión pueden ser totalmente distintas. Dado que las cimas de las montañas, por lo que a sus plantas se refiere, son islas que se alzan en un océano de tierra en la que no pueden vivir las especies alpinas, y a través de la cual no disponen de medios conocidos de transporte, este hecho se nos presenta frontalmente opuesto a la conclusión que hemos alcanzado con relación a la distribución general de organismos en los continentes y en las islas; a saber, que el grado de parentesco entre los habitantes de dos puntos depende del rigor y naturaleza de las barreras que se alzan entre ellos. Creo, sin embargo, que este caso anómalo admite, como veremos enseguida, una explicación. Podríamos haber esperado que la flora de la cima de una montaña presentara la misma relación con la flora de las tierras bajas circundantes que la que presenta una parte aislada de un continente con respecto al total, o una isla con respecto a otras tierras de las que se encuentra separada por una extensión de mar bastante amplia. Así ocurre, en efecto, con las plantas que cubren las cimas de algunas montañas, aquellas que se encuentran particularmente aisladas; por ejemplo, en las montañas de Caracas, de las Tierras de Van Diemen y del Cabo de Buena Esperanza, todas las especies son peculiares pero pertenecen a las formas características del continente al que pertenecen. En algunas otras montañas, por ejemplo en la Tierra del Fuego y en Brasil, algunas de las plantas, aunque de especies diferenciadas, son formas sudamericanas, mientras que otras son afines o idénticas a las especies alpinas de Europa. En las islas cuya flora de las tierras bajas es diferente pero afín a la del continente más cercano, las plantas alpinas son a veces (o quizá casi siempre) sumamente peculiares y diferenciadas; es el caso de Tenerife e incluso, en menor grado, de algunas islas del Mediterráneo.
Si todas las floras alpinas tuvieran las características de las de la montaña de Caracas, o de las Tierras de Van Diemen, etcétera, cualquier explicación posible conforme a las leyes generales de la distribución geográfica hubiera podido aplicarse a ellas. Pero el caso aparentemente anómalo que hemos mencionado, es decir, el de las montañas de Europa, de algunas montañas de Estados Unidos (doctor Boott) y de las cimas del Himalaya (Royle), que tienen muchas especies idénticas y en común conjuntamente con las regiones árticas, y muchas especies, aunque no idénticas, muy afines, requiere un explicación de otra naturaleza. De igual modo, el hecho de que varias de las especies de la montañas de la Tierra del Fuego (y, en menor grado, de las montañas de Brasil) no pertenezcan a las formas americanas sino a las de Europa, que es inmensamente remota, requiere también una explicación aparte.
Causa de la semejanza entre las floras de algunas montañas distantes
Podemos afirmar con confianza, por el número de icebergs flotantes y por el lento descenso de los glaciares, que en un tiempo tan cercano que las especies de moluscos de concha eran las mismas que en la actualidad, la totalidad de Europa central y América del Norte (y quizá de Asia oriental) poseían un clima muy frío; por consiguiente, es probable que la flora de estas regiones fuera la misma que la actual de la región ártica, tal como, según se sabe, ha ocurrido hasta cierto punto en el caso de las conchas existentes entonces y las que hoy habitan en las costas árticas. Durante ese período las montañas debían estar cubiertas de hielo, como prueban las superficies pulidas y erosionadas por los glaciares. ¿Cuál habría sido, entonces, el efecto natural y casi inevitable del cambio gradual hacia el clima más templado de la actualidad? El hielo y la nieve habrían desaparecido de las montañas y, a medida que nuevas plantas procedentes de las regiones más templadas del sur migraran hacia el norte reemplazando a las plantas árticas, estas últimas habrían ascendido lentamente por las entonces desnudas montañas o habrían sido empujadas hacia el norte hasta las actuales costas árticas. Si la flora ártica de aquel período era casi uniforme, como lo es la actual, entonces sería lógico encontrar las mismas plantas en las cimas de las montañas que en las costas árticas actuales. Según esto, la flora ártica de aquel período debía haber estado muy extendida, más aún que la actual; pero si tenemos en cuenta lo parecidas que son siempre las condiciones físicas en las tierras que lindan con los hielos perpetuos, esto no constituye una gran dificultad, y ¿acaso no podemos aventurar la suposición de que los innumerables icebergs, cargados con grandes masas de rocas, suelo y broza[74] y con frecuencia arrastrados hasta playas muy lejanas, podrían haber servido de vehículo para la amplia distribución de semillas de las mismas especies?
Me atreveré a hacer una observación más: que durante el cambio de un clima extremadamente frío a uno más templado las condiciones, tanto en las tierras bajas como en las montañas, debían ser especialmente favorables a la difusión de cualesquiera plantas existentes que pudieran vivir en las tierras recién liberadas de los rigores del eterno invierno, puesto que no tendrían ningún habitante, y no cabe duda de que la ocupación previa[75] es la principal barrera contra la difusión de las plantas. Pues, entre muchos otros hechos, ¿de qué otro modo podemos explicar la circunstancia (según me ha informado Humboldt) de que las plantas de las orillas opuestas, pero por lo demás de parecida constitución, de un ancho río de Europa oriental sean muy diferentes? Dado que las aves, los cuadrúpedos nadadores y el viento deben transportar a menudo semillas a través de ese río, sólo nos queda suponer que las plantas que ya ocupan el suelo y dispersan libremente por él sus semillas impiden la germinación de las semillas ocasionalmente transportadas.
Más o menos durante el mismo período en que los icebergs transportaban cantos rodados en América del Norte hasta incluso 36o hacia el sur, los hielos producían la misma acción allí donde en la actualidad crece la ceiba en América del Sur, a 42o de latitud (una tierra que hoy en día se encuentra tapizada por una vegetación de aspecto casi tropical con árboles que albergan epífitos y están entrelazados por lianas); ¿no es, pues, en alguna medida probable que durante este período la totalidad de las regiones tropicales de las dos Américas poseyeran[76] (como Falconer afirma que ocurrió en India) un clima más templado? En ese caso las plantas alpinas de la larga cadena de la cordillera habrían descendido hasta altitudes mucho más bajas y se hubiera formado un amplio corredor que habría conectado las partes de América del Norte y del Sur que eran entonces muy frías. Al sobrevenir el clima actual, las plantas que ocupaban aquellas regiones de los dos hemisferios que en la actualidad son templadas o incluso semitropicales, deben haberse visto empujadas hacia las regiones ártica y antártica; y sólo algunos de los picos más altos de la cordillera pueden haber retenido la antigua flora que conectaba los hemisferios. De modo parecido, es posible que durante la época de los hielos la serranía transversal de Chiquitos sirviera como pasillo de conexión (aunque fragmentado) que facilitara la dispersión de plantas desde la cordillera hasta las tierras altas de Brasil. Cabe señalar que hay razones (aunque no muy sólidas) para creer que durante ese mismo período las dos Américas no se encontraban tan drásticamente divididas como lo están hoy por las Indias Occidentales y la meseta de México. Me limitaré tan sólo a señalar que en la actualidad la mayor semejanza entre la vegetación de las tierras bajas de la Tierra de Kerguelen y de la Tierra del Fuego (Hooker), aunque muy distantes, quizá podría explicarse por la diseminación de semillas durante ese mismo período frío por medio de icebergs, como se ha mencionado anteriormente[77].
Finalmente, creo que sobre la base de los hechos y razonamientos presentados podemos aceptar sin temor a equivocarnos que la semejanza anómala entre la vegetación de ciertas cimas montañosas muy distantes no es en realidad contraria a la conclusión de la íntima relación que existe entre la proximidad en el espacio (de conformidad con los medios de transporte de cada clase) y el grado de afinidad entre los habitantes de dos regiones. En el caso de varias montañas bastantes aisladas, hemos visto que la ley general se cumple.
Sobre si la misma especie ha sido creada en más de una ocasión
Como el hecho de que se haya encontrado la misma especie de planta en cimas de montañas muy remotas es una de las causas principales de la creencia en que algunas especies han sido formadas al mismo tiempo en dos puntos distintos, examinaré aquí brevemente esta cuestión. En el marco de la teoría usual de la creación, no vemos ninguna razón que impida la creación de dos especies parecidas en dos cumbres de montañas parecidas; pero la concepción contraria, con independencia de su simplicidad, se ha derivado en general de la analogía con la distribución general de todos los organismos, en la que (como hemos visto en el presente capítulo) encontramos casi siempre que las barreras grandes y continuas separan series distintas, lo que nos lleva a suponer que las dos series fueron creadas de manera separada. Si adoptamos una perspectiva más limitada podemos ver un río con tierras semejantes a ambos lados pero con uno de ellos bien repleto de cierto animal que falta completamente en la otra orilla (como en el caso de la vizcacha en las orillas opuestas del río Plata), y de inmediato nos vemos llevados a concluir que la vizcacha fue producida en algún lugar o área del margen occidental del río. Teniendo en cuenta nuestra ignorancia de los muchos y extraños modos de difusión por las aves (que en ocasiones se alejan a distancias enormes) y los cuadrúpedos que ingieren semillas y huevas (como en el caso del escarabajo acuático volador que regurgitó los huevos de un pez) y de los torbellinos que transportan semillas y animales hasta las fuertes corrientes de altitud (como en el caso de las cenizas volcánicas y lluvias de heno, grano y peces), y de la posibilidad de que algunas especies hayan sobrevivido durante un corto período en lugares intermedios sólo para extinguirse en ellos más tarde; y teniendo en cuenta nuestro conocimiento de los grandes cambios que han tenido lugar a causa de la subsidencia y levantamiento de la superficie de la Tierra, y de nuestra ignorancia de los cambios aún mayores que podrían haber tenido lugar, deberíamos ser muy prudentes antes de admitir la probabilidad de dobles creaciones. En el caso de las plantas de las cimas de las montañas, creo haber demostrado que es casi necesario que, según las condiciones pasadas del hemisferio norte, sean tan parecidas como lo son las plantas de las actuales costas árticas; y esto debería darnos una lección de cautela.
Pero el argumento más poderoso en contra de las dobles creaciones puede extraerse de la consideración del caso de los mamíferos en los que, por su naturaleza y por el tamaño de su descendencia, los medios de distribución son más visibles. No se conocen casos en los que la misma especie se encuentre en localidades muy remotas, salvo que exista un cinturón continuo de tierra; la región ártica ofrece quizá la excepción más poderosa, y en este caso sabemos que los animales son transportados sobre icebergs. A los casos de menor dificultad siempre se les puede encontrar una explicación más o menos sencilla; me limitaré a dar un ejemplo. Según creo, la nutria[78] de la costa oriental de América del Sur vive exclusivamente en ríos de agua dulce, por lo que me produjo una gran sorpresa constatar que había alcanzado riachuelos muy distantes en la costa de Patagonia; pero en la costa opuesta encontré que estos cuadrúpedos vivían exclusivamente en el mar, y por lo tanto su migración a lo largo de la costa patagónica no es sorprendente. No hay ningún caso en el que un mismo mamífero se haya encontrado en una isla alejada de la costa y en el continente, como ocurre con las plantas. De acuerdo con la teoría de las dobles creaciones, resultaría extraño que se hubieran creado en Australia y Europa las mismas especies de diversas plantas, pero en ningún caso se hubiera creado, o existiría como aborigen, la misma especie de mamíferos en dos puntos tan remotos e igualmente aislados. Es más filosófico admitir en tales casos, como en el de algunas plantas que se encuentran en Australia y Europa, que ignoramos los medios de transporte. Aludiré tan sólo a otro caso, el de Mydas(35), un animal alpino que se encuentra únicamente en los distantes picos de las montañas de Java. ¿Quién se atrevería a negar que durante el período de hielo de los hemisferios norte y sur, cuando India, según se cree, era más fría, no podía haber permitido el clima que este animal frecuentara tierras más bajas y que de este modo hubiera pasado por las crestas de un pico a otro? Mr. Lyell ha observado además que, como en el espacio, así en el tiempo, no hay razón para creer que tras la extinción de una especie haya vuelto a aparecer en ningún caso la misma forma. Pienso, por tanto, que pese a los muchos casos de dificultad, podemos concluir con cierta seguridad que todas las especies han sido creadas o producidas en un solo punto o área.
Sobre el número de especies, y sobre las clases a las que pertenecen en distintas regiones
El último aspecto de la distribución geográfica que, por lo que yo pueda ver, concierne de algún modo al origen de las especies, se refiere al número absoluto y a la naturaleza de los seres orgánicos que habitan distintas regiones. Aunque todas las especies están admirablemente adaptadas (pero no necesariamente mejor adaptadas que cualquier otra especie, como hemos visto por el gran aumento de especies introducidas) a la región y estación que frecuentan, se ha visto que las diferencias entre especies de regiones distantes no pueden explicarse enteramente por la diferencia en las condiciones físicas de estas regiones. Del mismo modo, según creo, ni el número de especies ni la naturaleza de las grandes clases a las que pertenecen pueden explicarse en todos los casos por las condiciones del lugar que habitan. Nueva Zelanda, una isla lineal que se extiende a lo largo de unas setecientas millas de latitud, con bosques, pantanos, llanuras y montañas que se alzan hasta el límite de las nieves perpetuas, tiene hábitats mucho más diversificados que una área de igual extensión en el Cabo de Buena Esperanza; sin embargo, por lo que sé, en el Cabo de Buena Esperanza hay, entre las plantas fanerógamas, de cinco a diez veces más especies que en toda Nueva Zelanda. ¿Por qué, según la teoría de las creaciones absolutas, esta isla tan grande y diversificada habría de tener tan sólo de cuatrocientas a quinientas (¿Dieffenbach?) plantas fanerógamas? ¿Y por qué en el Cabo de Buena Esperanza, caracterizado por la uniformidad de su paisaje, se apiñan más especies de plantas que probablemente en cualquier otro lugar del mundo? ¿Por qué razón, según la teoría usual, habrían de abundar en las islas Galápagos los reptiles terrestres? ¿Y por qué deberían faltar éstos completamente de muchas de las islas del Pacífico de igual tamaño, o estar representados por tan sólo una o dos especies? ¿Por qué la gran isla de Nueva Zelanda no debería tener ni un solo mamífero cuadrúpedo a excepción del ratón, que probablemente introdujeron los aborígenes? ¿Por qué ni una sola isla del océano abierto (puede demostrarse, creo, que los mamíferos de Mauricio y de la Isla de Santiago fueron introducidos) posee un solo mamífero cuadrúpedo? Que no se diga que los cuadrúpedos no pueden vivir en las islas, pues sabemos que han vivido asilvestrados durante largo tiempo vacas, caballos y cerdos en las Indias Occidentales y en las Malvinas, cerdos en Santa Elena, cabras en Tahití, asnos en Canarias, perros en Cuba, gatos en Ascensión, conejos en Madeira y en las Malvinas, monos en Santiago y Mauricio, e incluso elefantes durante mucho tiempo en las diminutas islas Sulú, además de ratones europeos en muchos de los islotes más pequeños y alejados de los poblamientos humanos. Ni se suponga tampoco que los cuadrúpedos son creados más lentamente y que por tanto las islas oceánicas, que por lo general son de origen volcánico, tienen un origen demasiado reciente para poseerlos, pues sabemos (Lyell) que formas nuevas de cuadrúpedos se suceden unas a otras más rápidamente que los moluscos o los reptiles. Ni se suponga (aunque tampoco se daría con ello una explicación) que los cuadrúpedos no pueden ser creados en islas pequeñas, puesto que hay islas que no están situadas en medio del océano y sí poseen cuadrúpedos peculiares, como es el caso de muchas de las islas más pequeñas del archipiélago de las Indias Occidentales; de Fernando Poo en la costa occidental de África; de las islas Malvinas, que poseen una especie peculiar de zorro con aspecto de lobo; o de las Galápagos, que tienen un ratón peculiar del tipo sudamericano. Estos dos últimos casos son los más notables de los que tengo conocimiento, pues se trata de islas muy alejadas de cualquier otra tierra. Es posible que el ratón de las Galápagos haya sido introducido por algún barco desde la costa sudamericana (aunque la especie no se conoce en ella), ya que la especie aborigen no tarda en frecuentar los bienes del hombre, como bien pude comprobar en una cabaña recién construida en una región desértica al sur del río Plata. Las islas Malvinas, aunque situadas entre doscientas y trescientas millas de la costa sudamericana, pueden considerarse en cierto sentido íntimamente conectadas con ella, pues es seguro que en otro tiempo muchos icebergs cargados de rocas quedaron varados en su costa meridional, y las viejas canoas que ocasionalmente quedan varadas en la actualidad revelan que las corrientes todavía nacen en Tierra del Fuego. Este hecho, sin embargo, no explica la presencia de Canis antarcticus en las islas Malvinas, salvo que supongamos que antiguamente vivía en el continente y luego se extinguió allí mientras que sobrevivió en estas islas, a las que habría llegado (como ocurre con su congénere septentrional, el lobo común) a bordo de un iceberg; y este hecho elimina la anomalía de una isla en apariencia separada a todos los efectos de otras tierras y que sin embargo posee su propia especie de cuadrúpedo, y hace que el caso sea comparable al de Java y Sumatra, cada una de las cuales tiene su propio rinoceronte.
Antes de resumir todos los hechos discutidos en esta sección sobre la condición presente de los seres orgánicos y de intentar ver hasta qué punto admiten una explicación, sería oportuno establecer estos mismos hechos en el caso de la distribución geográfica en el pasado de seres extintos, que tiene relevancia para la teoría de la ascendencia.
§2. DISTRIBUCIÓN GEOGRÁFICA DE LOS ORGANISMOS EXTINTOS
Como ya he expuesto, si las tierras emergidas de todo el mundo se dividieran en (digamos) tres secciones de acuerdo con el grado de diferencia entre los mamíferos terrestres que habitan en ellas, obtendríamos tres divisiones desiguales que comprenderían, en primer lugar, Australia y sus islas dependientes, en segundo lugar América del Sur y en tercer lugar Europa, Asia y África. Si nos fijamos ahora en los mamíferos que habitaron en estas tres divisiones durante los períodos tardíos del terciario, veremos que estaban tan diferenciados como en la actualidad e íntimamente relacionados dentro de cada división con las formas actuales de esa misma división. A este respecto es muy relevante el caso de los diversos géneros fósiles de marsupiales de las cavernas de Nueva Gales del Sur, y más aún el de los fósiles de América del Sur, donde encontramos el mismo grupo peculiar de monos, de un animal con aspecto de guanaco, de muchos roedores, del marsupial Didelphys, de armadillos y de otros edentados. Esta última familia es en la actualidad muy característica de América del Sur, y en una época tardía del terciario lo era incluso más, como demuestran los muchos animales de enorme tamaño de la familia de los megaterios, algunos de los cuales tenían el cuerpo protegido por una armadura ósea como la del actual armadillo, pero a una escala gigante. Por último, en Europa los restos de diversos ciervos, bueyes, osos, zorros, castores, ratones de campo, revelan un parentesco con los habitantes actuales de esta región; y los restos coetáneos de elefantes, rinocerontes, hipopótamos, hienas revelan una relación con la gran división del mundo afroasiática. En Asia los mamíferos fósiles del Himalaya (aunque mezclados con formas extinguidas hace mucho tiempo en Europa) están igualmente relacionados con las formas existentes en la división afroasiática, y en especial con los de la propia India. Dado que, como es natural, los cuadrúpedos gigantes y actualmente extintos de Europa han atraído más la atención que los otros restos de menor tamaño, la relación entre los mamíferos de Europa del pasado y del presente no ha recibido la atención que merece. Pero la realidad es que los mamíferos de Europa son en la actualidad casi tan afroasiáticos como lo fueron en la antigüedad, cuando Europa tenía elefantes y rinocerontes, etcétera. Ni entonces ni ahora ha poseído Europa grupos peculiares como los que habitan en Australia y América del Sur. La extinción de ciertas formas peculiares en una región no hace que el resto de los mamíferos de esa región estén menos relacionados con su propia división del mundo; aunque la Tierra del Fuego sólo posee un zorro, tres roedores y el guanaco, nadie dudaría por un minuto (puesto que todos pertenecen a tipos sudamericanos, aunque no a las formas más características) en clasificar a esta región como sudamericana; y si se encontraran en la Tierra del Fuego fósiles de edentados, marsupiales y monos, esto no haría a esta región más auténticamente sudamericana de lo que lo es ahora. Lo mismo puede decirse de Europa, y por lo que sabemos, de Asia, puesto que en estas regiones los mamíferos del presente y del pasado reciente pertenecen todos a la división del mundo afroasiática. En todos los casos, cabe añadir, tienen más importancia en la disposición geográfica las formas que posee una región que las que no posee.
Encontramos algunas pruebas de estos mismos hechos generales en una relación entre las conchas marinas recientes y las del terciario en las distintas divisiones principales del mundo marino.
Esta relación general y muy notable entre los habitantes mamíferos del presente y del pasado reciente en las tres principales divisiones del mundo es precisamente de la misma naturaleza que la relación observada entre las distintas especies en las distintas subregiones de cualquiera de las divisiones principales. Como, por lo general, asociamos grandes cambios físicos con la extinción total de una serie de organismos, a la que sucede otra serie, esta identidad de relación entre las razas de seres en el pasado y en el presente en las mismas regiones del mundo es más sorprendente que la misma relación entre los seres existentes en distintas subregiones; pero, en realidad, no tenemos razón alguna para suponer que en alguno de estos casos se haya producido un cambio en las condiciones mayor que el que en la actualidad existe entre las zonas templadas y tropicales, o entre las tierras altas y las tierras bajas de las mismas divisiones principales, que hoy están habitadas por seres relacionados. En suma, pues, podemos ver con claridad que en cada una de las principales divisiones del mundo se cumple la misma relación entre sus habitantes tanto en el tiempo como en el espacio.
Cambios en la distribución geográfica
En un examen más atento, sin embargo, descubriremos que incluso Australia, que poseía un paquidermo terrestre, estaba mucho menos diferenciada del resto del mundo de lo que lo está en la actualidad; y lo mismo puede decirse de América del Sur, que poseía Mastodon, caballo, [hiena] y antílope. América del Norte, como ya he señalado, es en la actualidad, por lo que respecta a sus mamíferos, una tierra neutral en algunos aspectos entre América del Sur y la gran división afroasiática; antiguamente, al poseer caballo, Mastodon y tres animales megateroides, estaba más estrechamente relacionada con América del Sur; pero por el caballo y Mastodon, así como por tener elefante, buey, oveja y cerdo, estaba igualmente relacionada, si no más, con la división afroasiática. Asimismo, el norte de India estaba más estrechamente relacionado (por tener jirafa, hipopótamo y cierto almizclero) con el sur de África de lo que lo está en la actualidad, pues el sur y el este de África merecerían constituir por sí mismas una división si dividiéramos el mundo en cinco partes. Si atendemos ahora a los albores del período terciario, debemos, a causa de nuestra ignorancia de otras regiones del mundo, restringirnos a Europa; y en ese período, por la presencia de marsupiales y edentados, contemplamos una mezcla completa de aquellas formas de mamíferos que en la actualidad caracterizan de manera especial a Australia y América del Sur[79].
Si nos fijamos ahora en la distribución de las conchas marinas, encontraremos los mismos cambios en su distribución. El mar Rojo y el Mediterráneo estaban más estrechamente relacionados respecto a estas conchas de lo que lo están en la actualidad. Por otro lado, en distintas partes de Europa, las conchas marinas parecen haber sido más diferentes durante el período mioceno que en la actualidad. En[80] el período terciario, de acuerdo con Lyell, las conchas de América del Norte y de Europa estaban menos relacionadas que en la actualidad, y durante el cretácico todavía menos; en cambio, durante ese mismo período cretácico, los moluscos de concha de India y Europa eran más parecidos que en la actualidad. Pero si nos remontamos todavía más hasta el período carbonífero, en América del Norte y Europa las conchas eran mucho más parecidas de lo que lo son en la actualidad. Estos hechos están en armonía con las conclusiones extraídas de la distribución actual de los seres orgánicos, puesto que, como hemos visto, a partir de la creación de especies en lugares o áreas distintas, la formación de una barrera causaría o produciría dos áreas geográficas distintas; y la destrucción de una barrera permitiría su difusión. Y como los cambios geológicos continuados durante un largo tiempo deben tanto destruir como construir barreras, cabe esperar que cuanto más atrás en el pasado, más cambiada encontremos la distribución actual. Esta conclusión es digna de atención porque, al encontrarse en partes muy distintas de la misma división principal del mundo, y en islas volcánicas cercanas a ellas, grupos de especies distintas pero relacionadas; y al encontrarse que una relación singularmente análoga se cumple también para los seres de tiempos pasados, cuando ninguna de las especies actuales vivía, una persona podría sentirse tentada a creer en alguna relación mística entre ciertas áreas del mundo y la producción de ciertas formas orgánicas; pero ahora vemos que tal suposición habría de complicarse con la admisión de que tal relación, aunque se cumpla para largas revoluciones de años, no es verdaderamente persistente.
Añadiré tan sólo una observación más a esta sección. Los geólogos, al encontrar en el período más remoto de que tenemos conocimiento, a saber, el período silúrico, que las conchas y otras producciones marinas[81] del norte y sur de América, de Europa, del sur de África y de Asia occidental, son mucho más parecidas de lo que lo son en la actualidad en estos puntos distantes, parecen haber imaginado que en aquellos tiempos antiguos las leyes de la distribución geográfica eran bastante diferentes de como son en la actualidad; pero basta con suponer que los grandes continentes se expandieron hacia el este y el oeste, y que por tanto no dividían a los habitantes de los mares templados y tropicales como en la actualidad hacen los continentes, para que resulte probable que los habitantes de los mares fueran mucho más parecidos entonces que en la actualidad. En el inmenso espacio del océano que se extiende desde la costa oriental de África hasta las islas orientales del Pacífico, un espacio conectado bien por líneas de costa tropical, bien por islas no muy distantes entre sí, sabemos (Cuming) que muchas conchas, quizá en número de hasta doscientas, son comunes a la costa de Zanzíbar, a las Filipinas y a las islas orientales del archipiélago de Tuamotu, en el Pacífico. ¡Este espacio es igual al que se extiende desde el Polo ártico al antártico! Crúcese el espacio de océano abierto desde el archipiélago Tuamotu hasta la costa occidental de América del Sur, y todas las conchas son diferentes; crúcese el estrecho espacio de América del Sur hasta sus costas orientales y, una vez más, ¡todas las conchas son distintas! Cabe añadir que muchas veces también son comunes a los océanos Pacífico e Índico.
Resumen de la distribución de los seres orgánicos vivos y extintos
Resumamos ahora los distintos hechos presentados aquí con respecto a la distribución geográfica de los seres orgánicos en el pasado y en el presente. En un capítulo anterior se ha demostrado que las especies no son exterminadas por catástrofes universales y que se producen con lentitud; hemos visto también que cada especie se produce probablemente sólo una vez, en un lugar o área y en una sola ocasión en el tiempo, y que luego se dispersa hasta donde las barreras y sus condiciones de vida se lo permiten. Si examinamos cualquiera de las principales divisiones de la Tierra, encontramos en las distintas partes, ya estén expuestas a condiciones distintas, ya a las mismas condiciones, muchos grupos de especies total o casi totalmente diferenciadas pero pese a ello íntimamente relacionadas. Encontramos que los habitantes de las islas, aunque diferenciados como especies, están de modo parecido relacionados con los habitantes del continente más cercano; encontramos en algunos casos que incluso las diferentes islas de un grupo están habitadas por especies distintas, aunque íntimamente relacionadas entre sí y con las del continente más cercano, replicando de este modo la distribución típica de los seres orgánicos en toda la Tierra. Encontramos que las floras de las cimas de montañas distantes son o bien muy parecidas (lo que parece admitir, como se ha mostrado, una explicación simple) o bien muy diferenciadas pero relacionadas con las floras de la región circundante, de manera que, en este último caso, las floras de dos cimas de montañas, aunque expuestas a condiciones muy parecidas, serán muy diferentes. En las cimas de montañas de islas, caracterizadas por faunas y floras peculiares, las plantas son con frecuencia sumamente peculiares. La desemejanza de los seres orgánicos que habitan regiones muy parecidas se aprecia mejor cuando se comparan las principales divisiones del mundo, en cada una de las cuales se pueden encontrar algunas regiones expuestas a condiciones muy parecidas pero con habitantes totalmente diferentes, mucho más incluso que los de regiones muy diferentes de la misma gran división. Vemos esto de manera muy clara cuando comparamos dos archipiélagos volcánicos sujetos a un clima casi idéntico pero situados no muy lejos de dos continentes distintos, en cuyo caso sus habitantes serán totalmente distintos. En las distintas divisiones principales del mundo, el grado de diferencia entre organismos, incluso dentro de la misma clase, varía ampliamente, de manera que cada una de las grandes divisiones puede tener especies distintas en algunas familias, y en otras familias géneros distintos. La distribución de los organismos acuáticos es muy diferente de la de los organismos terrestres; y necesariamente ha de ser así, pues las barreras que frenan su progreso son bastante distintas. La naturaleza de las condiciones de una región aislada no explican el número de especies que la habitan, ni la ausencia de una clase la presencia de otra. Encontramos que los mamíferos terrestres no están presentes en islas muy alejadas de cualquier otra tierra. Vemos en dos regiones que las especies, aunque distintas, están más o menos relacionadas de acuerdo con la mayor o menor posibilidad de que en tiempos pasados y presentes se produjera un transporte de especies desde una de las regiones a la otra, por más que resulta difícil admitir que en estos casos todas las especies hayan sido transportadas desde la primera región a la segunda y desde entonces se hayan extinguido en la primera; observamos esta ley en la presencia del zorro en las islas Malvinas, en el carácter europeo de algunas de las plantas de la Tierra del Fuego, en el carácter indoasiático de las plantas del Pacífico y en la circunstancia de que aquellos géneros que tienen áreas de distribución más amplias comprenden muchas especies de distribución amplia, mientras que los géneros con áreas de distribución restringidas incluyen especies de distribución restringida. Por último, hallamos en cada una de las principales divisiones de la Tierra, y probablemente del mar, que los organismos existentes están relacionados con los extinguidos más recientemente.
Remontándonos aún más en el tiempo vemos que la distribución geográfica de los seres orgánicos en el pasado era diferente de la actual; y ciertamente, si se tiene en cuenta que la geología nos dice que todo lo que hoy es tierra estuvo en otro tiempo bajo el agua y que allí donde hoy se extiende el agua, se está formando tierra, difícilmente habría sido posible lo contrario.
Ahora bien, todos estos hechos diversos, aunque evidentemente más o menos relacionados, han de ser considerados hechos últimos por el creacionista (aunque el geólogo pueda explicar algunas de las anomalías). Éste únicamente puede aducir que le plugo al Creador que los seres orgánicos de las llanuras, los desiertos, las montañas, los bosques tropicales y templados, de América del Sur tuvieran todos alguna afinidad entre ellos; que los habitantes del archipiélago de Galápagos estuviesen relacionados con los de Chile, que algunas de las especies de las islas de semejante constitución de este archipiélago, aunque muy estrechamente relacionadas, fuesen distintas, y que todos sus habitantes fuesen totalmente diferentes de los de las islas igualmente volcánicas de Cabo Verde y Canarias; que las plantas de la cima de Tenerife fuesen sumamente peculiares; que la diversificada isla de Nueva Zelanda no tuviese muchas plantas y ni un solo mamífero (o a lo sumo sólo uno); que los mamíferos de América del Sur, Australia y Europa estuviesen claramente relacionados con sus prototipos antiguos y exterminados; y así sucesivamente con otros hechos. Pero se opone de manera absoluta a cualquier analogía derivada de las leyes impuestas por el Creador sobre la materia orgánica que los hechos, al ser conectados, hayan de tenerse por últimos y no por consecuencias directas de leyes más generales.
§3. UN INTENTO DE EXPLICAR LAS ANTERIORES LEYES DE LA DISTRIBUCIÓN GEOGRÁFICA CON LA TEORÍA DE LA ASCENDENCIA COMÚN DE LAS ESPECIES AFINES
Recordemos primero las circunstancias más favorables a la variación en estado de domesticación tal como se presentaron en el primer capítulo, a saber: en primer lugar, un cambio, o repetidos cambios, en las condiciones a las que el organismo haya estado expuesto, continuadas a través de varias generaciones seminales (es decir, no por yemas o divisiones); en segundo lugar, la selección firme y continua de las ligeras variedades así generadas con un fin concreto a la vista; en tercer lugar, un aislamiento tan perfecto como sea posible de las variedades seleccionadas a fin de prevenir su cruzamiento con otras formas; esta última condición se aplica a todos los animales terrestres, a la mayoría, si no a todas, las plantas y quizá incluso a la mayoría de los organismos acuáticos (o a todos). Es oportuno demostrar aquí la ventaja del aislamiento en la formación de una nueva raza mediante la comparación del progreso de dos personas (suponiendo para este fin que el tiempo no es para ellas de ninguna consecuencia) que trataran de seleccionar y formar alguna nueva raza muy peculiar. Supongamos que una de estas personas trabaja con los grandes rebaños de ganado de las llanuras de La Plata, y la otra con un pequeño rebaño de veinte o treinta animales en una isla. El segundo quizá tenga que esperar siglos (según la hipótesis, sin importancia) antes de obtener un «capricho»(36) que se acerque a lo que desea; pero una vez obtenido y salvado el mayor número de su descendencia y de la descendencia de ésta, podría esperar que todo su pequeño rebaño se viera afectado en alguna medida, de manera que mediante una selección continuada podría alcanzar su objetivo. En las pampas, sin embargo, aunque el hombre podría obtener antes un primer acercamiento a la forma deseada, ¡qué inútil sería intentar afectar al rebaño entero salvando su descendencia de entre tantas otras de tipo común! El efecto de ese peculiar «capricho» se perdería fácilmente antes de que el hombre pudiera obtener un segundo capricho original del mismo tipo. Si, en cambio, pudiera separar un pequeño número de ganado que incluyera la descendencia del «capricho» deseado, podría esperar alcanzar su objetivo, como en el caso del hombre de la isla. Si hubiera seres orgánicos de los cuales dos individuos nunca se unieran, la simple selección, ya sea en un continente, ya en una isla, sería de igual utilidad para obtener una raza nueva y deseable; y esta nueva raza podría en pocos años, gracias a la gran potencia de la propagación geométrica, desplazar a la vieja raza, tal como ha ocurrido (pese a los cruzamientos) allí donde buenas razas de perros y cerdos se han introducido en una región limitada, por ejemplo en las islas del Pacífico.
Consideremos ahora el más simple de los casos naturales, el de un islote levantado por las fuerzas volcánicas o subterráneas de un mar profundo, a tal distancia de otras tierras que sólo unos pocos seres orgánicos, y a intervalos poco frecuentes, fueran transportados hasta él, bien arrastrados por el mar (como las semillas de plantas a los arrecifes de coral), bien por huracanes, por diluvios, por maderos flotantes o en raíces de grandes árboles, o los gérmenes de un animal o planta adheridos a otro animal o transportados en su estómago, bien por mediación (en la mayoría de los casos, la vía más probable) de otras islas hoy hundidas o destruidas. Conviene señalar que cuando una parte de la corteza terrestre es levantada, es probable que por regla general otra parte se hunda. Supongamos que esta isla se va levantando poco a poco, siglo tras siglo, metro a metro; y al cabo del tiempo, en lugar de una pequeña masa de roca, tendremos tierras bajas y tierras altas, bosques húmedos y zonas secas y arenosas, suelos diversos, pantanos, riachuelos y charcas; y bajo el agua, en la orilla, en lugar de una costa rocosa y escarpada, sin apenas plataforma, tendremos en algunas partes bahías con lodo, playas de arena y bajíos rocosos. Por sí misma, la formación de la isla debe alterar levemente el clima del entorno. Es imposible que los primeros organismos transportados estén perfectamente adaptados a todas estas estaciones, y sería fortuito que los transportados en tiempos sucesivos estuvieran asimismo adaptados. Con toda probabilidad, la mayoría provendrían de las tierras bajas del continente más cercano; y ni siquiera éstos estarían perfectamente adaptados al nuevo islote mientras éste permaneciera bajo y expuesto a las influencias de la costa. Además, como sin duda todos los organismos están casi tan adaptados en su estructura a los otros habitantes de su entorno como a sus condiciones físicas, el simple hecho de que unos pocos seres (y aun éstos tomados en buena medida al azar) fuesen en el primer caso transportados hasta el islote, bastaría por sí solo para modificar considerablemente sus condiciones. A medida que la isla continuara levantándose, podríamos esperar que ocasionalmente llegase un nuevo visitante; y repito que a menudo basta un solo nuevo ser para tener un efecto más allá de nuestros cálculos al ocupar y participar de la subsistencia de otro (y éste a su vez de la de otro, y así sucesivamente), de varios o de muchos organismos. Pues bien, a medida que los primeros seres transportados y cualquier visitante ocasional sucesivo se extendieran o tendieran a extenderse por la isla en crecimiento, sin duda se verían expuestos a lo largo de varias generaciones a condiciones nuevas y variadas; y también podría ocurrir fácilmente que algunas de las especies por término medio obtuvieran una mayor cantidad de alimento, o alimento de mayor calidad nutritiva. De acuerdo entonces con toda analogía con lo que hemos visto que ocurre en cualquier región y con prácticamente cualquier ser orgánico en estado de domesticación, podríamos esperar que algunos de los habitantes de la isla produjeran «caprichos» o que su organización se tornara en alguna medida plástica. Puesto que, supuestamente, el número de habitantes es bajo, y puesto que éstos no pueden estar tan bien adaptados a sus nuevas y variables condiciones como lo estaban a su tierra y hábitat nativos, no podemos creer que todos los lugares u oficios de la economía de la isla estén tan bien ocupados como en un continente, donde el número de especies aborígenes es mucho mayor y donde, en consecuencia, ocupan un lugar acotado de manera más estricta. Podemos esperar, por tanto, que en nuestra isla, aunque muchísimas de las ligeras variaciones no fueran de ninguna utilidad para los individuos plásticos, en el curso de un siglo naciera ocasionalmente un individuo cuya estructura o constitución le permitiera en un ligero grado ocupar mejor algún oficio de la economía insular y luchar mejor contra otras especies. Si tal fuese el caso, el individuo y su descendencia tendrían una mayor probabilidad de sobrevivir y de ganar a su forma progenitora; y si (como es probable) este individuo y su descendencia se cruzaran con la forma progenitora no variada, aun cuando el número de individuos no fuese muy grande existiría la posibilidad de que la forma nueva y más útil se preservara en algún pequeño grado. La lucha por la existencia seguiría seleccionando tales individuos año tras año hasta que quedara formada una nueva raza o especie. Unos pocos de los primeros habitantes de la isla, o quizá todos, podrían quedar modificados, en la medida en que las condiciones físicas de la isla y las resultantes del tipo y número de otras especies transportadas fuesen distintas de las de la región de origen, y dependiendo de las dificultades presentadas a los nuevos inmigrantes y al lapso de tiempo transcurrido desde la introducción de los primeros individuos. Es obvio que fuese cual fuese la región, por lo general la tierra más cercana, desde la que hubiesen sido transportados los primeros pobladores, éstos mostrarían afinidad, aunque todos hubieran quedado modificados, con los nativos de aquella región, incluso cuando los propios habitantes de la fuente hubiesen sido modificados. Según esta concepción podemos entender de inmediato la causa y significado de la afinidad entre la fauna y flora de las islas Galápagos y las de la costa de América del Sur; y también, en consecuencia, por qué los habitantes de estas islas no presentan la más mínima afinidad con los de otras islas volcánicas, con suelo y clima muy parecidos, cerca de la costa de África.
Volviendo una vez más a nuestra isla, si a causa de la acción continuada de las fuerzas subterráneas se formaran otras islas en la vecindad, éstas por lo general serían pobladas por los habitantes de la primera isla, o por unos pocos inmigrantes de la masa de tierra más cercana; pero si se interpusieran obstáculos considerables a la comunicación entre las producciones terrestres de estas islas y sus condiciones fueran diferentes (quizá sólo por el número de diferentes especies en cada isla), una forma transportada de una isla a otra podría quedar alterada del mismo modo que una procedente del continente; de esta forma, tendríamos varias de las islas ocupadas por razas o especies representativas, como ocurre en el magnífico caso de las diferentes islas del archipiélago de Galápagos. A medida que las islas se hacen montañosas, si no se introducen especies de montaña, lo que sólo puede ocurrir raramente, se requerirá un mayor grado de variación y selección para adaptar unas especies originariamente procedentes de las tierras bajas del continente más cercano a las cimas de las montañas que para adaptarlas a las regiones más bajas de nuestras islas. Pues las especies de las tierras bajas procedentes del continente tendrían primero que luchar contra otras especies y otras condiciones en las tierras costeras de la isla, y probablemente a raíz de ello quedarían modificadas por la selección de sus variedades mejor adaptadas, y luego experimentar el mismo proceso cuando la tierra alcanzara una altitud moderada, y por último cuando alcanzara una altitud alpina. Podemos comprender entonces por qué las cumbres montañosas insulares son, como en el caso de Tenerife, sumamente peculiares. Dejando de lado el caso de que una flora ampliamente extendida se vea empujada hacia las cimas de las montañas durante un cambio del clima de frío a templado, podemos ver por qué en otros casos las floras de las cimas de las montañas (o, como las he llamado, islas en un mar de tierra) están ocupadas por especies peculiares, pero relacionadas con aquellas de las tierras bajas circundantes del mismo modo que lo están los habitantes de una verdadera isla marina con los del continente más cercano.
Consideremos ahora el efecto de un cambio del clima o de otras condiciones sobre los habitantes de un continente y de una isla aislada sin que medie un cambio importante de nivel. En el continente los efectos principales serían cambios en la proporción numérica de los individuos de diferentes especies, pues tanto si el clima se hiciera más cálido o más frío, más seco o más húmedo, más uniforme o más extremo, algunas de las especies actuales estarían adaptadas a sus diversificadas regiones; si, por ejemplo, se hiciera más frío, migrarían especies desde sus partes más templadas y desde sus tierras más altas; si más húmedo, desde sus regiones más umbrías, etcétera. En una isla pequeña y aislada, sin embargo, dotada de pocas especies, y aun éstas no adaptadas a condiciones diversificadas, tales cambios, en lugar de aumentar simplemente el número de ciertas especies ya adaptadas a tales condiciones y de disminuir el otras especies, podrían afectar a las constituciones de algunas de las especies insulares; así, si la isla se hiciera más húmeda, bien pudiera ocurrir que no existieran especies en ninguna parte de ella adaptadas a las consecuencias de una mayor humedad. Por consiguiente en este caso, y aún más (como hemos visto) durante la producción de nuevas estaciones o hábitats a causa de su levantamiento, una isla sería, hasta donde podemos juzgar, una fuente mucho más fértil de nuevas formas específicas que un continente. Cabe esperar que ocasionalmente las nuevas formas generadas de este modo en una isla fuesen transportadas por accidente, o que por medio de cambios geográficos continuados durante largo tiempo les fuera posible emigrar y de este modo difundirse lentamente.
Si atendemos ahora al origen de un continente, casi todos los geólogos admitirán que en la mayoría de los casos habría existido primero en forma de islas separadas que de manera gradual habrían aumentado de tamaño; y por lo tanto todo lo que se ha dicho sobre los cambios probables de las formas que pueblan un pequeño archipiélago puede aplicarse a un continente en su estado inicial. Además, un geólogo que reflexione sobre la historia geológica de Europa (la única región bien conocida) admitirá que ha estado en muchas ocasiones deprimida, levantada y estacionaria. Con el hundimiento de un continente y los probables cambios climáticos que lo acompañan, los efectos serán pequeños excepto sobre las proporciones numéricas y sobre la extinción de alguna o de muchas de las especies (bien porque se reduzcan los ríos, bien porque se sequen los pantanos, se conviertan las tierras altas en bajas, etcétera). Sin embargo, tan pronto como el continente quedara dividido en muchas porciones aisladas o en islas, impidiéndose la libre inmigración de una parte a otra, el efecto de los cambios climáticos y de otro tipo sobre las especies sería mayor. Pero permitamos que el continente, ahora fragmentado en islas, comience a levantarse y se formen de este modo nuevas estaciones, exactamente como en el primer caso del levantamiento del islote volcánico, y tendremos unas condiciones igualmente favorables para la modificación de las viejas formas, es decir, para la formación de nuevas razas o especies. Dejemos que las islas vuelvan a reunirse en un continente, y entonces las formas nuevas y las viejas se extenderán hasta donde las barreras, los medios de transporte y la ocupación previa del territorio por otras especies les permitan. Algunas de las nuevas especies o razas probablemente se extingan, y algunas quizá se crucen y mezclen entre sí. Tendremos entonces una multitud de formas adaptadas a todos los tipos de estaciones ligeramente distintas, y a diversos grupos de especies, bien antagonistas, bien que les sirvan de alimento. Cuanto más a menudo hayan tenido lugar estas oscilaciones de nivel (y por tanto, por lo general, cuanto más antigua sea la tierra) mayor será el número de especies que tenderán a formarse. Los habitantes de un continente, derivados de este modo, en primer lugar, de unos mismos progenitores originales y, posteriormente, de los habitantes de un área más amplia, desde entonces fragmentada y reunida, estarán obviamente relacionados entre sí, y los habitantes de los lugares más desemejantes de un mismo continente serán mucho más afines entre sí que los habitantes de dos lugares muy semejantes pero pertenecientes a dos divisiones distintas de entre las principales del mundo.
No hará falta que señale que ahora es evidente por qué el número de especies de dos regiones, con independencia del número de estaciones de esas regiones, es en algunos casos tan ampliamente distinto como en Nueva Zelanda y en el Cabo de Buena Esperanza. Conociendo la dificultad del desplazamiento de los mamíferos terrestres podemos ver por qué las islas alejadas de otras masas de tierra no los poseen; vemos la razón general, o sea, el transporte accidental (aunque no la razón precisa), por la cual ciertas islas poseen miembros de la clase de los reptiles y otras no. Podemos ver por qué un antiguo canal de comunicación entre dos puntos distantes, como probablemente lo fuese la cordillera entre el sur de Chile y los Estados Unidos durante períodos más fríos del pasado; y los icebergs entre las islas Malvinas y la Tierra de Fuego; y los temporales, en tiempos pasados y en la actualidad, entre las costas asiáticas del Pacífico y las islas orientales de este océano; se relaciona con (o, según podemos decir ahora, causa) afinidad entre las especies, aunque distintas, de aquellas dos regiones. Podemos ver ahora de qué modo la mayor oportunidad de difusión de varias de las especies de géneros de amplia distribución en sus propias regiones explica la presencia de otras especies del mismo género en otras regiones; y, por otro lado, que las especies con un poder limitado de dispersión formen géneros de distribución restringida.
Del mismo modo que a cualquiera sorprendería que el hombre criara dos variedades de una especie exactamente parecidas y peculiares mediante un proceso de selección continua en dos países distintos, o en dos períodos muy diferentes, no debemos tampoco esperar que se produzca una forma exactamente igual mediante la modificación de una forma antigua en dos lugares distintos o en dos períodos distintos. Pues en esos lugares y tiempos estarán probablemente expuestas a climas algo distintos y casi con certeza inmersas en asociaciones diferentes. Podemos entonces ver por qué cada especie parece haber sido producida de manera única en el espacio y en el tiempo. No hará falta que señale que, de acuerdo con esta teoría de la ascendencia, no existe necesidad de modificación en una especie cuando ésta alcanza una región nueva y aislada. Si es capaz de sobrevivir y si no se seleccionan variaciones ligeras mejor adaptadas a las nuevas condiciones, retendrá (hasta donde sabemos) su antigua forma durante un tiempo indefinido. Del mismo modo que vemos que algunas subvariedades producidas bajo domesticación son más variables que otras, así en la naturaleza algunas especies y géneros quizá sean más variables que otros. La misma forma precisa, sin embargo, probablemente sólo se preservará en muy raras ocasiones a lo largo de sucesivos períodos geológicos, o en regiones con condiciones variadas y diversas.
Por último, podemos concluir que durante los largos períodos de tiempo y, probablemente, de oscilación de nivel necesarios para la formación de un continente, muchas formas (como se ha explicado anteriormente) se extinguirán. Estas formas extintas, junto con las supervivientes (tanto las de estructura modificada o cambiada como las que no), se hallarán relacionadas en cada continente del mismo modo y con el mismo grado que los habitantes de dos subregiones cualesquiera de ese mismo continente. No quiero decir con ello que, por ejemplo, los actuales marsupiales de Australia o los edentados y roedores de América del Sur hayan descendido de alguno de los pocos fósiles de los mismos órdenes que han sido descubiertos en esos países. Es posible que ése sea el caso en contadas ocasiones, pero por lo general habremos de considerarlos simplemente codescendientes de troncos comunes. Esto es así, a mi modo de ver, a causa de la improbabilidad, si se considera el vasto número de especies, que según nuestra teoría debe haberse dado de que (como ya se ha explicado en el último capítulo) los comparativamente pocos fósiles que han sido hallados sean por fortuna precisamente los progenitores inmediatos y lineales de las especies actuales. Por muy recientes que sean los fósiles de mamíferos descubiertos en América del Sur, ¿quién podría afirmar que no han existido muchas otras formas intermedias? Además, como veremos en el siguiente capítulo, la propia existencia de géneros y especies sólo puede explicarse porque en cada época solamente unas pocas especies hayan dejado, para un período futuro, sucesores modificados o nuevas especies; y cuanto más distante sea ese período futuro, más escasos serán los herederos lineales de la época anterior. Puesto que, de acuerdo con nuestra teoría, todos los mamíferos deben haber descendido del mismo tronco progenitor, es necesario que todas las regiones que en la actualidad poseen mamíferos hayan estado en algún momento suficientemente unidas a otras tierras como para permitir el paso de mamíferos; y concuerda con esta necesidad el hecho de que, al mirar suficientemente atrás en la historia de la Tierra, hallemos, en primer lugar, cambios en la distribución geográfica, y, en segundo lugar, un período en que vivían juntas las formas de mamíferos más características de dos de las actuales divisiones principales de la Tierra.
Me siento, pues, justificado al afirmar que la mayoría de los hechos antes enumerados, y a menudo triviales, de la distribución geográfica de los organismos del presente y del pasado (hechos que los creacionistas verán como últimos) se explican como una simple consecuencia de que las formas específicas sean mutables y estén adaptadas por medio de la selección natural a diversos fines, conjuntamente con su capacidad de dispersión y los cambios geológicos y geográficos que en la actualidad progresan lentamente y que sin duda se han producido en el pasado. Esta gran clase de hechos, de este modo explicados, hace con creces de contrapeso en mi mente a las muchas otras dificultades y aparentes objeciones, convenciéndome de la verdad de esta teoría de la ascendencia común.
Improbabilidad de encontrar formas fósiles intermedias entre especies existentes
Hay un observación de considerable importancia que puede presentarse aquí con referencia a la improbabilidad de que las principales formas de transición entre dos especies dadas puedan encontrase en estado fósil. Con respecto a los matices más finos de la transición, ya he señalado anteriormente que nadie tiene razón alguna para esperar encontrarlas en estado fósil si no es lo bastante audaz como para imaginar también que los geólogos de una época futura podrán seguir a través de huesos fósiles las gradaciones entre las razas de vacuno de cuernas cortas, de Herefordshire y de Alderney. He intentado mostrar que las islas que se están levantando, que están en proceso de formación, deben ser los mejores criaderos de nuevas formas específicas, pero éstos son los lugares menos favorables para el enterramiento de fósiles. Apelo, como evidencia, al estado de las numerosas islas dispersas por los grandes océanos, a la poca frecuencia con la que se presentan en ellas depósitos sedimentarios y a que, cuando están presentes, son simples franjas de poca antigüedad que el mar erosiona y destruye. La causa de todo esto radica en que las islas más aisladas suelen ser volcánicas y lugares de levantamiento, y esa elevación subterránea tiene el efecto de llevar los estratos recién depositados a su alrededor hasta el nivel de acción destructiva del oleaje. Por otro lado, los estratos depositados a mayores distancias, y por tanto en áreas de océano profundo, están prácticamente desprovistos de restos orgánicos. Esas observaciones pueden generalizarse: los períodos de subsidencia serán siempre los más favorables para la acumulación de un gran grosor de estratos y, por consiguiente, para su preservación a largo plazo, pues si una formación no queda protegida por estratos sucesivos, raramente quedará preservada hasta una edad lejana a causa de la enorme cantidad de denudación, que parece ser una contingencia general del tiempo. Citaré, como prueba de esta observación, la gran magnitud de la subsidencia evidente en la gran pila de las formaciones europeas, desde la época silúrica hasta el final del secundario, y quizá incluso hasta un período posterior. Los períodos de elevación, por otro lado, no pueden ser favorables para la acumulación de estratos y su preservación hasta edades distantes por la circunstancia a la que ya se ha aludido, es decir, que el levantamiento tiende a traer a la superficie los estratos circumlitorales (donde siempre abundan más los fósiles) y a destruirlos. Los fondos de aguas profundas (que, sin embargo, son poco favorables a la vida) deben exceptuarse de esta influencia desfavorable del levantamiento. En el océano abierto probablemente no se acumule ningún sedimento, o en todo caso se acumula tan lentamente que no preserva restos fósiles, que siempre se verán sujetos a la desintegración. Las cavernas son sin duda un lugar igualmente propicio para la preservación de fósiles terrestres durante los períodos de levantamiento y de subsidencia; sin embargo, a causa quizá de la enorme cantidad de denudación que toda la tierra parece haber sufrido, no se ha encontrado ninguna caverna que contenga huesos fósiles del período secundario.
Por consiguiente, en cualquier región del mundo se preservarán más restos hasta una edad lejana durante los períodos de subsidencia que durante los de levantamiento.
Sin embargo, durante la subsidencia de un área de tierra, a causa de la reducción del espacio y de la diversidad de sus hábitats o estaciones, y a causa también de que la tierra estará previamente ocupada por especies adecuadas a diversos medios de subsistencia, sus habitantes serán poco propensos a la modificación por selección, aunque muchos podrán, o más bien deberán, extinguirse. En cuanto a sus habitantes circunmarinos, por bien que durante el cambio de un continente a un gran archipiélago aumentará el número de estaciones apropiadas para los seres marinos, sus medios de difusión (un freno importante al cambio de forma) se verán muy mejorados, puesto que un continente que se extienda al norte y al sur o una amplia extensión de océano abierto parecen constituir sus únicas barreras. En cambio, durante la elevación de un pequeño archipiélago y su conversión a un continente tenemos que, mientras aumenta el número de estaciones, tanto para las producciones terrestres como para las acuáticas, y mientras estas estaciones no queden totalmente ocupadas por especies perfectamente adaptadas a ellas, se presentarán las mejores circunstancias para la formación de nuevas especies. No obstante, pocas serán las que queden preservadas hasta una época distante en sus primeras fases de transición. Habremos de esperar mucho tiempo hasta que un proceso de subsidencia continuado durante largo tiempo tome el lugar del proceso de levantamiento en aquella región del mundo para que se produzcan las mejores condiciones para la preservación de sus habitantes. Por lo general, las grandes masas de estratos de cada lugar serán, a causa sobre todo de su acumulación durante períodos de subsidencia, la tumba no tanto de las formas de transición como de las formas en proceso de extinción o de las que permanecen inalteradas.
El estado de nuestro conocimiento y la lentitud de los cambios de nivel no nos permiten contrastar la veracidad de estas tesis comprobando si en efecto hay más especies transicionales o «finas» (como los naturalistas las llamarían) en una zona de tierra en proceso de levantamiento y expansión que en un área de subsidencia. Desconozco asimismo si hay más especies «finas» en islas volcánicas aisladas en proceso de formación que en un continente, pero debo señalar que en el archipiélago de Galápagos el número de formas que, según algunos naturalistas, son especies y, según otros, simples razas, es considerable, y esto se aplica en particular a las distintas especies o razas del mismo género que habitan en distintas islas de este archipiélago. Cabe añadir, además, por lo que pueda aportar a los grandes hechos discutidos en este capítulo, que cuando los naturalistas centran su atención en un solo país, se enfrentan a una dificultad comparativamente pequeña a la hora de decidir a qué formas llamar especies y a cuáles variedades, es decir, aquéllas para las cuales pueda mostrarse o no que con toda probabilidad sean descendientes de alguna otra forma. Pero la dificultad aumenta a medida que se examinan especies traídas de muchas estaciones, regiones e islas. Fue al parecer esta dificultad creciente (pero creo que en pocos casos insuperable) la que instó a Lamarck a concluir que las especies son mutables.