La teoría de la evolución

Capítulo VIII. Unidad de tipo en las grandes clases y estructuras morfológicas

CAPÍTULO VIII

UNIDAD DE TIPO EN LAS GRANDES CLASES Y ESTRUCTURAS MORFOLÓGICAS

UNIDAD DE TIPO

Nada hay más maravilloso, nada comentado con mayor insistencia, que el hecho de que los seres orgánicos de cada una de las grandes clases, aun cuando habiten en los climas más diversos o en períodos inmensamente remotos, aun cuando sean adecuados para los más variados fines en la economía de la naturaleza, manifiesten en su estructura interna una evidente uniformidad. ¿Acaso hay algo más portentoso que el hecho de que la mano para asir, el pie o la pezuña para caminar, el ala del murciélago para volar y la aleta de la marsopa para nadar, estén construidos de acuerdo con el mismo plan? ¿Y que, por su número y posición, los huesos sean tan parecidos que puedan clasificarse del mismo modo y llamarse por el mismo nombre? A veces algunos de los huesos están apenas representados con un estilo suavizado y aparentemente inútil o están soldados a otros huesos, pero esto no destruye la unidad de tipo ni lo hace menos claro. Vemos en este hecho un profundo vínculo de unión entre los seres orgánicos de las grandes clases, cuya ilustración es el objeto y fundamento del sistema natural. La percepción de este vínculo, cabe añadir, es la causa evidente de que los naturalistas hagan una distinción poco clara entre las afinidades verdaderas y las adaptativas.

MORFOLOGÍA

Hay otra clases de hechos afines o más bien casi idénticos admitidos por los naturalistas menos visionarios e incluidos bajo el nombre de morfología. Estos hechos revelan que varios de los órganos de un ser orgánico consisten en algún otro órgano metamorfoseado; por ejemplo, puede demostrarse que los sépalos, pétalos, estambres, pistilos, etcétera, de cualquier planta son hojas transformadas, y así puede explicarse de la forma más lúcida no sólo el número, posición y estados de transición de estos diversos órganos, sino también sus cambios monstruosos. Se cree que las mismas leyes se aplican a las vesículas gemíferas de los zoófitos. De igual modo, el número y posición de las extraordinariamente complejas mandíbulas y palpos de los crustáceos y los insectos, así como sus diferencias entre los diferentes grupos, se tornan simples cuando se ven estas partes, estas patas y apéndices metamorfoseados, como patas metamorfoseadas. Asimismo, el cráneo de los vertebrados está conformado por tres vértebras metamorfoseadas, y podemos comprender entonces el significado del número y extraña complicación de la caja craneana del cerebro. En este último caso, así como en el de las mandíbulas de los crustáceos, basta con ver una serie extraída de los distintos grupos de cada clase para admitir la verdad de estas tesis. Es evidente que cuando en cada especie de un grupo unos órganos consisten en alguna otra parte metamorfoseada, debe existir también en ese grupo una «unidad de tipo». Y en los casos como el presentado anteriormente en que el pie, la mano, el ala y la aleta están construidos, por lo que parece, de acuerdo con un tipo uniforme, si pudiéramos percibir en esas partes u órganos trazas de un cambio evidente a partir de algún otro uso o función, deberíamos en rigor incluir tales partes u órganos en la esfera de la morfología. Así, si pudiéramos encontrar en las extremidades de los vertebrados, como de hecho podemos en sus costillas, trazas de un cambio evidente a partir de apófisis de las vértebras, podría decirse que en cada especie de los vertebrados las extremidades son «apófisis espinales metamorfoseadas», y que en todas las especies de la clase, las extremidades manifiestan una «unidad de tipo».

Todas estas maravillosas partes de la pezuña, el pie, la mano, el ala y la aleta, de animales tanto vivos como extintos, construidas a partir de la misma estructura, e igualmente de los pétalos, estambres, gérmenes, etcétera, que son hojas transformadas, los creacionistas sólo pueden verlas como hechos últimos y, como tales, sin explicación posible; en cambio, en el marco de nuestra teoría de la ascendencia estos hecho se siguen de manera necesaria, pues de acuerdo con ella todos los seres de cualquier clase, por ejemplo los mamíferos, se suponen descendientes de un tronco primitivo y alterados por pasos tan leves como los que el hombre efectúa mediante la selección de variaciones domésticas fortuitas. De conformidad con este concepto, podemos ver que un pie puede seleccionarse con huesos cada vez más largos y dedos conectados por una membrana cada vez más amplia hasta convertirse en un órgano natatorio, y así sucesivamente hasta transformarse en un órgano con el que aletear en la superficie o deslizarse por ella, y por último para volar por el aire; pero en todos estos cambios no se produciría ninguna tendencia a alterar el armazón de la estructura interna heredada. Unas partes pueden perderse (como la cola en los perros, las cuernas en las vacas o los pistilos en las plantas), otras pueden unirse (como los pies de la raza Lincolnshire de cerdos, o los estambres de muchas flores de jardín); partes de naturaleza parecida pueden aumentar en número (como las vértebras de la cola de los cerdos, etcétera, y los dedos de las manos y los pies en las razas de hombres de seis dedos y en los gallos de Dorking), pero en la naturaleza se encuentran diferencias análogas y los naturalistas no consideran que destruyan la uniformidad de los tipos. Podemos, sin embargo, concebir que cambios de esta naturaleza alcancen tal magnitud que la unidad de tipos quede oscurecida y finalmente indistinguible; la aleta de Plesiosaurus se ha propuesto como un caso en que la uniformidad de tipo apenas puede reconocerse. Si tras cambios largos y graduales en la estructura de los codescendientes a partir de un tronco primitivo todavía se pudiera hallar evidencia de la función que ciertas partes u órganos desempeñaban en el tronco primitivo (ya sea por monstruosidades o a partir de una serie graduada), estas partes u órganos podrían determinarse de manera rigurosa por su antigua función añadiéndole el término «metamorfoseado». Los naturalistas han utilizado este término con el mismo sentido metafórico con el que se han visto forzados a utilizar los términos afinidad y relación; y cuando afirman, por ejemplo, que las mandíbulas de un cangrejo son patas metamorfoseadas porque un cangrejo tiene más patas y menos mandíbulas que otro, están lejos de decir que las mandíbulas, ya sea durante la vida de un cangrejo, ya de sus progenitores, hubiesen sido realmente patas. En nuestra teoría este término adquiere un significado literal; y queda explicado de manera sencilla este hecho asombroso de que las complejas mandíbulas de un animal retengan numerosos caracteres, como probablemente habrían de retener si realmente se hubieran metamorfoseado a partir de verdaderas patas a lo largo de muchas generaciones sucesivas.

EMBRIOLOGÍA

La unidad de tipo en las grandes clases se pone de manifiesto de otra forma sorprendente, a saber, en las fases por las que atraviesa el embrión en su camino a la madurez. Así, por ejemplo, en un período del embrión las alas del murciélago, la mano, la pezuñas o el pie del cuadrúpedo y la aleta de la marsopa no difieren, sino que consisten en un simple hueso indiviso. En un período aún más temprano, el embrión de un pez, un ave, un reptil y un mamífero se asemejan asombrosamente. No debe suponerse que esta semejanza sea sólo externa, pues al disecarlos se observa que las arterias se ramifican y discurren siguiendo un curso peculiar totalmente distinto del que siguen en el mamífero y el ave adultos, pero mucho menos diferente que en los peces adultos, pues discurren como si hubiesen de oxigenar la sangre en las branquias del cuello, de las que incluso pueden discernirse las hendiduras. Es cosa portentosa que esta estructura se encuentre en los embriones de animales que habrán de desarrollarse en formas tan distintas, y de los cuales dos grandes clases respiran únicamente en el aire. Además, dado que el embrión del mamífero madura en el cuerpo de la madre, el del ave en el interior de un huevo en el aire y el del pez en un huevo en el agua, no podemos creer que este curso de las arterias esté relacionado con condiciones externas. Pero Müller niega esto, y afirma que el mamífero joven no es en ningún momento un pez, del mismo modo que Owen asevera que la medusa embrionaria no es en ningún momento un pólipo, sino más bien que el mamífero y el pez, o la medusa y el pólipo pasan a través del mismo estadio, y que simplemente el mamífero y la medusa están más desarrollados o modificados.

Dado que el embrión, en la mayoría de los casos, posee una estructura menos compleja que aquélla en la que acaba por desarrollarse, pudiera pensarse que el parecido del embrión con formas menos complejas de la misma gran clase fuera de algún modo una preparación necesaria para su desarrollo superior; pero en realidad el embrión, durante su crecimiento, puede igualmente hacerse más complejo como menos complejo. Así, las hembras de ciertos crustáceos epizoicos carecen de ojos y de órganos de locomoción en su estado maduro: consisten entonces en un simple saco con un sencillo aparato para la digestión y la procreación, y una vez adheridos al cuerpo de un pez, del que se alimentan, ya no vuelven a desplazarse en toda su vida; sin embargo, en su condición embrionaria poseen ojos además de extremidades bien articuladas, y nadan activamente en busca de un objeto adecuado al que adherirse. De igual modo, las orugas de algunas mariposas nocturnas son tan complicadas como las hembras adultas y más activas, pues éstas son ápteras y no abandonan la cápsula pupal ni se alimentan ni ven nunca la luz del día.

INTENTO DE EXPLICAR LOS HECHOS DE LA EMBRIOLOGÍA

Creo que la teoría de la ascendencia puede arrojar mucha luz sobre estos prodigiosos hechos embriológicos comunes en mayor o menor grado a todo el reino animal y en cierta manera también al reino vegetal; del hecho, por ejemplo, de que las arterias del embrión del mamífero, el ave, el reptil y el pez discurran y se ramifiquen siguiendo el mismo curso y casi en del mismo modo que las arterias de un pez adulto; del hecho, añadiré, de la gran importancia que para los naturalistas sistemáticos revisten los caracteres y semejanzas en el estado embrionario para determinar la verdadera posición de los seres orgánicos maduros en el sistema natural. A continuación presento las consideraciones que arrojarán luz sobre estos curiosos hechos.

En la economía, pongamos por caso que de un animal felino, que el embrión o los cachorros lactantes tengan estructura felina tiene una importancia bastante secundaria; por tanto, si un felino variara (suponiendo por el momento que esto sea posible) y si algún lugar de la economía de la naturaleza favoreciera la selección de una variedad de extremidades más largas, no sería demasiado importante para la producción por selección natural de una raza de extremidades largas que las extremidades del embrión y del cachorro fueran alargadas siempre y cuando se hicieran así tan pronto como el animal tuviera que proveerse de alimento por sí mismo. Y si tras continua selección y tras la producción de varias nuevas razas a partir de un tronco primitivo se hallara que las sucesivas variaciones no aparecen muy temprano en los cachorros o en los embriones de cada raza (y ya hemos visto que es poco importante si esto ocurre así o no), entonces obviamente los cachorros o embriones de las distintas razas seguirán pareciéndose más entre sí que a sus progenitores adultos. Más aún, si cada una de estas razas se convirtiera a su vez en el tronco progenitor de otras razas, formando así dos géneros, los cachorros y los embriones de éstos todavía retendrían un mayor parecido con el tronco original que en su estado adulto. Por lo tanto, si pudiera probarse que las ligeras variaciones sucesivas no aparecen siempre en un período muy temprano de la vida, quedaría inexplicado que exista un mayor parecido o una más estrecha unidad de tipo en los animales jóvenes que en los adultos. Antes de intentar descubrir en la práctica[83] si en nuestras razas domésticas la estructura o la forma de los jóvenes ha cambiado en un grado que se corresponda de manera exacta a los cambios en los animales adultos, conviene demostrar primero que es al menos posible imprimir en la vesícula germinal primaria la tendencia a producir algún cambio en los tejidos en crecimiento que no manifieste su efecto plenamente hasta una fase avanzada de la vida del animal.

Por el hecho de que las siguientes peculiaridades de la estructura sean hereditarias y aparezcan solamente en el animal adulto, a saber: el tamaño general, la estatura (no debida a la estatura del niño), la gordura local o de todo el cuerpo; el cambio de color en el pelo o su pérdida; la deposición de materia ósea en las patas de los caballos; la sordera o la ceguera, o sea, cambios en la estructura de los ojos o los oídos; la gota y la consiguiente deposición de piedras calcáreas, así como muchas otras enfermedades, por ejemplo del corazón, el cerebro, etcétera; por el hecho, insisto, de que todas estas tendencias sean heredables, vemos claramente que la vesícula germinal puede quedar impresionada por una potencia que queda portentosamente preservada durante la producción de un sinnúmero de células durante el desarrollo de los diferentes tejidos hasta que la parte que finalmente haya de ser afectada quede formada y se llegue al momento de la vida. Vemos esto claramente cuando seleccionamos ganado vacuno con alguna peculiaridad en sus cuernas, o pollos con alguna peculiaridad en su segundo plumaje, puesto que tales peculiaridades no pueden reaparecer, como es lógico, hasta que el animal alcance la madurez. Por lo tanto, es ciertamente posible que la vesícula germinal quede impresionada con una tendencia a producir un animal de extremidades largas pero que la plena longitud proporcional de esas extremidades no se manifieste hasta que el animal alcance la madurez[84].

En varios de los casos que acabamos de enumerar sabemos que la causa primera de la peculiaridad, cuando no es heredada, radica en las condiciones a las que haya sido expuesto el animal durante su vida madura, por lo que hasta cierto punto el tamaño general y la gordura, la cojera en los caballos y en menor grado la ceguera, la gota y algunas otras enfermedades sin duda están causadas y aceleradas en cierta medida por los hábitos de la vida, y estas peculiaridades, cuando son transmitidas a la descendencia de la persona afectada, reaparecen de manera aproximada en el tiempo correspondiente de su vida. En las obras médicas se afirma en general que el período en que aparece una enfermedad hereditaria en un progenitor es aproximadamente el mismo en que la enfermedad reaparece en sus descendientes. Encontramos, además, que el momento en que se alcanza la madurez, así como la época de reproducción y la longevidad, se transmiten en los períodos correspondientes de la vida. El doctor Holland ha insistido mucho en que los niños de la misma familia manifiestan las mismas enfermedades de maneras parecidas y características; mi propio padre ha tenido conocimiento de tres hermanos que murieron a una edad muy avanzada en el mismo singular estado comatoso; ahora bien, para que estos últimos casos tengan relevancia para la cuestión aquí tratada sería necesario demostrar que los hijos de esas familias sufren del mismo modo en edades correspondientes de su vida; probablemente no sea así, pero estos hechos muestran al menos que la tendencia a que una enfermedad aparezca en momentos particulares de la vida puede transmitirse a través de la vesícula germinal a distintos individuos de la misma familia. Por tanto, es ciertamente posible que puedan transmitirse enfermedades que afectan a períodos muy distintos de la vida. Se presta tan poca atención a las crías de los animales domésticos que desconozco si hay algún caso registrado de alguna peculiaridad seleccionada en los animales jóvenes, por ejemplo el primer plumaje de las aves, que se transmita a sus propias crías. No obstante, si nos fijamos en los gusanos de seda veremos que las orugas y los capullos (que deben corresponder a un período muy temprano de la vida embrionaria de los mamíferos) varían, y que estas variedades tienden a reaparecer en las orugas y capullos de su descendencia.

Creo que estos hechos bastan para considerar probable que, sea cual sea el período de la vida en que aparezca una peculiaridad (que pueda ser heredada), ya sea causada por la acción de influencias externas durante la edad madura, ya por una afección de la vesícula germinal primaria, tenderá a reaparecer en la descendencia en el período de la vida correspondiente. Por lo tanto (añadiré), sea cual sea el efecto que el entrenamiento, es decir, el pleno empleo o acción de una ligera variación recién adquirida, ejerza sobre el pleno desarrollo y aumento de esa variación, sólo se manifestará en la edad madura que corresponda al período de entrenamiento; en el segundo capítulo he mostrado a este respecto que existe una marcada diferencia entre la selección natural y la artificial en el sentido de que el hombre, por lo general, no ejercita o adapta sus variedades a nuevos fines, en tanto la selección por la naturaleza presupone ese ejercicio y adaptación en todas y cada una de las partes modificadas. Los hechos precedentes revelan y presuponen que las variaciones ligeras se producen en diversos períodos de la vida después del nacimiento, las observaciones de monstruosidades, por otro lado, ponen de manifiesto que muchos cambios tienen lugar antes del nacimiento, por ejemplo los dedos supernumerarios, el labio leporino y todas las alteraciones importantes y súbitas de la estructura; y éstas, cuando son heredadas, reaparecen en la descendencia durante el período embrionario. Añadiré tan sólo que en un período anterior incluso a la vida embrionaria, a saber, durante el estado de huevo, aparecen variedades en el tamaño y el color (como en el caso del pato de Hertfordshire de huevos negruzcos) que vuelven a aparecer en los huevos; también en las plantas la cápsula y las membranas de la semilla son muy variables y heredables.

Si, por consiguiente, se admiten las dos proposiciones siguientes (y creo que difícilmente puede ponerse en duda la primera), a saber, que la variación de la estructura tiene lugar en todos los momentos de la vida, aunque sin duda mucho menos en cantidad y con menor frecuencia en la plena edad madura (y aun entonces tomando la forma de una enfermedad); y, en segundo lugar, que estas variaciones tienden a reaparecer en el período correspondiente de la vida, lo cual parece al menos probable, entonces podríamos haber esperado a priori que en cualquier raza seleccionada los animales jóvenes no compartieran en un grado correspondiente las peculiaridades que caracterizan a su progenitor adulto, aunque lo hicieran en un grado menor. Pues a lo largo de los miles o decenas de miles de selecciones de ligeros incrementos de la longitud de las extremidades de los individuos que son necesarias para producir una raza de extremidades largas, podríamos esperar que tales incrementos tuvieran lugar en diferentes individuos (pues no sabemos con certeza en qué momento de la vida tendrían lugar), en algunos casos más temprano y en otros más tarde en el estado embrionario, y en algunos casos durante la edad juvenil; y que estos incrementos reaparecieran en su descendencia sólo en los períodos correspondientes. Así pues, la longitud total de la extremidad de la nueva raza de extremidades largas sólo se adquiriría en el más tardío período de la vida, cuando sobreviniera el último de los mil incrementos primarios de longitud. En consecuencia, el feto de la nueva raza permanecería durante la primera parte de su existencia mucho menos modificado en las proporciones de sus extremidades; y cuanto más al comienzo fuera el período, menor sería el cambio.

Con independencia de la consideración que se tenga de los hechos en que se fundamenta este razonamiento, nos muestra de qué modo los embriones y los jóvenes de distintas especies pueden resultar menos modificados que sus progenitores adultos; y en la práctica encontramos que los jóvenes de nuestros animales domésticos, aunque difieren, lo hacen menos que sus progenitores adultos. Así, si nos fijamos en los cachorros del galgo y del bulldog (las dos razas de perro más claramente modificadas) encontramos que con seis días de edad sus patas y hocico (este último medido desde los ojos hasta la punta) tienen la misma longitud, por bien que en el grosor proporcional y la apariencia general de estas partes se manifieste una gran diferencia. Lo mismo ocurre en el ganado vacuno, pues aunque los terneros jóvenes de distintas razas se distinguen con facilidad, no difieren en sus proporciones tanto como los adultos. Vemos esto claramente en el hecho de que se necesita una gran pericia para seleccionar las mejores formas en individuos jóvenes, ya se trate de caballos, de vacas o de gallinas; nadie intentaría hacerlo a las pocas horas de su nacimiento, y un juicio preciso requiere una gran discriminación incluso en los jóvenes crecidos, y aun los mejores jueces se equivocan a veces. Esto demuestra que las proporciones últimas del cuerpo no se adquieren casi hasta la edad madura. Si hubiese recogido hechos suficientes para establecer firmemente la proposición de que en las razas seleccionadas artificialmente los animales embrionarios y jóvenes no están modificados en un grado correspondiente al manifestado en sus progenitores adultos, habría omitido todo el razonamiento anterior y el intento de explicar de qué modo se produce esto; pues podríamos haber transferido con seguridad la proposición a las razas o especies seleccionadas en la naturaleza, y el efecto último necesariamente habría sido que en varias razas o especies que desciendan de un tronco común y que formen varios géneros y familias, los embriones se habrían parecido más entre sí que los animales adultos. Con independencia de la forma que tomaran los hábitos en el tronco progenitor de los vertebrados, con independencia del curso y ramificación que siguieran las arterias, la selección de variaciones que apareciesen después de la primera formación de las arterias en el embrión no tendería a alterar, mediante variaciones que apareciesen en los correspondientes períodos, su curso en ese período; así pues, el parecido curso que siguen las arterias en el mamífero, el ave, el reptil y el pez debe interpretarse como el más antiguo registro de la estructura embrionaria del tronco progenitor común de estas cuatro grandes clases.

Un largo plazo de selección puede igualmente hacer que una forma se haga más simple o más compleja; así, la adaptación de un crustáceo a pasar la vida adherido al cuerpo de un pez permite una simplificación drástica pero ventajosa de la estructura, y nuestra tesis nos permite explicar fácilmente el hecho singular de que un embrión sea más complejo que sus progenitores.

SOBRE LA COMPLEJIDAD GRADUADA EN CADA CLASE

Aprovecharé esta oportunidad para señalar que los naturalistas han observado que en la mayoría de las grandes clases se puede definir una serie desde los seres muy complicados hasta los muy simples; así ocurre en los peces, entre el pion y el tiburón, y en los articulados, entre el cangrejo común y Daphnia, entre Aphis y una mariposa o entre un ácaro y una araña[85]. Ahora bien, la observación que acabamos de hacer, es decir, que la selección puede tender a simplificar tanto como a complicar, explica esto, pues podemos ver que durante los inacabables cambios geológico-geográficos y el consiguiente aislamiento de especies, una estación ocupada en otros lugares por animales menos complejos puede quedar desocupada y pasar luego a ser ocupada por una forma degradada de una clase superior o más compleja; y de ello no se seguiría necesariamente que, cuando dos regiones se unen, el organismo degradado ceda su lugar a los organismos inferiores originales. De acuerdo con nuestra teoría, obviamente no existe ningún poder que tienda constantemente a exaltar las especies, salvo la lucha mutua entre los diferentes individuos y clases; pero la fuerte y general tendencia hereditaria nos lleva a esperar encontrar alguna tendencia a una progresiva complejidad en las sucesivas producciones de nuevas formas orgánicas.

MODIFICACIÓN POR SELECCIÓN DE LAS FORMAS INMADURAS DE LOS ANIMALES

He señalado anteriormente que la forma felina es de importancia bastante secundaria para el embrión del gato y para el individuo joven. Como es natural, durante cualquier cambio grande y prolongado de la estructura de una animal maduro podría ser indispensable, y a menudo lo será, que se modifique la forma del embrión, y esto podría efectuarse por selección, a causa de la tendencia a heredar a las edades correspondientes, del mismo modo que ocurre en la edad madura; así, si el embrión tendiera a volverse o a permanecer, en todo o parte de su cuerpo, demasiado voluminoso, la hembra progenitora podría morir o sufrir más durante el parto, y como en el caso de los terneros con cuartos traseros voluminosos, la peculiaridad habrá de ser eliminada o la especie se extinguirá. Cuando una forma embrionaria tiene que buscarse su propio alimento, su estructura y adaptación es tan importante para la especie como la del animal adulto; y como ya hemos visto que una peculiaridad que aparece en una oruga (o en un niño, como muestra el carácter hereditario de los dientes de leche) reaparece en su descendencia, podemos ver enseguida que nuestro principio común de la selección de ligeras variaciones accidentales puede modificar y adaptar a la oruga a unas condiciones nuevas o cambiantes exactamente del mismo modo que a la mariposa adulta. Probablemente sea por ello por lo que las orugas de diferentes especies de lepidópteros difieren más entre sí de lo que difieren los embriones, que permanecen inactivos en el útero de la madre, en un período correspondientemente temprano de la vida. Dado que los adultos en tiempos sucesivos siguen adaptándose por selección a algún fin y las larvas a otro bastante distinto, no debe sorprendernos que la diferencia entre ellos se haga prodigiosamente grande, tanto como la que existe entre un percebe fijo a una roca y sus crías libres y con aspecto de cangrejo, provistas de ojos y de extremidades bien articuladas que les permiten desplazarse.

IMPORTANCIA DE LA EMBRIOLOGÍA PARA LA CLASIFICACIÓN

Estamos ahora preparados para comprender por qué el estudio de las formas embrionarias es de tan reconocida importancia para la clasificación. Hemos visto que una variación que sobrevenga en cualquier momento puede ayudar a la modificación y adaptación del ser adulto, pero para la modificación del embrión, sólo las variaciones que sobrevengan en un período muy temprano puede ser aprovechadas y perpetuadas por la selección; por tanto, dado que la estructura del embrión es en general poco importante, habrá menos poder y menos tendencia a modificar el joven, y por ello podemos esperar encontrar en este período semejanzas preservadas entre distintos grupos de especies que hayan quedado oscurecidas o perdidas en los animales adultos. A mi entender, según la teoría de las creaciones separadas sería imposible ofrecer ninguna explicación al hecho de que las afinidades entre los seres orgánicos sean más evidentes y de la mayor importancia en aquel período de la vida en que su estructura no está adaptada al fin último que habrá de desempeñar en la economía de la naturaleza.

ORDEN EN QUE APARECIERON LAS GRANDES CLASES EN EL TIEMPO

Del razonamiento anterior se sigue de manera rigurosa sólo que los embriones de (por ejemplo) los vertebrados existentes se asemejan más al embrión del tronco progenitor de su gran clase de lo que se asemejan los vertebrados adultos existentes a los adultos de su tronco progenitor. Pero puede argumentarse que, con mucha probabilidad, en la condición más temprana y simple de estas formas deben haberse asemejado el progenitor adulto y el embrión, y que el paso de cualquier animal por estados embrionarios durante su propio crecimiento se debe enteramente a variaciones posteriores que afectan sólo a los períodos más maduros de la vida. Si en efecto es así, entonces los embriones de los vertebrados existentes oscurecerán la estructura adulta de algunas de las formas de esa gran clase que hayan existido en períodos más tempranos de la historia de la Tierra; por consiguiente, los animales con estructura de pez tienen que haber precedido a las aves y los mamíferos; en los peces, esa división de organización superior en la que las vértebras se extienden por una división de la cola debe haber precedido a los de cola simétrica, puesto que los embriones de la segunda tienen cola desigual; y entre los crustáceos, los entomostráceos deben haber precedido a los cangrejos comunes y los percebes; los pólipos deben haber precedido a las medusas y los animálculos infusorios deben haber precedido a ambos. Este orden de precedencia en el tiempo se considera cierto en algunos de estos casos, aunque creo que las pruebas de que disponemos son tan incompletas respecto al número y tipo de organismos que han existido durante todos los períodos de la Tierra, y especialmente durante los más tempranos, que no haría demasiado énfasis en esta concordancia aun cuando fuera más cierta de lo que parece en el estado actual de nuestro conocimiento.

Download Newt

Take La teoría de la evolución with you