Escena I
Hamlet
Escena I
POLONIO, REYNALDO
Sala en casa de Polonio.
Polonio
Reynaldo, entrégale este dinero y estas cartas.
Reynaldo
Así lo haré, señor.
Polonio
Será un admirable golpe de prudencia, que antes de verle te informaras de su conducta.
Reynaldo
En eso mismo estaba yo.
Polonio
Sí, es muy buena idea, muy buena. Mira, lo primero has de averiguar qué dinamarqueses hay en París, y cómo, en qué términos, con quién, y en dónde están, a quién tratan, qué gastos tienen; y sabiendo por estos rodeos y preguntas indirectas, que conocen a mi hijo, entonces ve en derechura a tu objeto, encaminando a él en particular tus indagaciones. Haz como si le conocieras de lejos, diciendo: sí, conozco a su padre, y a algunos amigos suyos, y aun a él un poco... ¿Lo has entendido?
Reynaldo
Sí, señor, muy bien.
Polonio
Sí, le conozco un poco; pero... (has de añadir entonces), pero no le he tratado. Si es el que yo creo a fe que es bien calavera; inclinado a tal o tal vicio... y luego dirás de él cuanto quieras fingir; digo, pero que no sean cosas tan fuertes que puedan deshonrarle. Cuidado con eso. Habla sólo de aquellas travesuras, aquellas locuras y extravíos comunes a todos, que ya se reconocen por compañeros inseparables de la juventud y la libertad.
Reynaldo
Como el jugar, ¿eh?
Polonio
Sí, el jugar, beber, esgrimir, jurar, disputar, putear... Hasta esto bien puedes alargarte.
Reynaldo
Y aun con eso hay harto para quitarle el honor.
Polonio
No por cierto, además que todo depende del modo con que le acuses. No debes achacarle delitos escandalosos, ni pintarle como un joven abandonado enteramente a la disolución; no, no es esa mi idea. Has de insinuar sus defectos con tal arte que parezcan nulidades producidas de falta de sujeción y no otra cosa: extravíos de una imaginación ardiente, ímpetus nacidos de la efervescencia general de la sangre.
Reynaldo
Pero, señor...
Polonio
¡Ah! Tú querrás saber con qué fin debes hacer esto, ¿eh?
Reynaldo
Gustaría de saberlo.
Polonio
Pues, señor, mi fin es éste; y creo que es proceder con mucha cordura. Cargando esas pequeñas faltas sobre mi hijo (como ligeras manchas de una obra preciosa) ganarás por medio de la conversación la confianza de aquel a quien pretendas examinar. Si él está persuadido de que el muchacho tiene los mencionados vicios que tú le imputas, no dudes que él convenga con tu opinión, diciendo: señor mío, o amigo, o caballero... En fin, según el título o dictado de la persona o del país.
Reynaldo
Sí, ya estoy.
Polonio
Pues entonces él dice... Dice... ¿Qué iba yo a decir ahora?... Algo iba yo a decir. ¿En qué estábamos?
Reynaldo
En que él concluirá diciendo al amigo o al caballero.
Polonio
Sí, concluirá diciendo. Es verdad... (así te dirá precisamente) algo iba yo a decir. Es verdad, yo conozco a ese mozo; ayer le vi o cualquier otro día, o en tal y tal ocasión, con este o con aquel sujeto, y allí como habéis dicho, le vi que jugaba, allá le encontré en una comilona, acullá en una quimera sobre el juego de pelota y..., (puede ser que añada) le he visto entrar en una casa pública, videlicet en un burdel, o cosa tal. ¿Lo entiendes ahora? Con el anzuelo de la mentira pescarás la verdad; que así es como nosotros los que tenemos talento y prudencia, solemos conseguir por indirectas el fin directo, usando de artificios y disimulación. Así lo harás con mi hijo, según la instrucción y advertencia que acabo de darte. ¿Me has entendido?
Reynaldo
Sí, señor, quedo enterado.
Polonio
Pues, adiós; buen viaje.
Reynaldo
Señor...
Polonio
Examina por ti mismo sus inclinaciones.
Reynaldo
Así lo haré.
Polonio
Dejándole que obre libremente.
Reynaldo
Está bien, señor.
Polonio
Adiós.