Hamlet

Escena XXI

Hamlet

Escena XXI

CLAUDIO, LAERTES

Gabinete del Rey.

Claudio

Sin duda tu rectitud aprobará ya mi descargo y me darás lugar en el corazón como a tu amigo; después que has oído, con pruebas evidentes, que el matador de tu noble padre, conspiraba contra mi vida.

Laertes

Claramente se manifiesta... Pero, decidme ¿por qué no procedéis contra excesos tan graves y culpables? Cuando vuestra prudencia, vuestra grandeza, vuestra propia seguridad, todas las consideraciones juntas deberían excitaros tan particularmente a reprimirlos.

Claudio

Por dos razones, que aunque tal vez las juzgarás débiles; para mí han sido muy poderosas. Una es, que la Reina su madre vive pendiente casi de sus miradas, y al mismo tiempo (sea desgracia o felicidad mía) tan estrechamente unió el amor mi vida y mi alma a la de mi esposa, que así como los astros no se mueven sino dentro de su propia esfera, así en mí no hay movimiento alguno que no dependa de su voluntad. La otra razón por que no puedo proceder contra el agresor públicamente es el grande cariño que le tiene el pueblo, el cual, como la fuente cuyas aguas mudan los troncos en piedras, bañando en su afecto las faltas del Príncipe, convierte en gracias todos sus yerros. Mis flechas no pueden con tal violencia dispararse, que resistan a huracán tan fuerte; y sin tocar el punto a que las dirija, se volverán otra vez al arco.

Laertes

Seguiré en todo vuestras ideas, y mucho más si disponéis que yo sea el instrumento que las ejecute.

Claudio

Todo sucede bien... Desde que te fuiste se ha hablado mucho de ti delante de Hamlet, por una habilidad en que dicen que sobresales. Las demás que tienes no movieron tanto su envidia como ésta sola; que en mi opinión ocupa el último lugar.

Laertes

¿Y qué habilidad es, señor?

Claudio

No es más que un lazo en el sombrero de la juventud; pero que la es muy necesario, puesto que así son propios de la juventud los adornos ligeros y alegres, como de la edad madura las ropas y pieles que se viste, por abrigo y decencia... Dos meses ha que estuvo aquí un caballero de Normandía... Yo conozco a los franceses muy bien, he militado contra ellos, y son por cierto buenos jinetes; pero el galán de quien hablo era un prodigio en esto. Parecía haber nacido sobre la silla, y hacía ejecutar al caballo tan admirables movimientos, como si él y su valiente bruto animaran un cuerpo solo, y tanto excedió a mis ideas, que todas las formas y actitudes que yo pude imaginar, no negaron a lo que él hizo.

Laertes

¿Decís que era normando?

Claudio

Sí, normando.

Laertes

Ese es Lamond, sin duda.

Claudio

Él mismo.

Laertes

Le conozco bien y es la joya más precisa de su nación.

Claudio

Pues éste hablando de ti públicamente, te llenaba de elogios por tu inteligencia y ejercicio en la esgrima, y la bondad de tu espada en la defensa y el ataque; tanto que dijo alguna vez, que sería un espectáculo admirable el verte lidiar con otro de igual mérito; si pudiera hallarse, puesto que según aseguraba él mismo, los más diestros de su nación carecían de agilidad para las estocadas y los quites cuando tú esgrimías con ellos. Este informe irritó la envidia de Hamlet, y en nada pensó desde entonces sino en solicitar con instancia tu pronto regreso, para batallar contigo. Fuera de esto...

Laertes

¿Y qué hay además de eso, señor?

Claudio

Laertes, ¿amaste a tu padre? O eres como las figuras de un lienzo, que tal vez aparentan tristeza en el semblante, cuando las falta un corazón.

Laertes

¿Por qué lo preguntáis?

Claudio

No porque piense que no amabas a tu padre; sino porque sé que el amor está sujeto al tiempo, y que el tiempo extingue su ardor y sus centellas; según me lo hace ver la experiencia de los sucesos. Existe en medio de la llama de amor una mecha o pábilo que la destruye al fin, nada permanece en un mismo grado de bondad constantemente, pues la salud misma degenerando en plétora perece por su propio exceso. Cuanto nos proponemos hacer debería ejecutarse en el instante mismo en que lo deseamos, porque la voluntad se altera fácilmente, se debilita y se entorpece, según las lenguas, las manos y los accidentes que se atraviesan; y entonces, aquel estéril deseo es semejante a un suspiro, que exhalando pródigo el aliento causa daño, en vez de dar alivio... Pero, toquemos en lo vivo de la herida. Hamlet vuelve. ¿Qué acción emprenderías tú para manifestar, más con las obras que con las palabras, que eres digno hijo de tu padre?

Laertes

¿Qué haré? Le cortaré la cabeza en el templo mismo.

Claudio

Cierto que no debería un homicida hallar asilo en parte alguna, ni reconocer límites una justa venganza; pero, buen Laertes, haz lo que te diré. Permanece oculto en tu cuarto; cuando llegue Hamlet sabrá que tú has venido; yo le haré acompañar por algunos que alabando tu destreza den un nuevo lustre a los elogios que hizo de ti el francés. Por último, llegaréis a veros; se harán apuestas en favor de uno y otro... Él, que es descuidado, generoso, incapaz de toda malicia, no reconocerá los floretes; de suerte que te será muy fácil, con poca sutileza que uses, elegir una espada sin botón, y en cualquiera de las jugadas tomar satisfacción de la muerte de tu padre.

Laertes

Así lo haré, y a ese fin quiero envenenar la espada con cierto ungüento que compré de un charlatán, de cualidad tan mortífera, que mojando un cuchillo en él, adonde quiera que haga sangre introduce la muerte; sin que haya emplasto eficaz que pueda evitarla, por más que se componga de cuantos simples medicinales crecen debajo de la luna. Yo bañaré la punta de mi espada en este veneno, para que apenas le toque, muera.

Claudio

Reflexionemos más sobre esto... Examinemos, qué ocasión, qué medios serán más oportunos a nuestro engaño; porque, si tal vez se malogra, y equivocada la ejecución se descubren los fines, valiera más no haberlo emprendido. Conviene, pues, que este proyecto vaya sostenido con otro segundo, capaz de asegurar el golpe, cuando por el primero no se consiga. Espera... Déjame ver si... Haremos una apuesta solemne sobre vuestra habilidad y... Sí, ya hallé el medio. Cuando con la agitación os sintáis acalorados y sedientos (puesto que al fin deberá ser mayor la violencia del combate), él pedirá de beber, y yo le tendré prevenida expresamente una copa, que al gustarla sólo, aunque haya podido librarse de tu espada ungida, veremos cumplido nuestro deseo. Pero... Calla. ¿Qué ruido se escucha?

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