Escena V
Hamlet
Escena V
HAMLET, HORACIO, ENRIQUE
Enrique
En hora (220) feliz haya regresado vuestra Alteza a Dinamarca.
Hamlet
Muchas gracias, caballero... ¿Conoces a este moscón?
Horacio
No señor.
Hamlet
Nada se te dé, que el conocerle es por cierto poco agradable. Este es señor de muchas tierras y muy fértiles, y por más que él sea un bestia que manda en otros tan bestias como él; ya se sabe, tiene su pesebre fijo en la mesa del Rey... Es la corneja más charlera que en mi vida he visto; pero como te he dicho ya, posee una gran porción de polvo.
Enrique
Amable Príncipe, si vuestra grandeza no tiene ocupación que se lo estorbe, yo le comunicaría una cosa de parte del Rey.
Hamlet
Estoy dispuesto a oírla con la mayor atención... Pero, emplead el sombrero en el uso a que fue destinado. El sombrero se hizo para la cabeza.
Enrique
Muchas gracias, señor... ¡Eh! El tiempo está caluroso.
Hamlet
No, al contrario, muy frío. El viento es norte.
Enrique
Cierto que hace bastante frío.
Hamlet
Antes yo creo... a lo menos para mi complexión, hace un calor que abrasa.
Enrique
¡Oh! En extremo... Sumamente fuerte, como... Yo no sé como diga... Pues, señor, el Rey me manda que os informe de que ha hecho una grande apuesta en vuestro favor. Este es el asunto.
Hamlet
Tened presente que el sombrero se...
Enrique
¡Oh! Señor... Lo hago por comodidad... Cierto... Pues ello es, que Laertes acaba de llegar a la Corte... ¡Oh! Es un perfecto caballero, no cabe duda. Excelentes cualidades, un trato muy dulce, muy bien quisto de todos... Cierto, hablando sin pasión, es menester confesar que es la nata y flor de la nobleza, porque en él se hallan cuantas prendas pueden verse en un caballero.
Hamlet
La pintura que de él hacéis no desmerece nada en vuestra boca; aunque yo creí que, al hacer el inventario de sus virtudes, se confundirían la aritmética y la memoria y ambas serían insuficientes para suma tan larga. Pero, sin exagerar su elogio, yo le tengo por un hombre de grande espíritu, y de tan particular y extraordinaria naturaleza, que (hablando con toda la exactitud posible) no se hallará su semejanza sino en su mismo espejo; pues el que presuma buscarla en otra parte, sólo encontrará bosquejos informes.
Enrique
Vuestra Alteza acaba de hacer justicia imparcial en cuanto ha dicho de él.
Hamlet
Sí, pero sépase a qué propósito nos enronquecemos ahora, entremetiendo en nuestra conversación las alabanzas de ese galán.
Enrique
¿Cómo decís, señor?
Horacio
¿No fuera mejor que le hablarais con más claridad? Yo creo, señor, que no os sería difícil.
Hamlet
Digo, que ¿a qué viene ahora hablar de ese caballero?
Enrique
¿De Laertes?
Horacio
¡Eh! Ya vació cuanto tenía, y se le acabó la provisión de frases brillantes.
Hamlet
Sí señor, de ese mismo.
Enrique
Yo creo que no estaréis ignorante de...
Hamlet
Quisiera que no me tuvierais por ignorante; bien que vuestra opinión no me añada un gran concepto... Y bien, ¿qué más?
Enrique
Decía que no podéis ignorar el mérito de Laertes.
Hamlet
Yo no me atreveré a confesarlo, por no igualarme con él; siendo averiguado que para conocer bien a otro, es menester conocerse bien a sí mismo.
Enrique
Yo lo decía por su destreza en el arma, puesto que según la voz general, no se le conoce compañero.
Hamlet
¿Y qué arma es la suya?
Enrique
Espada y daga.
Hamlet
Esas son dos armas... Vaya adelante.
Enrique
Pues señor, el Rey ha apostado contra él seis caballos bárbaros, y él ha impuesto por su parte, (según he sabido) seis espadas francesas con sus dagas y guarniciones correspondientes, como cinturón, colgantes, y así a este tenor... Tres de estas cureñas particularmente son la cosa más bien hecha que puede darse. ¡Cureñas como ellas!.. ¡Oh! Es obra de mucho gusto y primor.
Hamlet
Y ¿a qué cosa llamáis cureñas?
Horacio
Ya recelaba yo y que sin el socorro de motas marginales no pudierais acabar el diálogo.
Enrique
Señor, por cureñas entiendo yo, así, los... Los cinturones.
Hamlet
La expresión sería mucho más propia, si pudiéramos llevar al lado un cañón de artillería; pero en tanto que este uso no se introduce, los llamaremos cinturones... En fin y vamos al asunto. Seis caballos bárbaros, contra seis espadas francesas, con sus cinturones, y entre ellos tres cureñas primorosas. ¿Con que esto es lo que apuesta el francés contra el danés? ¿Y a qué fin se han impuesto (como vos decís) todas esas cosas?
Enrique
El Rey ha apostado que si batalláis con Laertes, en doce jugadas no pasarán de tres botonazos los que él os dé, y él dice, que en las mismas doce, os dará nueve cuando menos, y desea que esto se juzgue inmediatamente: si os dignáis de responder.
Hamlet
¿Y si respondo que no?
Enrique
Quiero decir, si admitís el partido que os propone.
Hamlet
Pues, señor, yo tengo que pasearme todavía en esta sala, porque si su Majestad no lo ha por enojo, esta es la hora crítica en que yo acostumbro respirar el ambiente. Tráiganse aquí los floretes, y si ese caballero lo quiere así, y el Rey se mantiene en lo dicho, le haré ganar la apuesta, si puedo; y si no puedo, lo que yo ganaré será vergüenza y golpes.
Enrique
¿Con qué lo diré en esos términos?
Hamlet
Esta es la substancia; después lo podéis adornar con todas las flores de vuestro ingenio.
Enrique
Señor, recomiendo nuevamente mis respetos a vuestra grandeza.
Hamlet
Siempre vuestro, siempre.