Escena IV
Hamlet
Escena IV
HAMLET, HORACIO
Salón del Palacio. (217)
Hamlet
Baste ya lo dicho sobre esta materia. Ahora quisiera informarte de lo demás; pero, ¿te acuerdas bien de todas las circunstancias?
Horacio
¿No he de acordarme, señor?
Hamlet
Pues sabrás (218) amigo, que agitado continuamente mi corazón en una especie de combate, no me permitía conciliar el sueño, y en tal situación me juzgaba más infeliz que el delincuente cargado de prisiones. Una temeridad... Bien que debo dar gracias a esta temeridad, pues por ella existo. Sí, confesemos que tal vez nuestra indiscreción suele sernos útil; al paso que los planes concertados con la mayor sagacidad, se malogran, prueba certísima de que la mano de Dios conduce a su fin todas nuestras acciones por más que el hombre las ordene sin inteligencia.
Horacio
Así es la verdad.
Hamlet
Salgo, pues, de mi camarote, mal rebujado con un vestido de marinero, y a tientas, favorecido de la oscuridad, llego hasta donde ellos estaban. Logro mi deseo, me apodero de sus papeles, y me vuelvo a mi cuarto. Allí, olvidando mis recelos toda consideración, tuve la osadía de abrir sus despachos, y en ellos encuentro, amigo, una alevosía del Rey. Una orden precisa, apoyada en varias razones, de ser importante a la tranquilidad de Dinamarca, y aún a la de Inglaterra y ¡oh! mil temores y anuncios de mal, si me dejan vivo... En fin, decía: que luego que fuese leída, sin dilación, ni aun para afinar a la segur el filo, me cortasen la cabeza.
Horacio
¡Es posible!
Hamlet
Mira la orden aquí (219), podrás leerla en mejor ocasión; pero ¿quieres saber lo que yo hice?
Horacio
Sí, yo os lo ruego.
Hamlet
Ya ves como rodeado así de traiciones, ya ellos habían empezado el drama, aun antes de que yo hubiese comprendido el prólogo. No obstante, siéntome al bufete, imagino una orden distinta, y la escribo inmediatamente de buena letra... Yo creí algún tiempo (como todos los grandes señores) que el escribir bien fuese un desdoro; y aun no dejé de hacer muchos esfuerzos para olvidar esta habilidad; pero ahora conozco, Horacio, cuán útil me ha sido tenerla. ¿Quieres saber lo que el escrito contenía?
Horacio
Sí señor.
Hamlet
Una súplica del Rey dirigida con grandes instancias al de Inglaterra, como a su obediente feudatario, diciéndole que su recíproca amistad florecería como la palma robusta; que la paz, coronada de espigas, mantendría la quietud de ambos imperios, uniéndolos en amor durable, con otras expresiones no menos afectuosas. Pidiéndole, por último, que vista que fuese aquella carta, sin otro examen, hiciese perecer con pronta muerte a los dos mensajeros; no dándoles tiempo ni aun para confesar su delito.
Horacio
¿Y cómo la pudisteis sellar?
Hamlet
Aún eso también parece que lo dispuso el Cielo, porque felizmente trata conmigo el sello de mi padre, por el cual se hizo el que hoy usa el Rey. Cierro el pliego en la forma que el anterior, póngole la misma dirección, el mismo sello, le conduzco sin ser visto al mismo paraje y nadie nota el cambio... Al día siguiente ocurrió el combate naval, lo que después sucedió, ya lo sabes.
Horacio
De ese modo, Guillermo y Ricardo caminan derechos a la muerte.
Hamlet
Ya ves que ellos han solicitado este encargo, mi conciencia no me acusa acerca de su castigo... Ellos mismos se han procurado su ruina... Es muy peligroso al inferior meterse entre las puntas de las espadas, cuando dos enemigos poderosos lidian.
Horacio
¡Oh! ¡Qué Rey éste!
Hamlet
¿Juzgas tú, que no estoy en obligación de proseguir lo que falta? Él, que asesinó a mi padre y mi Rey, que ha deshonrado a mi madre, que se ha introducido furtivamente entre el solio, y mis derechos justos, que ha conspirado contra mi vida, valiéndose de medios tan aleves... ¿No será justicia rectísima castigarle con esta mano? No será culpa en mí tolerar que ese monstruo exista, para cometer como hasta aquí, maldades atroces?
Horacio
Presto le avisarán de Inglaterra cual ha sido el éxito de su solicitud.
Hamlet
Sí, presto lo sabrá; pero entretanto el tiempo es mío y para quitar a un hombre la vida, un instante basta... Sólo me disgusta, amigo Horacio, el lance ocurrido con Laertes, en que olvidado de mí propio, no vi en mi sentimiento la imagen y semejanza del suyo. Procuraré su amistad, sí... Pero, ciertamente, aquel tono amenazador que daba a sus quejas irritó en exceso mi cólera.
Horacio
Callad... ¿Quién viene aquí?