Escena XVII
Hamlet
Escena XVII
CLAUDIO, GERTRUDIS, LAERTES, OFELIA, acompañamiento.
Laertes
¡Oh! ¡Calor activo, abrasa mi cerebro! ¡Lágrimas, en extremo cáusticas, consumid la potencia y la sensibilidad de mis ojos! Por los Cielos te juro que esa demencia tuya será pagada por mí con tal exceso, que el peso del castigo tuerza el fiel y baje la balanza... ¡Oh! ¡Rosa de Mayo! ¡Amable niña! ¡Mi querida Ofelia! ¡Mi dulce hermana!... ¡Oh! ¡Cielos! Y ¿es posible que el entendimiento de una tierna joven sea tan frágil como la vida del hombre decrépito?... Pero la naturaleza es muy fina en amor, y cuando éste llega al exceso, el alma se desprende tal vez de alguna preciosa parte de sí misma, para ofrecérsela en don al objeto amado.
Ofelia
Lleváronle en su ataúd
con el rostro descubierto.
Ay no ni, ay ay ay no ni.
Y sobre su sepultura
muchas lágrimas llovieron.
Ay no ni, ay ay ay no ni.
Adiós, querido mío. Adiós.
Laertes
Si gozando de tu razón me incitaras a la venganza, no pudieras conmoverme tanto.
Ofelia
Debéis cantar aquello de:
Abajito está
llámele, señor, que abajito está.
¡Ay! Que a propósito viene el estribillo... El pícaro del Mayordomo fue el que robó a la señorita.
Laertes
Esas palabras vanas producen mayor efecto en mí que el más concertado discurso.
Ofelia
Aquí traigo romero, que es bueno para la memoria. Tornad, amigo, para que os acordéis... Y aquí hay trinitarias, que son para los pensamientos.
Laertes
Aun en medio de su delirio quiere aludir a los pensamientos que la agitan, y a sus memorias tristes.
Ofelia
Aquí hay hinojo para vos, y palomillas y ruda... para vos también, y esto poquito es para mí. Nosotros podemos llamarla yerba santa del Domingo,... vos la usaréis con la distinción que os parezca... Esta es una margarita. Bien os quisiera dar algunas violetas; pero todas se marchitaron cuando murió mi padre. Dicen que tuvo un buen fin.
Un solitario
de plumas vario
me da placer.
Laertes
Ideas funestas, aflicción, pasiones terribles, los horrores del infierno mismo; ¡todo en su boca es gracioso y suave!
Ofelia
Nos deja, se va,
y no ha de volver.
No, que ya murió,
no vendrá otra vez...
su barba era nieve,
su pelo también.
Se fue, ¡dolorosa
partida! se fue.
En vano exhalamos
suspiros por él.
Los Cielos piadosos
descanso le den.
A él y a todas las almas cristianas. Dios lo quiera... ¡Eh!, señores, adiós.