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EL SEÑOR GILLINGHAM DICE INSENSATECES
A la mañana siguiente, Antonio estaba de excelente humor cuando descendió al comedor. Cayley, llegado antes que él, interrumpió la lectura de su correspondencia para saludarlo.
—¿Sin noticias del señor Ablett… de Marc? —preguntó Antonio, sirviéndose una taza de café.
—No. El inspector quiere dragar el lago esta tarde.
—Ah, ¿hay un lago?
Una sonrisa casi imperceptible asomó al rostro de Cayley y desapareció enseguida.
—A la verdad, es en realidad un estanque, que aquí llaman "el lago".
"Este «llaman» no puede referirse sino a Marc", pensó Antonio, antes de añadir en alta voz:
—¿Qué espera hallar la policía?
—Birch imagina que Marc…
Cayley concluyó con un encogimiento de hombros.
—¿Que Marc pudo ir ahí a ahogarse, al comprender que no podía huir y que su tentativa de fuga ya lo había comprometido irremisiblemente?
—Sí, eso supone —respondió lentamente Cayley.
—Yo habría pensado más bien que habiendo asumido tales riesgos, hubiera al menos querido correr su suerte hasta el fin. Después de todo, tenía un revólver; siempre le quedaba el recurso de recurrir a él si estaba absolutamente decidido a no dejarse arrestar. Pero ¿no habría podido tomar un tren para Londres antes que la policía se pusiera en movimiento?
—Habría podido. Justamente había uno. En Woodham, naturalmente, lo hubieran identificado. Pero le bastaba combinar un plan para partir por Stanton, donde era menos conocido. Sin embargo, el inspector ha hecho investigar por allá: nadie parece haberlo visto.
—Se concluirá seguramente por hallar personas que dirán que lo han visto. Jamás se produce una desaparición sin que una docena de personas vengan a jurar que hallaron al desaparecido en una docena de sitios diferentes a la misma hora.
Cayley sonrió, respondiendo:
—Sí, es la pura verdad. En todo caso, el inspector quiere dragar el estanque, como primera medida —y añadió sentenciosamente—. En todas las novelas policiales que he leído, su primera preocupación es siempre comenzar por dragar los estanques.
—¿Es profundo?
—Bastante —dijo Cayley, levantándose.
A punto de abrir la puerta, se volvió hacia Antonio:
—Lamento mucho haberme visto obligado a retenerlo aquí de una manera tan imprevista; pero no será más que hasta mañana. El sumario está fijado para mañana por la tarde. Distráigase como quiera hasta entonces. Beverley lo ayudará.
—No se preocupe por mí. Todo irá bien. Gracias.
Antonio continuó su desayuno. Quizá fuera exacto que los inspectores pensaban siempre en dragar los estanques; pero la verdadera cuestión era, sobre todo, ésta: ¿le agradaría a Cayley, en ciertas circunstancias, que la policía dragase los estanques? ¿Estaba inquieto por el resultado, o indiferente? No parecía inquieto, pero no le era difícil ocultar sus verdaderos sentimientos tras su pesada y maciza cara… Era muy raro que el verdadero Cayley se revelase bajo aquella máscara impenetrable: a lo sumo, a veces, un fulgor de interés un poco acentuado pero, esta mañana, no se podía verdaderamente adivinar nada. Tal vez estuviese seguro de que el estanque no tenía ningún secreto que revelar… Bill entró ruidosamente. Su semblante, en el que se leía como en un libro abierto, reflejaba una viva excitación.
—Bueno —preguntó, sentándose a la mesa—, ¿qué vamos a hacer esta mañana?
—No hablar tan alto, para comenzar —repuso Antonio.
Bill, asustado, miró el derredor. ¿Estaría Cayley oculto bajo la mesa? Después de la noche última, no había que asombrarse de nada.
—¿Está…? —interrogó, enarcando las cejas.
—No, pero es innecesario gritar. No olvides, mi querido William, que siempre se debe, al hablar, fiscalizar la modulación de la voz con una lenta contracción de los músculos abdominales. Se evita así esas sonoras voces de pecho que han traicionado tantos secretos. En otros términos… alcánzame las tostadas.
—Pareces rebosante de salud esta mañana.
—Lo estoy, en efecto, al punto que Cayley lo observó. Me dijo: "Si no tuviera otra cosa que hacer, iría contigo a recolectar avellanas y muguetes. Danzaríamos con ardor sobre las hojas del moral y brincaríamos en medio de los fuegos fatuos. Pero las aguas del Jordán me rodean por todas partes y el inspector Birch acudirá a segar la fuente con su red de pescar. Mi amigo William Beverley vendrá a acompañarte. Buena suerte para todos los cazadores de avellanas". Se retiró entre bastidores… Escena segunda: entrada de William Beverley.
—¿Suele ocurrirte esto a la hora del desayuno?
—Casi siempre. Declara que quiere comer. Salida de William Beverley. Fin de la escena segunda.
—Una insolación, supongo —diagnosticó Bill meneando tristemente la cabeza.
—Es el sol, la luna y las estrellas, conjugando su acción sobre un estómago vacío. ¿Tienes algunas nociones de las estrellas, Beverley? ¿Sabes algo, por ejemplo, del Cinturón de Orion? ¿Y por qué no habría también una constelación llamada el Cinturón de Beverley? ¿O una novela? —Así se expresaba masticando. Regreso del señor Beverley, que surge de una trampa…
—¡Habla de trampas!
—No —dijo Antonio, levantándose—. Los unos hablan de Alejandro y los otros de Hércules, pero nadie habla de… ¿Cuál es la palabra latina que significa trampa? Mensa, una mesa… podrían hallar una palabra derivada de ésta… Vamos, señor Beverley, hasta la vista —añadió, retirándose, no sin dar a su amigo, de paso, una cordial palmada en el hombro—. Cayley me aseguró que tú ibas a distraerme pero hasta ahora no me has hecho reír una sola vez. Ensaya en cuanto hayas terminado tu desayuno, y, por favor, busca un medio de ser más ameno. Pero no te apresures: concede a las mandíbulas superiores tiempo de cumplir su trabajo…
Pronunciando estas palabras, Gillingham se retiró a sus habitaciones. Bill continuó su comida con aire absorto. No sabía que Cayley estaba fumando un cigarrillo del otro lado de la ventana, justo detrás de él. ¿Escuchaba? ¿Podía oír? En todo caso, Antonio, que lo había visto, se cuidó de correr el menor riesgo.
Bill, que nada comprendió de toda aquella comedia, prosiguió su desayuno diciéndose que Antonio era un curioso muchacho y preguntándose si los sorprendentes acontecimientos de la víspera no habían sido un sueño más que una realidad.
Antonio subió a su cuarto en busca de su pipa. Halló a una camarera y se excusó cortésmente por interrumpirla en su trabajo; luego se acordó:
—¿No será usted Elsie, por casualidad? —le preguntó dirigiéndole una amable sonrisa.
Intimidada, pero llena de orgullo, le respondió ella enseguida:
—Sí, señor, soy yo.
—No abrigaba ninguna duda respecto a las razones que le valían tal notoriedad.
—Fue usted quien oyó al señor Marc ayer, ¿no? Espero que el inspector la haya tratado con delicadeza.
—Sí, gracias, señor.
—"Ahora me ha llegado la vez; espera un poco" —murmuró Antonio.
—Sí, señor, esas fueron las palabras que oí, dichas con impertinencia, como queriendo decir que, realmente, le había llegado la vez.
—Me pregunto…
—Es la verdad, señor, exactamente lo que he oído. —Antonio la miró meneando la cabeza.
—Sí… Me pregunto por qué.
—¿Por qué? ¿Respecto a qué señor?
—Oh, a propósito de una porción de cosas, Elsie… ¿Fue por el azar que estuvo usted ahí en ese momento?
Elsie enrojeció. Pesaban aún sobre su corazón los reproches de la señora Stevens.
—Completamente por azar, señor. Habitualmente paso por otra escalera.
—Naturalmente.
Antonio había encontrado su pipa y se preparó a descender. Elsie lo retuvo:
—Perdón, señor, ¿va a haber un sumario?
—Sí; mañana, creo.
—¿Tendré que testimoniar de nuevo?
—Por supuesto, pero no tiene por qué asustarse.
—Oí bien las palabras, señor; no he dicho más que la verdad.
—No lo dudo. ¿Quién pretende que no es la verdad?
—Ciertas personas: la señora Stevens y los otros.
—Es que tienen envidia —concluyó Antonio sonriendo.
Estaba contento de haber hablado con aquella muchacha, porque la importancia de su testimonio le había llamado la atención desde el principio. El inspector, sobre todo, debió atribuir a Marc, en vista de ello, una actitud de amenaza hacia su hermano. Para Antonio, su significado era diferente. Era el único testimonio que probaba que Marc se había trasladado realmente al escritorio antes del crimen.
En suma, ¿quién había visto la entrada de Marc? Nadie, salvo Cayley; pero si Cayley había falseado la verdad respecto a las llaves, ¿por qué no habría hecho otro tanto en lo que concernía a la entrada de Marc en el escritorio? Evidentemente, el testimonio de Cayley, en conjunto, era sospechoso. Debía haber en él algo de verdad; pero en sus declaraciones, esta verdad se mezclaba con falsedades subordinadas a sus fines personales. ¿En qué consistían estos fines? Antonio lo ignoraba aún. ¿Proteger a Marc? ¿Protegerse a sí mismo? ¿Traicionar a Marc? Una de estas tres hipótesis debía ser la verdadera; pero, puesto que su testimonio nada tenía de objetivo ni desinteresado, hacíase imposible colocarlo en el mismo plano que el de un testigo imparcial y digno de fe, como parecía ser Elsie.
Las declaraciones de Elsie parecían establecer de modo decisivo que Marc se había trasladado al escritorio para ver a su hermano; Elsie los había oído hablar; Cayley y Antonio habían hallado el cuerpo casi enseguida… y el inspector se preparaba a dragar el estanque.
Desde luego, el testimonio de la camarera no probaba más que la simple presencia de Marc en la pieza. "Ahora me ha llegado mi vez. ¡Espera!" Estas palabras no significaban una amenaza inmediata, sino más bien una amenaza para lo porvenir. Si Marc había matado enseguida a su hermano, era necesario que fuese por accidente, como consecuencia de una lucha provocada, por ejemplo, por aquel "tono impertinente". A nadie se le ocurriría decirle "Espera", a un hombre a quien va a matar al instante mismo. "Espera", significa: "Dejemos pasar un poco de tiempo y ya verás lo que te ocurrirá". El propietario de la Casa Roja estaba harto de las exigencias, del chantaje de su hermano. Ahora era él quien le dictaría la ley: que Robert esperase un poco y vería. La conversación sorprendida por Elsie podía significar algo así; no podía significar un asesinato, en todo caso el asesinato de Robert por Marc.
—¡Es extraño —pensó Antonio—, la única solución evidente es tan fácil y, no obstante, tan falsa! Tengo un centenar de ideas en la cabeza y no consigo formar un todo coherente; pero no nos olvidemos de esta tarde: eso hará la ciento una.
Encontró a Bill en el hall, y le propuso un paseo. Bill no deseaba otra cosa.
—¿Dónde quieres ir?
—No tengo preferencias. Muéstrame el parque.
—Como gustes.
Una vez alejados de la casa, Antonio continuó:
—Mi viejo Watson, haces mal en hablar tan alto en las habitaciones. Había un oyente del otro lado de la ventana, justo detrás de ti, durante todo nuestro desayuno.
—Oh, ¿de veras?, no sabía —dijo Bill, enrojeciendo—. ¡Me siento confundido! ¿Fue por eso por lo que te lanzaste a divagar?
—Sí, en parte, y en parte también porque me sentía particularmente bien esta mañana. Vamos a tener un día muy ocupado.
—¿De veras? ¿Qué vamos a hacer?
—Van a dragar el estanque… perdón: el lago. ¿De qué lado está?
—En la dirección en que caminamos. ¿Quieres verlo?
—Podemos echarle un vistazo. ¿Te paseas a menudo por los alrededores de ese lago, en tiempo ordinario?
—Oh, no, no hay nada interesante por ahí.
—¿Nunca te bañas en él?
—¡Gracias! Sus aguas son muy sucias.
—Sí… Es el mismo camino que tomamos ayer para ir al pueblo, ¿no?
—Exacto, pero ahora vamos a doblar un poco más a la derecha. ¿Por qué ese dragado?
—Marc.
—Oh —exclamó Bill, turbado.
Guardó silencio un momento; después el pensamiento de las apasionantes horas que se preparaban le hizo olvidar su emoción, y preguntó ávidamente:
—Dime, ¿cuándo vamos a explorar ese pasaje?
—No podemos hacer gran cosa mientras Cayley esté en la casa.
—¿Y por qué no esta tarde, mientras registran el estanque? Él irá, ciertamente. —Antonio sacudió la cabeza.
—Pienso hacer otra cosa esta tarde; naturalmente, es posible que dispongamos de tiempo para ambas.
—¿Hace falta que Cayley esté ausente para esa otra cosa?
—Sí, también.
—¿Es algo palpitante, todavía?
—No sé. Puede ser muy interesante. Quizá me sería posible hacerlo en otro momento, pero será mejor a las tres; he reservado especialmente este momento.
—¡Cómo será de entretenido! Tendrás necesidad de mí, ¿no?
—Por supuesto. Sólo, Bill, una vez más, que no hables de nada en el interior de la casa, a menos que yo asuma la iniciativa. Es el deber de un buen Watson.
—No lo haré más Tony; te juro que no lo haré más…
Llegados al estanque, al "lago" de Marc, dieron vuelta silenciosos en su derredor. Cuando volvieron a su punto de partida, Antonio se sentó en el césped y tornó a encender su pipa. Bill siguió su ejemplo.
—Marc no está ahí —dijo Antonio.
—No, sin duda. Pero no veo cómo sabes que no está.
—No lo sé, lo adivino —repuso vivamente Antonio—. Es mucho más fácil descerrajarse un tiro que ahogarse. Por otra parte, si Marc hubiera querido emplear el agua para matarse, en el deseo de que no hallasen su cuerpo, habría llenado de gruesas piedras sus bolsillos. Y no hay piedras voluminosas sino al borde del agua, donde su substracción habría dejado señales. Como no he visto por ninguna parte huellas de este género, podemos desechar la hipótesis y… Y después, no hablemos más de este estanque; ya habrá tiempo de hacerlo esta tarde. Bill, ¿dónde comienza el pasaje secreto?
—He aquí, justamente, lo que debemos descubrir.
—Mira, mi idea es ésta.
Explicó las razones por las cuales pensaba que el secreto del pasaje guardaba relación con el secreto de la muerte de Robert. Después continuó:
—Mi teoría es que Marc descubrió el pasaje hace un año, aproximadamente, cuando fue presa de una pasión por el croquet. El pasaje conducía al piso de la cabaña, y es probablemente Cayley quien tuvo la idea de cubrir la trampa con una caja de croquet para disimularla más completamente. Ya sabes, una vez que has descubierto un secreto, siempre te parece que va a saltar a los ojos del primer venido. Me imagino qué feliz debía sentirse Marc de poseer un secreto para él solo; con Cayley, naturalmente, pero Cayley no contaba. Debieron divertirse en grande cuando hubieron puesto la caja y vieron a sus amigos circular en derredor sin sospechar la existencia del escondrijo. Después, cuando la señorita Norris forjó el proyecto de disfrazarse de fantasma, Cayley la puso al corriente. Debió comenzar por decirle que jamás podría ella atravesar el parque hasta el terreno de bochas sin ser reconocida. Es sin duda en ese momento que habrá dado a entender que existía un medio de llevar a bien su plan y que, de una manera o de otra, su interlocutora le habrá arrancado el secreto.
—Pero habría sido necesario que todo esto ocurriera en los dos o tres días que precedieron a la llegada de Robert.
—Necesariamente. No pretendo que el pasaje haya sido primitivamente asociado a algún mal designio.
"Tres días antes, no representaba para Marc más que un medio de saborear un poco de romanticismo y de aventura. Ni siquiera sabía todavía que Robert debía venir. Sólo más tarde el pasaje fue utilizado en relación con Robert. Quizá Marc lo haya aprovechado para huir; quizá esté oculto en él. Entonces, la única persona susceptible de traicionarlo habría sido la señorita Norris; traicionarlo con toda inocencia, desde luego, pues nada sabe del papel del pasaje en este asunto.
—De modo que era más prudente librarse de ella.
—Sin duda alguna.
—Pero, oye, Tony, ¿por qué devanarnos los sesos para adivinar dónde comienza el pasaje? Siempre podemos entrar por la otra extremidad, cerca del terreno de césped.
—Ya yo sé, pero en este caso nos veríamos obligados a desenmascarar abiertamente nuestras baterías y forzar la cerradura de la caja, lo que Cayley advertiría enseguida. Mira, Bill, si no conseguimos de aquí a uno o dos días aclarar este misterio por nuestros propios medios, daremos parte a la policía de lo que ya sabemos, y serán ellos entonces quienes explorarán el pasaje sin nosotros. Pero no quiero todavía llegar a esto.
—Oh, no, por favor.
—Más vale que continuemos secretamente nuestras pesquisas mientras podamos. Es el único medio. —Sonrió y añadió—: ¡Y el más divertido!
—Infinitamente más —confirmó Bill con una amplia sonrisa.
—Volvamos, pues, a lo que estábamos discutiendo: ¿dónde puede comenzar el pasaje secreto?