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La imaginación, la magia y el ocultismo

La imaginación, la magia y el ocultismo

¿Qué es la imaginación?—Sus diferencias con la mera

Reglas para el Ocultismo práctico, y sus inauditos peligros.

¿Qué es la imaginación?— Los psicólogos nos dicen que es el poder plástico o modelador del alma,

pero los materialistas la confunden con la fantasía. La diferencia

radical que media, en efecto, entre la fantasía y la imaginación está

admirablemente indicada por Wordsvorth en el prefacio de sus Baladas, y

no es disculpable, en manera alguna, la actual confusión entre estas dos

palabras, que suelen darse casi siempre como equivalentes.

Pitágoras sostiene que la imaginación no es otra cosa que el recuerdo

de precedentes estados espirituales, mentales y físicos, al paso que la

fantasía es el mero y desordenado automatismo del cerebro material y,

según la máxima enseñanza de la filosofía antigua, la Idea Eterna, esto

es, la Imaginación del Anima Mandi, que vivificó y moldeó al

Caos primordial. Por esto, de igual modo que el Logos Demiúrgico moldeó y

dió forma a la Materia cósmica, así el hombre, cuando alcanza plena

conciencia de sus excelsos poderes, puede hacer, hasta cierto punto, lo

mismo. Si Fidías, amasando las partículas de arcilla, pudo dar la forma

plástica a la sublime idea evocada por la magia de su facultad creadora o

imaginativa, la madre que conoce su poder, puede modelar, en la forma

que desee, al hijo que lleva en su seno. El escultor, ignorando sus

verdaderos poderes divinos, produce sólo una figura inanimada, aunque

admirable, mientras que el alma de la madre, violentamente afectada por

su propia imaginación, proyecta ciegamente en la luz astral la imagen

del objeto que le ha impresionado, y esta imagen resulta luego estampada

por repercusión en el feto. Fournié, en su Physiologie du systéme nerveux cerebro—espinal,

añade que si sabemos por la ciencia que un paso dado por nosotros en la

tierra afecta en una ínfima parte al propio equilibrio del universo,

podemos imaginar que lo mismo acaecerá con aquellos movimientos

vibratorios que acompañan al pensamiento. Así, el éter cósmico, o luz

astral de los cabalistas, debe estar Heno de semejantes fotografías

continuas de todo cuanto ocurre, pudiendo decirse que una no pequeña

parte de la energía del universo debe estar empleada en la producción y

conservación de semejantes pinturas.

El Dr. Magendie, en sus Précis elementaire de Physiologie,

admite la influencia de la imaginación en la producción de deformidades o

teratologías entre los animales. El nacimiento, por ejemplo, de

polluelos con cabeza de halcón, le explica por la teoría de que la

aparición del enemigo hereditario de la raza gallinácea, obró sobre la

imaginación de la gallina y comunicó así a la materia del germen ciertos

movimientos determinantes del fenómeno... Tal es la experiencia de

cuantos se dedican a la cría de animales, y ello está comprobado por

Columela, jonatt y tantos otros...

Catalina Crowe, en su célebre obra Niht—side of Nature, diserta

extensamente, con demostraciones adecuadas, acerca del poder de la mente

sobre la materia y con este asunto se relaciona el fenómeno de los

estigmas, o señales concordantes, que aparecen en el cuerpo de personas

de imaginación exaltada. En el caso de la extática tirolesa Catalina

Emmerich, y en otros muchos, las llagas de la crucifixión, producidas

por sus éxtasis, según se dice, eran perfectamente reales... Igual se

cuenta de dos señoritas polacas que contemplaban desde su ventana una

tempestad. El rayo cayó cerca de ellas, fundiendo el collar de oro que

llevaba la una, y una reproducción exacta de la forma de aquél quedó

estereotipada en el cuello de ésta. La otra joven, aterrorizada por el

accidente acaecido a su compañera, quedó paralizada del susto y, a poco,

la misma señal del collar impresa sobre la garganta de su compañera,

apareció también en la suya y perduró largo tiempo. El doctor alemán

Justinos Kerner refiere este caso, aún más extraordinario: «En los días

de la invasión francesa, un cosaco acorraló a un francés, trabándose

entre ambos una lucha a muerte, de la que el francés resultó mal herido.

Una persona que se había refugiado en aquel sitio aterrorizada, se

impresionó de tal man que cuando llegó a su casa presentaba heridas

análogas en su propio cuerpo.»

En estos casos, como en todos aquellos en que sobrevienen trastornos

orgánicos y hasta la muerte merced a una súbita acción de la mente sobre

el cuerpo, Magendie no podría hallar otra razón explicativa distinta de

la imaginación, y si él fuese ocultista, al estilo de Paracelso o Van

Helmont, este problema no le resultaría problema, porque comprendería

que el poder de la voluntad y de la imaginación humanas— consciente

aquélla e inconsciente ésta—, actuando sobre el éter universal, puede

determinar trastornos, tanto mentales como físicos, no sólo sobre

víctimas escogidas de intento, sino también, y por acción refleja, sobre

uno mismo, sin darse cuenta de ello. Uno de los principios

fundamentales de la Magia es el de que, cuando una corriente de este

flúido sutil no es impelida con la fuerza suficiente para alcanzar su

objetivo, o en él encuentra fuerte obstáculo, reaccionará sobre el

individuo que la ha lanzado, al modo como la pelota retorna hacia la

mano que contra el muro la dirigió. En apoyo de esto se citan muchos

casos de personas que, al pretender pasar plaza de hechiceros con sus

malas acciones, fueron víctimas ellos mismos de sus propios intentos.

Deleuze ha coleccionado en su Bibliothéque du magnetisme animal,

cierto número de hechos notables tomados de Van—Hel mont: Dícese que

hay hombres que pueden causar la muerte de un pájaro mirándole durante

un cuarto de hora con la imaginación dirigida hacia el deseo de que

muera, cosa confirmada por Rousseau en sus propias experiencias de

Egipto y de Oriente, puesto que así pudo conseguir dar muerte a varios

sapos, hasta que una vez que quiso repetir la prueba en Lyon y el sapo,

viendo que no podía sustrerse a su mirada, dió una vuelta en redondo,

hinchóse y se quedó a su vez mirando fijamente hacia su dañador, con lo

que Rousseau experimentó una debilidad tan grande que a poco se desmaya.

Durante algún tiempo temió hasta por su vida...»

Pero, volvamos a la cuestión de la teratología. Wierus, en su obra De prestigiis demonum,

cuenta que a cierta mujer embarazada la amenazó su marido diciéndola

que tenía el diablo en el cuerpo. El terror de la madre fué tal, que el

niño nació deforme. En la obra demonológica de Peramatus se refieren

análogas monstruosidades respecto de cierta criatura nacida en San

Lorenzo (Indias Occidentales) en 1573, monstruosidades confirmadas por

el testimonio del entonces Duque de Medina Sidonia y consignadas en la

célebre obra de Henry More acerca de la inmortalidad del alma, donde se

dice que el niño en cuestión, además de sus horribles deformidades en

boca, nariz y orejas, ostentaba dos carnosidades en forma de cuernos

sobre su cabeza, largos pelos, como cerdas, un doble ceñidor, una

especie de bolsa de carne en la cintura y una como campanilla carnosa en

la la mano izquierda, todo al tenor del conjunto absurdo y diabólico de

cierto hechicero indio a quien la embarazada contemplara horrorizada

danzar en una de las clásicas fiestas brujescas de esta clase de gentes.

No queremos fatigar más al lector con el relato de nuevos casos

teratológicos sacados de las obras de los clásicos antiguos para

confirmar nuestro aserto de que tamañas aberraciones se deben a las

acciones recíprocas entre la imaginación de la madre y el akasha o éter

cósmico, que dirían los orientales y Van Helmont.

El archaeus, o Príncipe Vital cósmico de este último, no es otra cosa

que la luz astral de los cabalistas y el éter universal de la moderna

ciencia, y ciertamente que si las marcas más insignificantes del feto en

los casos referidos y en mil otros no son debidas a la imaginación de

la madre, ¿a qué otra cosa podría atribuir el Profesor Magendie la

formación de las escamas córneas, cuernos de cabra y el pelaje propio de

los animales, que hemos visto caracterizando a tan monstruosa

progenie?... Verdaderamente que la relación en que se hallan entre sí el

feto y la madre es bien poco diferente a la del inquilino respecto de

la casa, de cuyas condiciones depende su calor, su bienestar, su salud y

aun su vida...

Demócrito de Abdera nos enseña que el espacio entero está lleno de

átomos, y nuestros astrónomos nos muestran a estos átomos juntándose

para formar mundos y después las razas mismas de los seres que han de

poblarlos. Si, pues, en la voluntad y en la imaginación humanas existe

una potencia que, concentrando corrientes de estos átomos sobre un punto

objetivo, pueden moldear un niño, al tenor de las impresiones sentidas

por la imaginación de la madre, ¿por qué no ha de ser creíble también

que estas mismas potencias, por una especie de inversión o cambio de

signo de tales corrientes, puedan disipar y destruir cualquier parte y

hasta el cuerpo todo del sér que aún no ha nacido de su seno?...

Viene aquí, pues, el problema de los falsos embarazos, que tanto ha

preocupado lo mismo al médico que a sus pacientes. Si la cabeza, el

brazo y la mano de los tres célebres casos teratológicos relatados por

Van Helmont pudieron desaparecer por efecto de una emoción de espanto de

la embarazada, ¿por qué no ha de poder la misma u otra emoción ser

causa de una total disociación y extinción del feto en la llamada falsa

preñez? Tales casos, aunque muy raros, ocurren realmente, dejando

burlada, de paso, a la ciencia. Aunque en la sangre de la madre no

circule efectivamente ningún disolvente químico capaz de disociar los

elementos del feto sin destruirla a ella misma, es un hecho que, como

dice el escéptico doctor Fournié al relatar con desconfianza aquellos

casos, «ante esta extraña serie de fenómenos, nuestro papel es el de

meros historiadores, pues que al tratar de hallar razones científicas

para ellos, tropezamos, como de costumbre, con los inexcrutables

misterios de la vida, y a medida que avanzamos en nuestra investigación

advertimos más y más que aquello es para nosotros un terreno vedado»...

Desde la aparición del espiritismo, los médicos y los

experimentadores se encuentran más dispuestos que nunca a tratar a

grandes filósofos, como Paracelso y Van Helmont, como unos embaucadores

supersticiosos y charlatanes, y a ridiculizar frívolamente sus nociones

acerca del archeus cósmico o del anima mundi, con todos sus

demás conocimientos cosmológicos y antropológicos. Y, sin embargo, ¿qué

progresos positivos ha logrado la Medicina desde aquel día en que lord

Bacon la clasificó entre el grupo de las ciencias conjeturales, por

contraposición a las ciencias exactas?... La psicología es una rama

científica casi desconocida hasta ahora, al decir de las mayores

autoridades en la materia, y la fisiología, según la gran autoridad de

Fournié en el prefacio de su erudita obra Phisiologie du sistéme nerveux,

a poco que profundicemos, nos lleva a un terreno en el que notamos que

no sólo está por desarrollar la fisiología del cerebro, sino que del

propio sistema nervioso no existe fisioloíia alguna.

Cierto día oímos decir a un sabio académico francés que haría con

gusto el sacrificio de su propia reputación, a trueque de borrar de la

memoria de las gentes el recuerdo de los infinitos errores y

equivocaciones. ridículas de sus colegas, y tiempo vendrá, en efecto, en

que los hijos de los hombres de ciencia se avergüencen y renieguen del

degradante materialismo y ruin criterio científico—pasional de sus

padres. La simple ilustración intelectual no puede reconocer lo

espiritual. Así como el rayo del sol apaga el brillo del fuego, del

propio modo el espíritu ofusca los ojos de la mera inteligencia. ¡Cuán

fielmente el propio racionalista Lecky ha pintado la inconsciente

propensión de los hombres de ciencia a burlarse de todo lo nuevo,

recibiéndolo siempre a buena cuenta con la más escéptica incredulidad.

Saturados de la frivolidad de moda, así que conquistan un puesto en las

Academias, dan un cuarto de conversión y se tornan en perseguidores de

los que vienen detrás de ellos. «Es una circunstancia bien curiosa en la

ciencia—dice Howitt—que el propio Benjamín Franklin, que experimentó el

ridículo de las Academias a causa de las tentativas que hizo para

identificar la electricidad con el rayo, fuese luego uno de los del

comité de sabios que en 1784 examinaron los principios del naciente

mesmerismo y lo rechazaron de plano como una ridícula farsa.»

...Nuestros filósofos, en conjunto, son los herederos del fracasado

método de inducción aristotélica, con el cual el Estagirita llegó a la

conclusión de que la tierra estaba en el centro del universo, mientras

que su maestro Platón perdido en el laberinto de las vaguedades

pitagóricas” estaba perfectamente enterado del sistema heliocéntrico.

juzgándolos, pues, a aquellos, por el modo como tratan al arcaico saber,

nos vemos obligados a sospechar que tan elevadísimo y respetable

asociación nuestra abriga sentimientos sumamente mezquinos hacia

aquellos sus hermanos mayores de la antigüedad, como si tuviesen siempre

en sus mentes y corazones aquel refrán famoso que reza: «¡Quita el Sol,

y al punto verás lucir a las más pequeñas estrellas!»...

Constantemente se habla de «la magia de la imaginación». Al hablar, pues, de la imaginación, debe antes hablarse de la Magia.

Mago, Magiano, provienen de Mago Maha. Esta palabra es la raíz

también de la palabra mágico. El Maha—atma (el de la grande alma o

espíritu) en la India, tenia un sacerdote en los tiempos prevédicos. Los

magos eran los sacerdotes del dios—fuego (el éter transcendente o

Akasha, la Luz Astral). Les encontramos entre los asirios y babilonios,

lo mismo que entre los persas adorador es del fuego. Los tres magos,

también llamad os reyes, de los que se dice que ofrecieron al Niño jesús

dones en oro, incienso y mirra, eran adoradores del fuego como los

demás, y también astrólogos, pues vieron «su estrella». Al gran

sacerdote de los parsis en Surat, se le llama Mobed; algunos derivan

esta palabra de Megh, Meh-ab, algo noble y grandes. Los

discípulos de Zoroastro eran llamados según Kleuker, Meghestom. La

palabra «mágico», título antes de honor, tiene hoy día su significado de

todo punto contrario al verdadero. Antiguamente era sinónimo de todo lo

más honroso y respetable; de uno que poseía los mayores conocimientos y

sabiduría. Hoy ha venido a ser un epíteto degradante para designar a

todo embustero o charlatán: uno «que ha vendido su alma al diablo», uno

que hace mal uso de sus facultades y emplea sus conocimientos para los

usos más perversos, todo esto de acuerdo con las enseñanzas del clero y

según una masa de estúpidos supersticiosos, quienes creen que el mágico

es un brujo, un encantador, un hechicero. Pero los cristianos olvidan

que Moisés era un mago, y Daniel «el Maestro de los magos astrológos,

caldeos y adivinos» (Daniel, VII). La palabra, en fin, se deriva del Magh o Mahhindú,

o sea del sánscrito Maha grande; un hombre bien versado en ta ciencia

secreta o esotérica; o propiamente hablando, un sacerdote.

Maimonides, el gran teólogo e historiador judío, ha demostrado que la

Magia Caldea, la ciencia de Moisés y de otros grandes taumaturgos,

estaba fundada en su profundo conocimiento de las leyes naturales.

Enterados completamente de todos los recursos de los reinos mineral,

vegetal y animal, expertos en química y física ocultas, tan psicólogos

como fisiólogos, ¿qué tiene de extraordinario que a los adeptos

instruidos en los misteriosos santuarios de los templos pudiesen llevar a

cabo maravillas que aun hoy día se tendrían por sobrenaturales? Es un

insulto a la naturaleza humana el infamar con el nombre de impostura a

la Magia y Ciencia Oculta. El creer que durante tantos miles de años una

mitad del género humano practicaba el engaño y el fraude a expensas de

la otra mitad, equivale a decir que la raza humana se compone sólo de

bribones y de idiotas incurables. ¿En dónde está el país en que no se

haya practicado la magia? ¿En qué época ha sido olvidada por completo?

En los más antiguos documentos, ahora en nuestro poder, los Vedas y

las primeras leyes de Manú, encontramos muchos ritos mágicos practicados

y permitidos por los brahmanes. En el Tibet, el Japón y la China se

enseña hoy día lo que los antiguos caldeos enseñaban. El clero de estos

países prueba que la práctica de la moral y de la pureza física, junta

con ciertas austeridades, desarrolla el poder vital de la propia

iluminación. Concediendo al hombre el dominio sobre su propio espíritu

vital, le da un verdadero poder sobre los espíritus elementarios,

inferiores a el mismo. Vemos que la Magia es tan antigua en Occidente

como en Oriente. Los druidas de la Oran Bretaña tas practicaban en las

silenciosas criptas de sus cavernas profundas, y Plinio se extiende

mucho en un capítulo acerca de la «sabiduría» de los jefes celtas. Los

semotheos, los druidas de las Galias, explicaban las ciencias, tanto

físicas como espirituales. Enseñaban los secretos del Universo, el

armonioso progreso de los cuerpos celestes, la formación de la tierra, y

sobre todo la inmortalidad del alma. En sus grutas sagradas, academias

naturales construídas por la mano del Arquitecto Invisible, se reunían

los iniciados a la hora precisa de la media noche, para instruirse

acerca de lo que el hombre era y de lo que será. No necesitaban de

iluminación artificial, ni de gas destructor de la vida, que brillase

sus templos, porque la casta diosa de la noche difundía sus rayos

argentinos sobre sus cabezas coronadas de roble, y sus sagrados bardos

vestidos de blanco conocían la manera de hablar con la reina solitaria

de la bóveda estrellada.

En el cementerio del pasado remoto permanecen sus robles sagrados,

ahora secos y despojados de sa simbolismo espiritual por el venenoso

soplo del materialismo. Para el estudiante de las ciencias ocultas su

vegetación es todavía exuberante y lozana y tan llena de verdades

profundas y sagradas como cuando el archi—druída verificaba sus

creaciones mágicas, y tremolando la rama de muérdago, arrancaba con su

dorada hoz el ramo verde de su madre, el roble. La Magia es tan antigua

como el hombre. Es tan imposible citar la época en que por primera vez

aparece, como indicar el día en que nació el primer hombre. Siempre que

algún escritor ha intentado relacionar sus orígenes en algún país, en

armonía con tales o cuales datos históricos, investigaciones ulteriores

han demostrado que sus opiniones eran infundadas. Odín, el sacerdote y

monarca escandinavo, creen algunos que fué el primero que introdujo las

prácticas mágicas, unos setenta años antes de J.—C., pero es fácil

demostrar que los misteriosos ritos de las sacerdotisas llamadas Voilers Vaas,

son muy anteriores a aquella época. Algunos autores modernos se

esfuerzan en probar que Zoroastro fué el fundador de la Magia,

únicamente porque!ué el fundador de la religión de los magos. Ammiano

Marcelino, Arnobio, Plinio y otros historiadores antiguos demuestran que

sólo fué un reformador de la Magia tal como la practicaban caldeos y

egipcios. (Isis, I, 79).

La Magia era considerada como una ciencia divina que conduce

aparticipar de los atributos de la misma Divinidad. «Descubre las

operaciones de la Naturaleza, dice Philo Judaeus, y conduce a la

contemplación de los poderes celestiales. En los últimos períodos, el

abuso de la misma y su degeneración en hechicería, hicieron que, en

general, fuese odiada. Nosotros, sin embargo, debemos ocuparnos de ella,

sólo tal como era en el pasado remoto, durante el cual cada una de las

religiones verdaderas se fundaba en el estudio y conocimiento de los

poderes ocultos de la Naturaleza. No fué la clase sacerdotal la que en

Persia estableció la magia, como vulgarmente se cree, sino los Magos,

cuyo nombre se deriva de la misma, Los Mobeds, sacerdotes de los parsis,

los antiguos Ghebers o Geberin, son llamados hasta hoy día Magoi, en el

dialecto pehlvi. La Magia aparece en el mundo con las primeras razas de

hombres. Cassiano menciona un tratado bien conocido en los siglos IV y

V, que se atribuía a Cam, el hijo de Noé, quien se creía lo había

recibido de Jared, la cuarta generación de Seth, el hijo de Adán. Moisés

debía sus conocimientos a la madre de la princesa egipcia Thermuthis,

quien lo salvó de las aguas del Nilo. La esposa de Pharaon, Batria, era

una iniciada y los judíos debían a ella su profeta, «instruído» en toda

la sabiduría de los egipcios y famoso en palabras y obras. justino

Mártir, apoyándose en la autoridad de Trogo Pompeyo, nos muestra a José

como habiendo adquirido grandes conocimientos en las artes mágicas de

los sumos sacerdotes del Egipto. Los libros de Numa, descritos por

Livio, consistían en tratados mágicos de la filosofía natural, y fueron

encontrados en su tumba, pero no era permitido el darlos a conocer, para

que no fuesen revelados los más secretos misterios de la religión

establecida. El Senado y los tribunos del pueblo resolvieron quemar

públicamente tales libros.

Entre los hindúes tenía la Magia un carácter más esotérico, si cabe,

que entre los egipcios. Se la consideraba tan sagrada, que su existencia

era admitida a medias y sólo practicada en los casos de las más

imperiosas necesidades públicas. Más que materia religiosa, se la consideraba como divina.

Los hierofantes egipcios, a pesar de practicar una moral pura y

austera, no pueden ser comparados con los ascetas gimnosofistas, ya sea

por la santidad de su vida, ya por los milagrosos poderes en ellos

desarrollados por la sobrenatural renuncia de todo lo terreno. Quienes

les conocen bien guardan hacia ellos mayor veneración que hacia los

magos caldeos. Desdeñando las más simples comodidades de la vida, viven

en bosques apartados, llevando la vida de los más solitarios ermitaños,

mientras que sus hermanos egipcios, por lo menos, viven en comunidad. A

pesar del borrón arrojado por la Historia sobre todos aquellos que han

practicado la magia y la adivinación, se les considera como poseedores

de los mayores secretos de la ciencia médica y con conocimiento jamás

sobrepujado en la práctica de la misma. Numerosos son los volúmenes

conservados en los conventos hindúes donde constan las pruebas de sus

conocimientos. El intentar decir si estos gimnosofistas eran los

fundadores de la Magia en la India, o si ellos ponían en práctica lo que

les había sido transmitido como una herencia de los más antiguos Ríshis

o Patriarcas prevédicos (de quienes pretenden descender directamente

los brahmanes), será considerado como una mera especulación por los

sabios del positivismo. «El cuidado que demostraban en la educación de

la juventud y en familiarizarla con los sentimientos generosos y con la

virtud más sincera, les honra en grado sumo, y sus máximas y discursos,

conservados por los historiadores, prueban lo muy entendidos que eran en

filosofía, metafísica, astronomía, religión y moral.» Los gimnosofistas

conservaron su dignidad bajo la dominación de los más poderosos

príncipes; jamás condescendieron con humillarse a visitarlos ni a

molestarles por el más pequeño favor. Cuando ellos deseaban los consejos

u oraciones de estos santos hombres estaban obligados a ir ellos mismos

en su busca, o a enviarlos mensajeros. Para estos hombres no había

secreto encerrado en plantas o minerales, que no fuese conocido. Habían

penetrado en las profundidades de la Naturaleza, y la fisiología y

psicología eran para ellos libros abiertos. El resultado de todos sus

estudios se condensa en aquella ciencia o Macha-giotia a la que ahora se designa supersticiosamente con el nombre de Magia...

Giordano Bruno, igual que los platónicos alejandrinos y los más

antiguos cabalistas sostienen que Jesús fué un mago, en el sentido que

Cicerón Porfirio da a esta palabra, como sinónimo de sabiduría divina.

«Idéntico sentido es el de Philo Judaeus, para quien son los magos los

más maravillosos investigadores de los secretos misterios naturales, no

en el sentido degradante que nuestro siglo da a la palabra magia. En

concepto de aquél, los magos son aquellos hombres santos que,

relaciones con los seres invisibles. (Isis, I, 165).

No hay explicaciones, sean las que fueren, capaces de afectar de un

modo vital la estabilidad de una creencia— como la de la Magia— que la

Humanidad haya heredado de las primeras razas de hombres, aquellas razas

que, si admitimos la evolución espiritual del hombre como admitimos su

evolución física, poseían la gran verdad de labios de sus antecesores,

los «dioses de sus padres» que permanecían al otro lado de las aguas. La

identidad de la Biblia con las leyendas de los libros sagrados hindúes y

las cosmogonías de otras naciones, será demostrada algún día. las

fábulas de las edades mitopeicas, como pronto habrá de verse, no han

hecho más que alegorizar las grandes verdades de la Geología y la

Antropología. A estas fábulas tan ridículamente expresadas, tendrá que

acudir la ciencia para buscar los «eslabones perdidos». Por otra parte,

¿por qué median tan raras «Coincidencias entre las míticas historias

respectivas de pueblos extremadamente separados? ¿De dónde procede la

identidad de las primitivas concepciones, las que no obstante ser hoy

llamadas leyendas o fábulas, contienen en sí el núcleo de hechos

históricos y un fondo de verdad profundamente enterrada bajo la capa de

poéticas ficciones populares, que no por eso dejan de ser ciertas?... La

creencia en el supernaturalismo sería de otra manera inexplicable.

Decir que el mito ha brotado, crecido y evolucionado al través de épocas

innumerables sin un motivo, sin una base firme en que apoyarse, cual

único producto de la más frívola fantasía, sería profesar un absurdo tan

grande como el que admite la Teología al decir que el universo ha sido

creado de la nada.

Los taumaturgos de todos los tiempos, escuelas y países producían sus

maravillas porque estaban perfectamente familiarizados con las im

ponderables, pero perfectamente reales, ondulaciones de la luz astral (el archeus,

de los griegos). Los tales prodigios tenían un doble carácter físico y

psíquico; el primero comprendía el conjunto de efectos producidos sobre

los objetos materiales; el segundo, los fenómenos mentales de Mesmer y

de sus continuadores. Estos han sido reprensentados en nuestros tiempos

por dos hombres ilustradisimos, Du Pote! y Regazzoni, cuyos maravillosos

poderes han sido bien atestiguados en Francia y en otros países, El

mesmerismo es la rama más importante de la Magia, y sus fenómenos son

los efectos del agente universal (archeus, akasha) que media en toda

operación mágica y que ha dado lugar en todas las épocas a los llamados

milagros. Los antiguos le llamaban Caos, Platón y los pitagóricos, le

Alma del mundo; y según los indios, la deidad, bajo la forma del Eter

transcendente (Pater omnipotens aether) que penetra todas las cosas.

Entre otros nombres, este Proteo universal u omnipotente nebuloso, como

de Mirville le denomina en son de burla, era llamado por los teurgistas

el fuego viviente —, el Espíritu de Luz y Magnes. Este último

nombre indica sus propiedades magnéticas y muestra su naturaleza mágica,

porque son dos ramas pro cedentes del mismo tronco.

Para encontrar el origen de la palabra magnetismo, es menester re

montarnos a una época inconcebible por lo remota. Muchos eren que la

piedra llamada imán debe su nombre a Magnesia, ciudad o comarca de la

Tesalia, en donde tales piedras se encuentran en abundancia, Nosotros

creemos, sin embargo, que la opinión de los filósofos herméticos es la

única correcta. La palabra Magh, magus se deriva de la

sánscrita Mahaji, el grande, el sabio, el ungido por la sabiduría

divina. «Eumolpus es el fundador mítico de los eumolpides, sacerdotes

que atribuían su propia sabiduría, no a ellos mismos, sino a la Divina

Inteligencia reflejada en ellos», como dice Dunlap en su Musah y sus

Misterios (pág. III). Hércules era conocido como el rey de los Musianos,

y la llamada fiesta musiana era la simbolizadora de la unión del

Espíritu y la Materia: Adonis y Venus o Baco y Ceres. Las distintas

cosmogonías nos muestran que cada nación consideraba al Alma—Arquetípica

Universal como la mente» del Creador Demiúrgico, la Sophia de los

Gnósticos o el Espíritu Santo considerado como principio femenino. Como

los magos derivaban su nombre de ella, la piedra magnesiana o imán era

así llamada en honor suyo, pues ellos fueron los primeros en descubrir

sus propiedades maravillosas. El país estaba cuajado de templos, y entre

ellos habla algunos de Hércules musiano, y por esto, cuando fué

conocida la piedra que los sacerdotes usaban en sus curaciones y mágicos

designios, recibió el nombre de piedra magnesiana o heráclita. Sócrates, ocupándose de ella, dice:

«Eurípides la llama piedra magnesiana, pero el vulgo la llama

heráclita. (Platón, Ion (Burgess), vol. VI, pág. 294.) Los magos eran

los que daban nombre al país y a la piedra, y no ésta y aquél a los

magos. Plinio nos enseña que el anillo nupcial entre los romanos era

magnetizado por los sacerdotes antes de la ceremonia. Los antiguos

historiadores paganos han guardado cuidadosamente silencio respecto de

ciertos Misterios de los «sabios» (magos), y Pausanias dice que fué

avisado en sueños de que no revelase los santos ritos del templo de

Demeter y Persephoneia de Atenas a los profanos....

Dos cosas son necesarias para adquirir el poder mágico: libertar la

voluntad de toda servidumbre y ejercitarse en su dominio. La voluntad

soberana está representada por el ángel resplandeciente que retiene al

dragón bajo sus plantas y le mata. En cuanto al gran agente mágico, la

doble corriente de luz, el fuego viviente y astral de la tierra

ha sido representado por la serpiente con cabeza de monstruo: la

serpiente del caduceo de Mercurio; la del Génesis; la bronceada de

Moisés; el macho cabrío de los aquelarres; el Baphomet de los

templarios; el Hyle de los gnósticos y, por fin, el diablo de

Mirville y demás católicos. Pero en realidad, dicho agente mágico no es

sino la fuerza ciega que tienen que vencer las almas para librarse por

sí mismas de las cadenas terrenales, porque si su voluntad no las

liberta de esta fatal atracción, serán absorbidas por la corriente misma de la fuerza que las ha producido.

Eliphas Levy dice en su Dogma y Ritual de Id Alta Magia:

«Todas las operaciones mágicas consisten en libertarse uno mismo de

los anillos de la Antigua Serpiente, y después en colocar el pie sobre

su cabeza y conducirla según la voluntad del operador. —Yo te daré—dice

la Serpiente en el mito evangélico—todos los reinos de la Tierra, si,

postrándote a mis pies, me adorases.» Y el Iniciado le contesta: —«¡No

me humillaré ante ti; nada puedes tú darme; antes bien, tú me

obedecerás, porque yo soy tu Señor y Maestro!» Así, pues, el Diablo, no es una Entidad. Esuna fuerza errante, como su mismo nombre indica. Una corriente magnética u ódica, formada por una cadena o cúmulo de voluntades perversas, dando origen a ese espíritu maligno que el Evangelio llama legión

y que precipita en el mar a un rebaño de cerdos, otra alegoría que

demuestra cómo las naturalezas inferiores son arrastradas por las

fuerzas ciegas del error y del pecado.

En su extensa obra acerca de las manifestaciones místicas de la

naturaleza humana, el naturalista y filósofo alemán Maximiliano Perty,

dice: «Las manifestaciones mágicas se fundan, en parte, en otro orden de

cosas por completo distinto de aquel cuya naturaleza conocemos por

tiempo, espacio y causalidad. Sus manifestaciones pueden llevarse muy

pocas veces al terreno de la experiencia; pero pueden ser cuidadosamente

observadas cuando en nuestra presencia acaezcan.» El faquir

Kovindasami, descripto por Jacolliot, había alcanzado tal purificación,

que su espíritu, libre ya casi, podía, con su voluntad que es una fuerza

creadora, mandar a los elementos y a los poderes de la Naturaleza:

«mandato de espíritu a espíritu y de vida a vida», y desarrollar en

breves horas una semilla que en condiciones ordinarias habría necesitado

muchos días. Esto no es un milagro, a menos que definamos el milagro

«como algo que está en contradicción con la constitución establecida y con las leyes conocidas de la Naturaleza»; pero, ¿pueden sostener nuestros naturalistas la pretensión de que lo que ellos han establecido

por la observación, es infalible, o de que conocen todas las leyes de

la Naturaleza?.. Si la vegetación puede ser estimulada por la luz

violeta, el flúido magnético que emanaba de las manos del faquir

concentrando en el germen el akasa o principio de vida,

producía cambios aún más rápidos e intensos, porque el principio de vida

es una fuerza ciega, obediente a la influencia que la domine, y capaz

de seguir el molde dé la imaginación creadora del faquir. La voluntad

crea, porque la voluntad puesta en movimiento es fuerza y la fuerza produce materia... Para ello, Kovindasami no necesitó sino su espíritu divino y su alma astral con ayuda de unos seres puros o pitris, mientras que el despreciable juglar o necromante, llevado por su

impureza, sed de riquezas o egoísmo, no puede atraer al efecto sino

espíritus impuros: los klippoth, afrites o devs del astral más abyecto...

Aunque las ciencias ocultas son víctimas de la malicia de una clase

tienen sus defensores en todas las épocas. En primera línea está Isaac

Newton, quien creía en el magnetismo tal como lo enseñaban Paracelso y

Van Helmont y todos los filósofos del fuego en general. Nadie podrá

negar que su doctrina del espacio universal y de la atracción sea una

verdadera teoría sobre el magnetismo. Si algún valor tienen sus

palabras, éstas nos indican que en sus «Principios fundamentales de

Filosofía» él fundaba todas sus especulaciones en el «alma del mundo»,

el gran agente universal y magnético, al cual denominaba sensorium divinum.

Se trata, dice, de un espíritu sutilísimo que penetra todas las cosas,

hasta los cuerpos más duros, y que se halla oculto en su substancia. En

virtud de la fuerza y actividad de este espíritu, los cuerpos se atraen

unos a otros y se adhieren al ponerse en contacto. Por su mediación,

—los cuerpos eléctricos obran, lo mismo a grandes que a pequeñas

distancias, atrayéndose o repeliéndose Por él la luz se difunde, se

refleja, se refracta y calienta a los cuerpos. Todos los sentidos son

excitados por este espíritu y por él los animales mueven sus miembros.

Semejantes problemas no pueden explicarse en pocas palabras, porque

carecemos aún de la experiencia necesaria para determinar completamente

las leyes mediante las cuales este espíritu universal opera.

Si la vista de un sujeto es hábilmente dirigida (por un mago o por su

propio Espíritu), la luz astral transferirá sus más secretas noticias a

nuestro escrutinio, porque si bien es un libro que está siempre cerrado

para todos aquellos que ven pero que no perciben., está siempre abierto

para todo aquel que quiera abrirlo. Contiene un registro

completo e intacto de todo cuanto ha sido, es y será. Los actos más

insignificantes de nuestra vida están impresos en él, y así también

quedan fotografiados en sus hojas eternas nuestros pensamientos. Es el

libro que vemos abierto por el ángel en el Apocalipsis, ce! cual es el

Libro de la vida, y según el cual los muertos son juzgados de acuerdo

con sus obras». Es, en resumen, la MEMORIA de Oros. «Los oráculos

caldeos, dice Cory, aseguran que la impresión de los pensamientos,

caracteres, hombres y otras visiones divinas aparecen en Éter... En él

todas las cosas sin figura están figuradas, según un antiguo fragmento

de los Oráculos caldeos, de Zoroastro... La memoria,

desesperación del materialista, enigma del psicólogo, esfinge de la

ciencia, es para el estudiante de las antiguas filosofías un mero nombre

para expresar aquel poder que el hombre ejerce inconscientemente y que

comparte con muchos animales, merced al cual su mirada interna contempla

en la luz astral las imágenes de pasados incidentes y sensaciones. En

lugar de buscar en los ganglios cerebrales unos micrógrafos de lo que

vive y de lo que ha muerto, de escenas que hemos presenciado e

incidentes en que hemos intervenido», ellos van al vasto receptáculo en

donde los recuerdos de cada vida humana, lo mismo que cada pulsación del

Cosmos visible, se hallan almacenados por toda la Eternidad. Ese

relámpago de memoria que, según supone también la tradición, muestra a

las personas que se están ahogando cada una de las escenas ya olvidadas

de su vida mortal, es simplemente el brillo súbito del alma que, por

librarse del peligro (con una evocación suprema diríamos nosotros a las

divinas fuerzas secretas de lo inconsciente) se arroja a las

galerías silenciosas, en las que yace pintada su historia toda con los

más indelebles colores. El hecho de que con frecuencia re. conozcamos

escenas, paisajes y conversaciones que vemos u olmos por vez primera, se

ha citado como una prueba de la reencarnación, pero los sabios de la

antigüedad y los filósofos medioevos que aunque tal fenómeno es una

prueba de la persistencia y de la inmortalidad del alma, sino que,

cuando durante el sueño reposa nuestro cuerpo elementario, la forma

astral queda libre, y deslizándose fuera de su prisión terrena, platica

con el mundo exterior y viaja a través de los mundos visibles e

invisibles...

Descartes, aunque adorador de la materia, era uno de los más

decididos partidarios de la doctrina del magnetismo universal. Su

sistema de física era muy parecido al de los grandes filósofos. El

espacio para él está lleno de una materia flúida y elementaria, fuente

única de la vida, envolviendo y haciendo mover a todos los cuerpos

celestes. Las corrientes magnéticas de Mesmer son los torbellinos

cartesianos disfrazados, y Ennemoser, en su Historia de la Magia, así lo afirma... Las obras de Pierre Poret Naudé, en 1679, vindican las doctrinas del magnetismo oculto en su Apología de los grandes hombres falsamente acusados de necromancia.

...El doctor Hufeland ha escrito en 1817 una obra sobre Magia, en la

que sienta la teoría de la simpatía magnética universal, e igual hace

Zenzel Wirdig en su Nueva Medicina espiritual, y el gran Henry

More, de la Universidad de Cambridge sigue las doctrinas de Cardan,

Van—Helmont y otros místicos... Kepler participaba de la creencia

cabalística de que los espíritus de los astros son otras tantas

inteligencias, y cree que a cada planeta le informa un principio

inteligente, y que todos los planetas están habitados por todos los

seres espirituales, quienes ejercen su influencia sobre los otros seres

que moran en otras esferas más materiales que las suyas, especialmente

en nuestra Tierra... Bautista Porta en su Magia Natural atribuye en último término todos los fenómenos ocultos posibles al ánima mundi que a todas las cosas liga. Esta luz astral

actúa en armonía y simpatía con toda la Naturaleza, es la esencia prima

de la que nuestros espíritus están formados y, obrando al unísono con

la fuente de donde procede, hace que nuestros cuerpos siderales lleguen a

ser capaces de producir mágicas maravillas. Todo el secreto estriba en

nuestro conocimiento. Creía él en la piedra filosofal «de la que el

mundo tiene tan gran opinión y que ha dado motivo a tantas jactancias,

pero que ha sido encontrada felizmente por algunos., extendiéndose en

insinuaciones acerca de su Significación espiritual»...

En 1643, el Padre Kircher enseñó una filosofía completa de magnetismo universal (Magnes sive de arte magnetici opus tripartitum).

Sus numero sas obras abarcan muchas cuestiones indicadas sólo por

Paracelso. Contradice a Gilbert en lo de que la tierra sea un gran imán,

pues que Sólo existe un verdadero !MAN en el Universo, y de él procede la magnetización de todo cuanto existe:

el Sol espiritual de los cabalistas o Lagos, y si el Sol, la Luna y las

estrellas eran altamente magnéticas, lo debían al flúido universal y

magnético en que se bañan, o sea la Luz espiritual. Prueba la

simpatía misteriosa que existe entre los cuerpos de los tres reinos, y

muchos de sus ejemplos han sido ya comprobados por los naturalistas... El magnetismo de amor puro es la causa original de todas las cosas creadas...

Para ejercitar el poder mágico en pro del bien, se precisa: nobleza de

alma; voluntad poderosa e intensa; facultad imaginativa. Un hombre libre

de las tentaciones mundanas y de la sensualidad, puede curar de este

modo las enfermedades más incurables...

Cada ser creado en esta esfera sub—lunar procede del magnae magnum

(anima-mundi) y con el se relaciona, El hombre posee un poder celestial

doble y está aliado con la vida de los cielos. Este poder existe como

dice Van Helmont en su Opera Omnia (1682, pág. 720); no sólo en

el hombre sino en todas las cosas... pero es necesario que la fuerza

mágica sea despertada lo mismo en el hombre exterior que en el

interior.....Nosotros llamamos a esto un poder mágico; pero el ignorante

no hará más que asustarse con la expresión: podéis llamarle, pues, un

poder espiritual (spiritualis robar vocitaveris). Semejante poder mágico existe en el hombre interno y ha de ser despertado». La Loubere en sus Notas para una reacion histórica del reino de Siam

dice que los talaipones u hombres santos (buddhistas) siameses son

respetados siempre por los animales feroces gracias al uso de la magia,

«porque todos ellos creen que la Naturaleza está animada y que existen

genios tutelares».

«¿Qué es el sueño sonambúlico, dice Du Potet, sino un efecto de la

magia? Lo que llamamos flúido nervioso o magnetismo, los hombres de la

antigüedad lo llamaban oculta potencia del alma o Magia. La magia se

fundó en la existencia de un mundo heterogéneo situado fuera de

nosotros y con el que podemos entrar en comunicación por medio de

ciertas artes prácticas. Es tan grande el poder del flúido mágico que

ninguna fuerza físico—química es capaz de destruirle».

«El alma humana dice Cornelio Agripa posee, por el mero hecho de formar parte de la esencia universal, un poder maravilloso.

Quien de él se adueña puede remontarse en conocimientos hasta una

altura tan grande como pueda imaginar, a condición sólo de permanecer

íntimamente unido a dicha fuerza..... La Verdad y el porvenir pueden

mostrarse continuamente a los ojos del alma; su poder ya no conoce

límites; el tiempo y el espacio desaparecen ante la mirada de águila del

alma inmortal...

La Magia teúrgica es la última expresión de la ciencia psicológica

oculta. Los académicos la desprecian como una alucinación o un

charlatanismo. Nosotros, sin embargo, les negamos rotundamente a éstos

el derecho de emitir su opinión sobre un asunto en el que jamás han

investigado. No tienen ellos más derecho para juzgar la Magia en el

estado actual de sus conocimientos, que el que tiene un habitante de las

islas Fidgi para aventurar su opinión acerca de los trabajos de Faraday

o de Agassiz. Todo lo más que ellos pueden hacer es rectificarse algún

día de sus presentes errores..

Los prodigios llevados a cabo por los sacerdotes de la Magia teúrgica

tienen una autenticidad tan completa, y su evidencia es tan abrumadora,

que, antes de confesar que habían ellos sobrepujados a los cristianos

en materia de milagros, sir David Brevoster les concede grandísimos

conocimientas en física y filosofía natural. La ciencia se halla metida

en un desagradable dilema: o confesar los superiores conocimientos de

los antiguos, o admitir que el espíritu posee poderes jamá” imaginados

por los filósofos modernos.

¿Dónde esta el secreto real de la Magia acerca del que tanto hablan

los herméticos? Que existía y que existe un gran secreto, ningún

estudiante sincero de literatura esotérica lo pondrá jamás en duda.

Diferentes hombres de genio, como sin duda lo eran muchos de los

filósofos herméticos, no se hubieran hecho pasar por locos ellos mismos

procurando enloquecer a otros durante varios millares de años

consecutivos. Que este gran secreto, comúnmente llamado «la piedra

filosofal» envolvía una significación tanto física como espiritual, es

lo que en todas épocas se ha sospechado. El autor de las Observaciones de la Alquimia y de los alquimistas (E. A. Hitchcock: Swedenborg, un filósofo hermético) hace observar con gran aierfo que el sujeto del Arte hermético es el Hombre y que el objeto de dicho arfe es la humana perfección. El hombre es espiritualmente la piedra filosofal, o sea una «triunidad», pero físicamente es también dicha piedra..

*

Mucho más numerosos de lo que suponen los materialistas modernos,

son los hombres instruidos y los pensadores que creen en la existencia

del Ocultismo y de la Magia, dos cosas en extremo diferentes y que han

sido confundidas por la mayor parte de los creyentes, y hasta por

aquellos que siendo teosofistas, han llegado al punto de pensar que la

magia negra forma parte del Ocultismo.

Los poderes que les son conferidos al hombre por el Ocultismo y los

medios que deben emplear en su adquisición, han dado lugar a nociones

tan variadas como fantásticas. Los unos se imaginan que para convertirse

en un Zanoni es suficiente la dirección de un maestro en el arte; los

otros, que solamente se trataba de atravesar el canal de Suez y darse

una vuelta por la India, para convertirse en rival de Roger Bacon y del

Conde de San German; Margrave, con su juventud siempre renaciente, es el

ideal de muchos otros, que consideran que el cambio que él hizo de su

alma por obtener este favor no fué un precio demasiado grande. Buen

número de entre ellos identifican la hechicería pura y simple con el

Ocultismo y hacen retroceder hacia la luz «los espectros desencarnados,

errantes en las tinieblas, que gravitan sobre las orillas de la Estigia

», amén de otros altos hechos de este calibre, y ya se creen Adeptos

completos. Para otros, la filosofía de los antiguas Arhats no es otra

cosa que la Magia ceremonial, cuyas reglas trazara, riéndose, Eliphas

Levy. En una palabra, estos filósofos sencillos, consideran el Ocultismo

a través de todos los géneros de prismas que puede imaginar su

fantasía.

Estos candidatos a la Sabiduría y al Poder ¿no se indignarán si se

les hace conocer la verdad pura y simple? En todo caso, viene a ser no

sola mente útil, sino necesario el desengañar a la mayor parte

de ellos, antes de que llegue a ser demasiado tarde. Entre los

centenares de bravos que en Occidente se califican de «Ocultistas», es

posible que no se encuentre ni media docena que tenga una idea

aproximadamente correcta de la naturaleza de la ciencia en la cual

pretenden llegar a ser maestros. Con raras excepciones, se encuentran

casi todos en el camino de la hechicería. Antes de protestar contra esta

alegación, sería conveniente que pusieran un poco en orden su cerebro, y

una vez que hubiese conocido la verdadera relación entre las artes

ocultas y el Ocultismo, podrían indignarse, si todavía consideraban

tener derecho. Ellos, entonces, fijándose, sabrían que el Ocultismo

difiere de la Magia y de otras ciencias secretas, tanto como el glorioso

sol difiere de una vulgar candela; tanto como el Espíritu inmutable e

inmortal del hombre—reflejo del Todo absoluto, sin causa e

Incognoscible—difiere de la arcilla mortal que forma el cuerpo humano.

En todas nuestras tan deficientísimas lenguas occidentales, las

palabras han sido desfiguradas siempre con ánimo de velar las ideas que

contenían en sí, y cuanto más materiales venían a ser éstas, más se

condensaban en la fría atmósfera de ese egoísmo que sólo se ocupa de los

bienes de este mundo; más se sentía la necesidad de encontrar términos

nuevos para expresar lo que se consideraba tácitamente como superstición

averiguada. Tales palabras no hubiesen podido servir de expresión sino a

ideas para las cuales ningún hombre instruído encontraría cabida en su

inteligencia: «Magia», sinónimo de suertes de manos¡ «hechicería», como

equivalencia de ingnorancia crasa, y, «Ocultismo», como el resultado de

las tristes elucubraciones de aquellos cerebros helados que, según tal sentir,

tuvieron los filósofos del fuego, los Jacob Boeh me y los Saint Marlin,

pareciendo términos más que suficientes para especificar las diversas

vueltas de juego de manos de que se trataba. Tales son los

despreciativos términos aplicados a las escorias que fueron

dejadas en el mundo por las épocas de tinieblas que han sido llamadas la

Edad Media y la Antigüedad pagana. Esta es la razón del por qué no

existen términos en nuestras lenguas occidentales que permitan indicar

la diferencia que existe entre los poderes ocultos y las ciencias que

conducen a su adquisición, con la misma exactitud que lo hacen las

lenguas orientales y particularmente el sánscrito. Las palabras milagro y encantamiento tienen en el fondo el mismo sentido, puesto que ambas expresan la idea de resultados producidos ¡violando las leyes de la Naturaleza!

Pero, ¿qué se entiende precisamente por estos conceptos? Un cristiano

cree firmemente en los milagros que Dios le hizo producir a Moisés, en

tanto que rechaza con indignación los de los magos de faraón o se los

atribuye al diablo. Nuestros piadosos enemigos hacen venir de este

último personaje todo el Ocultismo, ea tanto que sus adversarios, los

semi—incrédulos, se mofan a la vez de Moisés, de los magos y del

Ocultismo, y enrojecerían de ira si se les supusiera capaces de ocuparse

de semejantes supersticiones. Todo ello porque no existe ningún término

que pueda designar convenientemente estas cosas; porque nos faltan

palabras que tengan la precisión necesaria de sentido y que nos permitan

distinguir lo sublime y lo verdadero, de lo absurdo y lo ridículo.

Lo absurdo y lo ridículo se encuentra en las interpretaciones

teológicas que dicen que los milagros son una violación de las leyes de

la Naturaleza, hecha por el hombre, por el diablo o por Dios. Lo sublime

y lo verdadero, es que los milagros de Moisés y de los magos fueron

producidos por la acción de las leyes naturales, leyes que, tanto las

magos como Moisés, habían aprendido a conocer en los santuarios que eran

las Academias de Ciencias de su tiempo, donde se enseñaba el verdadero Ocultismo.

Esta última palabra, traducción del concepto compuesto Gupta Vidya

(ciencia secreta), no tiene un sentido muy claro. ¿De qué ciencia se

trata? Cuatro nombres sirven especialmente, entre muchos otros en el

sánscrito, para designar las diferentes ramas del saber esotérico, y aun

el mismo de los Puranas exotéricos. 1.º, la Yajna Vidya, que

es el conocimiento de los poderes ocultos que pueden despertarse en la

Naturaleza por ciertas ceremonias y ciertos ritos religiosos; 2.º, la Maha Vidya

«la Oran Ciencia, respecto de la cual es a veces la magia de los

cabalistas y la de los tantrikas, una hechicería de la peor especie;

3.º, la Gupta— Vidya, la ciencia de los poderes místicos contenidos en el sonido (éter) y que son despertados por los Mantras

(plegarias, cantos o encantamientos), cuyo efecto depende del ritmo y

la melodía; una operación mágica, en fin, basada sobre el conocimiento

de las fuerzas de la Naturaleza y su correlación, 4º, el Alma Vidya

que equivale a las palabras Ciencia del Alma, o Sabiduría Verdadera

cuyo sentido, entre los Orientales, alcanza una extensión mucho más

considerable, que entre nosotros los europeos.

Esta última ciencia del Alma Vidya es la sola especie del ocultismo a que debe aspirar todo teosofista

admirador de «Luz sobre el sendero», o la que desea llegar a ser un

sabio despojándose del egoísmo. Las otras son solamente ramas de las e

Ciencias ocultas" es decir, partes basadas sobre el conocimiento de la

esencia de las cosas en los diferentes reinos de la

Naturaleza—minerales, plantas, animales—, ciencias materiales en suma,

por más que la esencia de las cosas sea invisible hasta el punto de

haber escapado hasta aquí a las investigaciones de la Ciencia. La

alquimia, la astrología, la fisiología oculta, la quiromancia existen en

la Naturaleza, y las ciencias exactas, tal vez nombradas así por

paradoja, han descubierto ya un buen número de sus secretos. Pero la

clarividencia, que ha sido designada en la India con el nombre simbólico

«del Ojo de Siva», y en el Japón con el de Visión infinita., no es el

hipnotismo, hijo bastardo del mesmerismo, y no podría ser adquirida por

artes de este género. Podrán obtenerse con ellos y por ellos, buenos

resultados, malos o indiferentes; pero el Alma Vidya los tiene

en escasa estima. Además, ella los contiene a todos, y en ocasiones

puede emplearlos con objeto de hacer el bien, después de haberlos

desembarazado de sus escorias y de la más insignificante partícula de

tendencia egoísta.

Expliquémosnos. No importa que se atrevan algunos a estudiar las

artes ocultas que se acaban de mencionar, sin el auxilio de una

preparación difícil, y sin que le sea necesario adoptar un género de

vida demasiado especial. Hasta se les podría dispensar de un alto

desenvolvimiento moral, pero en este caso, nueve sobre diez de los

estudiantes resultarían hechiceros muy aceptables y no tardarían mucho

en caer de lleno en la magia negra. ¿Qué gran mal habría en ello? Los vudus y los dugpas

comen, beben, y se regocijan sobre los montones de víctimas de sus

artes infernales, del mismo modo que los elegantes viviseccionistas y

los hipnotizadores titulados de la facultad de medicina; la sola

diferencia entre estas dos clases de gentes, está en que los vudus y los dugpas son hechiceros con conocimiento de causa, en tanto que determinadas celebridades médicas

son hechiceros insconcientes. Pero, como quiera que los unos y los

otros deben recoger los frutos de sus hazañas en magia negra, las gentes

del Occidente son muy simples cuando no se atreven a tomar de la

hechicería más que la condenación y el castigo, dejando de lado los

provechos y los goces que ellos se podrían procurar. Nosotros lo

repetimos; el hipnotismo y la vivisección son

hechicería pura y simple, aunque sin el saber de que gozan los vudus y

los dugpas, saber que no es capaz de adquirir ningún Charcot—Richet

durante cincuenta encarnaciones de estudios obstinados y de

experimentaciones continuas. Por lo tanto, aquellos que, con plena

ignorancia de su naturaleza, quieren ocuparse de magia, se encuentran

con las duras reglas impuestas para alcanzar el Alma Vidya, y se desvían

del verdadero Ocultismo, viniendo a ser mágicos, no importa por qué

medios, a riesgo de quedarse vudus o dugpas por diez encarnaciones

consecutivas.

Con esto, es muy probable que nuestros lectores presten todo su

interés hacia cuantos, sintiéndose invenciblemente atraídos hacia el

Ocultismo, no comprenden la verdadera naturaleza del objeto de sus

aspiraciones, ni se encuentran todavía acorazados contra las pasiones, y

menos aun, desembarazados de todo egoísmo.

¿Qué deberán hacer estos infelices, campo cerrado en que luchan las

más contrarias fuerzas? Dicho queda antes. Una vez que el deseo por el

Ocultismo se despierta en el corazón de un hombre, ya no existe un

rincón en el mundo entero en el que pueda encontrar la paz; torturado

por una inquietud incesante, él vaga por los desiertos de la vida,

buscando en vano el sendero que le conducirá al reposo. Como de un

pebetero humeante, sale de su corazón el humo de sus pasiones y deseos

egoístas, ocúltándole a sus ojos la Puerta de Oro. ¿Deberá rodar él

entonces por los abismos de la hechicería y de la magia negra, y a

través de numerosas encarnaciones, amasarse un Karma más y más terrible? ¿No habrá para él otro mejor camino?

Un solo camino existe: Que no aspire a más de lo que puede alcanzar.

Que no cargue sus espaldas con un peso mayor que sus fuerzas. Sin

pretender verse convertido en un Mahatma, un Buddha o un gran Santo, que

estudie la «Ciencia del alma y que venga a ser así uno de los modestos

bienhechores que no tienen poderes sobrehumanos. Los Siddhis (poderes de

los Arhats) son únicamente para aquellos que pueden vivir ta vida

cumpliendo a la letra los terribles sacrificios exigidos para la

adquisición de estos poderes. Que sepan ellos, si todavía no lo saben,

que el verdadero Ocultismo es «la Gran renunciación del yo»,

renunciación incondicional y absoluta en pensamiento y en acción. Es el

altríusmo, que para siempre jamás separa al que lo practica del número

de los vivientes. Cuando aquél se ha dedicado a la obra «ya no vive para

sí, sino que vive para el mundo». Mucho se le perdona durante los

primeros años de pruebas. Pero desde que él es «aceptado», su

personalidad debe desaparecer; es preciso que se convierta en una simple fuerza bienhechora de la Naturaleza.

El candidato a ocultista, no tiene ya más que dos polos hacia donde

poderse dirigir; porque se abren a su paso dos caminos, sin que fuera de

ellos le sea posible encontrar un lugar de reposo; es preciso que

arribe laboriosamente, paso a paso, y siguiendo, a través de numerosas

encarnaciones que se sucederán rápidamente y sin ningún intervalo de

reposo de vakánico, por la escala de oro que conduce al estado de

Mahatma (condición de Arhat, de Bodhisatva), de donde, al primer paso en

falso, rodará para caer en los abismos en que se hallan los dugpas...

Todo esto se ignora, o se ha perdido de vista. Cuando se puede seguir

la evolución silenciosa de las primeras aspiraciones de los candidatos,

suele notarse cuán extrañas son las ideas que se apoderan de su

espíritu. Entre ellos, la facultad de razonar se deforma de tal manera,

que llegan hasta imaginarse que les es posible purificar sus pasiones de

modo, que vol viendo su llama hacia dentro y encerrándola en el

corazón, se convierta en una energía capaz de hacerles llegar a las

regiones superiores, e introducirles hasta en el verdadero santuario del

Alma, donde ellos comparecerán ante el Yo Superior, o ante el Maestro.

Así, por un vigoroso esfuerzo de voluntad, domando sus pasiones, en

lugar de inmolarlas, las dejan ellos continuar ardiendo en su alma bajo

una delgada capa de cenizas. ¡Pobres ciegos visionarios!

Encerrad una banda de deshollinadores ebrios, completamente tiznados y

sudorosos en un santuario alfombrado de paños blancos, y figuraos que

en lugar de cambiar esos paños en harapos repugnantes, atrajeran los

deshollinadores la blancura sobre sus caras y vestidos, logrando así

salir de allí inmaculados, como lo estaba el santuario antes de que

ellos entraran. Tal es la absurda pretensión de muchos candidatos a

Ocultistas...

¡Extraña aberración del espíritu humano! Durante su cautividad en

la vida terrestre, no tiene él otra conciencia que la de su intelecto,

que nos otros hemos denominado “el alma humana”, mientras que et “alma

espiritual es el vehículo del Espíritu. El alma humana o pasional

se compone, en su naturaleza superior, de aspiraciones, de voliciones

espirituales y de amor divino. Su naturaleza inferior está formada de

deseos terrestres, de pasiones animales, resultantes de su unión con el

vehículo asiento de estas pasiones. El alma es entonces la intermediaria

entre ta naturaleza animal del hombre, que ella trata de subyugar por

su razón, y su naturaleza espiritual o divina, a la cual va a reunirse

cuando queda domado el animal interior. Este último es el alma animal

instintiva, en que viven las pasiones que imprudentes y entusiastas

encierran en su pecho, tratando de adormecerlas en lugar de destruirlas.

¿Esperan ellos que las aguas cenagosas del sumidero animal podrán

transformarse en las ondas cristalinas de la vida?

¿Sobre qué terreno neutro pueden ellas tener aprisionadas las

pasiones para que el hombre no pueda ser afectado por ellas? El amor y

la lujuria, bestias fogosas, quedan vivientes en el lugar en que han

nacido, en el alma animal, porque ni la porción superior ni la inferior

del alma humana les permite entrar, no obstante que ellas no pueden

evitar las manchas de su contacto. En cuanto al Alma transcendente— el

YO, el Espíritu—es tan incapaz e asimilarse tales sentimientos, como le

es al agua mezclarse con el aceite o el sebo líquidos. Es, pues, el

mental, el solo lazo que une al hombre de la tierra con el Alma

transcendente, víctima de este estado de cosas, encontrándose

constantemente en peligro de ser arrastrada a perderse en los abismos de

la materia, a causa de las pasiones que pueden despertarse a cada

instante. ¿Y cómo podría él ponerse de acuerdo con la divina armonía del

principio superior, si esta armonía es destruida por la sola presencia

de las pasiones animales en el santuario en preparación? ¿Cómo llegaría a

dominar la armonía, cuando el alma, a causa del tu multo de pasiones y

deseos del hombre astral, se mancha y desconcierta? figuraos una jauría

de perros introducida en una iglesia, haciendo coro con sus aullidos al

sonido del órgano.

Este «astral», este doble etéreo, que existe en el animal de igual

manera que en el hombre, no es el compañero del Ego divino, sino del

cuerpo físico. Es el lazo entre el yo personal o consciencia inferior de

Manas, y el cuerpo, y sirve él de vehículo a la vida transitoria

no a la inmortal. Como a nosotros nuestra sombra, así sigue él

mecánicamente todos los movimientos, todas las impulsiones del cuerpo.

Queda siempre unido a la materia y no sube al Espíritu jamás. Cuando la

voluntad implacable ha destilado las pasiones en su retorta y las ha

evaporado; cuando todos los deseos de la carne han muerto al par del

sentimiento del yo personal, y el astral ha sido reducido a cero, es

cuando la unión con el Yo puede efectuarse. En el instante en que el

astral no hace más que reflejar al hombre domado, a la personalidad

todavía viviente pero desprovista de deseos y de egoísmos, es cuando el

brillante Augoeides, el Ego divino, puede vibrar en armonía

consciente con los dos polos de la entidad humana, el hombre cuya

materia se halla ya purificada, y la eternamente pura Alma Espiritual,

permaneciendo indisolublemente unida al Yo, que es el Maestro, el

místico Cristo de los gnósticos, fundido con Él ya para siempre.

¿Cómo el hombre ordinario, continuamente preocupado por las cosas

mundanas y las ambiciones de riqueza y poderío, puede pretender entrar

as!por la angosta puerta del Ocultismo?

*

No ya la satisfacción de los sentidos, sino hasta los goces

mentales, implican por sí mismos la pérdida inmediata de los poderes del

discernimiento espiritual. Jamás puede la voz del Maestro hacerse oír

por los oídos de aquel que no puede distinguir aún con claridad entre la

voz de éste y la de un perverso y engañoso dugpa.

El terrible «fruto de maldición», fruto del Mar Muerto, asume

constantemente la más seductora y mística apariencia; pero al tocar

nuestros labios se trueca en cenizas y en hieles el corazón, con SUS

abismos más y más profundos; sus tinieblas pavorosas, que dan la locura

en lugar de la Sabiduría; la culpa, en vez de la inocencia; el despecho,

en vez de la esperanza, y la congoja infernal, en lugar de los

deliquios del éxtasis», sin que tales victimas del más cruel de los

engaños lleguen a reconocerlo en su ceguera...

Cualquiera que sea la intención con que el principiante se lance por

el Sendero de la Derecha o el de la Izquierda, toda hechicería

realizada, sea consciente o inconsciente, trae aparejado su karma

respectivo. Semejante karma será a la manera de las ondas que en el lago

forma al caer la piedra. ¡Cuán esencial no será, pues, para nosotros,

el que nos abstengamos de precipitarnos en prácticas cuyo terrible

alcance desconocemos!

Pero a nadie se Je impone más carga que la que sus hombros pueden

soportar. Existen ciertamente efectivos «magos de nacimiento«, es decir,

místicos y ocultistas a quienes múltiples y fructíferas encarnaciones

les han puesto ya a prueba de toda pasión, es decir, que ningún fuego

terrenal puede ya inflamarles, ni sus almas tienen ya eco para todo

aquello que no sea el grito de dolor de la desgraciada Humanidad.

Semejantes seres son los únicos que pueden estar seguros del triunfo

final. Se han despojado del sentimiento de baja personalidad, y al así

paralizar por completo los impulsos de su «astral» animal, han forzado,

valerosos, las Puertas de Oro, estrechas y difíciles, No así cuantos

tienen que soporta todavía el lastre de sus pecados en esta y en

anteriores existencias, pues para ellos la Puerta de Oro de la Sabiduría

puede transformarse en el amplio sendero que conduce al aniquilamiento

final. Tamaña Puerta de Perdición es la de las Artes Ocultas practicadas

con fines egoístas, Artes diametralmente opuestas a las sublimidades de

la Alma Vidya.

Además, no hay que olvidar que nos hallamos aún en el Kaliyuga o Edad

Negra, y que la fatal influencia de ésta es mil veces más poderosa en

Occidente que en Oriente. De aquí las infinitas víctimas que causan los

poderes reinantes en esta tenebrosa edad, ciclo de luchas e imperio de

las más engañosas ilusiones, una de ellas la de creer que es fácil el

traspasar los umbrales del Ocultismo sin un inmenso sacrificio.

Semejante error es el ensueño de no pocos teosofístas, animados por

el funesto deseo de egoísmos y poderes. «La puerta es estrecha, y de

acceso difícil», se ha dicho siempre. Tanto, que con sólo mencionarles

algunas de las dificultades preliminares, los aspirantes occidentales

han retrocedido espantados. Que se detengan, sí, aquí, pues si después

de retroceder ante la estrecha Puerta su funesto anhelo hacia lo Oculto

les lleva hacia el dorado misterio que brilla a la luz de la ilusión,

pueden estar seguros de que acabarán siendo unos dugpas, por aquella siniestra Vía fatale del infierno dantesco, sobre cuyo frontispicio leyese el gran épico: «Per me si va nella citta dolente,

Per me si va tra la perduta gente...»

Por esto conviene, finalmente, decir algo acerca de los primeros

pasos en el camino del Ocultismo, estableciendo de una vez para siempre:

a) La diferencia esencial entre el Ocultismo teórico y el Ocultismo

práctico, o sea entre lo que, por una parte, se conoce generalmente con

el nombre de Teosofía, y por otra con el de Ciencia Oculta.

b) La naturaleza de las dificultades inherentes al estudio de esta

última. Es relativamente fácil ser teósofo. Toda persona que posea

medianas capacidades intelectuales y tendencia a la metafísica, que

lleve una vida pura y desinteresada, con mayor placer en ayudar a sus

semejantes que en ser ayudado; que se encuentre dispuesto a sacrificar

su propia satisfacción en aras del prójimo y ame la Verdad, la Bondad y

la Sabiduría por si mismas y no por el beneficio que le puedan allegar,

es teósofo.

Pero todo esto es muy distinto de entrar en el Sendero que conduce al

conocimiento de lo que conviene hacer, así como a la verdadera

distinción entre el bien y el mal; de entrar en el Sendero que conduce

al hombre hacia el poder con cuya ayuda puede hacer el bien que desee

sin que, frecuentemente, parezca realizar para ello el menor esfuerzo.

Hay además un punto importante] que debe conocer el estudiante. La

enorme responsabilidad que asume el instructor por amor al discípulo.

Desde los Gurus de Oriente, que enseñan abierta o secretamente, hasta

un corto número de cabalistas que, en los países occidentales, tratan

de enseñar los rudimentos de la ciencia sagrada a sus discípulos (los

hierofantes occidentales ignoran frecuentemente el peligro a que se

exponen), todos los Instructores están sometidos a la misma ley

inviolable. Desde el momento en que realmente comienzan a enseñar, desde

que confieren un poder cualquiera (psíquico, mental o físico) a sus

discípulos, toman sobre sí todas las faltas que éstos puedan cometer

relativas a las ciencias ocultas, ya por acción, ya por omisión, hasta

el momento en que, por la iniciación, convertido el discípulo en

maestro, sea él el solo responsable.

Hay una ley religiosa, fatal y mística, muy reverenciada y respetada

por los griegos, olvidada a medias por los católico—romanos y olvidada

del todo por la iglesia protestante. Data de los primeros días del

cristianismo y está basada sobre la ley que acabamos de indicar, de la

que es símbolo y expresión. Es el dogma de la santidad del lazo entre

padrino y madrina de un niño. Aquéllos toman tácitamente la

responsabilidad del bautizazo (ungido, como en verdadera iniciación o

misterio) hasta el día en que el niño llega a ser entidad responsable,

conocedora del bien y del mal. Esto esclarece el porqué los instructores

toman sus precauciones y piden a los chelas, discípulos en

estado probatorio, una prueba de siete años, a fin de comprobar su

aptitud y desarrollar las cualidades necesarias a la seguridad del

Maestro y del discípulo.

El Ocultismo no es la magia. Es relativamente fácil aprender el uso

de los encantos o el medio de servirse de las fuerzas sutiles, aunque

materiales, de naturaleza psíquica. Los poderes del alma animal en el

hombre se despiertan muy pronto. Fuerzas tales como el amor, el odio o

la pasión se desarrollan fácil mente. Pero esto es magia negra y

brujería, porque del motivo, y solamente del motivo, depende que el

ejercicio de cualquier poder sea magia negra, mal hechora, o magia

blanca, bienhechora. Es imposible emplear las fuerzas espirituales si

queda en el operador el más leve resto de egoísmo, pues a menos que la

intención sea enteramente pura, la voluntad espiritual se transformará

en vol untad psíquica actuante en el plano astral y pudiera producir

terribles resultados.

Los poderes y las fuerzas de la naturaleza animal pueden ser

empleados por los egoístas y vengativos, lo mismo que por los

desinteresados y dispuestos a perdonar; pero los poderes y las fuerzas

del Espíritu los manejan solamente los de perfecta pureza de corazón.

Esta es la Divina Magia.

¿Cuáles son, por lo tanto, las condiciones requeridas para ser estudiante de la Divina Sabiduría?

Porque es preciso comprender que tal instrucción no puede darse a

menos de poseer ciertas condiciones y practicarlas rigurosamente durante

los años de estudio. Esta es condición sine qua non. Nadie

puede nadar si no se sumerge en aguas suficientemente profundas. No

puede volar el pájaro antes de que sus alas se hayan desarrollado

suficiente mente y que tenga ante si el espacio necesario y valor para

lanzarse a él.

El hombre que quiere manejar una espada de dos filos debe ser un muy

diestro maestro de esgrima, si no quiere herirse a si mismo, y lo que

sería más grave, herir a los demás al primer ensayo.

Para dar una idea aproximada de las condiciones en que solamente

puede proseguirse con seguridad el estudio de la Sabiduría Divina, es

decir, sin el peligro de que la magia divina se convierta en magia

negra, extractaré una página de las reglas privadas que posee todo

instructor oriental. Los siguientes pasajes han sido entresacados de un

gran número, y su explicación va a continuación de los mismos.

I. El lugar reservado para dar la instrucción debe ser de tal manera

escogido, que en él no pueda distraerse la mente y debe estar lleno de

objetos que tengan influencia evolucionante (magnética). Deben lucir

allí los cinco colores sagrados, reunidos en un círculo, en medio de

otros objetos.

[El lugar debe ser reservado y no ha de servir para ningún otro uso.

Los cinco colores sagrados son los del prisma, arreglados de cierta

manera, porque estos colores tienen mucha influencia magnética. Por

influencias maléficas se designan todos los desórdenes que pueden

producirse por las contiendas, querellas, malos sentimientos, etc., de

los que se dice que se imprimen inmediatamente en la luz astral de la

atmósfera de una habitación y flotan a su alrededor en el aire. Esta

primera condición parece bastante fácil de cumplir¡ sin embargo, se debe

reconocer que es una de las más difíciles.]

II. Antes de autorizar al discípulo para estudiar cara a cara, debe

adquirir los conocimientos preliminares en un grupo escogido de otros

upasakas (discípulos) cuyo número debe ser impar.

[Cara a cara significa, en este caso, un estudio independiente, o

separado de otros, cuando el discipulo recibe la instrucción cara a

cara, sea consigo mismo (su Yo superior, o Yo divino) sea con su gurú.

Solamente entonces recibe cada cual la debida instrucción, según el uso

que ha hecho de sus conocimientos.

Esto sólo debe ocurrir hacia el final del ciclo de instrucción.]

III. Antes que tú (el instructor) puedas dar a conocer a tu discípulo

las santas palabras de Lamrin, o que puedas permitirle prepararse para

Dubjeb, debes velar que esté enteramente purificada su mente, y en paz

con todos, especialmente con las otras partes de él mismo. De otro modo,

las palabras de sabiduría y de la buena Ley se dispersarán y las

arrastrará el viento.

[Lamrin es un trabajo de instrucciones prácticas de Tson—Kapa, en dos

partes; una con fin eclesiástico y exotérico, y la otra de uso

esotérico. Prepararse para Dubjeb se refiere a la preparación de los

objetos empleados para la clarividencia, tales como los espejos y los

cristales. Las «Otras partes de él mismo» designan los estudiantes de su

grupo. A menos que reine la mayor armonía entre ellos, no es posible el

éxito. El instructor compone los grupos según las naturalezas

magnéticas y eléctricas de los estudiantes, reuniendo y agrupando con el

mayor cuidado los elementos positivos y negativos.]

IV. Mientras estudian los upâkasas, deben tener cuidado de estar

unidos como los dedos de una misma mano: Tú grabarás en sus mentes que

lo que a uno hiera debe herir a los otros, y si la alegría de uno no

encuentra eco en el corazón de los demás, no existen las condiciones

requeridas y es in útil proseguir.

V. Los condiscípulos deben de ser acordados por el Gurú como las

cuerdas de un laúd, que cada una es diferente de las otras y, sin

embargo, emiten sonidos en armonía con las demás. Colectivamente deben

formar como un teclado que en todas sus partes responda a tono, al más

ligero toque del Maestro. De este modo sus espíritus se abrirán a las

armonías de la Sabiduría que vibrarán a través de todos y de cada uno,

produciendo efectos agradables a los dioses (tutelares o ángeles

guardianes) y útiles al discípulo. Así la Sabiduría grabará una huella

en sus corazones y jamás se alterará la armonía de la ley.

VI. Los que deseen adquirir el conocimiento que conduce a los Siddhis

(poderes ocultos) deben renunciar a todas las vanidades de la vida y

del mundo. (Sigue la enumeración de los Siddhis.)

VII. Nadie puede sentir diferencia entre él y los demás estudiantes,

ni pensar «yo soy el más sabio» o «el más santo o más agradable al

Instructor que mi hermano, etc., sin dejar de ser upasaka. Deben, ante

todo, estar fijos sus pensamientos sobre su corazón para destruir en él

todo sentimiento hostil a cualquier ser viviente: Debe estar lleno el

corazón del sentimiento de la no separatividad, tanto respecto de los

seres como de todo lo existente en la Naturaleza; de otra manera no

puede obtenerse éxito alguno.

VIII. un lanu no debe temer más que las influencias de la vida

exterior (emanaciones magnéticas de las criaturas vivientes). Por esta

razón, aun cuando se sienta uno con todos, en su naturaleza interior,

debe tener mucho cuidado en separar su ser físico (exterior) de toda

influencia extraña. Solamente él debe comer y beber en sus platos y

vasos. Debe evitar todo contacto corporal (tocar o ser tocado) con los

seres humanos, lo mismo que con los animales.

[No le es permitido ningún animal favorito y hasta le está prohibido

tocar a ciertos árboles y plantas. Un discípulo debe vivir, por decirlo

así, en su propia atmósfera a fin de individualizarla en vista de los

designios ocultos.]

IX. Debe mantener la mente cerrada a todo lo que no sean las verdades

eternas de la Naturaleza, a fin de que la Doctrina del corazón no se

reduzca a la doctrina del ojo (formalismo vacío y exotérico).

X. Ninguna carne, nada que tenga en si vida, debe comer el discípulo.

No debe beber vino, licores, ni fumar opio, porque son como malos

espíritus que aferran a los imprevisores y destruyen su mente.

[Se supone que el vino y los licores conservan el siniestro

magnetismo de cuantos han contribuido a su elaboración, y que la carne

de todo animal conserva los rasgos psíquicos característicos de su

especie.]

XI. La meditación, la abstinencia en todo, la observancia de los

deberes morales, los elevados pensamientos, las buenas acciones y las

benévolas palabras, así como una buena voluntad hacia todos y un

completo olvido de sí mismo, son los más eficaces medios para obtener el

conocimiento y prepararse para recibir la superior Sabiduría.

XII. Solamente por la estricta observancia de estas reglas, puede el

discípulo adquirir, en un tiempo dado, los poderes de los Arhates, el

desarrollo que, poco a poco, le hará Uno con el Todo Universal.

Estos doce pasajes han sido entresacados de setenta y tres reglas

cuya enunciación seria inútil, porque no tendrían sentido para los

europeos. Pero las expuestas bastan para mostrar las graves dificultades

de que está sembrado el sendero para quien, nacido y educado en los

países occidentales quiera ser upâsaka.

Toda la educación, y especialmente la educación inglesa, está basada

sobre el principio de la emulación y de la lucha. Todo educando se ve

impedido a aprender más rápidamente y adelantar a sus compañeros,

sobrepujándolos por todos los medios posibles. Lo que tan sin razón se

llama la amigable rivalidad se cultiva asiduamente y se fortifica en

cada pormenor de la vida.

¿Cómo puede un occidental, con semejantes ideas inculcadas desde la

infancia, llegarse a sentir par a par de sus condiscípulos como los

dedos de su misma mano? El instructor no escoge sus condiscípulos según

su propia apreciación o su simpatía personal, sino que los escoge por

otra clase de consideraciones, y el que quiera ser estudiante debe

tener, ante todo, bastante fortaleza para destruir en su corazón todo

sentimiento de antipatía o desvío respecto de los otros. ¿Cuántos

occidentales están preparados seriamente ni siquiera para intentarlo?

Y luego vienen los pormenores de la vida diaria. ¡La orden de no

tocar ni aun la mano del más próximo y del más querido! ¡Cuán contrario

es esto a las nociones occidentales sobre los afectos y buenos

sentimientos! ¡Cuán frío y duro parece! Se dirá: es egoísmo abstenerse

de proporcionar placer a los demás tan sólo por el deseo del propio

perfeccionamiento. Que los que así piensen difieran para otra vida el

propósito de entrar con ardiente en el Sendero. Pero que no se

glorifiquen en su llamado desinterés, porque, en realidad, se dejan

engañar las falsas apariencias, por ideas convencionales basadas sobre

la sentimentalidad o la cortesía, cosas todas de una vida artificial y

que no son reglas de la verdad. )

Pero, aun dejando aparte estas dificultades, que pueden considerarse

de orden exterior, aunque no por ello se aminore su importancia, ¿cómo

podrán los estudiantes del Occidente ponerse armoniosamente al unísono

como se ordena? El personalismo se ha desarrollado con tal fuerza en

Europa y América, que no hay escuela, ni aun entre artistas, cuyos

miembros no se odien o no sientan celos unos de otros. El odio y la

envidia profesionales han llegado a ser proverbiales; cada cual busca su

ventaja a toda costa, y la llamada cortesía no es más que engañosa

máscara que oculta los demonios de los celos y del odio.

En Oriente la idea de la —separatividad se inculca

persistentemente desde la infancia, como lo es en Occidente la idea de

rivalidad. La ambición personal, los sentimientos y deseos personales no

se estimulan allí para que lleguen a ser imperiosos. Cuando el terreno

es bueno por naturaleza y se cultiva en buen. sentido, al convertirse el

niño en hombre ha contraído el hábito de la subordinación de su Yo

inferior al Yo superior, y este es fuerte y poderoso.

En Occidente piensan los hombres que su simpatía o antipatía hacia

los demás hombres, o hacia las cosas, son los principios directores

según los cuales deben de obrar, tratando frecuentemente de imponer tal

regla de vida a los demás.

Quienes lamentan haber aprendido poco en la Sociedad Teosófica deben

grabar en su corazón las palabras que aparecen en un artículo publicado

en The Path: «La llave de cada grado es el propio aspirante.»

No es «el temor de Dios» el principio de la Sabiduría; pero el conocimiento del Yo es la Sabiduría misma.

Cuán grande y verdadera le parece entonces al estudiante ocultista

que ha empezado a comprobar algunas verdades, la respuesta del oráculo

de Delfos cuantos van en busca de la Sabiduría Oculta; palabras

confirmadas y repetidas miles de veces por el sabio Sócrates:

«Hombre, conócete a ti mismo»

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