Demonología y magia eclesiástica
Demonología y magia eclesiástica
La Demonología o el Tratado acerca de los brujos, de
nos enseña Jacolliot.
En la famosa obra de Bodin La Demonomanie; ou traité des Sorciers
(París, 1587) se relata una espeluznante historia acerca de Catalina de
Médicis. El autor era un ilustre escritor, quien durante veinticinco
años estuvo coleccionando documentos auténticos, sacados de los archivos
de las más importantes ciudades de Francia, para escribir una obra
completa acerca de la hechicería y el poder de los «demonios». Semejante
libro presenta, según la gráfica expresión de Eliphas Lévi, la más
notable colección que darse puede acerca de «los hechos más sangrientos y
espantosos, los más repugnantes actos de superstición, los
encarcelamientos y ejecuciones capitales de más estúpida ferocidad.»
—¡Quememos a todo el mundo!—parecía decir la Inquisición—. Dios distinguirá fácilmente a los suyos.
Locos infelices, mujeres histéricas e idiotas, eran quemadas vivas,
sin compasión alguna, por el crimen de magia. Pero al mismo
tiempo,¡cuántos y cuán grandes criminales no escaparon a esta injusta y
sanguinaria justicia Esto es lo que nos hace apreciar perfectamente Bodin.
Catalina de Médicis, la piadosísima cristiana que tan meritoria se
había hecho a los ojos de la Iglesia de Cristo por la horrenda e
inolvidable carnicería de San Bartolomé; la reina Catalina, decimos,
tenia a su servicio un sacerdote apóstata jacobino. Sumamente versado en
el negro arte tan patrocinado siempre por la familia de los Médicis, se
había hecho acreedor a la gratitud y protección de su piadosa señora,
merced a su destreza sin igual en matar las gentes a distancia y sin
responsabilidad, torturando por medio de varios hechizos a sus figuras
de cera. El proceso ha sido descrito repetidas veces y apenas
necesitamos repetirlo.
Carlos estaba en cama, atacado de incurable dolencia. La reina madre,
que con la muerte del paciente iba a perderlo todo, recurrió a la
necromancia y quiso consultar el oráculo de la «cabeza sangrienta». Esta
operación infernal requería la decapitación de un niño que debía poseer
una gran hermosura y pureza. Dicho niño había sido preparado para su
primera comunión por el capellán de Palacio, el cual estaba
enterado del infame proyecto. Llegado el día señalado para la ejecución
de éste, y en punto de la media noche, en el aposento del enfermo y en
presencia únicamente de Catalina y de unos cuantos de sus confederados,
se celebró la «misa del diablo». Permítasenos citar el resto de la
historia tal y como la encontramos en una de las obras de Lévi: En esta
misa, celebrada ante la imagen del demonio teniendo bajo sus pies una
cruz invertida, el hechicero—sacerdote consagraba dos hostias, negra y
grande la una, blanca y pequeña la otra. Esta se dió al niño, al cual
conducían vestido de blanco como para el bautismo, y a quien mataron en
las mismas gradas del altar inmediatamente después de su comunión. La
cabeza, separada de un solo golpe del tronco, fué colocada, aún
palpitante, sobre la gran hostia negra que cubría a la patena, y luego
fué dejada encima de una mesa, en la cual ardían algunas lámparas
fúnebres. Comenzó entonces el exorcismo. El demonio tenía que pronunciar
un oráculo y contestar por mediación de la cabeza cortad a a una
pregunta secreta que el rey no se atrevía a pronunciar en alta voz y que
no había sido comunicada a nadie... En aquel momento, una voz débil,
una extraña voz que nada tenía ya de humana, se dejó oir en la cabeza
del infeliz y pequeño mártir...» Pero de nada sirvió semejante crimen de
hechicería, porque el rey murió y... ¡Catalina de Médicis continuó
siendo la fiel hija de Roma! Y es lo notable, que el escritor católico
Des Mousseaux, que en su Demonología usa con tan excesiva
libertad los materiales de la obra de Bodin para formular su formidable
acusación contra «los espiritistas y otros hechiceros», haya pasado
cuidadosamente por alto tan interesante episodio.
Es también un hecho bien probado que el Papa Silvestre II fué acusado
públicamente por el cardenal Benno de encantador y hechicero. La
«cabeza oracular» de bronce fabricada por Su Santidad, era de la misma
especie que la construída por Alberto Magno, que fué hecha pedazos por
Tomás de Aquino, no porque fuese obra del demonio o por él estuviese
habitada, sino porque el espíritu que estaba encerrado en ella por la
fuerza magnética, hablaba sin parar como una taravilla, y su charla
continua impedía al elocuente santo el trabajar en sus problemas
filosóficos. Semejantes cabezas y hasta estatuas parlantes completas,
solemnes trofeos de la ciencia mágica de monjes y obispos, eran meros
«facsímiles» de los dioses «animados» de los antiguos templos. La
acusación contra el Papa resultó cierta en aquella época, y se le probó
también que estaba acampañado constantemente de «demonios» o
«espíritus», En el capítulo anterior hemos mencionado a Benedicto IX, a
juan XX y a los Gregarios VI y VII, todos los cuales eran conocidos como
magos. Este último Papa era, además, el famoso Hildebrando, del cual se
ha dicho que era tan diestro en hacer salir rayos de la bocamanga de su
vestido», que ello dió motivo al respetable escritor espiritista Mr.
Howitt, para creer que era tal el origen del célebre «rayo del
Vaticano».
En cuanto a las hazañas mágicas del obispo de Ratisbona y del
angélico doctor Tomás de Aquino, son demasiado conocidas para relatarlas
de nuevo. Si el prelado católico era tan hábil para hacer creer a las
gentes durante una cruda noche de invierno que estaban gozando de las
delicias de un espléndido día de verano, y que los carámbanos pendientes
de las ramas de los árboles del jardín eran otros tantos frutos
tropicales, también los magos de la India, aun hoy mismo, y sin
necesidad de dios ni diablo alguno fuera de su conocimiento de leyes no
conocidas de la Naturaleza, pueden poner en juego ante su asombrado
público semejantes poderes biológicos, pues que todos estos pretendidos
«milagros» son producidos por un mismo y dormido poder humano que nos es
inherente a todos, cifrándose sólo el problema en saber desarrollarlos.
Durante lo época de la Reforma el estudio de la magia y de la
alquimia había adquirido tal preponderancia entre el clero, que dió
lugar a los mayores escándalos. El cardenal Wolsey fué acusado
públicamente ante el Tribunal y el Consejo privado, de complicidad con
un hombre llamado Wood, conocidísimo como hechicero, y el cual declaró: «Mi señor, el cardenal, posee un anillo de tal virtud que cualquier cosa que desea de la gracia de los reyes le es concedida...» añadiendo: Maese Cromwell, cuando servía como criado en casa de mí señor el cardenal...,
todos.» Este caso, juntamente con otros igual mente curiosos,
pueden verse entre los papeles de Cromwell, en la oficina de Archivos de
la Casa de Documentos públicos.
En dicho Archivo se conserva asimismo una relación de las aventuras
de cierto sacerdote llamado William Stapleton, que fué preso como
conjurado durante el reinado de Enrique VIII. El sacerdote siciliano a
quien Benvenuto Cellini llama nigromántico, se hizo famoso por sus
afortunadas conjuraciones en las que no fué molestado jamás; La notable
aventura que con él tuvo Cellini en el Coliseo de Roma, en donde el
sacerdote conjuró a una legión entera de diablos, es harto conocida del
público ilustrado. Por supuesto que el subsiguiente encuentro de Cellini
con su amiga, predicho y anunciado con todos sus detalles por el
conjurador, en el tiempo preciso fijado por él, será considerado siempre
por los frívolos y los escépticos como una «mera y curiosa
coincidencia».
A últimos del siglo XVI, con dificultad podía encontrarse la más
ínfima parroquia en la cual no se entregasen sus vicarios al estudio de
la magia y de la alquimia. La práctica del exorcismo para expeler los
diablos al modo de como lo realizase Cristo—quien, dicho sea de paso, no
empleó jamás tal procedimiento—, condujo al clero a la Sagrada magia en
oposición al «negro arte», de cuyo crimen eran acusados todos cuantos
no era monjes o sacerdotes. Los conocimientos ocultos espigados por la
Iglesia Romana en los, en otro tiempo fértiles, campos de la Teurgia,
los reservaba ella cuidadosamente para su propio uso, y enviaba
únicamente al patíbulo, mediante la Inquisición, a cuantos prácticos
cazaban furtivamente en los campos de aquella Ciencia de ciencias. Los anales de la Historia así lo comprueban. Sólo en el transcurso de quince años (1580 a 1595)—dice Tomás Wright en su obra Magia y Hechicerta—y
en el limitadísimo territorio de la Lorena, el inquisidor Remigius
quemó implacable a unos novecientos brujos de ambos sexos. En tales
tiempos publicaba Bodin su célebre obra dicha.
Así, mientras que el clero ortodoxo evocaba legiones enteras de
demonios por medio de encantos mágicos sin ser molestado por las
autoridades, con tal que no enseñase ninguna herejía y se mantuviese
fiel a los dogmas establecidos, perpetrábanse, por otra parte, actos de
inaudita crueldad en las personas de pobres locos. Por ejemplo, Gabriel
Malagrida, anciano de ochenta años, fué quemado por estos verdugos
estilo Jack Ketches, en 1761. Existe en la biblioteca de Amsterdam una
copia de su famoso proceso, traducido de la edición de Lisboa.
Malagrida, en efecto, fué acusado de hechicería y de mantener pacto con
el diablo, el cual ¡le había revelado lo futuro!... La profecía
comunicada por ce! enemigo del género humano al pobre jesuíta visionario
aquél, está concebida en estos términos: «El reo ha confesado que el
demonio, bajo la forma de la bienaventurada Virgen María, le ha ordenado
el escribir la vida del Anticristo; que tenían que existir, a bien
decir, tres Anticristos sucesivos, y que el último nacería en Milán del
sacrílego comercio de un fraile con una monja, en 1920...» y otras
enormidades más a este tenor.
...Bajo este tan cristiano estandarte, y en el breve espacio de catorce años, Tomás de Torquemada, confesor de la reina Isabel la Católica, quemó a más de diez mil personas y sentenció al tormento a otras
ochenta mil. Orobio, el famoso escritor que, por espacio de tanto tiempo
permaneció encarcelado escapando difícil mente a la hoguera,
inmortalizó esta institución en sus obras una vez que se vió libertado
en Holanda, no en — centrando mejor argumento contra la Santa Iglesia
que abrazar la fe judaica, y hasta someterse a la circuncisión
...Granger, por su parte, nos refiere la historia de aquel famoso
caballo a quien, por. artes mágicas, se decía que se le había enseñado a
señalar los Jugares en un mapa y la hora en el reloj. El caballo y su
dueño fueron acusados por el Santo Oficio de tener pacto con el demonio y
ambos fueron quemados, con gran ceremonia, como hechiceros, en un auto de fe
celebrado en Lisboa el año de 1601. Tamaña institución del Cristianismo
llegó a tener hasta su correspondiente Dante que la inmortalizase:
Macedo, jesuíta portugués— dice el autor de la Demonología—,
descubrió el origen de la Santa Inquisición nada menos que en el paraíso
terrenal, pretendiendo que el mimo Dios fué el primero que empezó a
desempeñar el oficio de inquisidor, tanto con Caín como con los impíos
fabricantes de la Torre de Babel.
Ciertamente, añadimos, que en ninguna parte fueron más practicadas
por el clero las artes de la hechicería y de la magia que en España y
Portugal, debido a que los moros habían estado siempre versadisimos en
las ciencias ocultas, y a que en Toledo, Salamanca, Sevilla, etc.,
existieron grandes escuelas de magia. Los cabalistas salmantinos es fama
que eran muy expertos en todas las ciencias ocultas; conocían las
virtudes de las piedras preciosas y habían arrancado a la Inquisición
sus más preciados secretos.
El cura de Barjota, de la diócesis española de Calahorra, vino a ser
la maravilla del siglo XVI por sus mágicos poderes. El más
extraordinario de sus hechos era el de poderse trasladar a los países
más distantes, presenciar en ellos los más interesantes sucesos y
profetizarlos luego al volver a su vicaría. Añade la Crónica
que el cura contaba al efecto con un demonio familiar, pero que luego
fué ingrato con éste, dándose trazas para engañarle. Informado por el
tal demonio acerca de una conspiración que se tramaba contra el Papa por
sus galanteos excesivos con cierta hermosa dama, el buen cura se
transportó en doble astral a Roma, salvando así la vida de Su Santidad.
Después de ello se arrepintió; confesó sus pecados al galante Papa, y fué absuelto.
«A su regreso de Roma, y por mera fórmula, fué puesto bajo la custodiá
de los inquisidores, pero fué perdonado y recobró su libertad al poco
tiempo»
Fray Pedro, monje dominico del siglo XVI— el propio mago que se dice
regaló al famoso licenciad o Eugenio Torralba, médico del almirante de
Castilla, un demonio llamado Ezequiel—, debió su mucha fama al
subsiguiente proceso que por ello hubo de descargar sobre el antedicho
Torralba. El extraordinario proceso está descripto en los documentos que
se conservan en los Archivos de la Inquisición. El cardenal de Volterra
y el de Santa Cruz testimonian que vieron a Ezequiel y tuvieron íntimos
tratos con el mismo, quien, a la postre, resultó ser, durante el resto
de la vida de Torralba, un elemental puro y bondadoso, que llevó a cabo
mil acciones benéficas y se mantuvo fiel a dicho médico hasta el último
momento de su vida. La propia Inquisición, teniendo en cuenta esto,
absolvió a Torralba, y aunque la sátira de Cervantes le ha asegurado una
fama inmortal, ni Torralba, ni el monje Pedro son unos héroes
ficticios, sino personajes históricos, citados en los documentos
eclesiásticos que existen en Roma y en Cuenca, en cuya ciudad se ventiló
el proceso el día 29 de Enero de 1530.
El libro del Dr. W. O. Soldan, Geschichte der Hexen procese, aus den Quellen dargestelli, de Stutgart, ha llegado a ser tan famoso en Alemania como en Francia lo fuera la Demonología, de Bodin. Es el tratado alemán más completo sobre la hechicería en el
siglo XVI, y cuantos sientan interés por saber las secretas
maquinaciones que motivaron aquellos asesinatos a millares perpetrados
por un clero que pretendía creer en el diablo, las encontrará divulgadas
en dicha obra. El verdadero origen de las diarias acusaciones y
sentencias de muerte por hechicería es hábilmente atribuído a
enemistades políticas y personales, en especial al odio de los católicos
contra los protestantes. La astuta labor de los jesuitas se manifiesta
en cada una de las páginas de aquellas sangrientas tragedias, y en
Bamberg y Wurzbourg, donde estos dignos hijos de Loyola eran más
poderosos por aquel tiempo, eran donde con más frecuencia se presentaban
los casos de hechicería.
Los falsificadores eclesiásticos que acusan a la magia, al
espiritismo y hasta el magnetismo de ser producidos por el demonio, o
han olvidado o jamás han leído a los clásicos. Ninguno de nuestros
hipócritas han mirado con más desprecio los abusos de la magia
como el verdadero iniciado de la antigüedad. Ninguna ley medioeval ni
moderna pudo ser tan severa como la del hierofante, porque si bien
expulsaba al brujo «inconsciente», a la persona perturbada por un
demonio, del interior de los templos, los sacerdotes, en lugar de
quemarlos despiadadamente, cuidaban con tierna solicitud al infeliz
«poseso» en hospitales donde se le devolvía la salud. Pero respecto de
aquel que, por medio de hechicería consciente, había adquirido
poderes peligrosos para sus semejantes, los sacerdotes de la antigüedad
eran severísimos. «Cualquier persona accidentalmente culpable de homicidio, o convicta de brujería era excluida de los misterios de Eleusis»—dice Taylor en su obra Los Misterios báquicos y eleusinos ——.
La pretensión de Agustín de que todas las explicaciones dadas sobre
ello por los neoplatónicos eran invenciones de éstos, es absurda, por
cuanto casi todas ellas están expuestas, más o menos explícitamente, por
el propio Platón. Los Misterios son tan antiguos como el mundo, y
cualquiera bien versado en el esoterismo de las mitologías de las
diversas naciones puede seguir sus huellas hasta los días del período
antevédico en la India. En ésta se exige al candidato a la iniciación la
virtud y pureza más estrictas, tanto si pretende ser un Sannyasi, un santo, como si desea ser un Purohita
o sacerdote público, bien, en fin, si se contenta con ser un mero
faquir... ¡Indudablemente el ejercicio de las virtudes exigidas aún para
este último caso, es incompatible con la idea que aquí en Occidente
tenemos del culto diabólico y de sus lascivos fines!...
Estos faquires, aunque no pueden pasar nunca del primer grado de la
iniciación, son, no obstante los únicos agentes entre el mundo de los
vivos y los «silenciosos hermanos» o sannyasis, quienes jamás
cruzan ya los umbrales de sus sagradas viviendas. Los fukarayoguis están
eternamente adscriptos a sus templos y, ¿quién sabe si estos cenobitas,
aislados así del mundo profano, tienen que ver mucho más de lo que
comúnmente se cree, con los fenómenos psicológicos operados siempre bajo
su oculta dirección por los faquires, tan gráficamente descriptos por
Luis Jacolliot..., ese escéptico y empedernido racionalista como él
mismo se jacta de ser en su obra L'Espiritisme dans le monde?...
No obstante su incorregible racionalismo, este autor francés se vió
obligado a admitir las mayores maravillas respecto de los faquires,
vistas por su propios ojos en su larga residencia en la India.
Por regla general los brahmanes— dice Jacolliot—rara vez pasan de la clase de grihastas o sacerdotes de las castas vulgares, y purohitas, exorcistas, adivinos, profetas y evocadores de espíritus. Y no obstante
vemos que estos iniciados del grado inferior se atribuyen, y parecen
poseer en efecto, unas facultades desarrolladas hasta un grado tal, que
jamás han sido igualadas en Europa. En cuanto a los iniciados
pertenecientes a la segunda y en especial a la tercera categoría, tienen
la pretensión de no conocer el tiempo ni el espacio, y de ser hasta
dueños de la muerte y de la vida. Iniciados de estas clases confiesa
Jacolliot que no los encontró nunca, porque,—añade—«no se les ve jamás
ni en las cercanías ni aun en el interior de los templos, excepto en la
fiesta lustral del fuego sagrado. En esta ocasión aparecen a media
noche, en una plataforma erigida en el centro del estanque sagrado, cual
otros tantos espectros, e iluminando el espacio con sus conjuros. Una
brillante columna de luz se eleva en torno de ellos desde el suelo al
cielo; surcan el aire los más extraños sonidos y los cinco o seis mil
fieles llegados de todos los puntos de la India para contemplar un
instante a aquellos semidioses, se prosternan invocando a las almas de
sus antepasados queridos.»