Comentario V
Comentario V
La rabdomancia y sus «varitas de virtud».——Se repiten siempre
más maravillosos llegarán a ser patrimonio de la Humanidad algún día.
El precedente relato producirá acaso en algunos lectores una
compasiva sonrisa de escepticismo, pero, dejando a un lado los
experimentos hipnóticos que a diario vemos en los teatros por hombres
como Onofroff y cien otros juglares europeos, es lo cierto que en
nuestros días usamos o tratamos de usar procedimientos que, a primera
vista, pueden parecer tan absurdos como los del gossaín de referencia.
En primer lugar tenemos el trípode espiritista con todas sus
analogías con los famosos de sibilas y pitonisas. En segundo lugar, hoy
hace furor en muchas partes la rabdomancia o procedimiento adivinatorio
de las corrientes subterráneas de agua y aun de los tesoros escondidos,
bajo el aplauso franco de las revistas científicas.
La rabdomancia no es otra cosa sino el empleo de la varilla mágica
que desempeñaba un papel tan importante en manos de Moisés y de Aarón
como en todas las misteriosas operaciones de magos y cabalistas. La vara
o tridente cabalístico de Paracelso, y las amosas varas mágicas de
Alberto Magno, Rogerio Bacón y Enrique lunrath no merecen ser más
ridiculizadas que la varilla graduadora de nuestros médicos
electro—magnetizadores. Cosas, en efecto, que parecían absurdas o
imposibles tanto a los charlatanes como a los sabios del siglo XVIII,
empiezan ahora a presentar los vagos perfiles de la probabilidad, cuando
no el carácter definitivo de los hechos realizados.
En 1632, Aimar, habitante del Delfinado, era célebre en Francia por
su habilidad rabdomante para adivinar la existencia de aguas
subterráneas y de filones. Los profesores Sendereus, de Toulouse, y
Mayer, de París, igual que los de Sao Fiel en Portugal, comprobaron
hechos semejantes. En Alemania en 1910 se celebró el Congreso de
técnicos de Koenigsberg con el mismo fin. El químico Karl Roth, inventor
de la roburita, empleó el sistema para descubrir aguas
termales, y la Sociedad Riedel, de las minas de potasa, continuó el
sistema en 1912 con un 80 por 100 de éxitos. Los portugueses y alemanes
en Africa, han empleado al efecto como rabdomantes, a verdaderos
hechiceros de los paises respectivos.
Estas hiperestesias del sistema nervioso del rabdomante, como
pomposamente las llaman nuestros psiquiatras, están ya, pues, a la orden
del día, según puede verse en los Process of the Phisical Research
(1897—1900) y en la revista portuguesa Broteria, de Braga (vol. XV, fase. VI, 1917), de donde tomamos este apunte.
«El concurso de los «hechiceros», dice la revista Lumen,
organizado por el Segundo Congreso de Psicología Experimental, ha
principiado esta mañana bajo la dirección y control de M. Viré, Profesor
de Biología subterránea en el Museo de Historia Natural, asistido de
los señores Martel, Presidente del Comité de Estudios Científicos en el
Ministerio de Agricultura, Bonjean y Diéner, miembros del ante dicho
Comité, Mager, ingeniero hidrólogo, el Dr. Durville, y numerosas
personalidades de las que siguen con interés los progresos de fas
ciencias psíquicas.
Se había citado a los «rabdomantes», para las ocho de la mañana en la
puerta Daumesnil, vecina del bosque de Vicennes. A la hora citada, una
veintena de «rabdomantes», pertenecientes a diversas clases sociales y
provinientes de distintas regiones, se hallaban ya en el lugar de la
cita, esperando el momento de ser sometidos a prueba. Con ellos estaban
también numerosos curiosos y los reporteros de la Prensa. Solo M. Viré
conocía de antemano el terreno sobre el cual había de efectuarse la
experiencia, y esto, por el plano inédito que había copiado de la
prefectura del Sena.
Provistos de sus «varitas» reveladeras los Sres. Lebrun, Pelatrat,
Coursanges y Probst, empezaron sus requisas, muy distanciados uno de
otro. No tardaron aquellas en oscilar entre sus manos. M. Pelatrat fué
el primero que denunció una cavidad seca, determinando su profundidad de
18 metros. Se examina el plano y resulta exacto. Poco después M. Probst
indica la presencia de una conducción subterránea, determinando los
contornos; y lo que es notable: la presencia de cuatro pilares de sostén
junto a tres pozos antiguos, Dijo también la profundidad a que estaba
la conducción, su extensión y su anchura; datos todos que resultaron
completamente exactos.
—¡Esto es asombroso!—declaró M. Viré a las personas que estaban junto
a él¡ y podía declararlo, porque la conducción de que se trata, es una
que se abrió y abandonó hace muchos siglos, de la que sólo M. Viré
conocía la situación exacta, gracias a un plano obrante en el Ministerio
de Agricultura, que él, por razón de su cargo, había tenido ocasión de
examinar.
Los descubrimientos de los Sres. Coursanges y Lebrun, no fueron menos
concluyentes. Hallaron también cavidades secas, y precisaron su forma,
profundidad y anch ura. M. Pelatrat descubrió, a una profundidad que
calculó de 140 metros, un stock de carbón de cuatro metros de
espesor por 1,50 de superficie. El plano oficial del terreno de
experiencias no señala esta particularidad; pero como todas las
aserciones de los «rabdomantes» han resultado exactas, no es torpeza el
prestar le a la doble vista de tal hechicero”. Las experiencias
terminaron al medio dia. Los crabdomantes que se excluyeron de ellas por
no ser su especialidad el descubrir cavidades secas, felicitaron a sus
compañeros por el éxito obtenido; y el público, el gran público, quedó
asombrado, como M. Viré, de lo que acababa de presenciar.
El problema propuesto al dia siguiente por el Jurado calificador del
Concurso de «rabdomantes» anexo al Segundo Congreso de Psicología
Experimental, consistía en descubrir venas o depósitos subterráneos de
agua. Componían el jurado los señores Enrique Mager, presidente, y
Durville (G. y H.) y fabius de Champville, vocales. Tomaron parte en la
experiencia el abate Mermet, el profesor Hémon y los Sres. Probst,
Pelaprat, Coursanges y Poisson. Diluviaba, y todos los rabdoman tes
declararon que las condiciones atmosféricas y del suelo con las cuales
tenían que hacer los experimentos, eran las menos a propósito para salir
airosos de su cometido. No obstante, comenzaron las experiencias en una
vasta planicie situada detrás de la Iglesia de Sartrouville.
El abate Mermet— de origen suizo—fué el primero en indicar, en un
punto del camino de Sartrouville a Val—Notre—Dame, la existencia de dos
venas subterráneas de agua. Sus compañeros el profesor Hémon y los
señores Probst, Pelaprat y Coursanges, confirmaron después, uno tras
otro, lo manifestado por el Abate, no sólo en lo relativo a la presencia
de las dos venas, sino en cuanto a su longitud y a su profundidad.
Tres días después la varita adivinadora hizo maravillas. De entre
todos los «rabdomantes» venidos a París desde las más apartadas regiones
de Francia y del Extranjero para tomar parte en el concurso organizado
por el Segundo Congreso de Psicología Experimental, uno, M. Probst, de
Buglose, próximo a Dax, es el que sobresale. Ayer, en el laboratorio del
Dr. Lebón (Gustavo), se realizó una experiencia convincente, decisiva.
La varita de bambú que M. Probst usa, y en cuya virtud tiene éste
depositada la más absoluta confianza, le sirve, no sólo para descubrir
las corrientes subterráneas de agua y las cavidades secas, sino para
darse cuenta de los filones metálicos y determinar su naturaleza.
—Con auxilio de mi «varita»— había dicho—he podido, colocado a más de
un kilómetro de distancia, precisar el segundo en que un experimentador
ponía en contacto el hilo de una línea telegráfica con un pedazo de
hierro imantado, o con una pieza de oro, o de otro metal, y precisar la
naturaleza de éste. Un ingeniero de minas belga me remitió dos pedacitos
de mineral en dos envoltorios de papel opaco, y una lista de veinte
minerales, entre cuyos nombres se encontraban los de los dos fragmentos
que me remitía. Yo descubrí que éstos eran de casiterita y de wolfram, lo que resultó exacto.
El Dr. Lebón quiso reproducir, a su modo, esta experiencia. Preparó
cinco bolsitas iguales de papel negro bastante consistente, y en cada
una de ellas encerró un pequeño fragmento de un metal. Luego las numeró y
las desparramó por el suelo de su laboratorio. Llegado el momento de la
experiencia, que realizaron los «rabdomantes» Probst y ferron, el
doctor entregó a cada uno de éstos una lista con los nombres de plata, plomo cobre rojo, aluminio y zinc,
y les dijo que al margen de cada uno de dichos nombres tenían que
escribir el número de la bolsita que creyeran contenía aquel metal, y
esto sin proferir ni una palabra ni hacer signo alguno de inteligencia.
Convenido esto, M. Lebón, acompañado de otras celebridades
científicas, introdujo a Probst en el laboratorio, y cuando éste hubo
terminado la experiencia, a forren. Nadie profirió palabra ni hizo
demostración ninguna durante los experimentos; y cuando hubieron
concluído, se comprobó que ambos «rabdomantes» habían escrito el número 1 al margen del nombre plomo, el número 3 junto al nombre aluminio, el número 5 junto al nombre plata, el número 4 junto al nombre zinc y el número 2 junto al nombre cobre; lo que resultaba ser exacto en todas sus partes.
—Esta experiencia—dijo el Dr. Lebón—es sorprendente. No creo que el
cálculo de probabilidades autorice para cargar en cuenta del azar cinco coincidencias así en cinco pruebas.
Propúsose luego a los «rabdomantes» trataran de hallar una moneda de oro oculta en la mano de uno de los presentes, y de seis
ensayos que hicieron, acertaron cinco veces cada uno de los sujetos.
(¿Por qué no acertaron la sexta vez? ¿Sería porque en ella no tuviera
nadie la moneda?)
—Afirmo—dijo el Dr. Lebón—que hay en esto de la «varita un algo que merece ser estudiado científicamente.
Con motivo de los antedichos éxitos, se recuerda que los ingleses en
el Sudán se valieron de los «rabdomantes» para obtener el agua que
necesitaban; que igual hicieron los alemanes en Africa, donde, gracias a
los hechiceros salvajes, consiguieron hasta 217 manantiales de agua
cristalina; que los italianos deben a los mismos procedimientos el tener
agua potable en los alrededores de Bari; que en Kiel, durante las obras
de ensanche del puerto, la autoridad marítima alemana recurrió al
«rabdomante» Bothkampt para descubrir un pozo indispensable a los
trabajadores de las canteras; y que, según certificado de la
municipalidad de Terzo (Alejandría de Piamonte). un tal Chiabrera halló
en tierras de Acqui, hasta 1.500 fuentes. Recuérdase también que existe
en París un opulento caballero que ha logrado toda su fortuna yéndose de
paseo por la campiña, provisto de su prodigiosa varita, y pidiendo y
explotando cotos mineros allí donde aquélla le indicaba que existían,
sin que nunca se haya engañado; que cosa igual ha venido sucediendo con
otro opulento minero de San Francisco de California y, en fin, que desde
hace siglos es cosa corriente entre el vulgo la creencia en la
existencia de «hechiceros» que descubren los tesoros escondidos en las
entrañas de la tierra. ¿No podría considerarse como tales a M. Probst y a
M. Perron?
En cuanto a la Academia de las Ciencias, ha reconocido y afirmado que
la presencia en el subsuelo del agua, de las oquedades y de los
yacimientos metálicos, producen sobre ciertos sujetos movimientos
reflejos cuya naturaleza les permite describir aquellos veneros, y aun
determinar, en cuanto a los metales, su calidad y a la profundidad en
que se hallan. Cierto que el docto Cuerpo afirma a continuación que la
«varilla adivinatoria» nada tiene que ver con los mencionados
movimientos reflejos—en lo que estamos punto menos que de común
acuerdo—; pero esto es lo de menos en la materia, puesto que no se trata
de justipreciar accidentes, sino de afirmar el fondo del asunto. Y éste
queda ya afirmado y reconocido por los «inmortales»
La Prensa austriaca, por otra parte, se ocupa desde hace muchos meses
de las hazañas de una joven que tiene el extraño e inexplicable poder
de descubrir las; capas subterráneas de nafta y los yacimientos
minerales de oro y de plata. No se sirve de instrumento ninguno, al
contrario de esas adivinas que no pueden hacer nada sin la ayuda de la
varita mágica. Se la llama, acude con las manos vacías, reconoce el
terreno, araña el suelo aquí y allí, huele la tierra que acaba. de
arrancar, y por fin, declara que no existe en la región ningún
yacimiento útil. Si, por el contrario, halla la existencia de una capa
de nafta, prosigue sus investigaciones, se pasea describiendo una serie
de círculos y vueltas, luego se detiene en un punto dado para anunciar
que a tal profundidad se encontrará una fuente de petróleo o un
yacimiento metalífero.
Los crédulos podrán encogerse de hombros; pero es incontestable que ha descubierto así, en Galitzia, fuentes de importancia.
«En el mes de Julio del pasado año; dice una revista, una Compañía hizo un pozo en el sitio indicado por esta bruja modem style, y ejecutando el sondaje, surgió una abundante fuente petrolífera a la
profundidad de 500 metros. En testimonio de agradecimiento, la Compañía
le regaló la suma de 50.000 francos. Un bonito salario para una mujer
que hace siete años era una humilde sirvienta. Esta mujer extraordinaria
acaba de ser contratada por un riquísimo americano, que supone existen
importantes yacimientos de petróleo en sus vastos dominios del far West.
Le ha asegurado 100.000 rancos para sus gastos de viaje e instalación, y
30.000 francos por cada fuente de petróleo que encuentre. Como ella
posee ya más de 300.000 francos, puede esperarse que será millonaria
dentro de poco tiempo.
«Nadie se explica cómo esta singular mujer puede adivinar la
existencia de un yacimiento bajo la tierra. Lo que se puede decir a este
respecte, es que muchas personas son particularmente afectadas por tal o
cual olor, y es muy posible que esta mujer sienta el olor de la nafta a
gran distancia. Sabido es también que el agua, el viento y la nieve,
impresionan desde lejos a ciertos temperamentos. Se ha visto a personas
que predecían fijamente, con muchos d as de anticipación, la llegada de
un temporal, y se cita el caso de un oficial de spaihs senegaleses, que
puede anunciar el simoun ocho o diez días antes de que llegue.
»—¡Lo siento en los huesos!—es toda la explicación que da este oficial respecto a su maravilloso poder.»
Para no citar más casos de rabdomancia, terminemos con los siguientes, célebres en toda la Argentina y en Chile:
«Dicen de Rosario que se halla allí la joven italiana Augusta
Dalbuogo Pío, de díez y siete años, que es todo un caso raro por la
extraordinaria facultad de que puede hacer uso. Es lo que ha dado en
llamarse una «rabdomante»,. capaz de encontrar agua, petróleo, carbón,
fósiles y otros minerales, por mucha que sea la profundidad a que se
encuentren bajo la tierra. Basta que esta joven vaya por un terreno
donde existan minerales y agua para que, en el sitio preciso en que se
encuentren, denuncie su presencia un temblor nervioso de que es presa y
que en pocos momentos agota sus energías.
Hoy se sometió a una prueba en el local que la Sociedad Rural posee
en el Parque Independencia, a la que asistieron numerosas personas. En
su experimento comprobó que debajo del terreno en que está pasa una
corriente de agua de 30 metros. Cuando descubrió la corriente fué presa
de un fuerte temblor nervioso. Las pruebas han confirmado el
experimento.»
¡Esta eterna marcha de nuestra Ciencia: burlarse primero de todo
fenómeno desconocido y apropiarsela después! ¡Tal es la historia, en
efecto, de los innovadores, llámense Colón, Daguerre, Stepherson,
fulton, Pergolese, etc.!
Porque cosas como las del relato en cuestión, no son de hoy, ni de
ayer, sino de siempre, variando sólo el instrumento empleado, séase
trípode, marmita operatoria, varita de virtud, terafín, etc. La historia
de la Magia está llena, efectivamente, de procedimientos adivinatorios,
desde el célebre terafín de Terah, el padre de Abraham, la esfinge
egipcia, los colosos de Mennon y el caduceo de serpientes, o varita
alada adivinatoria, hasta el famoso espadón de Paracelso, que es fama le
había sido regalado por un verdugo, pasando por los mil detalles de
técnica necromantecante contenidos en la ovomancia, la cartomancia, la
quiromancia, los sacrificios de víctimas humanas o animales y mil otros
de que tantas huellas conserva la Historia, basados todos en el culto
demoníaco o de los elementales, tan censurado por la Teosofía como por
la Iglesia, por tratarse de entidades perversas de lo asral que, como en
los viejos pactos hechiceriles, «dicen al hombre: ¡dame tu pobreza y
toma mi riqueza!», según la frase de la demopedia galaico—asturiana que
aún ha llegado hasta nosotros.
El glosaría teosófico de H. P. B. nos enseña que «todos los seres
inferiores invisibles engendrados en los planos quinto, sexto y séptimo
de nuestra atmósfera terrestre, se llaman Elementales, Peris, Devs,
Djins o Jinas, Silvanos, Sátiros, faunos, Elfos, Enanos, Trolls,
Kobolds, Brownias, Nixias, Trasgos, Duendes, Pinkies, Branshees, Gente
musgosa, Damas blancas, fantasmas, Hadas, etc., etc,» Los Elementales
son espíritus de la Naturaleza. Seres materiales, pero invisibles para
nosotros y de naturaleza etérea, que viven en los elementos de aire,
agua, tierra o fuego. No tienen Espíritu inmortal, sino que están hechos
de la substancia del alma, y ostentan varios grados de inteligencia.
Sus caracteres difieren considerablemente. Representan en su naturaleza
todos los grados de sentimiento.
Unos de ellos son de indole benéfica, y otros maléfica. (F.
Hartmann.)— En el mundo astral... hay numerosas huestes de elementos
naturales, o espíritus de la Naturaleza, divididos en cinco clases
principales, que son los elementales del éter, del fuego, del aire, del
agua y de la tierra. Los últimos cuatro grupos eran denominados en el
ocultismo medieval, Salamandras, Silfos, Ondinas y Gnomos, e inútil es
decir que hay otras dos clases, que completan las siete, las cuales no
nos interesan por ahora, puesto que aun no están manifestadas. Estos
seres tienen por tarea mantener las actividades relacionadas con sus
elementos respectivos; son los conductos mediante los cuales obran las
energías divinas en estos diversos medios; la expresión viva de la ley
en cada elemento. A la cabeza de cada una de estas divisiones hay un
gran Sér (Deva o Dios), jefe de una poderosa hueste, inteligencia
directriz y guía de todo el departamento de la Naturaleza regido y
animado por la clase de elementales que están bajo su dominio. Así,
Agni, dios del fuego, es una gran entidad espiritual relacionada con las
manifestaciones del fuego en todos los planos del universo, que
mantiene su gobierno por medio de las legiones de elementales del fuego.
Conociendo la naturaleza de éstos y sabiendo los métodos para
dominarlos, se obran lus llamados milagros o hechos mágicos que de vez
en cuando se registran en la Prensa. Los cinco dioses que presiden a los
elementos son: Indra, señor del Akilsha o éter; Agni, señor del fuego;
Pavana (o Vayu), señor del aire; Varuna, señor del agua, y Kchiti;señor
de la tierra. (Puede verse sobre ellos A. Besant, en su Sabiduría
Antigua.)
«Los elementarios, propiamente dichos, son las almas desencarnadas de
las personas depravadas. Estas almas, algún tiempo antes de la muerte,
separaron de sí mismas su respectivo Espíritu divino, perdiendo de este
modo sus posibilidades de inmortalidad. Pero, en el grado actual de
ilustración, se ha creído mejor aplicar dicho término a los fantasmas de
personas desencarnadas; en general, aquellos cuya residencia temporal
es el Kâma—loka, o sea, los restos Kâma-rûpicos de seres humanos en
proceso de desintegración, susceptibles de ser temporal mente
revivificados y hechos conscientes, en parte, por medio de corrientés de
pensamiento o magnéticas de personas vivas. Eliphas Lévi y algunos
otros cabalistas hacen poca distinción entre los espíritus elementarios
que han sido hombres, y aquellos seres que pueblan los elementos y que
son las fuerzas ciegas de la Naturaleza. Una vez divorciada de sus
tríadas superiores y de sus cuerpos, dichas almas permanecen en sus
envolturas kâma—rûpicos, y son irresistiblemente atraídas a la tierra en
medio de elementos afines a sus groseras naturalezas. Su permanencia en
el Kâma—loka varía en cuanto a su duración, pero terminan
invariablemente desintegrándose, disolviéndose como una columna de
niebla, átomo por átomo, en los elementos que las rodean. Los
Elementarios son los cadáveres astrales de los muertos, la contraparte
etérea de la persona que en un tiempo vivió y que, tarde o temprano, se
descompondrá en su elementos astrales, de igual modo que el cuerpo
físico se disuelve en los elementos a que pertenece. Estos elementarios,
en condiciones normales, no tienen conciencia propia ¡pero pueden
recibir vitalidad de un médium, y por ello, son, digámoslo así,
galvanizados durante pocos minutos, volviendo a una vida y conciencia
artificiales, y entonces pueden hablar, obrar y recordar con claridad
cosas. que hicieron durante la vida. Con mucha frecuencia son dirigidos
por los Elementales, que se sirven de ellos como máscaras para
representar personas difuntas y engañar a la gente crédula. Los
Elementarios de personas buenas tienen poca cohesión y se evaporan
pronto; los de los malvados pueden durar largo tiempo; los de los
suicidas, etc., tienen vida y conciencia propias, mientras no se ha
verificado la separación de los principios. Estos son los más
peligrosos. (F. Hartmann.)
En realidad, el caso que comentamos, tiene todo el aspecto de los
conocidos aportes espiritistas y de multitud de otros análogos, operados
por la propia H. P. B., y relatados por Olcott en su Historia auténtica de la S. T.
Si, como dice Maeterlinck, «día llegará—y muchas cosas anuncian en
efecto que el tal día se acerca—, en que puedan ser percibidas nuestras
almas sin el grosero intermediario de los sentidos«, también puede
asegurarse que los poderes maravillosos como el del gossain del relato
en cuestión, serán patrimonio de. una gran parte de la Humanidad.
Además, aun dentro del criterio estrictamente eclesiástico, si la
santidad concede tales poderes, el camino de la santidad, que no es sino
el de la virtud constante y sincera (de vir, varón, y de vis, fuerza)
está abierto para todos, dado que en la Divina justicia o Karma no
pueden caber odiosos favoritismos.
La siempre hermosa Leyenda dorada cristiana, está llena de casos
milagrosos, que recuerdan más o menos al que nos ocupa. Así, San Blas,
Obispo de Sebaste, cual Jesús en el lago de Tiberiades, caminó sobre las
aguas y domesticó también a las fieras con su palabra. San Raimundo de
Peñafort (1175), huyendo del rey de Mallorca, a quien había reprendido,
tendió su manto sobre las olas, y con él y con su bordón improvisó una
nave que en pocas horas le llevó hasta Barcelona, donde las puertas del
convento se abrieron por si solas, a su llegada. Santa Agueda, con su
velo, se dice que contuvo una devastadora corriente de lava del Etna,
etc., etc.
Hoy, por desgracia, los primeros en reírse de dichas leyendas son los
«espíritus fuertes« de muchos que se llaman cristianos positivistas,
para quienes semejantes hechos, aún no igualados por nuestra ciencia, no
son en su opinión interna sino infantiles cuentos de niños, siendo así
que ellos están apoyados en el conocimiento de las leyes del Ocultismo
que a la Buena como a la Mala Magia caracterizan, según tan
repetidamente llevamos dicho.
Claro que no vamos aquí a entablar una discusión estéril acerca de
semejantes hechos y sus similares, pero no hay que olvidar que ellos son
tomados como artículos de fe por los creyentes, y que los más
escépticos, deben, al menos, repetir, por su parte, aquella frase de
Hamlet relativa a que en torno de nosotros hay muchos más misterios de
lo que piensa nuestra pobre filosofía... y en cuanto al alma humana,
ella es superior, como dice Emerson, a sus propias y más prodigiosas
obras, y a todo cuanto de ella pueda saberse, porque es un reflejo de lo
Divino.