Comentario XII
Comentario XII
Distinción entre la imaginación y la fantasía fundada en el
imaginación creadora.—Magia y Ocultismo.—Profecia.
Al distinguir Pitágoras entre imaginación y fantasía, no hizo sino establecer un principio que el estudio de los ensueños confirma.
El ensueño, ese extraño estado del que tan poco conoce la moderna
fisiología, opera, en efecto, una verdadera separación entre las
múltiples facultades del hombre, facilitando el respectivo estudio de
las mismas, a la manera de cómo es más fácil el estudiar el mecanismo de
una máquina cualquiera cuando está en reposo que cuando está en
movimiento. El acto fisiológico del dormir se caracteriza, como es
sabido, por una progresiva atonía de todos los sentidos y mociones que,
durante la vigilia, mantienen una doble relación centrípeta y centrífuga
entre nuestro Ego y el mundo exterior. Aislado así aquél de cuanto le
rodea, desarrolla una nueva vida, en la que el análisis de los ensueños
demuestra que hay una facultad siempre subjetiva, una conciencia sui
géneris que establece la continuidad entre la vigilia y el ensueño, y
otra facultad que se coloca en situación objetiva respecto del Yo, dado
que opera en sustitución del mundo real o de la vigilia, verdaderas
representaciones panorámicas, más o menos desordenadas o en mosaico,
de anteriores vigilias. Sobre este marco objetivo de una de nuestras
facultades, se operan escenas de mayor o menor realismo, escenas efectivas
en el mundo del ensueño e ilusorias en el mundo de la vigilia, escenas,
en fin, que parecen transplantadas de este a aquel mundo por una mano
inexperta que las trastrueca, desordena, cambia, falsifica y mutila.
Hay, pues, en la psiquis del hombre, una facultad que está objetivada
en el ensueño y subjetivada en la vigilia; una facultad doble, un
verdadero balancín de nuestro equilibrio fisiológico, que, frente al
mundo exterior, es receptiva, pasiva y atesoradora, mientras que frente a
nuestro Espíritu, es objetiva, activa y rendidora, valga la
frase, de cuanto ha atesorado previamente del mundo exterior mediante
los sentidos y de sus propias experiencias internas anteriores, o sea,
como dice el Maestro griego, de precedentes estados espirituales,
mentales y físicos. Ante semejante hecho, por tanto, hay precisión de
cortar de todo punto la ambigüedad que resulta de tomar como sinónimos
las palabras imaginación y fantasía. Acaso los pueblos griego y romano
son culpables de dicha confusión. Acaso los culpables lo somos nosotros,
sus sucesores, que hemos reunido en una misma la significación y
griegos, con la imaginatio, imaginationis latina, envolviendo, sin embargo, el vocablo griego la idea pasiva
de representación, fantasma, copia, semblanza falsa, reproducción de
algo exterior real y físico, y el latino la acción interior, activa y
creadora de algo preexistente ya en nosotros como fruto de hechos, ya
que no de existencias anteriores. La fantasia así es más o
menos el juguete del mundo exterior; la imaginación, en cambio, la
palanca más poderosa de acción y de dominio del hombre sobre él mismo y
sobre el mundo que le rodea.. El niño que huye despavorido, creyendo que
ve a su lado un espectro, es que ha caído víctima de la fantasía,
mientras que el hombre que le ha sugerido tan falsa idea ha empleado,
al efecto, abusando de su superioridad mental, la facultad contrapuesta a
la fantasía, o sea la imaginación creadora, la imaginación activa o propiamente dicha.
El par de opuestos de imaginación—fantasía, abarca, así, por
entero, nuestra vida. A la manera del buen reportero periodístico, el
hombre, frente al mundo exterior, toma nota lo mejor que puede de la
realidad que le cerca, impresionando su fantasía. De regreso luego a la
mesa de redacción, cuyo redactor—jefe es el Espíritu, Je informa a éste
minuciosamente mediante la imaginación acerca de aquello mismo que atesoró con su fantasía,
bien en la ocasión reciente, bien en otras anteriores más o menos
relacionadas con ella. ¿Hay algo más mágico en el mundo que el recíproco
funcionar pasivo y activo de esta doble facultad psicocerebral?
¡Ella, en efecto, nos permite encerrar en nuestro microcosmos el
macrocosnos que nos rodea: imagen del Lagos (que es también la
Imaginación—fantasía de la Naturaleza o Mente Demiúrgica, que Platón diría), una vez que nuestra fantasía ha tirado sus correspondientes clichés
de las realidades exteriores, ya pueden éstas desaparecer, que
registradas quedan en nuestro propio sér, y no sólo quedan registradas,
sino que, a voluntad, podemos ampliarlas, empequeñecerlas,
ensombrecerlas, hacerlas plácidas o terribles, al tenor de esa absoluta
libertad de acción y de medida que tenemos en este nuestro pequeño mundo
de nuestras facultades internas, que, a la verdad, es todo nuestro
Mundo!
Ved el ejemplo de ello en el propio cuento anterior de «El campo luminoso».
Una fenomenología, patológica a no dudarlo, por parte de la victima, y
criminal por parte del repugnante derviche, permite a éste el presentar
ante sus consultantes media docena de panoramas fantásticos, que luego
resultan ser reales; panoramas que, después de ser reales en nosotros,
vuelven a ser fantásticos a vol untad de la narradora al referírnoslo...
¿Qué cubileteo es, pues, éste, que a diario enlaza lo que llamamos
real, con lo que llamamos fantástico, como si ambas cosas no fuesen sino
facetas de una Realidad Unica o con mayúscula, realidad que es dinámica
en el exterior ya que es más o menos fugaz, y que es estática en
nuestra imaginación fantasía, por cuanto podemos reproducirla a voluntad
con más o menos modificaciones?
Esto se nota siempre en la literatura. Ve la fantasía de Cervantes,
por ejemplo, al hidalgo honrado y loco de Esquivias, o de donde fuese y
al necio simple y egoistón, cuyo tipo tanto abunda; ve también al
bachiller socarrón; al cura y al barbero de esta o de la otra aldea, al
duque, al paje, al truhán, al titiritero, etc. Todas estas percepciones atesoradas por Cervantes con mil más que ya atesoradas tenía, producen en su fantasía un verdadero caos, en el cual su Verbo, su Imaginación creadora
hace la luz... y el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, armado
de todas armas, brota de su mente, como ha surgido el Universo de la
Mente Demiúrgica, al tenor del mito grecorromano de Minerva saliendo
armada también de la frente de Júpiter...
Más semejante parto de una imaginación creadora, cae sobre las fantasías pasivas de los demás mortales, y cae con tanta energía vivificadora, que toma todos los caracteres de la realidad misma cual si Don Quijote hubiese existido, y cree uno ver siempre al hidalgo cuantas veces divisa molinos de viento o sartas de presos, como ve uno a Hamlet en cada cementerio; a Tiel Eulespiegel en cada travesura alemana; a Gedeón—no al Juez de Israel, sino al personaje gracioso—en cada gansada humana, en compañía de los pícaros Guzmanes de Alfarache, de los hambrientos Lazarillos de Tormes, de los fanfarrones Tartarines, de los imbéciles Charlots, de los astutos Bobos de Caria, Papanatas de Burgos, y demás entes con los que han poblado el astral de nuestras jan tasias las imaginaciones
de los genios de la literatura universal, con tales dejos de realidad
que no parecen sino realidades vivas y palpitantes de otros días,
Que hagan examen de conciencia cuantos han creado algo: obra
literaria, musical, escultórica, arquitectónica, científica, manual,
etc., etc., y que se atrevan a negarnos que semejantes creaciones de su
imaginación operando sobre su fantasía, no se confunden en su recuerdo
casi por completo con las representaciones reales que de las mismas o
análogas cosas atesoran su memoria. Yo, humildemente confieso, al menos,
que en regiones acerca de las cuales he escrito: por ejemplo, Asturias,
me cuesta ya trabajo mental el discernir entre las escenas reales—es
decir, por mi fantasía atesoradas dentro de su natural fugacidad—y las
escenas que imaginé, o sea que creé, con cargo a repetidas percepciones
que atesoró mi fantasía.
Y no se crea que insistimos tanto en esto, por mero diletantismo filosófico, sino por tratarse de un verdadero Campo de Agramane, un efectivo Kuru—sethra
que el «Bhagavad—Gita» diría, en el que riñen eternas batallas las dos
Magias de la Diestra y de la Siniestra. Todo lo tolera esta última, en
efecto, menos el que se posea Imaginación, porque en la
imaginación creadora nos hacemos semejantes a los dioses. Ella, en
cambio, fomenta cuanto la es dable, por sí propia o por su criada la
Eterna Necedad o vulgaridad humana, todo cuanto pueda herir, perturbar y
dislocar a la fantasía con el fin de hacerla inservible para los
ulteriores estados creadores o imaginativos; las aberraciones
del sexo, ya que no el sexo mismo; la mediumnidad, la hipnosis, el miedo
a la muerte y al otro mundo de dantescos infiernos; la sugestión
hipócrita; la gazmoñería con máscara religiosa; el positivismo
materialista; la duda, la abulia, etc., etc., son las mil armas de este
Monstruo Fafner, de esta Serpiente Igdrasil que eternamente roe las
raíces de la fantasía del Arbol de la Imaginación o Fresno del Mundo,
junto a cuyo tronco se alberga la perseguida Humanidad y entre cuyas
ramas frondosas se cobijan las Aves del Cielo, es decir, los númenes,
genios, céfiros o Ideales, en suma, con los que el Hada Inspiración,
caldea y fecunda las gallardas frentes del Poeta: del poeta en verso,
música, ciencia y demás atractivos rebeldes, que se atrevió a alzar
hacia el Ideal su cáliz de fantasías, para que el Ideal le consagrase
con el divino Espíritu imaginador que crea a las ideas como a los
mundos...
—¡Ah, el poeta en todos los órdenes de la creadora Poesía! El es el fénix al que no puede quemar ningún fuego necromante de los gibichungos
de la envidia; el Proteo, siempre cambiante; el Christos, resurgiendo
del sepulcro y ascendiendo a los cielos. Nada temáis, hermanos, de la
inexorable Magia negra que nos amenaza en vano, mientras no seáis más
que Poeta, es decir, divinos Prometeos que iluminéis el Sendero Salvador
de cada hombre, dejándole luego que él riña a solas, sin tutelas que le
hagan irresponsable, la batalla de la Liberación, representada en todas
las teogonías, desde Krishna, matando al monstruo Keshing, hasta
Moisés, venciendo al Angel que se le oponía, y Jesús humillando al
Tentador que, a cambio del sacrificio de su divina y omnímoda Voluntad
Creadora operando sobre la plástica y creadora Imaginación, le ofrecía
nada menos que el imperio de la Tierra... La Magia negra «os roerá el
zancajo», al tenor del clásico dicho castellano acerca de la envidia
hijo del «pondrá asechanzas a vuestro carcañal» que la Biblia dice
respecto de María. El monstruo, en suma, como Saturno, devorará
implacable la progenie de vuestras fantásticas ilusiones de profano aún no iniciado en lo que es mayávico o ilusorio...—vuestras bajas raíces en este mundo inferior, en fin—, pero no podrá secaros una sola rama del Arbol de vuestra Imaginación, que, al alimentarse de las raíces de la Voluntad interna y del Amor transcendente (Alma-Buddhi), no puede morir porque está regado por las Aguas de la Vida que al Cosmos entero fecundan.
¡Si pasáis a la acción.. será distinto! Por eso, mientras a Krishna le llama diferentes veces el Bhagavad Gita
«el matador de sus enemigos»; a Arjuna su discípulo se contenta con
llamarle «el perseguidor de sus enemigos,, es decir, el que pelea
huyendo, como et partho, el Peregrino, el Errante, el Bardo, el Cometa humano en fin... —Por supuesto que hablo para los buenos entendedores, no para el mal intencionado vulgo.
*
Dejando a un lado, por indudable, los hechos fisiológicos
expuestos por la Maestra acerca de la influencia mágica de la fantasía
pasiva y de la imaginación activa de la madre en el plástico sistema
nervioso del hijo, recordemos algunos conceptos del barón Carlos Du
Pre!, relativos también a la imaginación como fuerza mágica, como los
que dicen, aunque con un criterio algo positivista:
«La imaginación es un proceso de ideación puramente subjetivo, que se
desenvuelve en el cerebro; mas si tiene gran potencia y domina a la
voluntad, forma una corriente centrífuga mediante la cual obra su propio
organismo como una fuerza creadora plástica, y sobre el exterior, como
en la acción a distancia con concentración de la vol untad. No conocemos
otra cosa que el od, que pueda, como dinamismo psíquico,
experimentar modificaciones psíquicas, y obrar, por consecuencia, en el
sentido de la ideación. En cuanto al vehículo que lo exterioriza,
podemos suponer que sean las corrientes eléctricas que en el hombre
circulan, cuya dirección puede ser tan bien determinada por la vol untad
consciente o inconsciente, como la dirección del pez eléctrico.
«Con efecto, la exteriorización psíquica nos ofrece un número
suficiente de hechos—transmisión del pensamiento, de la voluntad y de la
sensibilidad de los sonámbulos—por los que se puede suponer por
anticipado la existencia de los anillos que parece faltan para completar
la cadena, y que los ocultistas afirman que existen. No queremos
admitir su unidad en el sentido monista, prejuicio que nos impide
aceptar la exteriorización de las fuerzas humanas, y sobre todo, los
estados psíquicos; queremos mejor llevar hasta el germen del ser
trascendental la diferenciación orgánica y funcional de la forma
aparente, aunque aquí esta forma resulte suprimida. Si olvidamos este
prejuicio, nada queda que objetar contra la exteriorización de una
ideación, contra la fuerza mágica de la idea. El resto del problema es
puramente físico. No hay más diferencia entre la acción del espíritu
sobre su propio cuerpo y la acción a distancia, que entre la telegrafía
con hilos y la telegrafía sin ellos; y así como podemos, gracias a las
ondas del aire, hace vibrar una cuerda de violín distanciado de otro en
el que hayamos impreso nuestro impulso, con tal que ambos violines estén
en el mismo diapasón. Así es posible la acción del alma a distancia,
gracias a las ondas etéricas y a ese otro acorde que llamamos simpatía.
Si alguien afirma que todo esto no es otra cosa que simples
comparaciones, ese alguien no será monista. El monista verdadero, por el
contrario, no puede ver en las obras de la técnica sino proyecciones
del organismo.
«Todos los médicos célebres de la Edad Media eran al mismo tiempo
filósofos; conocían el ocultismo y eran mucho más aptos para comprender
la potencia mágica de la imaginación que nuestros doctores, los cuales,
desgraciadamente, ni han cursado la filosofía, ni suelen proponerse
cursarla. Paracelso, Maxwell, Wirdig, Van Helmont, Fontanelli, Fienus y
Tencel no veían en la imaginación simples fantasías del cerebro, sino
que la consideraban como una palanca dirigida por la fuerza de la
auto—sugestión para poner en movimiento «el espíritu de la vida. He aquí
por qué tenían conocimiento, no sólo del método curativo psíquico, sino
de la magia en general. La imaginación, concentrada por el monodeísmo,
obra mágicamente sobre el cuerpo, de igual modo que al exterior, si el
alma se propone esa concentración— autosugestión— o si una impresión
externa de suficiente fuerza o intensidad la provoca— sugestión
objetiva.— La sugestión ajena no era cosa desconocida en la Edad
Media.—Cierto señor Penol del Port, publicó en 1608 el manuscrito de un
médico anónimo, y en tal producción se lee: «Con anterioridad a
Hipócrates vivieron hombres sabios que curaban sin ninguna medicina
material y sólo por la potencia del espíritu y del alma... Se servían de
un vehículo que tiene su medio entre las substancias materiales y las
inmateriales, a las cuales une. Conocían dos fuerzas para curar y
provocar cosas extraordinarias: una que obra directamente sobre el
cuerpo y que se encuentra también en las cualidades de ciertas plantas y
de ciertos metales, y otra que cura solamente con la voluntad, con la
mirada, con la imaginación, con las palabras lo quiero, lo ordeno,. sin
ningún otro auxiliar. El od y la sugestión ajena, están claramente expresados aquí.
«Los mismos místicos estimaban en mucho la sugestión, como lo prueba,
en el siglo XVII, el ejemplo de la célebre Mme. de la Mothe Guyon. Esta
señora veía milagros en la influencia bienhechora que su confesor
ejercía sobre ella. La curaba imponiéndole las manos, y un día que tosía
con violencia, le dijo: «que cese al instante esa tos»,—y cesó. Mme. de
la Mothe dice que Dios le inspiró tan maravillosa obediencia respecto a
su confesor, que estaba cierta de curar de cualquier dolencia sí él se
los mandaba, fuera de palabra o por escrito. La misma señora curó a
otros muchas enfermedades, usando la sugestión.
»El médico, en toda enfermedad, es la vis medicatrix naturae. El método curativo de la sugestión no es una excepción: es un proceso natural curativo en toda su pureza. Pero como la vis medicatrix
que restablece el estado normal, s idéntica a la fuerza que ha
construido y conserva el organismo y por consecuencia idéntica a la
fuerza vital, el agente activo de la sugestión médica es el conductor de
la fuerza vital, es el alma, en una palabra. He aquí por qué es
indiferente que la sugestión provenga de un médico o de un objeto
inanimado: esta diferencia no es más que de ocasión en la causa: en
cuanto a los efectos, en ambos casos es la fuerzavital la evocada y la
que obra como agente propio. Cuando Mesmer probó; hace cien años, que
las emanaciones ódicas de un organismo sano podían influir
favorablemente sobre el conjunto vital de un organismo extraño, la
Academia de Ciencias y la de Medicina, de París, afirmaron que los
efectos observados, aunque innegables, no podían atribuirse al
magnetismo animal, sino al deseo, a la esperanza y a la fe del enfermo.
Este juicio daba pie para que la Medicina hubiera vuelto a las
enseñanzas de la. Edad Media, por lo que se refiere a la imaginación;
más no sucedió así; se concretó a comprobar esta ideoplasticidad del
espíritu, y desdeñó sacar la consecuencia lógica de ella derivada, que
no hubiera sido otra que el método curativo psíquico. Mas, si los
adversarios de Mesmer no subrayaron lo inevitable de esta consecuencia,
hiciéronlo sus partidarios. Court de Gébelin, comentando el informe de
la Academia, dijo: «Si la imaginación y la naturaleza son medios
curativos tan poderosos y efectivos, ¿por qué nos os constituís en sus
partidarios y defensores? ¿Por qué sus efectos son tan grandes fuera de
vosotros, y tan débiles. cuando vosotros queréis serviros de ellos? ¿Por
qué la confianza que en vosotros se deposita, no es bastante a inflamar
la imaginación de vuestros enfermos? ¿Por qué no llegáis por esa
imaginación, por la naturaleza y por vuestro saber profundo, a los
mismos efectos que atribuís a la Naturaleza solamente y a las ilusiones
inestables y movedizas de la imaginación? ¿Por qué, en fin, resultáis
tan notoriamente impotentes, a pesar de la multiplicidad de medios que
tenéis a vuestro alcance?. Y Desloo, otro médico mesmerista, dijo
lacónicamente: «Si la medicina de la imaginación es la mejor, ¿por qué
no servirnos de ella?».
»El sistema de Mesmer, examinado sin prejuicios por las Academias,
hubiera sido el punto de partida de un doble movimiento: magnetoterápico
y sugestioterápico. Pero se abandonó el primero a los profanos, y si al
segundo se le admitió en principio, no se le dió más alcance; antes por
el contrario: cuando la teoría académica sobre los efectos de la
autosugestión fué resucitada por Braid y completada con la de la
sugestión extraña, la propia Academia la combatió. Esto era
perfectamente ilógico, porque habiendo ella invocado la sugestión para
rechazar la doctrina de Mesmer, no tenía luego derecho a oponerse a lo
que Braid intentaba: erigir a la sugestión en sistema. Procediendo como
procedió, puso de manifiesto que en ambos casos se dejó arrastrar no más
que por la mala voluntad. Combatió la idea nueva; no combatió otra
cosa. El método de Braid—curar por la sugestión extraña—no era sino q ue
una prueba más de la potencia, desde mucho tiempo antes reconocida, del
alma sobre el cuerpo; hecho del que la experiencia tantos ejemplos
naturales nos ofrece. Para formar un sistema científico de todos estos
efectos del alma—que es lo que Hac Tuke ha intentado hacer—precisa
todavía tener en cuenta muchos hechos que se relacionan con la sugestión
extraña y que hasta el presente se desdeñan. No cito cuales, porque me
limito aquí a una elección entre los modelos naturales.
» Estos modelos naturales tienen un distintivo común: el de que el
efecto curativo se produce en un estado de exaltación de ta imaginación,
Las causas determinantes, así en venta ja como en detrimento del
organismo, son autosugestiones de emotividades intensas.
»El tratamiento por sugestión extraña está indicado, sobre todo, en
aquellos casos en que la autosugestión perjudica al organismo, y ocurre
esto con todas aquellas enfermedades que reposan sobre la imaginación.
Así como el crítico no debe proponerse como modelo su propia opinión
sino aceptar provisional mente la contraria para refutarla seguidamente
punto por punto, así es preciso que el médico que tenga que combatir
autosugestiones en su paciente, empiece por aceptarlas. Esto se impone,
sobre todo, en las ideas fijas. Muratori refiere que Spinello había
pintado al diablo con rasgos tan espantosos, que él mismo, al
contemplarle, experimentaba una honda impresión de terror; impresión que
a la postre acabó por producirle la idea fija de que el diablo, enojado
por haberle pintado así, le acompañaba noche y día reprochándole su
acción. Esta idea no abandonó nunca más al pintor, y su larga duración
es la mejor prueba de que su médico ignoraba que las enfermedades de la
imaginación sólo con la imaginación se curan; que la autosugestión sólo
cede a la sugestión extraña. Un sabio tenía la idea fija de que llevaba
un canario en su cráneo, y aseguraba que le oía cantar continuamente. Si
su médico hubiera usado de toda clase de argumentos para convencerle de
que estaba en un error, no hubiera conseguido nada; pero hizo lo
contrario: se colocó en el mismo punto de vista que su enfermo, le
invitó a que consintiera una operación indispensable para librarle del
canoro intruso, le produjo una incisión dolorosa—aunque sin peligro —,
derramando al propio tiempo sobre su rostro la sangre que a prevención
llevaba en una vejiga, y Juego, dando suelta a un canario que también
llevaba a prevención, exclamó con aire de triunfo: —«¡He ahí el espíritu
maligno! La curación del sabio fué completa. Otro enfermo que padecía
de insomnio, creía que su estado provenía de un sortilegio. Se le dió un
pequeño sobre cerrado, que debía llevar sobre la cabeza, porque
contenía un amuleto, y esto bastó para que durmiera durante un mes.
Cuando, ya curado, se le permitió enterarse de lo que era el amuleto,
abrió el sobre y halló un trozo de papel de periódico, en donde el
médico había escrito con lápiz: «La imaginación ha de curarse con la
imaginación. Botey refiere que un hipocondríaco acogido en el hospital
se quejaba amargamente de que una culebra que llevaba en el vientre, le
roía las entrañas. Mientras se le dijo que lo que padecía era una
enfermedad imaginaria, no hizo otra cosa que empeorar; pero cuando se
admitió su idea, se le cloroformizó y se le enseñó al despertar una
soberbia culebra traída de la farmacia, mejoró tan rápidamente, que a
los tres días pudo darse de alta. Seis meses después volvió al
establecimiento quejándose de que tenía otra serpiente en el cuerpo, sin
duda porque la que le extrajeron había dejado prole; ¡Dios sabe lo que
hubiera sucedido si el médico no le hubiera demostrado que la culebra
extraída era macho!»
*
Todo el problema de la Magia, o «Ciencia de los Superhombres» y
también, ¡ay!, de los infra—hombres o magos negros, está cifrada—como
diría Franz Hartmann— en el Aquastor, el ente astral que sobre el Akasha inferior, substancia cósmica o éter,
es creado y moldeado por el poder de la imaginación, esto es, por la
concentración del pensamiento. Estas formas etéreas así creadas,
(elementales, vampiros, íncubos y súcubos, etc. de la Edad Media) que
son reales, aunque reales de otro plano que el físico, pueden
adquirir vida y hacerse visibles y tangibles bajo diversas
circunstancias, tales como en aquellas de espiritismo, de hipnosis y de
magnetismo que salpican estas páginas. Si algún lector, sin embargo, se
mostrase escéptico contra un testimonio tan universal, a titulo de una
ya desacreditada ciencia positivista, le diríamos con Cajal: que «a
despecho de los inmensos progresos acumulados en el pasado siglo, la
fisiología cerebral de la imaginación, el entendimiento y la voluntad,
continúa siendo el enigma de los enigmas, pues por mucho que aún se
descubra, jamás se llegará a contemplar objetivamente el pensamiento, ni
se averiguará el porqué un movimiento en lo objetivo resulta una
percepción en lo subjetivo», cosa muy natural, porgue ya dijo Plotino
(Enneadas) que «antes de que podamos ver una cosa precisamos tener
desarrollado adecuadamente el órgano de la visión correspondiente. Nunca
el ojo humano hubiera visto al Sol si antes no hubiera afectado la
forma globular del Sol mismo, y de igual modo, jamás el alma podrá
asimilarse la belleza trascendente que nos cerca, si prime ro no se hace
bella a su vez. Cuando el hombre empieza a hacerse bello y divino
interiormente, es cuando empieza también a darse cuenta de lo Divino y
de lo Bello»... Si esto es preciso para la magia inferior, ¿qué no será
para la verdadera Yoga o reforma de uno mismo por la meditación y el
conocimiento espiritual»?
Sólo purificándose, en la intención, elevándose por el propio
esfuerzo místico e idealista hacia las esferas superiores del Bien, la
Verdad y la Belleza, integradas por el Orden, o sea por la HARMONÍA, es
como el hombre puede hacerse digno de recibir la Divina Inspiración que
es la que hace la Magia, la Ciencia de los Dioses o Superhombres, la
Teosofía, en fin.
Q. Reynolds, en la excelente revista teosófica The Path (El Sendero), de Point—Loma (California), nos da un hermoso cuento chino titulado Los dragones sin ojos, que encaja admirablemente en estos problemas de la Magia y de la imaginación.
En el cuento se habla del Maestro Chang Sengiu que recibió del
emperador el encargo de pintar cuatro dragones simbólicos para los
cuatro testeros del nuevo templo. Sabido es que el dragón en Oriente es
símbolo de la Sabiduría de los Seres Celestes que dirigen al hombre y
que hipostáticamente encarnan en el hombre mismo para hacerle un dios
sobre la Tierra.
Tan perfecta resultó la pintura, que los Dragones se salían
materialmente del lienzo, cual si estuviesen vivos y retornar quisiesen
al excelso mundo de donde les había arrancado ta Magia avasalladora del
iniciado pintor. Diríase que de un momento a otro iban a dejar su
prisión y desaparecer. Desgraciadamente para ellos el artista había
tenido la precaución de dejarles ciegos, es decir, de no pintarles
aquellos sus divinos ojos de fuego.
Señor—dijo al maestro Lu—Chao, su discípulo—, ¿por qué habéis dejado de pintarle los augustos ojos?
Porque si este sagrado Dragón amarillo, por ejemplo, tuviese vista, escaparía veloz a la región del Fuego—respondió el Maestro.
¿Cómo?—replicó aquél—. Es cierto que esta creación vuestra parece
tener vida, pero en realidad no es sino una hábil mancha de color. El
Maestro se burla de mi ignorancia queriendo hacerme creer lo que es
imposible.
—¡Eso nunca!— contestó éste severo —. Es que aun ignoras los grandes misterios de todo verdadero Arte.
El discípulo calló, pero en su mirada advirtió Chang Sengin un relámpago siniestro.
Aunque Lu—Chao es bueno, jamás será un verdadero pintor— suspiró el Maestro—. ¡Le falta la divina fe!
El Emperador Wu—ti, el Hijo del Cielo, venía de cuando en cuando a
inspeccionar las obras. Después de reverenciar a aquellos regios Seres y
a Chang Sengiu, su aprisionador, hubo de hacerle a éste la misma
pregunta. Al recibir igual contestación, exclamó reverente:
Cierto. Es evidente que quieren como escapar, y que acaso no hay
artista capaz de pintar en sus ojos un sentimiento de compasión tal que
les fuerce a quedarse aquí para salvaguardia de mi pueblo.
La fe así mostrada por el emperador, no bastó a convencer a Lu—Chao,
quien decidió de allí a poco ir la noche de la víspera de la
consagración del templo y completar la obra del Maestro pintando los
ojos a los Dragones...
La noche estaba obscura, pero tranquila. Armado de los útiles de
pintar penetró Lu—Chao sigilosamente en el templo, pero al poner la
escalera contra el muro, los pinceles se le cayeron sin saber cómo.
¿Estarían irritados con él los genios?
Mas no. Esto es crasa superstidón—se dijo—, recogiendo los pinceles, se dispuso a dar la primera pincelada.
Un vivo relámpago, seguido de espantoso trueno, fulguró no bien
Lu-Chao dió el primer toque. La tierra entera se conmovió al toque
segundo Unas pinceladas más y la Divina Cabeza, al sentirse al fin
dotada de vista, se irguió con dulce anhelo y majestad suprema.
Lu—Chao, horrorizado y asido a la escalera, vió a la escasa luz del
farol que la Cabeza del Dragón ostentaba sus dos ojos ya perfectos,
siendo así que él, en el perfil, sólo había pintado el ojo izquierdo...
Aquel los ojos miraron primero con desprecio al imprudente Lu—Chao,
luego con una compasión infinita por todo el ámbito del recinto, y al
fin, tomando un brillo más intenso que el del propio Sol, cegaron al
desdichado necio. Al par un estallido espantoso derribó la techumbre y
los mu ros del templo, mientras el Dragón de fuego volaba en demanda del
Mundo de la Suprema Luz de donde había venido. El pueblo de Nankin
entero pudo verle escapar en la noche tenebrosa cual dorado cometa que
se perdía en el cénit...
Por la mañana, al visitar el emperador las ruinas del que antes fuese
Templo de la Paz y de la Alegría, vió que sólo quedaba en pie un pedazo
del muro del Norte y que entre los escombros aparecía horriblemente
carbonizado el cuerpo de Lu—Chao..
—¡Ah!—dijo tristemente el Maestro—; era bueno e inteligente, pero le faltaba la fe... ¡Nunca habría alcanzado a ser un Maestro!
El simbolismo del cuento es harto cierto, por desgracia. Cuando
el hombre sale, en efecto, de la vulgaridad y de la medioecridad del
talento, comiendo la fruta del Bien y del Mal que se llama inspiración y
genio, el dilema que se le ofrece es aterrador, a saber: el de la
genialidad efectiva o el de la locura, sin que en la cuestión haya
términos medios. Para lo segundo no hay sino entregarse al deleite de la
propia estimación de una obra que llegamos a creerla nuestra, no
siendo, en verdad, sino de los Maestros que nos la inspirasen. Para lo
primero hay necesidad de entrar con fe integral en el Sendero de la
Liberación, que conduce hacia el Maestro mismo y hacia el Ideal Supremo,
que tras nuestro Ego Individual (Atma—Buddhi) se dibuja. De aquí la
Iniciación, hacia la que el genio tiene que caminar forzosamente si no
quiere caer en el abismo de la locura, que es la posesión de los
elementales, que decimos los teósofos. Aun cayendo en ella y todo,
siempre queda un destello de genialidad inextinta, y por ello las
maravillosas obras que con frecuencia salen de las manos o de la
imaginación de los locos, han hecho pensar a un alienista alemán que los
locos debieran ser obligados a trabajar, no por su propio beneficio,
sino en bien de la civilización. En opinión del citado doctor, todo
manicomio es una prisión que encierra un gran número de genios, y esta
opinión tiene mucho de cierto.
Ved lo que sobre esto nos dice una revista:
«Hace cuarenta años, un maníaco encerrado en cierto manicomio inglés
divertía a sus loqueros, diciendo que tenía un proyecto de barco aéreo
en estudio. La atmósfera— decía—ejerce una presión de muchos kilos por
centímetro cuadrado. Yo construiría un barco aéreo con una poderosa
máquina neumática que extrajese al aire que había encima, y entonces. la
presión del aire de debajo lo levantaría inmediatamente». La idea fué
anotada como una de las más curiosas que pueden sal ir de la imaginación
de un loco, y, sin embargo, muchos años después de haber muerto este
infeliz, un genio, el inventor de la ametralladora Maxim, construyó un
aviador basado en la misma teoría.
»De uno de los aparatos empleados actual mente por las industrias
mecánicas, se sabe positivamente que lo inventó uno de los asilados de
un manicomio de los Estados Unidos, que hoy está completamente curado y
cuyo nombre es bien conocido en el mundo industrial. En la época en que
parecía estar peor de la cabeza, pidió unas cuantas herramientas, madera
y metal, y trabajando con todo ello día y noche, logró construir la
obra que había meditado. Una vez terminada, la hizo enviar a Wáshington,
donde obtuvo la patente de invención, que más tarde la vendió por
250.000 duros.
»Ningún cuerdo puede comprender la fuerza y extensión de la
imaginación de un loco. Las cosas que el loco imagina son para él
realidades que ve, oye y lleva a término. Un loco que se creyera
Napoleón, podría ser llevado a un ministerio de la Guerra, e
indudablemente resolvería cuantos problemas se le presentasen. Algunas
veces el resultado sería tan risible como el plan ideado por cierto loco
para tender un cable alrededor del mundo en veinticuatro horas. El
proyecto consistía en elevar un globo cargado con el cable a una altura
suficiente para que pudiese permanecer in móvil mientras la Tierra
giraba bajo él. «De este modo, dejando ir el cable a medida que pasaban
por debajo mares y continente, el éxito sería seguro en las veinticuatro
horas justas. Sin embargo, este mismo loco ha inventado una raqueta
para jugar al tennis, que permite coger la pelota del suelo sin
necesidad de inclinarse. El modelo está ya en la oficina de inventos de
los Estados U nidos, y se espera que las raquetas de nuevo género
estarán en venta el año que viene.
»Lo que decimos de los locos puede decirse también de los idiotas.
Muchos de estos infelices, que no hablan o sólo dicen palabras
incoherentes, muestran gran habilidad para las matemáticas, y en algunos
casos se observa una inexplicable facilidad para medir distancia con la
vista».
A más del capitulo de las plenas locuras, existe el de las llamadas
extravagancias, que constituyen la parte más pintoresca de los hombres
de genio.
Nuestro gran amigo Emilio Carrrére, nos da un magnífico capítulo de
estas extravagancias, que no podemos resistir a la tentación de copiar
para poner digno remate a estos asuntos:
«Valle-Inclán escribe en la cama, con lápiz. El pobre y admirable
Felipe Trigo no podía trabajar sino en unas cuartillas en octavo menor.
Castrovido escribe sus magníficos artículos en cualquier café del
barrio, como un poeta bohemio. Es este un milagro de aislamiento, entre
las gentes, para el que es preciso una gran fuerza mental. Zamacois
escribe capítulos de novela en los reservados galantes, mientras espera a
alguna admiradora...
Los franceses han cultivado mucho este género de literatura íntima.
Así sabemos detalles interesantes y pintorescos. Moliere leía sus
comedias a su criada conforme las iba escribiendo. Cuando a la buena
mujer no le agradaba una escena, el poeta la tachaba. Era su previa
censura; la opinión del mismo público para el que escribía.
El poeta Delille era muy perezoso, y su mujer le encerraba con llave
para que trabajase. Ella se iba a dar un paseo o a ver escaparates, y si
acaso llegaba alguna visita, el pobre poeta secuestrado abría el
ventanillo y exclamaba con una resignación un poco cómica:
—¡Estoy cautivo! Le ruego tome asiento en la escalera; mi esposa no puede tardar en venir.
Cuando ésta llegaba, hacía entrar a los visitantes con visible
malhumor, porque durante el tiempo de visita el poeta no trabajaba.
Delille solía recitar algunas estrofas del poema que estaba componiendo;
pero su esposa le interrumpía violentamente:
—¡Eres un camello! No digas el argumento de lo que escribes, porque alguno de estos señores te lo puede robar.
Delille se ponía colorado y los amigos se marchaban haciendo furiosas
protestas de honradez literaria. En seguida la señora le ponía las
cuartillas delante.
—Ahora, querido poeta, a ganar el tiempo perdido.
—Pero si he trabajado mientras tú no estabas en casa...
—No importa. Tú sabes que cada linea nos vale cinco francos, aproximadamente; es preciso hacer versos hasta veinte duros antes de almorzar...
Y le dejaba encerrado con llave en su despacho.
Balzac fué también un forzado del trabajo literario. Murió literal
mente victima del exceso de labor. Se acostaba a las seis de la tarde y
se levantaba a las doce de la noche, se envolvía en una especie de
capuchón frailuno, tomaba un gran tazón de café, y a la luz de una araña
de siete bujías trabajaba hasta las doce de la mañana. Conforme iba
escribiendo arrojaba las cuartillas al suelo, sin leerlas y sin
numerarlas.
A las doce entraba su criado a traerle el almuerzo, recogía las cuartillas esparcidas y las llevaba a la imprenta.
Los impresores temían a las cuartillas de Balzac; era para ellos como
una pesadilla. En pruebas, las rehacia total mente. Gautier describe de
este modo pintoresco tas pruebas de imprenta de Honorato de Balzac:
«Unas rayas gruesas partían del principio, del centro, del fin de las
frases, hacia las márgenes, de arriba a abajo, de izquierda a derecha,
con infinitas correcciones. A veces parecía un castillo de pirotecnia
dibujado por un niño. Del texto primitivo apenas quedaban algunas
palabras. El autor trazaba cruces, círculos, signos griegos, árabes...,
figuras ininteligibles, todas las llamadas imaginables para fijar la
atención del tipógrafo. Tiras de papel atiborradas de nueva escritura
iban adheridas a las pruebas con alfileres».
Gautier escribía muy de prisa. Las novelas que publicó en La Prensa
las fué haciendo diariamente, en la misma imprenta, entre el ruido
ensordecedor de las máquinas. Aurora Dupin gozaba de la misma facilidad;
trabajaba de un tirón ocho horas diarias, con la condición ineludible
de que había de ser por la noche.
Todo lo contrario fué el gran novelista Gustavo Flaubert, que después
de horrenda lucha con su estilo torturado, en una sesión de diez horas,
sólo podía escribir una cuartilla impecable, maravillosa.
Alejandro Dumas, padre, se contentaba con un vaso de limonada. Balzac
hacía un enorme consumo de café y la Dupin fumaba como un marinero.
Musset buscó en el ajenjo, el terrible y literario brebaje, la
inspiración que le abandonaba después de la catástrofe espiritual de
Venecia, cuando su amante le burló con el médico Pagello.
Gerardo de Nerval, el admirable poeta bohemio, tan desconocido en
España, no podía escribir en su casa... cuando la tenía. Si una revista
le encargaba un artículo, se iba a cualquier café, sacaba de su bolsillo
el tintero, un montón de plumas, papeles, libros. Era todo un ajuar.
Cuando acababa de escribir el título, llegaba un amigo inoportuno.
Gerardo volvía a guardar su biblioteca ambulante y se marchaba a otro
café, donde la escena solía repetirse. Y así, al cabo de recorrer todos
los cafetines, podía terminar su labor.
Villers de I'Isle Adam, el autor de Cuentos crueles, se
retiraba a su casa al amanecer y dormía hasta las doce. Se bebía una
taza de caldo y en seguida se disponía a escribir sin levantarse de la
cama, sostenido por varias almohadas, y trabajaba hasta las nueve de la
noche, hora en que se levantaba para ir a pasar el resto de la noche en
alguna taberna de Montmartre.
El más lamentable era Paul Verlaine, vagabundeando por las zahurdas del París nocturno, borracho de ajen jo. El poeta de la cabeza de fauno
se sentaba frente a un vaso del glauco veneno con una hoja de papel. A
veces garabateaba algunos versos, musitando palabras confusas, o bien
arrojaba la pluma con rabia, se retorcía las manos o las agitaba en el
aire, con estremecimientos de epilepsia. Después, apuraba un vaso y
tomaba el trabajo como un sonámbulo.»
Cuando los teósofos hablan del mundo astral, la gente se figura que
se trata de algo quimérico, fantástico e imposible, o al menos
indemostrable. Contribuye a este error una ciencia positivista enamorada
de sólo lo físico y tangible, una ciencia que proclama a la observación
y a la experimentación las únicas fuentes de conocimiento, como si no
fueran posibles otros métodos que éstos, que no datan más que de pocos
siglos.
Sin embargo, este mundo de lo astral existe. Nos cerca a la continua;
nos avasalla en la vida entera, desde la cuna hasta el sepulcro, en
todos los momentos, principalmente en aquellos que son de índole
pasional y de físicas anormalidades, y es un hecho científico
perfectamente demostrable, no sólo por la historia de todos los tiempos,
sino por la misma Psicología positiva y aun por la física.
Descartemos del problema todo nombre de escuela, y vengarnos a los hechos.
El mundo real, sensible, ese mundo que percibimos por los sentidos
físicos, está entremezclado, cobijado, sin disputa, por otro mundo
hiperfísico que normal mente nos es inasequible. La ciencia natural lo
considera lógico desde el momento en que se sabe que existen vibraciones
del éter, determinantes de multitud de fenómenos físicos por bajo y por
cima de todo cuanto vemos, o sea por bajo y por cima de la misma luz
con la que las cosas son visibles, entre los estrechos limites
consabidos de más de 400 millares de millones de longitud de onda y por
cima de 720, siendo la existencia de otras ondas etéreas de diferente
longitud absolutamente reales, aunque invisibles, como invisibles
seguirán siendo para nosotros Urano, Neptuno, los pequeños planetas,
millares de cometas, nebulosas y soles múltiples que existían luengos
siglos antes de la invención de aparatos para percibirlos, trayéndolos
de una realidad para nosotros quimérica hasta entonces, a una realidad
física. El inmenso mundo de los microorganismos quimera fué, y no
pequeña, hasta la invención del microscopio y del ultramicroscopio. La
electricidad, el magnetismo, los rayos X, los rayos de Roentgen y tantos
otros, fueron quimeras para los mortales mientras no hubo una física
capaz de descubrirlos. Los misterios mil de los organismos en su
circulación, asimilación, inervación, etc., etc., quimeras fueron, en
fin, hasta que los trajo a la realidad del hecho visto el esfuerzo de la
Biología.
El mundo de lo invisible físico y de lo inasequible mental es a la manera de un Océano inmenso que jamás se agota. El processus
de nuestras labores deriva de una duda que interroga, au nada con un
anhelo firme que obliga al Misterio a revelarnos sus secretos,
arrancados de uno en uno. Primero, el problema A o B no nos pasa ni
siquiera por las mientes; luego nuestra mente se fija en él y se lanza
imaginativa mente a formar una hipótesis sobre el mismo, mejor o peor
aderezada, más o menos estupenda, que, para mayor sarcasmo de los
positivistas, suele nacer de un filósofo o de un poeta—es decir, de un
vidente— antes que de un científico. Diríase que, por una especie de
regla psicológica análoga a la llamada de falsa posición en aritmética,
toma pie siempre la razón sobre el frágil andamiaje por la mal llamada loca de la casa
construído, y viene, en fin, más o menos tarde la observación del
hecho, su repetición experimental, y por corona una síntesis definitiva
que suele deberse casi siempre también a un artista—científico, es
decir, a otro filósofo—poeta.
Pero la función imaginación está en razón inversa siempre de la
llamada realidad física, y, por consecuencia, lo físico y lo para
nosotros quimérico ensoñado por aquélla, hallarse deben en razón inversa
también.
Así observamos que las horas crepusculares, y las de la noche en que
nos vemos privados más o menos de los realismos de la luz, son las horas
de nuestros más completos y quiméricos fantaseos, las horas del amor,
de las confidencias, de la música, del canto, del olvido de la realidad
cruel, del miedo, de los terrores, de los remordimientos, de las
resoluciones, de las conjuras, de los peligros, del crimen, del éxtasis,
de todo cuanto se aparta, en una palabra, de la ruda realidad física,
entrando en el divino reino del hada fantasía.
Yo lloro o río, y la roca junto a la que estoy no se conmueve «ni
tiemblan por ello las Esferas»; pero, en cambio, puedo afectar con tales
emociones a otro sér humano, y hasta a algunos animales inteligentes,
como el perro y el caballo. Esta modalidad vibratoria que con mis
emociones determino :en torno mío es sin duda una vibración tan sutil,
que sólo puede afectar a otros seres que por su evolución más aproximada
a la mía pueden alcanzar a percibirla; pero así como el éter vibra
groseramente con la vibración física, vibrar debe también como medio
transmisor entre el sér que produce la emoción y el sér que alcanza a
percibirla.. Un mero problema de sintonía o asintonía como el de la
radiotelegrafía moderna.
Marcelino Menéndez y Pelayo, al tratar de Enrique Heine en sus Estudios de Crítica literaria
(pág. 354), llegó a decir, a pesar de su positivismo católico, que
muchas puertas llevan a la encantada ciudad de la fantasía, y no debemos
empeñarnos en cerrar ninguna de ellas, ni en limitar con ello el número
de los placeres del espíritu., pero, en realidad, ninguna puerta es más
amplia, ningún sendero es más seguro que el que nos ofrece la propia
Matemática moderna con los estudios de hipergeometría, o sea de lo que
impropiamente se han denominado las ene dimensiones del espacio.
«Hasta ahora, dice la Maestra H. P. B., en la La Doctrina Secreta,
sólo se conocen tres dimensiones de la materia, que son la longitud, la
anchura y el espesor. Respecto a la cuarta, añaden los ocultistas, no
sólo es un hecho cierto, sino una de las categorías o condiciones de
observación en el plano astral, y es completamente cierto que los
progresos de la evolución pueden hacernos conocer nuevas cualidades
características de la materia. Las cualidades de esta última, con las
que, en efecto, nos hallamos ya familiarizados, son, en realidad, más
numerosas que las que corresponder puedan a dichas tres dimensiones, y
ellas deben mantener una relación muy directa con los sentidos del
hombre.. Así es que, cuando algunos atrevidos pensadores han esta do
suspirando por el anhelo de hallar una cuarta dimensión para explicar el
paso de la materia a través de la materia; la formación de nudos en una
cuerda cerrada por sus dos extremos, etc., lo que ellos echaban de
menos era una sexta cualidad característica de la materia, en
correspondencia con un sexto sentido para evolucionar, aún en el hombre.”
Por eso muchos de los matemáticos que han investigado acerca del problema de la cuarta dimensión han acabado pensando, unos que esta dimensión era el tiempo mismo
o sucesión ininterrumpida de los sucesos reales operados en el mundo
visible o de las tres dimensiones conocidas, y, otros, en fin, que dicha
cuarta dimensión no era sino nuestra misma imaginación
creadora, la cual, en efecto, parece emancipada de todas cuantas
nociones concretas nos enseña o muestra la realidad sensible o física,
tales como la gravedad, la impenetrabilidad, el peso, el volumen, el
espacio, el tiempo, la cantidad, la fuerza, y, en suma, todas las
categorías kantianas sobre las que viene debatiendo siempre la
filosofía, prueba clara de que no está sujeta a ninguna de ellas, o, al
menos, en la forma en que lo están todas las cosas que conocemos.
Todo en el mundo tiene Un peso especifico., que dirían los físicos;
pero para la imaginación el peso de un astro puede parecer liviano, y
enormísimo el de una brizna de hierba seca. Todo en nuestro derredor
tiene un volumen, pero el Proteo de la imaginación, cual la proyectiva
geométrica, carece de toda medida en si, y de igual modo que con mi dedo
meñique convenientemente colocado puedo tapar la más alta montaña, todo
cuanto imaginamos puede ser aumentado, disminuído, cambiado, esfumad o,
coloreado, intensificado, anulado, etc., por esta soberana facultad que
es la clave de la Magia.
Y con la imaginación pueden mezclarse, deformarse e invertirse todos
los lapsos de tiempo, poniendo antes lo que fué después, arriba lo que
está abajo, hermoso lo que fuese feo, pequeño lo grande e in menso lo
ínfimo, ni más ni menos que si fuésemos ya otra vez como antaño, según
Platón y Jesús, verdaderos dioses, operando en este universo
que es exclusivamente nuestro, y en el cual nadie de fuera puede entrar
si nosotros no le damos permiso o él se lo toma con las artes mágicas
que llamamos sugestión, magnetismo, etc.
¿Quién una vez siquiera, gracias al Hada—Imaginación, no se ha
sentido sabio, poderoso, omnipotente o rico? ¿Quién, merced a su
imaginación no llega a enseñorearse soberano de todas las humanas
miserias de este bajo mundo de las meras tres dimensiones, en el que
nuestra parte animal vegeta, cual los condenados de Platón en su República?
¿Qué, en suma, sería nuestra tierra, si en vez de regirse por las leyes
de aquellas tres dimensiones, alcanzara algún día a regirse por la ley
de la imaginación que todo lo sublimiza?
Cuanto existe, bueno o mato, no es sino la cristalización de anhelos
anteriores, al calor de la imaginación nacidos. Los embellecimientos de
las urbes actuales no son sino la realización más o menos deficiente de
lo que imaginaron para ellas nuestros antecesores. frutos somos nosotros
también de la imaginación con la que se enamoraron nuestros padres, que
no de enrevesados cálculos logarítmicos, y las obras todas de nuestras
manos al santo calor de la imaginación se deben, diferenciándonos en
ello de los animales, salvo cuando ellos con su imaginación naciente
estimulada por el amor sexual construyen sus admirables nidos...¿Qué de
extraño tiene, pues, el que la imaginación y la intuición que a ella
preside venga a constituir algo así como un sexto sentido, con el que vemos las realidades de ese mando astral al que antes nos referíamos?
Pero nuestro yo transcendental no puede encontrarse, como dice la
Maestra, sino por el áspero, el casi inasequible sendero del Ocultismo, y
a él o podemos acercarnos sino por la Yoga o sea la reforma de uno
mismo por la meditación y el conocimiento. Las ciencias mágicas no hacen
sino preparar para ello el camino, y, como añade aquélla en el tomo
tercero de La Doctrina Secreta, sea por el fenómeno
espiritista, sea por la necromancia eclesiástica, o sea, en fin, por
algo excelso que sobrevenir puede y que desconocemos, la Magia volverá a
reinar soberana como antaño, antes de que finalice el triple septenario
de Saturno, o sea hacia el próximo siglo XXI, reapareciendo quizá esos Misterios antiguos, de los cuales ya nuestro moderno teatro lírico ha empezado a mostrar notorios síntomas.
Así también parecen presentirlo autores como A. Bertrand, al decirnos en su tantas veces citada obra sobre el druidismo:
«La magia, superior conocimiento de las leyes naturales, rodeó
siempre a las representaciones de los Misterios paganos. francisco
Lenormant, en el prefacio de su clásica obra La magie chez les Caldéens et les origines accadiennes,
dice: la historia de ciertas supersticiones constituye uno de los más
extraños capítulos y al par de los más importantes del espíritu humano
en sus desenvolvimientos. Por extravagantes que hayan podido ser los
ensueños de la magia y de la astrología, por lejanas que encontremos
hoy, gracias a nuestro progreso científico, las ideas que las
inspiraron, ellas han ejercido sobre. los hombres, durante dilatados
siglos y hasta una época harto próxima a nosotros, una influencia
demasiado seria y decisiva para ser menospreciada por quien se dedique a
escrutar las faces de los anales intelectales de la Humanidad. Las
épocas antiguas más excelsas han prestado asenso a sus prodigios. El
imperio de las ciencias ocultas, herencia de la superstición pagana,
sobreviviendo al triunfo del Cristianismo, se muestra todopoderoso en la
Edad Media, hasta que la ciencia moderna ha logrado disipar sus
errores. Una aberración que se ha enseñoreado durante tanto tiempo de
espíritus, hasta de los más nobles y perspicaces; de la cual no se ha
librado ni la propia filosofía en ciertas épocas (tales como la de los
neoplatónicos alejandrinos, quienes las dieron puesto de honor en sus
especulaciones), no deberá jamás ser excluida con desprecio del cuadro
general de las ideas y de sus evoluciones. La Magia que conocemos no es
sino la combinación de la antigua religión turania con el mazdeísmo,
sobre quien ha ejercido una influencia considerable, y por eso la Media
fué siempre turanía de alma y de costumbres. «La Magia, en fin, dice
Plinio, es uno de los asuntos en que conviene fijar bien los conceptos. A
título de la más engañosa de las artes, ha gozado del mayor crédito
entre todos los pueblos y durante todos los tiempos. No es de extrañar,
pues, el supremo influjo por ella adquirida, toda vez que ha compendiado
en si las tres artes supremas o más poderosas sobre el espíritu humano.
Nacida de la Medicina—de la Matemática diríamos nosotros— es indudable
que, bajo el pretexto de cuidarse de nuestra salud, ha ido deslizando
algo así como otra medicina más santa y profunda. En segundo lugar, a
las más seductoras promesas ha unido el resorte de la religión, problema
acerca del cual el género humano ha andado siempre a ciegas. Para
colmo, la magia se ha incorporado al arte astrológico, y es indudable
que todo hombre está ansioso por conocer su futuro y sospecha que tales
conocimientos pueden deducirse con la más rigurosa exactitud de los
cielos mismos. Así, encadenando los espíritus por dicho triple lazo, la
magia se ha engrandecido hasta el punto de que aun hoy día prevalece
sobre un gran número de pueblos y manda en Oriente hasta a los reyes de
los reyes: ut et in Oriente regibus imperet. (Plinio, Historia Natural,
cap. XXX, págs. 1 y 4 del tomo II; pág. 322 de la traducción de
Littré.) Y en el libro IV, cap. XXII al XXIV, pondera Plinio a la Magia
en su profundo y sugestivo alcance científico y moral, «cuando hombres
como Pitágoras, Platón, Empédocles, Demócrito y cien otros lo hubieron
de abandonar todo por ella, hasta lo más querido, cruzando los mares y
tierras más lejanas para en ella iniciarse, y siendo, por causa de ella,
en todas partes desterrados y perseguidos».
Muchos hombres de buena fe, pero poco conocedores de las malas
tendencias de la mayoría de la Humanidad en esta triste edad negra o
Kaliyuga, se preguntarán: ¿Por qué, si la Magia es Ciencia de ciencias, y
la clave de todos los misterios tanto cosmogónicos como antropológicos,
no se hace pública para provecho de todos, poniendo así término a
nuestras ya intolerables torturas espirituales, psíquicas, mentales y
físicas, y acabando además con el siempre odioso privilegio que supone
el conocimiento que de ella parece tener una insignificante minoría,
frente a la ignorancia del mayor número? ¿No es esto una triste prueba
de egoísmo, precisamente en los seres quienes deputamos como el
prototipo del altruísmo?
Convengamos en que la objeción parece fuerte a primera vista. La Historia, sin embargo, se encarga tristemente de deshacerla.
Adelantándose a semejantes objeciones Mr. Judje, personalidad
teosófica del mayor relieve en los tiempos de la misma fundación de la
Sociedad y después, consigna en sus Ecos de Oriente: «Han dicho
algunos que si los Adeptos Teosóficos verificasen algunos de sus hechos
maravillosos ante los ojos del mundo actual, brotaría para ellos un
número inmenso de secuaces; mas no sería ciertamente éste su resultado,
sino un dogmatismo y una idolatría peores que cuantas han existido hasta
aquí, determinándose una reacción de naturaleza perversa, imposible de
contrarrestar.»
En efecto, es ley del grado actual de nuestra evolución el que las
tinieblas sigan y complementen a la luz, y el que la moneda falsa
aparezca tan luego como se da al público la legítima, o que la llave se
vea seguida siempre de la ganzúa, cual si la Humanidad, por un instinto
verdaderamente suicida, e influenciado por la perversidad de las
corrientes de la Luz Astral, tantas veces aludida por la Maestra, se
preciase esmeradamente en traer la trampa tras la ley y en obedecer a
esas malas corrientes elementales y elementarias en constante acecho,
como los ladrones del Evangelio, para labrar nuestra ruina.
«Hay además —escribe San Juan a los de Efeso— ciertos hombres
esgañosos y embusteros que, cubriéndose con el santo nombre de Dios,
hacen cosas indignas de tan inefable Nombre. Huid de ellos como de
perros rabiosos, que muerden a traición, siendo casi imposible el curar
de sus mordeduras”.
Nuestra triste edad que se precia en profanar lo más santo, ha
llevado estas cosas al circo y al teatro de prestidigitación, como todos
los lectores habrán visto más de una vez, atraídos por la curiosidad
insana de anuncios que hablan de estas divinas e inefables cosas, como
hablarían de lo más mundano llamándolas en sus prospectos el
originalismo en esencia; la variedad permanente; la moda cotidiana; el
misterio impenetrable; el colmo de la elegancia; el gran chic
teatral; el espectáculo científico por excelencia; la mayor atracción
del siglo, etc., etc., jugándose en ellos conciencias tan sagradas, con
la misma desaprensión y escándalo a como quemarían los libros más
preciosos, o los más gruesos fajos de billetes de Banco, un grupo de
niños de pocos años, cuando no produciendo esas innúmeras perturbaciones
y daños que se derivan de hacer juglería y farsa de la Gran Ciencia que
ellos ignoran siempre, aplicándola a casamientos, odios, amores,
anhelos, deseos ocultos, obstáculos, caprichos y concupiscencias de todo
género, mediante su buen dinero, por supuesto.
Por último, amén de estos pasatiempos de fiestas, más o
menos peligrosos o imbéciles, hay peligros mucho mayores, como son los
que se derivan de la aplicación deliberada y sistemática de los
conocimientos mágicos, no sólo ya al logro de nuestras pasiones animales
y egoístas, sino a fines de la más alta perversidad, como los que
registran los Anales del crimen en todos los países, o los atesorados en
millares de libros necromantes, felizmente desaparecidos de la vista y
alcance de los profanos, pero guardados con la mayor reserva en inmensas
bibliotecas ocultistas, de las que la notabilísima del Vaticano es una
buena muestra por sus riquísimas colecciones de manuscritos mágicos de
toda índole, incluso quizá no pocos de los de los Rosa—Cruces y
Templarios.
Confundiéndole con la palabra magia, contra lo que enseña H. P. B., el Ocultismo es un tema muy cultivado en nuestros días.
«El ocultismo será la ciencia del siglo XXI”—gritaba hace unos veinte
años, en hermoso arranque de entusiasmo, el coronel Rochas, repitiendo
lo antes dicho por la Maestra. Acaso esta afirmación era prematura,
acaso hasta exagerada; de todos modos, demostraba el celo de los que hoy
se suele llamar los precursores.
Copiemos lo que dice en la revista Luz y Unión, Pedro Piobb:
«En aquella época (en 1888), ciertos espíritus un poco paradójicos se
habían atrevido a hojear algunos antiguos tratados medioevales que
nadie leía ya, y se sorprendieron al encontrar en ellos sistemas
metafísicos no sospechados, teorías físicas olvidadas y ciencias pasadas
por alto. En seguida les ocurrió la idea, harto lógica, de extender sus
hallazgos por el público. Hasta entonces, este conjunto de
conocimientos era privilegio de unos pocos. Se sabía que existía un
orden de estudios diferentes del adoptado generalmente, pero se ignoraba
el sentido, y, sobre todo, el fundamento de tales estudios.
Llamábaseles ciencias ocultas, y bajo este nombre se las miraba con
desprecio.
Para los sabios, las ciencias ocultas representaban la superstición.
Preocupábanse aquéllos poco de saber si eran ciertas, o si estarían
conformes con los conocimientos positivos. Considerábanlas por
adelantado, porque eran diferentes de su ciencia. Para el público no
tenían derecho de ciudadanía, no eran clásicas, no estaban consagradas
por los académicos, y constituían el legado de los burdos errores que
ocuparon el cerebro de la antigüedad. Los precursores de 1888 no
pudieron aislarse por completo de este ambiente. Después de abrir los
viejos tomos que dormían bajo el polvo de las bibliotecas; después de
reconocer que en ellos había verdades, creyeron de buena fe haber
descubierto una ciencia muerta, la ciencia oculta, y se titularon
ocultistas.
Además, el mundo sé hallaba entonces dispuesto a acoger lo
maravilloso. El Espiritismo comenzaba a entrar en la fase experimental.
Tras de ser un pasatiempo de salón, preocupaba a sabios como William
Crookes, mientras entusiasmaba a los adeptos. Las doctrinas de Allan
Kardec, de 1857 a 1868, contaban ya con un gran número de prosélitos.
Todos se habían puesto a hacer mover las mesas. Se discutía, se
preguntaba si las mesas se movían realmente. Cuando se hubo adquirido la
certeza, vino la división en el terreno de las hipótesis. Los sabios
permanecieron fríos y circunspectos, como conviene, pero los adeptos se
inflamaron. Hacia 1888, los círculos espiritistas eran verdaderas
iglesias en pequeño, donde el dogma de la supervivencia de los espíritus
en los negocios ordinarios, era de rigor.
Por otra parte, las ideas de la India se infiltraban en Europa. Una
Sociedad poderosa habla reunido, bajo el nombre de teósofos, a cierto
número de personas a quienes no satisfacía la metafísica occidental.
Esta Sociedad extendía la afición al misterio y propagaba el estudio de
los fenómenos psíquicos. Charcot, en fin, había establecido
científicamente el valor del hipnotismo y de la sugestión, acreditando
de este modo, hasta cierto punto, una parte de lo maravilloso entre el
público.
El año 1888, pues, era el momento propicio para rehabilitar las ciencias olvidadas y despreciadas. En esta fecha apareció sis sin Velo.
Pero estas ciencias habían constituido hasta entonces la base de
sociedades secretas. Perseguidos con encarnizamiento por la Iglesia
católica, que excomulgaba sin piedad a cuantos a ella se dedicaban,
despreciadas por los sabios y ridiculizadas por el público, seguían
siendo la tradición del cenáculo cerrado. Cuando los precursores las
descubrieron, fueron para ellos una revelación. Ellas les daban la clave
de todos los ritos de forma masónica, y, a la vez; sumían en
el misticismo a cuantas las estudiaban. Por eso se vió a los primeros
ocultistas agruparse en logias y consejos supremos, y mientras, por una
parte, trataban de vulgarizar sus doctrinas, esforzábanse por otro lado
por conservarlas en secreto, exponiéndolas solamente en la sombra.
El movimiento de 1888 fué eminentemente esotérico, Péladan y
Stanislas de Guaita fundaron en esa época la orden de la Rosa—Cruz, y
Papus restableció la Orden martinista. Pocos fueron los campeones de
aquellos estudios nuevos que a pesar de su valer y su sinceridad, se
libraron del gusto de poner los tres puntos simbólicos a continuación de
su nombre. Resultó de aquí una marcada tendencia hacia la Metafísica.
En cambio, el lado científico y positivista quedó un tanto descuidado.
Con todo, el impulso estaba dado; las investigaciones se agruparon,
y, en fin de cuentas, la opinión del público se modificó. Se empezó a
considerar de otro modo a los ocultistas, y ya no se les despreció sin
más ni más. Entonces se multiplicaron los libros. Reimprimiéronse
algunos antiguos tratados de Alquimia, de Astrología, de Cábala y hasta
de Magia. Los curiosos los leyeron, y ciertos innovadores se
aprovecharon de ellos. Así, poco a poco, abrióse camino la idea de que
la Ciencia no había dicho su última palabra: el Misticismo cedió paso al
Positivismo y el estudio de las ciencias olvidadas entró en una nueva
fase: la del Racionalismo y la experimentación. Los precursores
tuvieron, por lo menos, la gloria de preparar el movimiento actual.
Hoy día, la voz «ocultismo» es ya corriente. El público no sabe a
ciencia cierta lo que significa, pero la emplea sin atribuirle: ningún
mal sentido. Para la mayoría, el ocultismo resume el conjunto de
investigaciones sobre los fenómenos psíquicos. En este sentido emplea la
palabra el doctor Grasset, profesor de la Universidad de Montpellier.
«Es—dice—lo maravilloso precientífico. Así, su obra, muy notable por más de un concepto, no trata más que de lo sobrenatural.
Sabido es que bajo este nombre se comprenden generalmente los hechos
que la Ciencia apenas trata de explicar. Estos hechos son, en su mayor
parte, lo que los espíritas atribuyen a los «espíritus» separados de sus
respectivos cuerpos por la muerte; son las apariciones de fantasmas,
llamadas también materializaciones; las mesas que se mueven y
hablan, etc:. Conviene, sin embargo, aferrarse a la definición que el
mismo doctor Orasset ha dado, sin vacilar acerca de su extensión. «El
Ocultismo—ha dicho—no es el estudio de todo lo que aparece oculto para la Ciencia; es el estudio de los hechos que, no perteneciendo todavía a la Ciencia (me refiero a la ciencia positiva de Augusto Compte), pueden pertenecerle algún día».
Entendido así, el Ocultismo se hace más extenso y abarca, no sólo lo
que aún no pertenece a una ciencia (la Psicología), sino a todas las
ciencias. Si el Ocultismo, según la opinión de Orasset, no se limita al
Psiquismo, tampoco es un resumen de la ciencia de los magos de la
antigüedad, como lo entiende Papus. Para la Ciencia nada puede ser
oculto, nada intangible. Si hay en el campo de los conocimientos humanos
una región inexplorada, la Ciencia tiene el derecho y el deber de
invadirla. Si los hechos que en esa región encuentra no entran en las
categorías conocidas, tiene el derecho y el deber de crear categorías
nuevas. No hay una ciencia, hay muchas. Pero método rigurosa mente
científico no hay más que uno: el Positivismo, pero en su sentido más
amplio y más claro. Lo que no impide que todas las ciencias posean su
parte todavía misteriosa.
En Biología tenemos la herencia, con su complemento el determinismo.
Se han ideado muchas teorías para explicarla; ninguna es satisfactoria.
Se observa, se comprueba; no se explica nada. En Química encontramos la
afinidad. También se ha demostrado; pero, ¿se ha explicado? En Física
tendremos todas las fuerzas: luz, calor, electricidad, hasta la
gravedad.¿Quién ha dado una razón convincente de todas ellas? Porque no
basta decir que la combustión de un cuerpo produce calor y dar como
razón última del calor la combinación con el oxígeno: es necesario
explicar también esta propiedad del oxígeno. No basta decir que existe
la gravedad. El mismo Newton lo ha hecho constar así, a pesar de ser el
autor de la ley de la atracción, la mejor de nuestras leyes.
Si se desea buscar en otras partes, en todas surgirá un algo
desconocido por el estilo. Este algo desconocido es el dominio del
Ocultismo.
Los sabios antiguos, al igual de los modernos, sólo procedían por
hipótesis. En presencia de lo desconocido, trataban de comprenderlo y
emitían una hipótesis. Pero probablemente se preocupaban más que
nosotros de lo que no acertaban a explicar. Eran menos prácticos y más
teóricos. He ahí por qué descubrieron menos que nosotros en el terreno
de la aplicación de las ciencias; pero mostrábanse más acertados en el
orden teórico. Desgraciadamente— o felizmente, desde ciertos puntos de
vista—hemos descuidado sus adquisiciones teóricas, y hasta aquí hemos ve
nido considerando como ensueños sus conocimientos. Desde que se descubrieron los rayos X, sin embargo, ya no nos burlamos del fuego frio de los filósofos medioevales.
El Ocultismo, por consiguiente, debe comprender todos los hechos
cuyas causas escapen al alcance de las ciencias modernas, que las
ciencias antiguas trataron de explicar, y que en su día serán
enteramente descubiertas. Así, según una frase feliz del mismo Dr.
Grasset, «el Ocultismo es la tierra prometida de la Ciencia».
En este sentido es como debemos entenderlo hoy.
Visto de esta manera, el Ocultismo contemporáneo no es una ciencia,
ni aún un conjunto de ciencias. Es una tendencia. No debe, ni puede, por
otra parte, ser otra cosa. Así es que los ocultistas son más numerosos
de lo que generalmente se cree, si bien es verdad que muchos de ellos
jamás soñaron en calificarse de tales. Pero el público no se equivoca
nunca. Para el público, un Moissan que descubre el diamante artificial,
es siempre un alquimista. Se puede, pues, llamar, con razón, ocultista, a
cualquiera que se ocupa en buscar, por medios racionales y positivos,
lo que hasta ahora se había declarado imposible, o en explicar de un
modo lógico y científico lo que se reconocía como inexplicable.
Esta tendencia actual toma cada día proporciones más y más grandes.
Es, por tanto, necesario precisar las diversas ramas en que
se basa. La más estudiada de ellas es, sin duda, la del Psiquismo.
Sabido es cuán gran cantidad de hechos abarca. Camilo Flammarion, en una
serie de artículos publicados en La Revue, ha dado a conocer
cierto número, y de los más sensacionales. Monsieur Emile Boirac, rector
de la Academia de Dijon, ha tratado de clasificarlos en una erudita
obra, que titula, muy acertadamente, La Psicología desconocida.
Entre ellos están, desde luego, los fenómenos de hipnotismo y
sugestión, que la Ciencia admite hoy sin vacilar. Desde los trabajos de
Charco!, de Luys y de Rochas, se ha comprendido el valor de los hechos
de este orden; se sabe que el hombre puede ejercer sobre sus semejantes
una acción mental por medio de su voluntad. Sin embargo, se discute
sobre el modo y causa de esta acción.
Viene en seguida el magnetismo animal. Sábese que éste es una
hipótesis, cuyo renovador, en los tiempos modernos, ha sido Mesmer.
Según ella, el hombre puede emitir una especie de flúido y comunicarlo a
los animales, a las plantas y aún a los minerales. De aquí resultan
varios fenómenos: transmisión del pensamiento, transmisión de las
sensaciones, exteriorización de la sensibilidad, de la motilidad, etc.
Con ayuda de esta hipótesis se quiere explicar el hecho de la sonámbula,
que, dormida o despierta, revela los pensamientos más secretos, los
actos más íntimos de personas presentes que ella no conoce. Con ella
también se quiere entender cómo en sueños, se llega, a veces, a ver un
suceso que ocurrirá mañana. Hay, en fin, los fenómenos de la
mediumnidad, generalmente llamados espiritas. Tal es, por ejemplo, el
transporte a distancia de objetos que nadie toca. Obtiénense dichos
fenómenos, sea sin médium conocido, como en el caso de las casas
encantadas, sea como un médium, como ocurre en las sesiones del
Espiritismo. Tal es también la aparición de fantasmas más o menos
completos que se observa en dichas sesiones espiritas. El campo del
Psiquismo es muy vasto. Muchos sabios no tienen hoy a menos aventurarse
en él, pero la empresa está llena de dificultades. Ante todo, se
discuten los hechos. ¿Son ellos reales, o fingidos? Es decir, ¿el
observador presencia un fenómeno auténtico, o es juguete de una ilusión o
de un farsante? La experimentación es muy difícil. Hay que servirse de
sujetos y de médiums, que, por naturaleza y por oficio, casi diríamos
por afición, se inclinan a engañar a los espectadores. El invierno
pasado, el doctor Gustavo Le Bon creó un premio para el médium, que,
sometiéndose a rigurosas condiciones, moviese un objeto sin tocarlo.
Nadie se presentó a disputar ese premio. Mas lo cierto es ésto: un
médium verdadero (y hay muchos) podría ganarlo; pero, ¿qué médium puede
estar seguro de su poder en un momento fijad o de antemano? La
mediumnidad es una facultad intermitente, y por eso mismo los mejores y
más famosos médiums han sido cogidos haciendo trampas. Cuando su
facultad mediumnimica se interrumpe, recurren a ese expediente. Todos —
los médiums no son farsantes. Hay muchos que no dejan lugar a la menor
sospecha, y esos son los que operan en familia, sin explotar sus
facultades. Pero ésos no podían arriesgarse a ganar el premio Le Bon; la
publicidad que se les hubiera dado les contrariaría. De este número era
el célebre Victoriano Sardou. Algunos prestidigitadores han querido
demostrar que todo fenómeno espirita puede producirse con juegos de
física recreativa; pero ese argumento vale bien poco; Porque pueda
imitarse un fenómeno, no hay que creer que ese fenómeno no obedezca
jamás a otras causas.
Todas estas discusiones han demosirado que la experimentación en el
Psiquismo exige métodos muy rigurosos, y que en este terreno hay muchos
progresos por realizar. Esto no ha detenido a los investigadores. El
Instituto General Psicológico, que cuenta entre sus miembros sabios de
tanta valía como M. d'Arsonval, M. Branty, Mme. Curie, etc., no ha
dejado de hacer experimentos; la Sociedad Universal de Estudios
Psíquicos que dirige el Dr. Joire, no ha en mudecido, y lo mismo ocurre
con la Sociedad Magnética de Francia, la Sociedad Psíquica de Milán, la
de Investigaciones Psíquicas de Londres y demás asociaciones análogas de
Viena, Nueva York, de Melbourne, etc.
Jamás se ha hecho tanto Espiritismo como ahora; pero jamás con menos
espíritu de partido. Hay todavía muchos espiritas, pero ya no debe
considerárseles sino como representantes de una teoría. Ellos pretenden
que todos los hechos mediumnímicos son obra de un agente exterior al
médium, el espíritu o alma de una entidad desaparecida de este mundo.
Los teósofos prefieren creer que ese agente exterior al médium es un
sér del otro mundo, una especie de ángel o demonio, si se quiere. Papus
opinaba próximamente lo mismo.
Los doctores Grasset, Boirac y Richet, y los científicos, por el
contrario, tienden a creer en un agente interior del médium, es decir,
en una facultad personal.
Las hipótesis pueden, aparte la diferencia de nombres, clasificarse
en estas tres categorías. Pero no son éstas las únicas. Si las citásemos
todas, no acabaríamos. ¿Cuál de ellas es la mejor? Hoy por hoy, no se
puede ni se debe elegir. Esperemos. Un porvenir próximo nos reserva,
acaso, un descubrimiento que alumbrará con nuevas luces todo el
Psiquismo, desde la sugestión hipnótica a los fenómenos espíritas.
Junto al Psiquismo hay otras ramas del Ocultismo que intrigan a los
sabios. Una de las primeras es el arte de la profecía. En ésta, la
experimentación es mucho más fácil que en el Psiquismo. Hay profecía
cuando se predice un suceso que nadie puede prever. No se puede, pues,
buscar su explicación en la telepatía, ni en la sugestión, ni en la
reminiscencia consciente o subconsciente, ni en ninguna otra causa
psicológica. Hay dos maneras de profetizar, y la primera de ellas es la
profecía subjetiva. El sujeto describe lo que ve cerrando los ojos, sin
entrar en trance, sin estar dormido. Claro es que muchas de estas
predicciones son falsas; pero basta que alguna vez no lo hayan sido,
para que la Ciencia se detenga a buscar sus causas lógicas y naturales.
Hasta ahora no hay ninguna hipótesis satisfactoria para explicar este
hecho. La mayor parte de las escuelas lo atribuyen a una entidad
exterior al hombre, mientras los psiquistas científicos admiten un
sentido especial en el sujeto, con lo que no van mucho más allá.
En cuanto a la profecía objetiva, es aún más extraordinaria. Por una
parte se basa en la baraja del taro! y en la Geomancia; por otra, en la
Astrologia. En al taro!, si el operador proyecta al acaso algunas cartas
sobre una mesa, su presentación simbólica puede revelar un suceso
futuro. Para interpretarla hay reglas fijas que dejan poco campo a la
imaginación personal. Se trata, pues, de un medio de adivinación
mecánico. Las predicciones así hechas, son, a veces, asombrosas. Aún sin
dirigirse a un brujo profesional, siempre sospechoso de charlatanismo,
el operador, manejando por sí mismo la baraja, queda sorprendido del
resultado. Se ha querido incluir este hecho entre los fenómenos de
mediumnidad; mas es el caso que sin ser médium se puede profetizar con
el tarot.
Lo propio ocurre con la Geomancia, medio de adivinación practicado
por los árabes, y en el que el operador traza al azar, sobre un papel,
cierto número de puntos, cuya disposición se interpreta por regla fija.
Los espiritas, los teósofos y un los psiquistas, ven aquí un nuevo
fenómeno de mediumnidad. Para las personas más positivistas, se trata
simplemente de la casualidad. Pero hoy se tiende a creer que la
casualidad no existe. Esa es una palabra que no explica nada. Así,
pues, la adivinación objetiva ha sido comprobada y analizada; se busca
su razón, y es verosímil que se la descubra.
La Astrología es el medio de saber el pasado, el presente y el
porvenir. Ciencia despreciada desde hace dos siglos, nadie se atreve a
confesar que se preocupa de ella, aunque Kepler, Tycho—Brahe, Newton y
todos los grandes astrónomos fueron astrólogos. Hoy día, después del
Psiquismo, es esta la rama del Ocultismo que con más adeptos cuenta, y
en la que más se ha progresado. Reposa sobre la hipótesis de que la
Naturaleza es siempre semejante a si misma; las mismas causas producen
en ella perpetuamente los mismos efectos, y hay derecho a suponer que un
Universo pequeño, como es el mundo terrestre, tendrá su razón de ser en
un Universo más grande, cual es el sistema solar. En el juego combinado
de las fuerzas cósmicas se encontrará, pues, la razón de la forma de la
Tierra, de la repartición de las especies animales y vegetales, y hasta
de las cualidades de cada individuo. La hipótesis, a priori, no tiene nada de absurda; sólo falta que la práctica lo confirme.
La Astrología ha entrado ya en una fase científica; la Alquimia la sigue de cerca.
Desde el descubrimiento de los rayos X, las ondas hertzianas, la
radioactividad... desde Roentgen, Hertz, Curie, Becquerel y Le Bon, en
fin, puede decirse que la Física se inclina hacia la Alquimia y la
Magia. Nuestras ideas sobre la constitución de la materia se encuentran
considerablemente modificadas; todo un mundo nuevo se abre ante
nosotros, mundo que las teorías de los antiguos filósofos habían ya
dejado entrever. Se empiezan a estudiar seriamente los antiguos tratados
de los sabios medioevales, del período grecolatino, de la India y hasta
de la China.
Resulta, pues, que las Matemáticas, la Astronomía, la Química, la
Biología, hasta la Sociología, ganan con las tendencias ocultistas
contemporáneas. El Ocultismo toca a casi todos los ramos del saber
humano. No es, pues, una ciencia, sino un modo de comprender las
ciencias y de hacerlas progresar. Sólo que el Ocultismo no constituirá
la ciencia contemporánea; será más bien el semillero de donde brotarán
las ciencias nuevas del siglo XX.
Hermosa y documentada es la enumeración anterior de Piobb, pero
confunde, al tenor de lo enseñado por la Maestra, las Ciencias Ocultas o
Magia con el verdadero Ocultismo.
Sí. En la Naturaleza nada se niega al fin al humano esfuerzo; pero
este esfuerzo tiene dos grandes orientaciones, harto lógicas ambas: la
objetiva, o investigadora de cuanto nos rodea, y la subjetiva, o
reformadora directa de nuestro propio sér. Esta última es la aplicación
de nuestras energías todas al mejoramiento moral nuestro y de los demás.
De ella el seráfico San Francisco de Asís, modelo de ocultistas,
constituye un excelente ejemplo.
La tendencia objetiva o investigadora, por el contrario, se adapta
más al natural egoísmo humano, ese que creó la frase de justicia y no
por mi casa., porque es mucho más fácil aprenderse un capítulo de
cualquier ciencia que corregirse del más pequeño vicio, y de aquí viene
el que el conocimiento en la ciencia adquirido sea una temible arma de
dos filos, pues que, si aplicada a fines altruistas puede ser un
prodigioso medio de salvación, combinada con el egoísmo, como hoy
sucede, hace de toda la Humanidad, en lugar de un fin, un medio, un
pedestal para el insensato logro de nuestros malos deseos.. De aquí el
hermoso mito del Génesis acerca del fruto del árbol de la ciencia del
bien y del mal, fruto representativo de estas dos tendencias
contrapuestas de nuestra mente, espejo prodigioso que lo mismo puede
reflejar, puesto hacia arriba, el cielo de nuestro divino Espíritu, que,
puesto hacia abajo, el abismo sin fondo de nuestras pasiones animales,
la Bestia Apocalíptica, que trata de perder a nuestra Alma, impidiéndola
su mística unión con su Supremo Espíritu.
Es cierto que, como dice Eliphas Levy, la Naturaleza va cerrando tras
sí la puerta a cada paso que avanza hacia adelante en su progreso hacia
formas cada vez más perfectas, cual la crisálida convirtiéndose en
mariposa pero no retrocediendo jamás a sus anteriores estados de
crisálida y de larva, y que, por tanto, el progreso de las ciencias
conocidas, camino de las ciencias aún ocultas, va cerrando también tras
sí no pocas puertas al mal y al egoísmo
Pero la triste experiencia de la pasada guerra, sin ir más lejos, nos enseña, con el terrible fracaso de la kultur alemana que puso a la Humanidad al borde del abismo, que, aunque la ciencia sea en sí progreso del conocimiento, no presupone siempre un progreso concomitante de la virtud, y esto que ya hemos visto con las ciencias conocidas, igual puede ocurrir mañana con esotras, cien veces más terribles, que
por conocer nos quedan... ¿Se deberá a ello el clásico sobrenombre de
las ciencias ocultas como ciencias malditas? Si, en efecto, ellas, en un
mañana, no nos hiciesen mejores, cosa muy natural puesto que no exigen condición alguna previa de virtud, podrían acarrearnos guerras aún más funestas, en las que esa magia incipiente
de aeroplanos, submarinos, gases asfixiantes, espionajes maravillosos e
increíbles, alcanzase a aquella otra de que se nos habla en el
Mahabharata, cuando los ejércitos de kurús y pandavas llegaban a
exterminarse instantáneamenle por millares, con procedimientos mágicos
muy análogos a los efectos de la electricidad que tan prodigiosamente
empezamos a dominar ya.
El Ocultismo, o sea la conquista de nuestro Yo Superior o Espiritual
por el esfuerzo propio y no por la protección ajena., presupone, sin
pretenderlo, la adquisición de todo género de poderes mágicos, aunque no
fuese más que por aquel dicho de Voltaire de que «quien es dueño de
sí», es dueño del mundo», o bien por la correlación y simetría que media
entre el macrocosmos que nos cerca y el microcosmos del hombre en si, a
la manera de las conocidas leyes geométricas de las figuras semejantes.
Pero la recíproca, la equivocada recíproca que nos lleva desalados y llenos de defectos hacia el señuelo tentador de las Ciencias Ocultas comprendidas bajo el nombre sintético de Magia, no es cierta, en modo alguno. Por eso, al lado de aquellos Magos Blancos de la Virtud, existirán siempre estotros Magos Negros, conscientes o inconscientes que se preocuparon más de saber ideas, que de mejorarse en sus sentimientos, sepulcros blanqueados evangélicos que quedan así muy brillantes y
embellecidos por fuera con aquéllas y muy llenos de podredumbre por
dentro con éstos. El Conocimiento, la Ciencia en si, no bastará para distinguirlos.
Buen ejemplo de ello se nos ha presentado también con motivo de
los millares de profecías, que, relativas al comienzo, desarrollo y
desenlace de la Oran Guerra, han circulado profusamente por el mundo.
Consagremos una líneas a este asunto, ya que él merecería, por sí, un libro.
«Nabia es el nombre que la Biblia da a la profecía, pero mientras que
los encantadores, adivinos y hasta astrólogos están condenados en los
libros de Moisés, la profecía, la visión sobrenatural o nabia, aparecen como dones especialísimos del cielo. En los tiempos primitivos eran todos llamados Epoptai, profetas, vidente y después nebiran, plural de Neba, el dios de la sabiduría en Babilonia. El cabalista distingue entre el
Vidente o iluminado (Nebiran), y el Mago (Nebi—poel). Aquél es un agente
pasivo y éste un agente activo.
Pitágoras y Platón tenían en alta estima al Manticismo o Profecía, y
Sócrates aconsejaba su estudio. Los Padres de la Iglesia que condenaban
severamente et frenesí mántico, le empleaban para su uso particular,
como se vió en los Montanistas, cuyas orgías recordaban las de las
Bacantes. En lo más recóndito de la mente está escondido el don de
profecía divina: un sacro impulso que surge a borbotones, o sea la inspiración», dijo Cicerón.
Manti era la copa del rito de Soma que despertaba en el hombre al
«divino Dormido», o sea al Ego Supremo del Hombre, que es el propio
«Brahma»; pero, pasada su acción, sólo recordamos de aquella
comunicación inefable lo que nos es permitido recordar. La copa Sukra pertenecía a un rito o graha
inferior. Man ti es, pues, el más divino Ideal del Hombre y su más alta
inspiración estática, de esa que Plotino sólo conoció seis veces en
toda su vida. (Isis sin Velo, t. I, c. I.)
Pues bien, entre las profecías y vaticinios relativos a la Gran
Guerra, que a hombres como J. H. Lavaur, Quintín López, etc., han
merecido sendos libros, las hay de todas clases y colores, según la
diversa índole de los respectivos profetas. Los unos como
Hermano, el santo cisterciense del viejo monasterio de Lehnin hacia el
año 1270, han visto sus profecías, hijas de la epopteia que la
verdadera santidad concede, plenamente confirmadas hasta en sus más
nimios extremos, tales como la desaparición de la raza de los príncipes
de Ascania, señores de la Marca que siglos más tarde sirvió de núcleo al
guerrero reino de Prusia; las dolorosas convulsiones experimentadas por
el Brandeburgo bajo reyes extranjeros; la paz con que este país vió
premiados sus dolores con Federico, el primero de los Hohenzollern; el
despojo sufrido por el rey legítimo Juan, el Alquimista; las guerras y desgracias de Alberto, el Aquiles; las grandezas de Juan, el Cicerón;
la peste fatal «luterana introducida en el reino por Isabel de
Dinamarca, veneno prolongado, en efecto, hasta el undécimo de los reyes
subsiguientes, o sea hasta Federico Gillermo III, en que cesó la
persecución a los católicos; las depredaciones monásticas y libertinas
de Joaquín II; la longevidad de Juan jorge y su muerte bajo el azote de
la peste; el calvinismo de Joaquín Federico y de juan Segismundo; las
devastaciones de daneses, imperiales y suecos bajo Jorge Guillermo; las
grandezas logradas por el Gran Elector Federico Guillermo, fundador de la Monarquía prusiana con la paz de Westfalia; el impuesto de sangre,
cuna del militarismo prusia no con éste y con su sucesor Federico I,
impuesto por el cual el niño era ya soldado ¡desde que nacía!; las
desgracias y dolores infligidos a María Teresa de Austria por Federico
el Grande y la salvación de la vida de éste en el refugio de la Abadía
de Morimond; el iluminismo de Federico Guillermo 11 y sus desaciertos
guerreros; las derrotas prusianas en las guerras napoleónicas y sus
consiguientes tristezas bajo los dos Federicos Guillermos III y IV; y
más que nada, en fin, los asombrosos trances de fortuna que jamás pudo
osar alcanzar», logrados por Guillermo I con sus triunfos militares
sobre Austria en 1866 y sobre Francia en 1870—71, coronándose emperador
de Alemania en la propia Galería de los Espejos, de Versalles, donde,
cuarenta y ocho años más tarde, el 28 de Junio de 1919, ha quedado
deshecho ese mismo Imperio tras su locura de desencadenar en la Tierra
toda la guerra más horrible que han visto los siglos, con arreglo
también a uno de los últimos cien hexámetros de Hermann, el
poeta—vidente, que predijeron para Guillermo II como sucesor de éste,
que «sería el último nombre de esta lista real, después de restaurarse
el derruído monasterio de Lehnin y de cometer Prusia una execrable
maldad que sólo con la muerte se puede expiar», cosas todas puntualmente
acaecidas, como más al pormenor puede verse en el citado libro de J. H.
Lavaur.
Pero hay que ser sinceros amantes de la verdad y decir que, si bien
estas profecías y algunas otras que nos trae el excelente libro de un
amigo nuestro antes citado, bajo el título de El momento presente (Tarrasa, revista Lumen),
han tenido pasmosa confirmación ulterior, otras, en cambio, le han
tenido no más que a medias, y otras, en nada han acertado, salvo en el
detalle fundamental de la derrota alemana, pues se da el caso insólito
de absolutamente ninguna—al menos entre las que conocemos— ha anunciado lo contrario.
Todo ello, sin embargo, viene a confirmar una vez más lo que tantas
veces llevamos dicho, de que, tras la áurea moneda legítima de la
verdadera virtud que da el don de la profecía, viene la también legal de
plata, cobre o níquel, que virtudes menos acrisoladas suponen, y en las
que ya el error toma una parte cada vez mayor, porque, por sus propias
pasiones no vencidas, está más nublado, digámoslo así, el cielo del
vidente. Al lado de esta moneda de profecía viene, además, por
la parte meramente intelectual, el simple vaticinio, que, en su grado de
máximo acierto, llega a los límites de la profecía, y es tan frecuente
en la Historia como en la misma Ciencia moderna, cuando ha predicho
astros y cuerpos simples y compuestos, aun sin conocerlos.
No es de extrañar, pues, esa gradación insensible que en las profecías y vaticinios contenidos en El momento presente,
van, desde las tres típicas citadas y las de Coteret, Solognote, cura
de Arts, Dom Bosco, y León S...., que tanto se les acercan, hasta las de
!(asmas, el modelo james, Tolstoi, el hermano Antonio, etc., en las que
el espíritu de videncia aparece más y más nublado, acercándose a la
esfera de los simples vaticinios intuitivos en los que el error va
ganando terreno a la verdad, como nube intelectual que empaña más y más
el puro cielo del Espíritu, hasta llegar, final mente, así a los juicios
emitidos por los demás mortales, y en los que los aciertos y los
desaciertos recuerdan a los famosos premios de la Lotería, que
tocan cuando bien les place y a la ventura... Todos, en efecto, vemos
más o menos en la Luz Astral con nuestra mente; pero aquélla es una
serpiente engañadora para quien sólo está alumbrado por las pobres
candilejas de las ciencias ocultas o de las ciencias conocidas ; no así
para aquel otro cuyas virtudes heroicas de tal modo han depurado ya su
mente, que puede leer como en un espejo en el pasado y en el futuro,
pues se siente iluminado por el Sol de su divino Espíritu, para quien
nada hay ya escondido.
Esta y no otra es la causa común de la espiritual profecía y del
meramente intelectual vaticinio: Una videncia, a distancia mayor o
menor, de cosas ya formadas en ese mundo de lo astral que precede, rodea y sigue al mundo físico, que de aquél es mera proyectiva dimensional,
porque la visión de Jo futuro es algo así como el cálculo anticipado
que puede hacer un astrónomo de la marcha de un astro, marcha que, si
ahora es fatal o necesaria, antes pudo ser contingente, ínterin
no se reunieron, una por una, todas las causas cósmicas que
contribuyesen a su formación, ni más ni menos que en derecho el delito
no pasa de contingente tentativa, ínterin no se resumen
absolutamente todos cuantos elementos volitivos y exteriores son
precisos para que se consume, o, en fin, para que se frustre si faltan
algunos de estos últimos.
Por eso toda profecía o videncia en lo astral, ni más ni menos que
toda ley física según recientes hipótesis, tiene siempre un punto de
contingencia, un punto ciego hasta el momento antes de
realizarse, momento que, tocado oportunamente por la libertad humana,
puede evitar que se realice. A la manera, además, de las funciones
inversas de dos variables matemáticas (fatalidad y libertad), en el
origen de los tiempos todo fué libre.
El engranaje evolutivo de causas y efectos o de fuerzas y hechos, fué poco a poco creando karma,
es decir, consecuencias fatales ya de acciones que antes fueron libres,
creciente cristalización de hechos que cada vez van restringiendo más a
la pristina libertad, hasta reducirla a cero en el momento en que el
hecho, así dibujado, se realiza. Presupuesto el hecho, en efecto, de que
vivamos para entonces, ¿quién no tiene absoluta libertad de disponer de
un día lejano, y quién no tiene ya más o menos alado por la fatalidad
de sus propias y previas voliciones libres el próximo día?
Esta hipergeometría psíquica, por supuesto, necesitaría mayores
desarrollos que los que puede recibir aquí; pero no dejaremos el
presente esbozo de tan misterioso tema sin consignar que mientras más
nos acercamos al recto conocimiento y cumplimiento de tas leyes de la
Naturaleza, obedeciéndola, nos hacemos más magos y llegamos
así, según el dicho de lord Bacon, a dominar más y más a aquélla. Sin
embargo, según el concepto corriente que tenemos del «libre arbitrio»,
vamos siendo al par cada vez menos libres. O en otros términos: el mejor
conocedor de la Ley Natural— el Wotan del mito wagneriano—, al par que
llega a dominar al Universo mediante su dominio de la Ley—la simbólica
Lanza de los Pactos —, queda esclavizado por la Ley misma, realizándose
la aparente paradoja de que es más libre cuando es menos libre...
¿Quién, ciertamente, se atreverá a dudar de que el hombre culto y bueno
es menos libre en apariencia que el ignorante y el perverso? Las armas
de aquél son menos numerosas—que las de éste; pero, en cambio, tienen
más poder... Algo así como lo que sucede, respecto de los animales, con
la aparente debilidad física de las fuerzas del hombre.
*
No cerraremos estos tan modestos como bien intencionados
comentarios sin someter a la consideración de nuestros lectores unas
cuantas ideas relativas a las instrucciones que hemos visto nos ha dado
la Maestra H. P. B. acerca del Ocultismo Práctico.
En realidad, en tamaño asunto, lo ignoramos todo, por lo que mal
podemos hacer sobre ello un largo ni un corto comentario. Sólo, pues,
nos permitiremos respetuosamente apuntar una idea, acaso desprovista de
todo valor y que, en todo caso, el lector podrá aquilatar mejor que
nosotros.
En efecto, las referidas instrucciones sobre Ocultismo Práctico me
han aterrado siempre—y perdónese el símil—como aterrar pueden al quinto
recién llegado de su aldea los severos preceptos de la Ordenanza donde
todo se pena con la vid a Silencio, soledad; evitación de todo contacto
emotivo por pu ro que se crea; comida frugal, vegetariana, con el propio
cubierto y en et propio plato al que ajena mano jamás tocó;
identificación total en espíritu y alma con los otros candidatos a la
iniciación primera; contemplación de los cinco colores teúrgicos;
corazón sin olas, fantasía y razón amordazadas sin mordaza, y, en una
palabra, la más absoluta asepsia de todo lo terreno en sus planos
físico, etéreo, astral y mental, es el prólogo obligado de la humana
Alquimia, por la que el neófito pierde ya su vieja condición
semi—animal, transformándose en sagrado vaso de la Esencia Divina...»
¿Quién es el occidental que con tales premisas se atreve a pisar
siquiera en el pórtico del Ocultismo? Un tal aislamiento ni a los monjes
de la Tebaida les fué quizás asequible. Según están las cosas en Europa
casi habría que renunciar al Ocultismo, a pesar de que sin él caminamos
a una ruina segura, inundados por el cieno del materialismo científico,
que ha acabado con la escasa espiritualidad que las religiones
conservaran.
Sin embargo, más de una vez me he dicho a mí mismo:
Aterradora me pareció de niño la escuela de la que triunfante luego
salí; aterrador el texto de Faculta d, vencido en breve examen
inconsciente y emotivo; aterradora la iniciación en los misterios del
amor; aterradoras las gravísimas enfermedades padecidas; aterrador,
verdaderamente tremebundo, en fin, es siempre todo lo desconocido;
sensación astral contra la que debe el hombre prevenirse.
Pero existe acaso un medio de ser héroe sin heroísmo alguno: el de
ser niño, eternamente niño, y no ver, por tanto, en el peligro.
El niño, ese recién venido de las playas celestes como intuyese
Víctor Hugo, antes de caer en la generación, penetra en el mundo astral
desde arriba, desde planos de vibraciones superiores para los que lo
astral tiene la misma bajeza y materialidad que para nosotros lo físico.
Vencer al astral desde arriba es fácil, naturalísimo, por leyes de
inercia cósmica; vencerle desde abajo, contra corriente, es casi
imposible, so pena de un titanismo volitivo cual el que, en efecto,
exigen aquellas prácticas de Ocultismo... Seamos siempre niños y llegará
un día en que, duchos en ciencia verdad— la ciencia del color, de la
música, de la geometría y del número; la ciencia no escrita, del
sentimiento; la doctrina del corazón, no la del ojo—, nos sentiremos
ocultistas, porque la tremenda iniciación se habrá operado para nosotros
en pasmosa inconsciencia, quizás en una crisis de dolor, en un fugaz
instante de celeste y estática ternura, en una dura pesadilla, en una
grave enfermedad o bajo el aura benéfica, manto de una obra altísima,
ora en el hecho, ora en el mero motivo que la determine.
Admirable es la pubertad física, y, sin embargo, nos suele sorprender
en ensueño dulcísimo. No será de extrañar, pues, que esas otras
superiores pubertades, psíquica y espiritual, nos sorprendan lo mismo,
allí donde menos debe de obrar por saltos la Naturaleza.
Karma es acción e inercia; ley, historia y destino. A Karma no se le
explica con palabras. Nadie que no sea al par matemático, músico, pintor
y poeta puede concebirle. Karma es vibración afinada con el cósmico
ideal, o desafinada, por exceso o por defecto. Karma es ley lógica que
sólo al Legos encarnado encadena, pero Karma jamás ligó al Sat, al
Impronunciable, a la Seidad, ni a la Esencia Suprema del Espíritu Humano
que es de la Seidad o del No ser, una Inefable Llama o Chispa.
Al sér le es necesario el obrar, y obrar es al par limitación:
vibración de un grado o de otro. Karma se engendra, pues, con la
Existencia. Hijo del pasado y padre del porvenir, es con natural a las
nociones de Tiempo, de Vibración, de Evolución y cualesquiera otras,
ligadas con el supremo concepto material de la Existencia. Pero para el
Espíritu, la Unicidad Absoluta jamás ha existido¡hasta para informar Él a
Jo Existente, precisa pasar de la Mónada No— Kármica a la Kármica Dúada
Demiúrgica, que — siempre el Karma ha simbolizado desafinación,
inadaptación momentánea o transitoria del Supremo Ideal—Sin idea, Matriz
de donde surgen los sucesivos universos, y la grosera, falsa e inerte
realidad de la existencia transitoria que denominamos Cosmos en su
conjunto.
En el hombre hay un septenario, o un cuaternario si se quiere, o más
pro piamente, ha blando de Karma, una Dúada—Microcósmica¡ pero allá en
su interno Santuario luce una Luz, un supremo y sintético Color, un
Punto y Círculo infinitos, una Nota única y sintética de las cósmicas
Sinfonías pretéritas y futuras; un Cero—Todo de la Numeración sin ideas
ni números; y esa realidad Única, informan do a distancia a un mundo
ilusorio por transitorio, sin mezclarse jamás con él, no puede, no,
conocer el Karma, porque es la propia Ley, eternamente afinada,
tonalizada, adaptada, regulada, identificada consigo misma.
Y aquí el punto esencial de nuestra invesligación. Si después de bien
envueltos en el cieno humano, con todo pecado y todo vicio por
historia, la Voz del Silencio, esa que el niño oyó antes de caer en la
astralidad y aun en la Mente—Materia, se logra oír una vez y otras mil
en su Insonoro-Sonido, el Amor, triple esencia de Ciencia, Sentimiento y
Voliciones transcendidas, puede redimirnos con su virtualidad superior a
todos los planos de la limitación y de la existencia, en los que Karma
se generó como Dúada. No es esto decir que la Ley Condicionada y
Condicionadora no se cumplirá: es que se cumplir á con vertiginosa
rapidez y sin que lo advirtamos, porque nuestra conciencia se hallará
entonces en los supremos deliquios de la Mística, no ocupada en
pequeñeces como la Marta del Evangelio, sino tomando la mejor parte, la
parte que es igual al Todo en contra del clásico axioma, y como María.
El gran fenómeno alquímico se operará entonces con la natural normalidad
inconsciente de todas las funciones de la Naturaleza, no con la
dolorosa iniciación consciente propia de todas las patologías.
De la Seidad Suprema sólo sabemos con Platón y Blavatsky que es Bien,
que es Amor Absoluto y que es Voluntad, no Karma, con el filósofo de
Parerga. La Esencia Divina e inexistente de las Mónadas del Cosmos
inexistente en el sentido de ser inexistente siempre lo Inefable, a más
de no sujetarse a Karma, tiene un canal, un hilo de enlace misterioso
con la misma Mónada caída en la generación, o Dúada: el místico lazo del
Amor, desde la ciega atracción gravífica o química y la inconsciencia
de la planta, hasta lo que en el animal y en el hombre se conoce por
instinto sexual, sabia envoltura o pérula de la mística flor de los
amores transcendidos, despertadora, como yo me sé bien, hasta de los
espíritus elementarios de soles y de planetas, quienes, para
evolucionar, esperan a que el hombre evolucione en Humanidad por las
doctrinas ocultistas.
Amemos siempre, pues, con la mayor idealidad posible. Karma entre
tanto realizará su obra, silencioso y sin teratologías que son un
tremendo peligro para los de la doctrina del ojo: los mentalistas...
Hasta aquí la idea que sobre el particular expusimos también en cierta revista.
Pero, tratándose de problema tan obscuro y opinable, no seríamos
justos si a dicha idea no agregásemos la opinión que diera en la misma
revista un distinguido teósofo, diciendo:
«O Mucho se equivocaba H. P. B. al escribir aquellas instrucciones
para sus alumnos y cuantos le pedían consejo para su estudio, lo que no
es mi opinión en este caso, o las tales reglas son imprescindibles.
«Ciertamente, el Amor (filia, no Eros) y la Voluntad (Bulia), esta
última, si es firme, son importantes factores para el estudio de la Sabiduría Divina
(lo mismo que para la Magia Negra); pero estos factores juegan aquí, el
Amor como el principal objetivo, y la Voluntad, como aquella fuerza,
dinamicidad y constancia precisas para vencer los mil y mil obstáculos
que se oponen al cumplimiento de dichos preceptos; obstáculos que nos
hemos creado nosotros mismos con nuestra conducta en anteriores vidas.
Para esto precisa la voluntad; para vencer, para aplazar el Karma
(Némesis), la Ley inexorable que como producto de nuestras obras, nos
rodeó de dificultades para el cumplimiento de la ordenanza del Chelado;
ordenanza que obedece a leyes más importantes que las tan cacareadas de
la ciencia. física.
«Si fuera posible prescindir de estas reglas impuestas al Chela para
observarlas sin violencia alguna, como el que se mueve en un medio
fácil, no se cumplirían por el discípulo, pues no son un capricho vano
del Maestro, quien siempre trata de facilitar la obra del Chela en tanto
que las leyes naturales se lo permitan. Va lo dice H. P. Blavatsky en
el citado trabajo
«¡Cuán contrario no es todo esto a las nociones occidentales de
afección y de buenos sentimientos! ¡Cuán frío y adusto no parece! Es un
exceso de egoísmo, dirán las gentes, el abstenerse de causar placer a
los demás por no perjudicarse en el desenvolvimiento de uno mismo. Está
bien: que todos cuantos piensan así difieran para otra vida la tentativa
ardiente y real de entrar en el Sendero.«
«Es el Karma, repito, que pesa sobre el neófito creándole esas
dificultades, haciéndole ver montañas, donde sólo se oponen a su paso
granos de arena.
«Que este sistema es el único que se debe y puede seguir, es cosa
sabida por todos los estudiantes de ocultismo, sean o no impacientes,
pertenezcan a esta u otra escuela, y así lo afirma la misma H. P. B. en
la Clave de la Teosofía, pág. 19, diciendo:
«Cuando nos prueben nuestros adversarios que algún estudiante
solitario del Ocultismo, a través de las edades, se ha convertido en un
Santo Adepto como Ammonius Saccas, en un Plotino o en un Teurgista, como
Jámblico; o bien, ha llevado a cabo hechos como los que se atribuyen a
Saint Germain sin maestro alguno para dirigirle, y todo ello sin ser un
médium, un iluso o un charlatán; entonces confesaremos nuestro error.
«Pero hasta que no llegue ese caso, prefieren los teosofistas
atenerse a la ley natural probada y conocida de la Ciencia Sagrada
tradicional.»
«La afirmación categórica y terminante contenida en este párrafo no
puede ser desdeñada. Todo progreso en el dominio de lo Oculto es
imposible: a) Sin un Maestro que nos guíe. b) Sin
someterse a cumplir las reglas necesarias. No se puede ser héroe sin
heroísmo alguno, no basta decir: debo y quiero ser ocultista, si no se
ponen los medios necesarios. Para esto es imprescindible la Voluntad,
para penetrarse bien de que es un deber que uno tiene, y para querer de
veras cumplir, pues no basta decir «quiero», si luego nada se hace.
«Aquellos limitados y pasajeros poderes producto de un estado
patológico especial, son deficientes y anormales, y así los considera H.
P. B., cuando en el citado párrafo hace referencia a los médiums, etc.,
no conceptuándolos como adeptos de la ciencia oculta. Estos vislumbres
del anormal, más producen perturbación que progreso; son visitas al
plano inmediato al físico, sin el conocimiento y la purificación
necesarias.
«Ciertamente, el niño, cuando reencarna, regresa de esas playas
celestes; pero antes de llegar al plano físico ha tenido que atravesar
por otras tierras groseras, y por si esto no fuera suficiente, su
aprendizaje en este plano, para poder manejar su nuevo cuerpo, le
sumerge en un Leteo; causa principal por la cual no recuerda nada de
cuanto se refiere a su estado prenatal y a sus anteriores vidas. El
vehículo es pu ro, pero inepto, y cuando ya hombre, su deseo le induce a
valerse de él para el conocimiento de otros planos, entonces ese
vehículo es impuro, y por eso se le recomienda que sea como el niño,
recordando su pureza, no su ignorancia.
«Dice H. P. B. también:
«Los poderes y fuerzas de la naturaleza, pueden ser empleados Jo
mismo por el egoísta y el vengativo que por el altruista que perdona
todo; pero los poderes y fuerzas del espíritu sólo se entregan por sí
mismos al de corazón perfectamente puro, y esto es la MAGIA DIVINA.»
«Esto quiere decir que, no basta con el cumplimiento ciego de una
disciplina, en tanto que el corazón no esté preparado y limpio, pues así
sólo se consiguen esos poderes que sólo sirven para deslumbrar a los
espíritus infantiles y que tanto perjudican a su poseedor induciéndole a
emplearlos en provecho propio con miras exclusivamente egoístas. Esta
serla la Doctrina del ojo; pero aquella que constantemente aconseja H.
P. B., sólo puede ser la Doctrina del corazón; por eso siempre señaló
los peligros del Hata Yoga y aconsejó las prácticas del Raja Yoga.
«Todo hombre bueno puede ser, y es de hecho, un teosofista; pero para
ser un verdadero ocultista se necesita ser bueno y sabio; y la
sabidurla sólo se alcanza por medio de un Maestro y cumpliendo
estrictamente una disciplina. De oiro modo, ¿qué papel harían nuestros
her manos mayores si fueran inútiles sus sacrificios y anhelos para
enseñarnos a andar? ¿No es su amor el que les guía para ayudarnos en el
difícil camino de la evolución? Pues todo esto resultarla inútil si
fuera fácil emprender el Sendero aislados, sin compañeros, sin guía para
vencer sus muchas dificultades.»
¿Tendrá razón nuestro digno consocio teosófico?
No lo sé; pero jamás podrá borrarse de mi mente aquel aforismo de
Proclo, consignado por la Maestra a la entrada del capítulo X, libro I,
de Isis sin Velo, y que, con arreglo a la Disciplina Hermética de «los que marchan solos en la vida», dice:
Las almas grandes se inician por sí mismas. Estas almas se salvan, según enseña el Oráculo de Delfos...