Comentario III
Comentario III
Elogio de la vida bohemia.— ¡El eterno peregrino!— Gitanos
ipsum.»—¡Sacerdote, Altar y Víctima!
De pasada, hace la Maestra un cumplido elogio de la vida bohemia y
errante que durante tantos años llevó por los desiertos y lejanías del
mundo, tanto en Asia y Africa, como por las soledades americanas,
visitando los Centros Ocultos que existen esparcidos por regiones poco o
nada accesibles a la insana curiosidad europea.
¿Quién, en efecto, a la vista de los pesados carromatos de los gitanos, no ha sentido alguna vez seducción parecida? Esas casas que andan, libres de toda traba real y legal, y que, a modo de barcos terrestres,
recorren todos los países sin pertenecer de hecho a ninguno, son, en
verdad un símbolo de algo muy grande encerrado en el mito de E judío errante, «El Eterno peregrino.»
Porque no sólo es nuestra vida entera una larga peregrinación física y
moral por la superficie de la Tierra, sino que nuestra alma misma es
«un astro errante», un «cometa misterioso», «un peregrino efímero», como
demostraremos algún día, peregrino análogo al de los cometas que de
tiempo en tiempo aparecen en el cielo.
Quienes ataron a un pesado cuerpo de carne egoísta y perecedera, un
alma que tiene alas y anhela con ellas siempre volar, bien supieron lo
que hacían para que no gozáramos ni un día de paz en este planeta, sobre
el que, según la Biblia, somos meros huéspedes transitorios y hasta
molestos, que, como el caracol y la tortuga, nos vemos condenados a
llevar doquiera la roca inerte de nuestro grosero cuerpo queriéndonos
siempre impedirnos, como a Sísifo y Prometeo, todo movimiento
libertador.
Por fortuna, nuestra Mente, que es capaz de abarcar el Universo, nos
permite inventar máquinas con las que corremos, volamos, nos sumergimos
en el fondo del mar, o cruzamos raudos su movible superficie, y lo que
vale más, con la ciencia por la mente adquirida, caminamos hacia nuestra
glorificación futura para que algún día lleguemos a ser de hecho los
señores del planeta, al enseñorearnos de nosotros mismos con el dominio
de nuestras pasiones y carnales instintos egoístas, como por la
imaginación creadora, madre de toda ciencia, nos emancipamos de nuestras
actuales limitaciones físicas.
Gitanos morales somos, pues, todos los rebeldes, como gitanos.
físicos han sido en todas épocas aquellos descendientes del pueblo
tibetano—tártaro que en cierto día remoto de la Historia salieron del
recinto sagrado que es la efectiva capital del mundo, por los desfiladeros occidentales de la tibetana región que aún conserva el típico nombre de «Puerta de la Dzungaria» o de los zíngaros.
De aquí nuestra constante agitación mental, que no nos permite las más
de las veces fijeza alguna en las ideas y en los sentimientos y, lo que
es peor, en las rectas voliciones que exigen una verdaderamente honrada
conduela. Gitanos somos también, en lo de falsear la verdad, siempre que
ella choque de frente con. nuestros egoísmos. Por eso, en los campos
ideológicos, como en los materiales, resuena siempre en nuestros oídos
el ¡Anda, anda y anda! de la maldición que la tradición piadosa cuenta
que recibió aquel perverso judío que se atrevió a burlarse de Jesús
acuestas con su cruz—hasta que, como en la leyenda análoga del Holandés
Errante que sirviera a Wagner de tema para su Buque Fantasma,—hallemos
una Senta que se atreva a amarnos, es decir un Guía, un Protector—
nuestro Yo Superior—que, permitiendo de nuestro karma, nos lleve a la
retirada vida de la Verdad, que es descanso y Paz en el inacabable
caminar por el Sendero de la Existencia..
El perro de la Maestra, como el hombre que se lanza a volar sin alas,
cayó, pues, víctima de las malas compañías de sus vagabundos
congéneres, como cayera Psiquis—otro mito avasallador— bajo las pérfidas
seducciones de sus perversas hermanas. La manera de encontrar el
cadáver del animalejo es de perfecta Magia, por referirse al círculo
mágico del que tanto nos habla Eliphas Levy, y a la consabida luna mágica de la que aquélla nos dará después otro precioso relato.
Este último particular es muy sugestivo.
Vemos, en efecto, en la narración de referencia, a una tropa de derviches aulladores,
a un verdadero centro de baja magia de los siempre extraños suburbios
de Constantinopla, recibir a los visitantes europeos que a ellos llegan,
presa de la más insana curiosidad. Ansiosos éstos de lograr el fin sin
reparar en los medios—que es una de las tristes características de
nuestra pseudooculta idiosincrasia— van a preguntar por la suerte de un
perro, sin importarles un bledo el que, para conseguirlo, emplee el
derviche mayor el procedimiento de más funesta magia: el de la hipnosis
de una pobre mujer, que ya no tiene de tal sino la apariencia, y dado
que en lo malo como en lo bueno, Europa quede siempre por lo bajo de
Oriente; el hipócrita derviche no emplea con su médium los relativamente
piadosos procedimientos de necromancia hipnótica, sino que poniendo a
aquélla bonitamente cabeza abajo y recitando un mantra de hechicería
tántrica, que parece un rezo litúrgico, la hace girar como una peonza
para sumirla en catalepsia, y aun en esos estados ulteriores de hipnosis
y —de desdoblamiento, que muy al pormenor relata el para nosotros
tristemente célebre Alberto de Rochas, en su Exteriorización de la motilidad.
La escena que nos relata la Maestra recorre, efectivamente, grado por
grado los doce o más estados sucesivos de hipnotización con sus
correspondientes letargias que aquél puntualiza: el de credulidad, el de
catalepsia, el de sonambulismo, el de relación, el de simpatía al
contacto, el de lucidez, el de simpatía a distancia, y aquellos, en fin,
en los que excesivamente el cuerpo de la médium se desdobla en el
fantasma azul de la derecha y el fantasma rojo de la izquierda,
que luego se juntan en uno solo de violáceo y cárdeno color astral,
para emprender ya de hecho esa laboriosa tarea que el vulgo médico llama
agonía, y que no son sino los pródromos de la definitiva ruptura del
cuerpo astral y del físico, que es en lo que consiste la muerte.
Se nos observará que la Maestra no nos da tantos detalles en el
relato en cuestión. Es cierto, responderemos; pero no lo es menos que
con lo que nos refiere, dice bastante al buen entendedor, que ya sabe a
qué atenerse respecto de los horrores de la hipnosis, verdadera
prostitución psíquica de lo más sagrado que tiene el hombre, a saber: su
voluntad, su libertad ¡y su dignidad! Dada la grandeza ocultista de H.
P. B., la imaginad a aventura constantinopolitana no es sino un relato bajo velo de lo que años más tarde y sin él llegó en mala hora a realizar el ruso Bodisco, hipnotizador que, en Le Rebus, de San Petersburgo, llegó a decirnos lo que que sigue: «Hace unos cinco años que me dedico a la psicología experimental y
quiero ofrecer el resultado de mis investigaciones. Los experimentos han
sido efectuados en presencia de personas doctas y que tenían recíproca y
absoluta confianza unas en otras. Todo fraude, además, resulta
imposible, teniendo en cuenta que la observación duró dos horas en una
habitación perfectamente clara, aunque sólo estuvo iluminada por el
cuerpo astral, cuerpo que, no sólo no ha sido estudiado todavía, sino
que ni aun es sospechado por la ciencia experimental. En mi libro Traits
de lumières, hablo de este cuerpo, que constituye la materia esencial
de la naturaleza, y establece el enlace entre el mundo visible y el mundo invisible.
Obtener dicho cuerpo y examinarlo directa mente, era mi deseo más
intenso, porque estoy convencido de que el conocimiento de las leyes que
le rigen producirá una inmensa revolución moral en la vida de los
pueblos.
»El 5 de Agosto de 1892, estando en Isarokoié—Sélé (próximo a San
Petersburgo) cinco personas se reunieron en una estancia a obscuras. Dos
de ellas cayeron en trance profundo, sólo por medio de una simple
imposición de manos, sin que hubiera necesidad de recurrir a pases
magnéticos. Algunos minutos después distinguíamos una mancha luminosa
que iba haciéndose cada vez más brillante y que envolvía la mano derecha
de uno de los durmientes. A través de esta substancia, que guardaba
mucha analogía con un montoncito de nieve recién caído del cielo, y cuya
blancura era algo cárdena o azulada, se distinguía claramente la mano
del individuo y ella parecía salir como de la palma de dicha mano,
produciendo un fulgor suficiente para iluminar los objetos próximos. La
mano en cuestión, deslizándose sobre la mesa, se aproximó al lápiz, que
también quedó envuelto en tamaña luminosidad, y pronto, separándose la
mano del lápiz, éste comenzó a escribir matemáticamente. De pronto el
individuo dijo, sin salir de su estado de trance: «Este es el cuerpo
astral. Habéis sido testigos de su fuerza atractiva. Dicha materia acabó
por abandonar el lápiz, que retenía, y por aumentar considerablemente
de volumen.
»Entonces el médium separó una pequeña porción de aquel esponjoso e
imponderable flúido, haciendo con él una especie de pelota que me p uso
en la mano derecha, mientras que depositó en mi izquierda un cuerpo duro
y pesado de blanquísima fulguración, al cual le habíamos visto formarse
allí mismo. El durmiente me dijo entonces: «En tu diestra tienes
ha sido formado. La porción que retienes, en efecto, está
inseparablemente unida a la que yo guardo en mí, sin que tú te des
cuenta de ello, antes bien, la crees separada.»
«Proseguí sosteniendo y observando aquel cuerpo con atención
incesante, cuando súbitamente sentí un gran calor que se desprendía de
la piedra, al paso que ésta cambiaba su intensa luminosidad por una
opacidad lechosa. Entonces el médium recogió ambas cosas de mis manos, y
mi cabeza y cara sintieron un suave contacto con aquella esponjosa
materia, cual el roce de un suavísimo cendal. Acto seguido aquél reunió y
amasó dichas substancias con sus manos, refundiéndolas en una masa
semejante al mercurio: puso en ellas la piedra y presentóme el conjunto,
que examiné atentamente durante cinco o más minutos. Palpéle,
levantéle, maravilléme de la transparencia y fin ura de semejante tejido
y pude presenciar, en fin, la progresiva disminución de su luz hasta
que desapareció. Encendí seguidamente una bujía y me cercioré de que los
dos individuos continuaban en estado de pleno trance, del cual no
salieron mientras no recibieron gran número de pases. La sesión había
durado más de una hora.
»Después de tomar el té, y como quiera que nos quedaba tiempo,
propuse la repetición de semejantes experiencias de tan supremo interés.
Volvimos en torno de la mesa, y al cabo de dos minutos uno de los
individuos caia en estado de trance profundo. Se levantó; fué a
sentarse detrás de la cortina y nos rogó que encendiésemos una lámpara
de magnesio. El súbito resplandor de la lámpara nos hizo cerrar los
ojos. Cuando los abrimos notamos que el sujeto estaba echado en. un
sillón y recubierto hasta la cintura de ese maravilloso y luminosísimo
tejido que esparcía en la estancia una como claridad de luna del más
bello efecto y que hacía visibles todos los objetos. El individuo, sin
salir del estado de trance, se levantó del sillón y recogió lentamente
el prodigioso velo por encima de su cabeza; se apróximó a la mesa y,
volteando la luminosa substancia, nos envolvió a todos nosotros en sus
fluídicos pliegues...
»Bastantes años antes, en 1875, Ernesto de Bosc, Gladstanes, Leyme
rie y otros presenciaron hechos análogos producidos por el médium
William, en París en casa de Vay. Bosc ha publicado una descripción de
ello en el Moniteur Spirite et Magnelique, de la que entresacamos lo siguiente:
«Puedo garantizar la exactitud de lo ocurrido... Una vez que
separamos la cortina tras la que permanecía en trance el médium, éste
sólo aparecía iluminado por su propio astral, es decir, por cierta clase
de gruesa lente iluminadora que Jhon King—la aparición— mantenía y
paseaba desde su cara a la cara del médium, quien yacía dormido sobre el
sofá, sudando copiosamente. Este intenso resplandor me ha permitido
reconocer lo que yo me figuro que es el alma humana, considerada como
forma semimaterial, o, por lo menos, el alma materializada
momentáneamente.
»Lleguéme entonces a Jhon King, rogándole me permitiese tomar en mis
manos aquella especie de lamparita; pero éste, lleno de desconfianza, no
me entregó el astral de su médium hasta que su confidente, monsieur
Gladstane, le aseveró que podía confiarme sin temor a imprudencias tan
precioso depósito. Tranquilo así ya Jhon King, puso en mis manos la lamparita
en cuestión, a cuyo contacto la palma de mi mano experimentó una
sensación de calor, aunque otras personas en casos análogos han
experimentado! Al raspar ligeramente con la uña aquella masa o lamparita
sentí la dureza como de un cuerpo de resistencia semejante al cuerno.
Ella, además, resultaba de un color verde pálido muy brillante, de forma
lenticular, de seis u ocho centímetros de diámetro por cuatro de
espesor. Obedeciendo a mi mero mandato mental, dicho objeto se elevó por
encima de mi mano, y disolviéndose momentáneamente en el aire se volvió
a reconstituir al punto, saliendo por el ángulo izquierdo de la
estancia y reapareciendo por el derecho, es decir, real izando todo
cuanto pensé silenciosamente sin pronunciar palabra. Consignaré, además,
que Jhon King tenia razón sobrada para no fiarse de personas poco
experimentadas, quienes, con la menor imprudencia, podrían causar hasta
la muerte del medium, razón por la cual es necesario abstenerse de
entrar en esta categoría de experimentos y de manifestaciones físicas,
si no toman parte en ellos ocultistas que conozcan su ciencia a fondo.»
No seguiremos a Bosc (La Psicologie devant la Science et les Savants)
ni a Durville (Le Fantôme des Vivants) en sus pruebas experimentales
con el cuerpo astral, o más bien con el cuerpo etéreo del hipnotizado.
En tales experiencias hay de todo: desde la actuación del fantasma sobre
pantallas de sulfuro de calcio a las que hace luminosas, hasta el
contacto y sensación de frío producida por su actuación sobre los vivos,
el frío astral tan característico de las emociones intensas que pueden
llegar a matar al sujeto, según los mil casos que registra la Historia.
Pero no podemos abandonar este terreno tan sugestivo sin hacer notar
Ciertas coincidencias, propias del año 1875 e inmediatos, en los que
estas experiencias parecieron exacerbarse en todo el mundo, concordando
con la fundación de la Sociedad Teosófica en Nueva York.
Acabamos de ver, efectivamente, que Bosc da el nombre de Jhon King al
espectro formado al caer en trance su citado médium William, y es lo
curioso que igual nombre se daba a sí propio el presunto espíritu, que, según la Historia auténtica de la Sociedad Teosófica,
diera al coronel Olcott sus primeros mensaje: espiritistas, cuando,
como él mismo dice en esta obra, comenzó H. P. B. a proporcionarle las
primeras enseñanzas del Ocultismo Oriental mediante curiosísimos
fenómenos espiritistas, cuyos mensajes firmaba el propio Jhon King
tantas veces nombrado por aquellos otros experimentadores. Sabido es,
como dice también Olcott, que semejante individuo fué en vida un famoso
corsario, que, después de hartarse de hundir piráticarnente a docenas de
barcos españoles, recibió un titulo nobiliario del rey de Inglaterra.
Para Olcott, en un principio, como para los demás experimentadores
citados, el tal Jhon King de las manifestaciones era un ente real, pero,
poco a poco, fué confesando su verdadera índole. «Primero— dice
aquél—se me presentaba corno el espíritu del célebre corsario; luego
corno un «elemental farsear» manejado por H. P. B., y, en fin, como un instrumento de los Maestros del Himalaya. Los nombres mismos de Jhon King —«el rey juan»—y de Katie King— «el rey Katie»—no son sino una prueba de la eterna vanidad de esos seres elementales de lo astral, que, en unión de los espíritus
de los suicidas y de otras entidades del mismo jaez, son los ordinarios
visitantes de sesiones de su índole en las que nuestra infatuada e
impenitente ciencia pretende escalar las cumbres del Misterio
de las Edades, prescindiendo de la previa virtud que es indispensable, y
de la práctica de Raja—Yoga en la que el neófito es a la vez Sacerdote, Altar y Víctima propiciatoria.
Para terminar, notar en los que los panoramas sucesivos de la
narración de referencia, son a la manera de otros tantos «cuadros
mágicos» en los que, gracias a la Luz Astral patentizada por la hipnosis
profunda, como acabamos de ver, los asistentes a la operación del
derviche resultaban dotados temporal mente de la facultad llamada de la doble vista o de la visión astral a distancia,
visión, merced a la cual, una de las asistentas pudo ver el Jugar donde
yacía exánime el pobre perro y la otra a su novio viajando por mar, a
su anciano padre leyendo en su biblioteca, a su acompañante de la
víspera cayendo por la escalera y al cartero trayendo al hotel la
siempre ansiada correspondencia, etc.
Ella, por su conexión con los cuadros que la imaginación nos traza,
nos lleva por la mano al siguiente epígrafe, uno de tantos como pueden
entresacarse de las incomparables obras de la Maestra.