Capítulo 20
ASTUCIA CLERICAL
Tenemos, pues, que de la filosofía pagana derivó el dogma fundamental del cristianismo; pero cuando abolidos los antiguos Misterios quisieron los teurgos de la tercera escuela neoplatónica conciliar las doctrinas de Platón y las de Aristóteles con añadidura de la cábala oriental, los cristianos se convirtieron de rivales en perseguidores. Porque en cuanto las místicas alegorías de Platón se hubiesen puesto a pública controversia bajo la dialéctica propia de los griegos, quedara seguramente desbaratada la sutil trama del dogma cristiano de la Trinidad, con notorio quebranto de los prestigios divinos. La escuela ecléctica substituyó el método inductivo al deductivo, y esto precisamente fue su mortaja, pues la nueva religión del misterio, odiaba sobre todo los razonamientos lógicos que amenazaban descorrer el velo de la Trinidad y revelar a las gentes la doctrina de las emanaciones. No era posible consentirlo, y no se consintió. La historia refiere los cristianos medios de que para ello se valieron los Padres de la Iglesia al ver que la doctrina de las emanaciones, aceptada por las escuelas cabalística, neoplatónica y oriental, amenazaba destruir la unidad del sistema filosófico cristiano. En aquellos días de lucha contra la agonizante escuela neoplatónica, surgió el jesuítico espíritu de astucia clerical, que siglos después indujo a Parkhurst a suprimir en su Léxicon hebreo el verdadero significado de las primeras palabras del Génesis. Los Padres de la Iglesia resolvieron adulterar el sentido de las palabras daimon (66), rait y asdt (67), por temor de que en cuanto las gentes llegasen a comprender su verdadero significado se derrumbara el misterio de la Trinidad, arrastrando en su caída a la nueva religión y arrinconándola junto a los antiguos Misterios. Tal es el motivo de que la teología cristiana haya mirado siempre con malos ojos a los dialécticos, sin excepción del mismo Aristóteles, el filósofo observador que siglos después se atrajo también la aversión de Lutero, no obstante haber este reformista reducido los dogmas a su más sencilla expresión (68). Por supuesto, que el clero cristiano jamás podrá aceptar una doctrina basada en razonamientos rigurosamente lógicos, y es incalculable el número de clérigos que por esta razón dieron de mano a la teología, pues no se les toleraba objeción alguna, y de aquí las abjuraciones que precipitaban a algunos en la sima del ateísmo.
De la propia suerte fueron condenadas las enseñ-anzas órficas que consideraban el éter como el principal medianero entre Dios y la materia objetivada, pues el éter órfico se parecía demasiado al arqueo o anima mundi, que a su vez denotaba mucha semejanza con las emanaciones, ya que Sephira o Luz divina fue la primera emanación. ¿Y cuándo más temible que entonces la divina Luz?
Orígenes, Clemente de Alejandría, Calcidio, Methodio y Maimónides, apoyados en la mayor autoridad del Targum de Jerusalén, sostienen que las dos primeras palabras del Génesis: B-RASIT significan o sabiduría o principio; pero Beausobre y Godofredo Higgins han demostrado que la acepción de en el principio quedó para los profanos, a quienes no les fue permitido desentrañar el esotérico sentido de la frase.
Dice la Kábala:
Todas las cosas proceden del gran Principio, de la Divinidad desconocida e invisible. De Dios procede inmediatamente el poder substancial, imagen Suya y fuente de todas las demás emanaciones. De este principio subalterno emanan por energía o voluntad otras naturalezas más o menos perfectas, según el peldaño que ocupan en la escala de la emanación, a partir de la Fuente primaria de existencia, y las cuales constituyen diversos mundos o jerarquías de seres relacionados con la eterna Potestad de que proceden. Así, pues, la materia es el último término de la serie de emanaciones energéticas de la Divinidad. El mundo material está modelado en formas por obra de Potestades muy inferiores a la Causa primera (69).
Beausobre (70) cita el siguiente pasaje de San Agustín:
Si entendemos por rasit el principio activo de la creación, resulta claramente que Moisés jamás quiso significar con ello que los cielos y la tierra fuesen la primera obra de Dios, sino que Dios creó los cielos y la tierra por medio del Principio, o sea su Hijo. Por lo tanto, no se refiere allí Moisés al tiempo, sino al inmediato autor de la creación.
Según San Agustín, los ángeles fueron creados antes que el firmamento y según la interpretación esotérica, los cielos y la tierra, posteriores al firmamento, se desenvolvieron del Principio secundario, Logos o Creador.
A este propósito dice Beausobre:
La palabra principio no significa que los cielos y la tierra fuesen creados con anterioridad a cosa alguna, pues precedieron los ángeles, sino que Dios lo hizo todo por medio de su Sabiduría, de su Verbo, que la Biblia llama Principio (71).
Tanto la Kábala oriental como la hebrea enseñan que de la Causa primera o primer Principio emanaron cierto número de principios secundarios (72) presididos por la Sabiduría (73). Por lo tanto, no hubieron de torturar mucho su imaginación los Padres de la Iglesia para apropiarse una doctrina ya enseñada por todas las teogonías desde miles de años antes de nuestra era. La Trinidad cristiana es idéntica a los tres Sephirotes de los hebreos o a las tres Luces de los cabalistas (74).
El primero y eterno número es el Padre (75) ininteligible, de quien emana por desdoblamiento el Hijo inteligible (76), y de esta dual entidad emana ternariamente la Mente o Binah (77).