Capítulo 85
JEHOVAH Y BACO
No es posible que los cristianos sostengan la identidad entre el Padre de Jesús y el Jehovah de Moisés, desde el punto en que está demostrado que el Dios de los judíos era ni más ni menos que el pagano Baco o Dionysos. El nombre ... (Yava o Iao) es, según Teodoreto, el que secretamente se aplicaba al dios de los misterios fenicios (168) y al Creador de la cosmogonía caldea. En todos los países que adoraban a Baco había una tradición relativa a Nysa y a la cueva donde fue criado. En Palestina esta cueva estaba en Beth-San o Seythopolis, y era análoga a la del monte Parnaso.
Diodoro declara que la cueva de Nysa estaba situada entre Fenicia y Egipto. Por otra parte, dice Eurípides que Dionysos fue de India a Grecia; y Diodoro añade:
Osiris fue llevado a Nysa, en la Arabia Feliz. Era hijos de Zeus y se le llamó Dionysos (169).
Los griegos consideraban a Dionysos como el lugarteniente de Zeus, según se colige de este verso de Píndaro:
Así el padre Zeus gobierna todas las cosas y también las gobierna Baco.
Pero fuera de Grecia, Baco era el Todopoderoso “Zagreus, el supremo Dios”. Aunque Moisés le adoró conjuntamente con el pueblo en el monte Sinaí, es lógico suponer que, como iniciado en la sabiduría oculta, guardaba el secreto que encubren todos los cultos exotéricos. Una de las pruebas más concluyentes de la equivalencia de Baco, Osiris y Jehovah nos la ofrece aquel pasaje que dice:
Y edificó Moisés un altar y llamó su nombre Jehovah-Nissi (170).
Sharpe corrobora esta aserción diciendo que Osiris nació en el monte Sinaí, llamado monte Nysa por los egipcios (171).
Si el Dios de los judíos hubiese sido el único Dios vivo y Jesús su único Hijo, no viéramos como éste subroga la ley judía del talión por la de caridad y sacrificio. Si el Antiguo Testamento está inspirado por Dios, no puede estarlo el Nuevo Testamento o recíprocamente. No es posible creer que Dios se contradiga en el relativamente corto tiempo de unos cuantos siglos, y forzosamente habrán de confesar los teólogos que o estuvo inspirado Moisés o no era Jesús el Hijo de Dios. eN este dilema prendieron los gnósticos al naciente cristianismo.
Durante diecinueve siglos ha estado esperando la justicia que los comentadores de sano criterio advirtiesen la diferencia entre el ortodoxo Tertuliano y el gnóstico Marción. La brutal violencia, doblez y mojigatería del “insigne africano” repugna aun a los mismos cristianos.
Oportunamente pregunta Marción:
¿Cómo puede Dios quebrantar sus propios mandamientos? ¿Cómo prohibir por una parte la idolatría y el culto de las imágenes, y ordenar por otra la adoración de la serpiente de bronce? ¿Cómo prohibir el robo y mandar después a los israelitas que roben el oro y la plata de los egipcios?