Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 153

IDEAS DE LOS FILÓSOFOS GRIEGOS

Según Pitágoras, el alma es la semoviente unidad de tres principios, conviene a saber: nous, phren y thumos.los dos últimos participan de la naturaleza de los brutos. Únicamente el nous es el verdadero principio espiritual. Con esto queda desvanecido el error de que Pitágoras enseñara la doctrina de la transmigración de las almas en el grosero sentido que la interpretaba el vulgo, pues no enseñó en este punto ni más ni menos que lo enseñado por Gautama, de conformidad con la doctrina esotérica unánimemente seguida por todos los filósofos e instructores.

La escuela socrática es todavía más explícita en la exposición de esta enseñanza, que Sócrates fundaba en la realidad del interno yo figurado en el daimonia o el algo espiritual, que, según declaración del mismo filósofo, le guiaba por el camino de la sabiduría (120); es decir, que como hombre nada sabía Sócrates, pero el daimonia o daimonion, según también se le llama, le ponía en disposición de aprenderlo todo.

La escuela platónica derivó sus enseñanzas de la socrática, con más amplias investigaciones sobre la naturaleza del yo interno. Según Platón, el supremo Dios (Agathon) engendró en su mente el modelo (paradigma) de todas las cosas. El hombre está constituido de alma inmortal, alma mortal y cuerpo físico. El alma inmortal residía en el cerebro, y la mortal en un receptáculo adecuado en el tronco (121).

Resulta evidente, por lo tanto, que Platón reconocía en el hombre dos naturalezas: una interna, incorruptible y esencialmente idéntica a la Divinidad; y otra externa, mortal y corruptible.

Dice Plutarco sobre este particular:

Pitágoras y Platón consideran en el alma dos elementos: el racional (noético) y el irracional (agnoético). El principio o elemento racional es eterno, pues si bien no es Dios, procede de Dios. El principio o elemento irracional es perecedero.

El hombre es entidad compleja; pero se equivocan quienes lo creen compuesto de dos principios y se figuran que el raciocinio es propio del alma, en lo que yerran tanto como quienes lo atribuyen al cuerpo, pues el raciocinio (nous) sobrepuja al alma en mayor medida que el alma sobrepuja al cuerpo. Ahora bien, el alma (...) con el raciocinio (...) constituye la razón, y con el cuerpo la pasión, por lo que el nous es principio de virtud y vicio, y el cuerpo lo es de placer y de dolor: De la tierra nace el cuerpo, de la luna el alma, y del sol el espíritu.

De las dos muertes porque el hombre pasa, la primera le convierte de trino en dual, y la segunda de dual en uno. La primera muerte está bajo la jurisdicción de Demeter, porque el nombre dado a los Misterios (...) es parecido al de la muerte (...). por esta razón dijeron los atenienses que los difuntos estaban consagrados a Demeter. En cuanto a la segunda muerte, pertenece a la esfera de la luna y está bajo la jurisdicción de Proserpina. Tanto en una como en otra muerte interviene el celestial Hermes que súbita y violentamente arrebata el alma del cuerpo; pero Proserpina va separando con suavidad y en largo tiempo el raciocinio del alma. Por esto se le da el nombre de Monógena, unigénita o única engendrada, pues el principio superior del hombre se aísla de los inferiores de conformidad con las leyes de la naturaleza. Según nuestra fe, toda alma unida o no al nous, al separarse del cuerpo ha de vagar durante cierto tiempo, no el mismo para todos, por la región situada entre la tierra y la luna. Porque las almas de los inicuos y disolutos sufren allí el castigo de sus culpas, pero las de los justos y virtuosos se detinen allí hasta quedar purificadas de las imperfecciones contraídas por el contacto del cuerpo, y entretanto moran enfermizas en la Pradera del Hades hasta que al cabo del tiempo prefijado experimentan, como si del destierro volviesen, una sensación de gozo semejante a la que reciben los iniciados en los Misterios con entremezcla de turbación o admiración, según el ánimo de cada cual.

El demonio a que alude Sócrates, era el nous o Yo superior, consciente de las cosas divinas y, por lo tanto, puro sin que se mezclase con el cuerpo más de lo estrictamente necesario... Toda alma tiene el principio racional (...), sin el que el hombre no puede ser hombre; pero también tiene el principio de deseo carnal con el placer y dolor que le dan característica irracional. No todas las almas se mezclan en igual grado con esta naturaleza inferior. Algunas se sumen por completo en el cuerpo, y de aquí que en la vida terrena las avasalle el deseo y la pasión; otras se mezclan parcialmente; pero el principio superior nous permanece fuera del cuerpo y flota por encima de él como si lo cobijara en contacto con la parte superior de la cabeza a manera de un hilo que sostuviese la porción sumergida en el cuerpo, mientras no se deja dominar por los apetitos carnales. La porción sumergida se llama alma, y la no sumergida, la incorruptible, es el nous, que para el vulgo está dentro del alma y del cuerpo, como también se figura que la imagen está dentro del espejo que la refleja. Pero los entendidos saben que está fuera y la llaman demon (122).

La luna es el elemento de estas almas aisladas, porque se disuelven en la luna como los cadáveres se disuelven en la tierra. Las almas corruptibles de los que vivieron en la virtud y la honradez, pacífica y filosóficamente, sin entremeterse en negocios perturbadores, se desintegran en cuanto las abandona el nous, pues no quedan sujetas a los deseos y emociones pasionales.

Hasta aquí el texto de Plutarco.

El mismo Ireneo, tan enemigo de los filósofos paganos, cree en la naturaleza trina del hombre, según se infiere del siguiente pasaje:

... carne, anima spiritu, altero quidem figurante, spiritu, altero quod formatur, carne. Id vero quod inter haec est duo, est anima, quae aliquando subsequens spiritum elevatur ab eo, aliquando autem consentient carni in terrenas concupiscentias (123).

Orígenes dice por su parte:

Hay en el hombre tres principios: 1.º El cuerpo o carne, parte ínfima de nuestra naturaleza en que la serpiente inscribió con el pecado original la ley del pecado, por cuya influencia nos vemos inclinados al mal y en proporción a la frecuencia de las caídas nos unimos al diablo. 2.º El espíritu, de naturaleza semejante a la divina, en donde el dedo del creador grabó la eterna ley de justicia, por cuya influencia nos unimos e identificamos con Dios. 3.º El alma, principio medianero entre los otros dos, que como república entre dos bandos ha de aliarse precisamente con uno o con otro, pues se ve solicitada en ambos sentidos y es libre de elegir el lado hacia donde inclinarse. Si desligándose de la carne se une al espíritu, se espiritualizará; pero si se abandona a la concupiscencia, se materializará (124).

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