Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 79

EL CREDO DE BASÍLIDES

Veamos ahora cuáles eran las ideas básicas de los gnósticos y si merecen el calificativo de heréticas. Tomaremos a Basílides como dechado de gnósticos, pues todos los demás expositores de esta escuela se agrupan en torno de él como planetas que reciben la luz del sol.

Afirmaba Basílides que había aprendido sus doctrinas de labios de Glauco, discípulo del apóstol Pedro, y del mismo apóstol Mateo (128). Según Eusebio (129), escribió Basílides la obra Interpretaciones de los Evangelios (130), compuesta de veinticuatro tomos, que los cristianos arrojaron a las llamas (131). El credo de Basílides puede resumirse en los siguientes conceptos:

El Eterno Padre, increado e incognoscible, engendró desde un principio la Mente (Nous), de la que emanó el Logos (132), y de éste, a su vez, emanaron los espíritus humanos (Phronesis o inteligencias). De Phronesis emanaron Sophia (sabiduría femenina) y Dynamis (la fuerza).

Tales eran las cinco emanaciones (133) de la Divinidad o cinco substancias espirituales, equivalentes a las cinco virtudes ontológicas o entidades externas al Dios inmanifestado. Esta enseñanza es eminentemente cabalista, y más todavía búdica (134), pues el antiquísimo sistema de la religión de sabiduría, muy anterior a Gautama, está fundado precisamente en el concepto de la substancia increada de Adi-Buddha o Divinidad incognoscible (135).

La eterna e infinita Mónada tiene inherentes a su esencia cinco actualizaciones de la sabiduría, que se manifiestan separadametne en los cinco Dhyani-Buddhas, que de por sí son inactivos como Adi-Buddha, pues ninguno de ellos encarnó jamás sino que encarnaron sus respectivas emanaciones.

Al tratar de la doctrina de los gnósticos expuesta por Basílides, dice Ireneo:

Cuando el increado e innominado Padre vio la corrupción del género humano, envió a la tierra a su primogénito Nous en figura de Cristo para redimir a cuantos creyesen en él por el poder de los que construyeron el mundo (136). Apareció Cristo entre los hombres en el cuerpo de Jesús e hizo milagros. Pero la entidad Cristo no sufrió en la pñersona de Jesús, sino que sufrió Simón Cireneo, a quien prestó su forma corporal. Porque la divina Potestad, el Nous del Eterno Padre, no tiene cuerpo y no puede morir. Por lo tanto quien sostenga que Cristo murió es todavía esclavo de la ignorancia. Quien niegue la muerte de Cristo está libre de error y comprende los designios del Padre (137).

En conjunto y en su abstracto sentido, no se advierte blasfemia alguna en esta exposición de ideas que podrán ser heréticas respecto de la teología dogmática de Ireneo y Tertuliano (138), pero que en nada adulteran el puro concepto religioso, mucho más conciliable con la majestad divina que el actual antropomorfismo cristiano. Los discípulos de Ireneo aplicaron a los gnósticos el sobrenombre de docetoe o ilusionistas, porque creían que Cristo no padeció ni murió en cuerpo físico (139).

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