Capítulo 34
PROCESOS INQUISITORIALES
Entresaquemos ahora algunos casos demostrativos de la conducta del Santo Oficio en aquellos tiempos:
De los documentos originales del proceso incoado contra la mariscala D’Ancre, durante la regencia de María de Médicis, se infiere que murió en la hoguera por culpa de los clérigos, cuya compañía deseaba como buena italiana. En la iglesia de los agustinos de París se exorcisó a sí misma por creerse embrujada, y como se sintiera con mucho quebranto de salud y violentos dolores de cabeza, le aconsejaron los clérigos italianos y el médico judío de la reina que se aplicara al cuerpo un gallo blanco recién matado. Por todo esto el pueblo de París la acusó de hechicera, y como a tal la procesaron y sentenciaron.
El párroco de Barjota, diócesis de Calahorra (España), que vivió en el siglo XVI, fue maravilla de todo el mundo por sus mágicos poderes, y, según aseguraba la voz pública, llegó a trasladarse a lejanos países para presenciar acontecimientos de importancia que sabía que iban a ocurrir y luego los vaticinaba en el pueblo. Cuentan las crónicas de este caso que el cura de Barjota tuvo muchos años a su servicio un demonio familiar, con quien últimamente se mostró ingrato y falaz, pues habiéndole revelado una conjuración que se estaba tramando contra la vida del papa, a consecuencia de una aventura de éste con cierta hermosa dama, transportóse el cura a Roma (en cuerpo astral, por supuesto) y descubrió la trama, salvando así la vida del pontífice. Arrepintióse entonces de cuanto hasta allí hiciera y confesóse con el galante papa, que le absolvió de toda culpa. De vuelta en su curato, fue preso por pura fórmula en la cárcel de la Inquisición de Logroño, de la que salió rehabilitado al poco tiempo.
En los archivos de la Inquisición de Cuenca está el proceso seguido en el siglo XIV contra el famoso doctor Eugenio Torralba, médico de la casa del almirante de Castilla. Del proceso resulta que un dominico llamado fray Pedro regaló al doctor un demonio llamado Zequiel, a quien vieron y hablaron los cardenales Volterra y Santa Cruz, pudiendo convencerse de que el tal demonio era un benéfico elemental que sirvió fielmente a Torralba hasta la muerte de éste. El tribunal de la Inquisición tuvo en cuenta todas estas circunstancias, y absolvió a Torralba en la vista del proceso, celebrada en Cuenca el 29 de Enero de 1530.
En Alemania, el odio entre católicos y protestantes motivó numerosas acusaciones de hechicería contra estos últimos, sin otro fundamento muchas veces que la enemistad personal o política. En Bamberg y Wurzburgo, donde predominaban los jesuitas, eran más frecuentes los casos de hechicería, y los dignos hijos de Loyola mostraron su astuta labor en aquellas sangrientas tragedias, entre cuyas víctimas se contaron niños de edad temprana (16).
Sobre este asunto dice Wright:
El crimen de muchos de los sentenciados a la hoguera en Alemania por inculpación de hechicería, durante la primera mitad del siglo XVII, no fue otro que su adhesión a las doctrinas de Lutero... Los príncipes alemanes aprovechaban cualquier pretexto para procesar a gente rica, cuyos bienes confiscaban en personal provecho... Los obispos de Bamberg y Wurzburgo eran al propio tiempo soberanos temporales de sus diócesis. El de Bamberg, llamado Juan Jorge II, después de infructuosas tentativas para desarraigar el luteranismo, deshonró su reinado con una serie de sangrientos procesos por hechicería, de cuya sustanciación estuvo encargado el vicario general y canciller Federico Forner (17). Entre los años 1625 y 1630 los tribunales de Bamberg y de Zeil vieron unos novecientos procesos, y según las estadísticas oficiales, en la sola ciudad de Wurzburgo murieron en la hoguera seiscientas personas acusadas de hechicería.
Había entre los hechiceros niñas de siete a diez años, de las que veintisiete murieron en la hoguera. Tantos fueron los reos y tan escasa consideración merecían al tribunal, que en vez de por sus nombres los designaban por números. Los jesuitas recibían en secreto las declaraciones de los acusados (18).