Capítulo 37
HECHICERÍA EN LA INDIA
Sin embargo, el concepto que de la hechicería difundieron los romanos pontífices por los países cristianos de tan ponderada cultura, no es ni más ni menos que el vulgar en la India, donde la gente inculta cree firmemente en las diabólicas artes de los brujos (kangalines) y hechiceros (juglares), quienes no obstante les inspiran profundo terror (29).
Sobre esto, observa con mucho acierto Jacolliot:
En la India vemos la magia vulgar extendida por el opuesto extremo de las nobilísimas creencias de los adoradores de los pitris. Este linaje de magia fue un tiempo ejercicio favorito del ínfimo clero, que de este modo mantenía al pueblo en perpetuo temor. Así ocurre que en toda época y en todo país, se contrapone la religión de la chusma a los más elevados conceptos filosóficos (30).
En la India era la hechicería oficio del ínfimo clero, y en Roma lo fue de los sumos pontífices. De todos modos, para cohonestar las prácticas nigrománticas pueden alegar la autoridad de San Agustín, cuando dice que “quien no cree en los espíritus malignos, tampoco cree en la Sagrada Escritura” (31).
Alentado Des Mousseaux por la aprobación eclesiástica (32), discurre acerca de la necesidad del exorcismo sacerdotal, y apoyándose en la fe, como de costumbre, intenta demostrar que el poder de los espíritus malignos depende de ciertos ritos, fórmulas y signos externos. Dice sobre esto:
En el catolicismo diabólico, como en el catolicismo divino, la eficacia potencial depende de ciertos signos... El diablo no se atreve a mentir ante los santos ministros de Dios, y se ve forzado a someterse (33).
Parece con esto como si los poderes del sacerdote católico viniesen de Dios y los del pagano del diablo. Sin embargo, si nos fijamos en la frase subrayada veremos que hay multitud de casos, debidamente comprobados y de autenticidad reconocida por la misma Iglesia romana, en que los “espíritus” mintieron del principio al fin en cuestiones relativas a dogmas de capital importancia. Por otra parte, tenemos las apócrifas reliquias que se suponen legimitadas por apariciones de la Virgen y de los santos (34).
Dice Stephens:
Durante su estancia en Jerusalén vio un monje de San Antonio varias reliquias, entre las cuales había: un pedazo de dedo del Espíritu Santo que se conservaba incorrupto; la jeta del serafín que se le apareció a San Francisco; una uña de querubín; una costilla del Verbo hecho carne; unos cuantos rayos de la estrella de Belén; una redoma llena del sudor de San Miguel en su lucha con el diablo. Todo lo cual, dijo el monje que se lo había llevado a su hospedaje muy devotamente.