Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 167

CASTIDAD BUDISTA

Asegura Wong-Chin-Fu que los misioneros de China e India fueron los primeros en tergiversar el concepto del nirvana. De ello puede convencerse quien lea, por ejemplo, las obras del abate Dubois, que estuvo cuarenta años en la India e imputa a los budistas el no admitir otro Dios que el cuerpo del hombre ni tener otra finalidad que el deleite de los sentidos. La falsedad de esta imputación queda al descubierto por testimonio de la regla monástica de los talapines de Siam y Birmania, vigente hoy día, que castiga con decapitación todo delito contra la honestidad, sin distinguir de categorías entre los talapines doctos (punghi) y los legos. En sus monasterios (kyumes o viharas) no admiten a ningún extraño; y sin embargo, hay viajeros, en lo demás imparciales y verídicos, que sin prueba ni fundamento alguno dicen, al hablar de lo muy severa que es la regla de dichos monjes budistas que los encomios que de ellos se han hecho no tienen otra base que las apariencias, por lo que no cabe creer en su castidad (94).

Afortunadamente, los talapines, lamas, samanos, upasampadas (95) y samenairas (96) budistas pueden aducir pruebas documentales de mayor valía que la deleznable opinión del viajero francés en quien a duras penas cabe suponer que haya perdido la fe en la virtud clerical.

Cuando un monje budista queda convicto y confeso de trato carnal (lo que no ocurre ni siquiera una vez cada siglo) es inútil que intente ablandar con sus lágrimas ni con paladina declaración de su culpa el corazón de la comunidad, ni tampoco puede recurrir a un Jesús en cuyo apesadumbrado y doliente seno se arrojan como en cristiano muladar las impurezas de la humanidad. Ningún monje budista que haya caído en deshonestidad tiene en perspectiva un Vaticano dentro de cuyos empecatados muros se convierta lo negro en blanco y el feroz asesino en santo sin culpa, gracias a las áureas o argentinas lociones que dejan al tardío penitente limpio de toda abominación perpetrada contra Dios o los hombres.

Excepto unos cuantos orientalistas imparciales que descubren en el gnosticismo y demás escuelas primitivas las huellas del budismo, pocos son los autores que al tratar del primitivo cristianismo concedan a esta cuestión la debida importancia. Sin embargo, sabemos que ya en tiempo de Platón había en Grecia misiones budistas de samanos cuya acción se extendió hasta las orillas del mar Muerto, donde, según Plinio, se hallaban establecidos desde larguísimo tiempo. Por mucho que cercenemos a la exageración, es indudable que la existencia de estos misioneros se remonta a algunos siglos antes de J. C.; y por lo tanto, forzoso es reconocer que influyeron en las diferentes escuelas religiosas más profundamente de lo que parece. La religión jaina pretende que el budismo derivó de sus dogmas y es anterior a Gautama.

Los brahmanes poseen textos y documentos auténticos, a pesar de que los orientalistas europeos, arrogándose mayor erudición, les niegan competencia para interpretarlos, con la misma injusticia con que los teólogos cristianos prohiben a los judíos la explicación de sus propias Escrituras. Según los anales induístas, Sakya, el primer buda o iluminado (Luz divina) encarnó en las entrañas de la virgen Avany en la isla de Ceilán, algunos miles de años antes de J. C. No creen los brahmanes que el primer buda fuese un avatar de Vishnú, sino un reformador del induísmo en aquella época. El Nirdhasa, libro sagrado de los budistas cingaleses, contiene la historia de la virgen Avany y de su divino hijo Sakya, al paso que la cronología induísta remonta al año 4620 antes de J. C. la reforma de Sakya y las guerras religiosas que la predicación de su doctrina promovió en el Tíbet, China, Japón y otros países asiáticos.

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