Principios matemáticos de la filosofía natural (Principia)

Introducción

INTRODUCCIÓN

I

Los mejores conocedores de la obra y de la figura de Newton suelen experimentar ante el personaje una extraña ambigüedad de sentimientos, desde la admiración más cálida a la repulsión casi inevitable. Las biografías más y mejor documentadas[1] dan también buena base para ello, por cuanto, hasta donde permite llegar la documentación, no parece el suyo un perfil amable y candoroso. Por el contrario, junto a la innegable categoría de genio, parece que se escondía tras la inescrutable máscara de sir Isaac Newton, un espíritu lleno de complejidades, cuya interpretación no ha dejado de tentar a psicoanalistas, biógrafos, estudiosos de humanos recovecos y hasta a pintores de retratos[2]. La única «descripción» que nos falta es la de un dramaturgo que hubiese teatralizado alguno de los aspectos más apasionantes de nuestro personaje, aunque quizá no se hubiera requerido para ello menos que un Shakespeare. A falta de ello y sin pretender suplir alguna de las biografías citadas más arriba, habrá que decir algo de su vida y, sobre todo, de su obra.

Nacido el día de Navidad de 1642 en Woolsthorpe, una granja de cierto rango, con unos cien acres de tierras de su pertenencia, y un par de meses después de la muerte de su padre, nadie podría haber predicho que aquel sietemesino que «cabía en una jarra de cuarto (de galón)» como, según decía él, había comentado su madre cuando nació, habría de ser un día sir Isaac Newton, aeques auratus, presidente de la Sociedad Real de Londres, etc. Las condiciones de su nacimiento eran casi de infortunio. Un padre recién muerto, un hijo sietemesino, débil, con una madre, Hanna Ayscoügh, perteneciente a una familia local ahora en declive económico apoyada por algunos parientes clérigos, pero sin medios ni para restaurar la vieja casa de piedra de la granja. Las dificultades de una época de guerra civil no constituían buenos presagios para el recién nacido. Pero, con todo, sobrevivió y con apenas tres años cumplidos vio a su madre partir, casada en segundas nupcias, hacia la casa rectoral de North Witham, cuyo viejo y hacendado titular, Barnabas Smith, llegó a convencer a Hanna mediante unas capitulaciones que incluían cierta dote a Isaac más el arreglo del edificio de la vieja granja. Los biógrafos registran este hecho como un momento crucial en la idiosincrasia de Newton. Rompe la relación del niño con su madre y origina encontrados sentimientos en su espíritu que, dicen, tendrán enormes consecuencias. Una que tuvo importancia es que garantizó a Newton una cierta seguridad económica, incluso para los días de sus estudios en Cambridge. Las demás pertenecen a la intimidad de Newton y, que sepamos, apenas hay indicios de ellas; tan celoso fue de sus sentimientos. Newton quedó encomendado a los cuidados de su abuela materna y tampoco de ella dejó, que se sepa, ninguna semblanza, nada que permita adivinar sus recuerdos de esa temprana infancia.

Pero en agosto de 1653 el reverendo Barnabas falleció y la madre de Newton regresa a la granja de Woolsthorpe acompañada de un hijo de un año y de dos hijas algo mayores, tres hermanastros de Newton cuya presencia, al lado de la madre recuperada, no sabemos hasta dónde pudo afectar al pequeño Isaac.

Mientras tanto seguía acudiendo a una escuela local donde aprendió a leer y a escribir y muy poco más. Desde el regreso de su madre a casa hasta la primavera de 1655 todo son conjeturas, imágenes idílicas con su madre reencontrada, sus idas y vueltas a la escuela y acaso algún problema de celos con sus hermanastros Smith. Disponemos para estos detalles de dos «memoramdas» de Stukeley y de Conduitt[3], el segundo procedente en gran medida del primero, que fueron redactados con posterioridad a la muerte de Newton y que, por ello, hubieron de valerse de testimonios de terceros y de una memoria muy lejana e imprecisa para recordar anécdotas de un niño, entonces algo especial, pero no un prodigio todavía.

En marzo o abril de 1655 es enviado a la Free Grammar School of King Edward VI de [Grantham], donde quizá vio por vez primera al filósofo Henry More, con quien sin duda volverá a encontrarse en la Universidad de Cambridge. Grantham dista unas pocas millas de Woolsthorpe y Newton siguió en contacto frecuente con su familia, si bien se hallaba alojado en casa del boticario mr. Clark, cuya esposa, amiga de la madre de Newton, tenía de un primer matrimonio tres hijos de apellido Storer, uno de los cuales, con el tiempo, proporcionará a Newton (Libro III, Proposición XLI…) algunas observaciones desde Nueva Inglaterra sobre el cometa de 1680, mientras el otro hermano será su encargado en Woolsthorpe, y la tercera, «miss Storey» (en el «memoramdum» de Stukeley), será la encargada de darnos la única nota humana que conozcamos de Newton. Esta niña, después casada con mr. Vincent, dio a Stukeley alguna información de aquellos remotos días de 1655-1659 en que Newton estudiaba en Grantham. Sus hermanos mantendrán con Newton alguna relación personal (Arthur Storer como informador desde Nueva Inglaterra, Edward como administrador de Woolsthorpe). Pero ella fue la amiga de Newton en aquellos tiempos y posiblemente la única mujer de su vida. Newton sintió por ella un especial afecto, sin que sepamos mucho más, y quizá en aquellos años de semiadolescente, un romántico enamoramiento. Ella ya en la ancianidad lo recordaba bien como «un muchacho serio, silencioso, pensativo…» (sober, silent, thinking lad). Pero los comienzos no debieron ser fáciles. Es probable que la preparación de la escuela rural no fuera suficiente o quizá fuese otra la razón, mas el hecho es que Newton se encontró entre los últimos de la clase. Y ocurrió que un día camino de la escuela, el alumno que estaba delante de el le propinó un golpe en el estómago. Y, aunque sólo jugaba con las niñas, en este caso sabía bien qué hacer. Esperó toda la larga jornada de clases y cuando salieron desafió a su contrincante. En el patio de la Iglesia pelearon, y aunque el rival era mayor que él, Newton tenía más genio y mayor rabia y obligó al contrario a pedir basta[4]. Después le agarró por las orejas y le metió la cabeza contra la valla de la Iglesia. No le bastó esto y a los pocos meses había humillado a todos colocándose en el primer puesto de la clase. Más tarde, en 1662, hizo una lista de sus «pecados» y en ella recuerda «pegar a Arthur Storer» («Beating Arthur Storer»).

Sus estudios en Grantham, bajo el magisterio de Henry Stokes, se centraron en el aprendizaje del latín, algo de griego y lecturas de los clásicos y de la Biblia. Por su cuenta leía y anotaba otras cosas, procedentes, quizá, de la pequeña biblioteca del boticario Clark[5] y dedicaba mucho de su tiempo a construir aparatos mecánicos de juguete poniendo en ello grandes dosis de observación y de habilidad mecánica. Al cabo de cuatro años y medio de estancia en Grantham, su madre le reclama en Woolsthorpe para que se vaya haciendo cargo de la granja y le asigna la compañía y asistencia de un criado. Newton fue un pésimo alumno agrícola. Su desinterés por la granja y por cuanto en ella ocurría acabó por convencer a su madre de que Isaac debía seguir por otros caminos. Se decidió su regreso a Grantham con el fin de preparar su ingreso en la Universidad de Cambridge. Quizá Hanna se vio ayudada en esta decisión por Stokes y por sus parientes clérigos, e inicialmente la decisión albergara la esperanza de dirigir ál joven Isaac hacia la carrera eclesiástica. De hecho la Iglesia ofrecía unas posibilidades mucho más seguras y atrayentes que la dura vida campesina. Y por otro lado la familia materna tenía relaciones en ese mundo. Sea como fuese, Newton regresó a Grantham durante otros nueve meses para completar su preparación. Stokes recibió a Newton con alegría y Stukeley nos asegura que le presentó ante los demás con lágrimas en los ojos en un discurso laudatorio, con el cual, al despedirle camino de la Universidad, le proponía como modelo a los demás escolares. Por lo visto, algunos de ellos también lloraban.

Y a buen seguro que Newton no dejaba entre ellos un mal recuerdo. A juzgar por las anécdotas que Stukeley llegó a escuchar de labios de sus informantes, tanto los Clark como los Storer y tal vez otros, debió encantar a los buenos habitantes de Grantham con su ingenio mecánico como constructor de cometas, relojes de agua, y otros varios juguetes mecánicos de general admiración. Pero quizá es más destacable el hecho de que en ellos puso a contribución su enorme capacidad de observación y de análisis del movimiento para hacerlos de tal modo que en ellos se diesen óptimos aprovechamientos de las fuerzas en juego[6]. Suele verse en este detalle una especie de premonición de su futura aplicación a la filosofía natural. Lo cierto es que sus habilidades mecánico-manuales le fueron de gran utilidad cuando hubo de preparar su instrumental de observación. Otro tanto cabe decir de sus habilidades como dibujante. Las paredes de su habitación en la casa de los Clark, parece ser que estaban llenas de sus dibujos, entre ellos retratos del Rey, de Stokes, etc[7].

Por lo demás, los estudios de la escuela de Grantham debieron preparar a Newton para un dominio del latín y de los clásicos, sin ninguna referencia a problemas de filosofía ni matemáticas, salvo acaso algunas nociones elementales. A cambio proporcionaron a Newton, con la ayuda de las relaciones de su madre principalmente a través de su familia y de la amistad con la señora Clark, algunas conexiones en Cambridge, en especial la de Humphrey Babington, Fellow del Trinity y hermano de la señora Clark, cuya influencia benéfica, no sabemos si también los buenos oficios de Stokes, sirvió a Newton para cruzar por primera vez la Gran Puerta del Trinity College, el día 5 de junio de 1661. Aunque no era absolutamente pobre de fortuna (recuérdese que la dotación de Barnabas Smith llegaba a una renta de 50 libras por año), su situación de ingreso en el Trinity es de «subsizar», estudiante pobre que ha de ganar su sustento como sirviente en la mesa de los Fellows y estudiantes ricos. Los estatutos del Trinity daban cumplimiento con ello al precepto evangélico de socorrer a los pobres, para lo cual les dan el nombre de «Sizatores», esto es, «scolares pauperes». Y quizá Newton, heredero del señorío de Woolsthorpe y acostumbrado a tener criados, no encontró demasiado duro el oficio de «Sizar», puesto que tal vez estuvo desde el principio destinado al servicio de Babington como cuidador de los intereses del mismo en Cambridge, donde sólo venía a residir unas semanas por año. Si la situación social no era brillante, la comodidad y la autonomía debieron serlo, y los servicios a Babington a la postre resultaron beneficiosos para Newton.

Tampoco ahora tuvo amigos ni intimidad con nadie. Seguía siendo un estudiante pensativo y solitario. Al cabo de siete u ocho meses se encontró con John Wickins, que andaba pasando mal momento por causa de su compañero. Llegaron a entenderse y desde entonces compartieron la habitación, aunque esto no bastó para generar entre ellos una amistad profunda. Tal vez no pasó de ser una relación de buenos compañeros. Y no más amigos.

Pudiera pensarse que Newton fue un estudiante de los que hoy se suelen calificar de «expediente brillantísimo» o de «número uno» y que sus estudios tuvieron lugar en la Universidad más avanzada de aquel entonces. Nada de eso se corresponde con lo que sabemos de uno y de otra. La Universidad de Cambridge, como las demás de Inglaterra entonces, era un centro de poder real eclesiástico y el Trinity uno de los santuarios más conspicuos por su tradición, su importancia dentro del conjunto de los Colleges y por el espíritu puritano y cuasimonacal de sus estatutos, de sus estudios y de sus Fellows. Sus alumnos eran, por lo general, candidatos a ocupar puestos eclesiásticos, y si eran nobles, puestos políticos o en el aparato del estado. La enseñanza, en este contexto, era típicamente escolástica, con algunos toques renacentistas y basada en las antiguas disciplinas medievales que comprendían el bachillerato en Artes, o el magisterio en Artes o acaso en Teología. Gramática, retórica, dialéctica, un poco de física o de astronomía, algunas matemáticas o geometría, música y lecturas de los clásicos que empezaban a ser recomendadas por los tutores con alguna profusión, en particular Plinio, Cicerón, Estrabón, etc. Al final, unos ejercicios de argumentación sobre la base silogística de Aristóteles y ello era suficiente para que un estudiante optase al bachillerato en Artes. Conocemos los textos que hubo de manejar Newton y nos quedan sus cuadernos de notas de estudio. Por ellos sabemos que Newton sintió poco interés por los programas que le proponía la Universidad y que en el momento en que aparecía ante su vista algo nuevo, abandonaba sus notas sobre los textos para internarse sólo por los nuevos horizontes. Esto ocurrió, de modo relevante, con la astronomía y con las matemáticas[8]. Sus progresos fueron siempre solitarios, nunca guiados por un maestro, quizá con la única excepción de Barrow en un momento, y siempre sin la posibilidad de discutirlos privadamente con colegas. Y si es cierto que a su llegada a Cambridge poseía aceptables conocimientos de latín, su preparación en las disciplinas relacionadas con la filosofía natural, matemáticas, astronomía, física, geometría, etc. era mucho menos que elemental. Sus «Notebooks» permiten afirmar que no concluyó la lectura de sus libros de texto y que muy pronto el análisis crítico de los mismos le empujó hacia la lectura de autores extracurriculares, como, por ejemplo, Descartes, Gassendi, Galileo (de quien parece que leyó el «Diálogo», aunque no los «Discorsi»), Boyle, Hobbes, K. Digby, J. Glanville, H. More, etc. En 1664 abre una entrada en su Notebook con el título de «Questiones Quaedam Philosophcae» (sic)[9] que en gran parte parece responder a sus lecturas privadas y no curriculares. El título va apostillado con una frase que expresa, al menos, su voluntad de investigar por su cuenta: «Amicus Plato, amicus Aristóteles magis amica veritas». Mas no hay que pensar que Newton deja de lado a Platón y a Aristóteles para adoptar sin más la filosofía cartesiana. Aunque ésta le sugiere más y mejores métodos de análisis, sus notas de la época muestran que leía planteando preguntas a los autores, proponiendo contraargumentos o contraejemplos, haciendo precisiones conceptuales u observacionales, etc. Los temas cartesianos que le llaman la atención desde el principio son la luz, el movimiento mecánico, la materia, el espacio, el sistema solar de vórtices y la geometría[10]. Cuando en la primavera de 1665 obtiene el grado de bachiller en Artes tiene también perfilado un programa personal de intereses científicos centrado en estos temas. La filosofía natural que descubre en 1664 no era demasiado ortodoxa en Cambridge, pero Newton era, a su vez, un tanto original dentro desella. Cuando hubo de ser examinado por Isaac Barrow sobre (Euclides) lo halló en blanco, y en cambio no le preguntó nada de la geometría de Descartes que dominaba ya bastante bien. Ello estuvo a punto de costar le la no elección para residente del Trinity, pero sus patrones, quizá otra vez Babington, le echaron una mano y su carrera quedó inicialmente garantizada, y lo que es más importante, se inicia su conocimiento y relación intelectual con Barrow.

Aproximadamente en los días en que se produjo su elección como escolar residente en el Trinity (abril de 1664), se inician sus notas y apuntes conservados de sus estudios matemáticos, siempre en solitario, relativos a la (geometría de Descartes) y al análisis moderno. Su guía inicial fue Ta segunda edición latina de la «Geometría» de Descartes que había preparado Schooten, complementada con notas y textos de álgebra, sobre todo de Viéta. A la vez toma contacto con el cálculo infinitesimal; de Wallis. Y ya en 1664 logra un gran dominio de ambas disciplinas y también vislumbra algunas estrategias para hacer de ambas una síntesis, pues llega a percibir con claridad que la ecuación de una curva no es una mera representación de la misma sino que entraña la propia naturaleza de la curva, de tal modo que el estudió de la ecuación se convierte así en estudio general de una curva, de sus propiedades y de sus límites. Desde la primavera de 1664 hasta el otoño-invierno de 1666 en que redacta un tratado resumen de sus hallazgos, logra un dominio completo de los conocimientos matemáticos de la época y descubre además su propio método de fluxiones y también los teoremas que dan pie a dicho cálculo[11].

Pero estos logros matemáticos no son independientes por completo de sus estudios de mecánica. Más bien hay que pensar que, hasta cierto punto, están relacionados con ellos. Primero porque el estudio de Descartes le pone simultáneamente en relación con ambos campos, y en segundo lugar porque Newton conecta internamente unos problemas con otros. El análisis de curvas es un análisis de puntos en movimiento y análisis del movimiento es a su vez una reconsideración geométrica del mismo, de sus magnitudes espaciales y de las relaciones y proporciones matemáticas inherentes a esas curvas, rectas, áreas, ángulos, etc. El hecho de que ambas investigaciones fuesen paralelas y solapadas en el tiempo, más que una significación cronológica, tiene un valor epistemológico. Y un dato más lo puede confirmar: Newton en el análisis y construcción de curvas, de familias de curvas y de las propiedades de esas curvas (en particular las tónicas) utilizó como guía un cierto instrumental mecánico, artefactos compuestos de reglas y cuadrantes con hilos que determinaban un punto móvil, el cual, al moverse sobre un plano según le permitían las longitudes variables del hilo, describía curvas más o menos complejas. El movimiento de un punto aparece así vinculado a unos parámetros de naturaleza geométrica, y en definitiva matemática, que permiten establecer ecuaciones con incógnitas a despejar. Si se conoce la naturaleza de esas ecuaciones y el sistema de construcción de las figuras representativas del movimiento, entonces es posible una matemática de los puntos en movimiento. Eso se halla en el origen del método de fluxiones. En sus ensayos de mayo de 1666 lo afirma expresamente y muestra también que el cálculo fluxional no es un mero ejercicio de análisis de curvas[12].

Pero la razón última de esos progresos habría que situarla en el hecho de que, a la sazón, Newton estudia problemas cartesianos de impactos entre cuerpos perfectamente elásticos, de centros de gravedad y, por tanto, de lugares geométricos, de reflexión y refracción, etc. Esos estudios le llevan inevitablemente a plantearse problemas conceptuales, más allá de los puramente métricos, tales como el del concepto de «masa» (cantidad de materia), inercia, velocidad, fuerza… con los cuales ensaya múltiples estrategias. Una de ellas Te lleva a descubrir para los movimientos circulares la ley del inverso del cuadrado del radio. En tal caso era obvia la comparación con los movimientos celestes de los planetas y de la Luna. Pero en este momento Newton aún no ha descubierto el concepto de «fuerza centrípeta» sino que sus análisis están guiados por la fuerza centrífuga, «endeavor to recede from the center». Y desde esta perspectiva no hay demasiado apoyo para asegurar, como hace la leyenda heroica, que en estos momentos se formuló para sí mismo la ley de la gravedad, ni siquiera como una intuición. Más bien parece que el análisis del movimiento circular en términos de leyes de impacto le llevó a formular el valor de la fuerza con la que se mueve un cuerpo en circulación uniforme por un círculo, en la hipótesis de que ese cuerpo es empujado contra la pared interior del círculo por una fuerza procedente del centro, fuerza que en esas condiciones resulta inversamente proporcional al cuadrado del radio. Esa hipótesis, en el caso de los planetas y de la Luna, es una hipótesis superponible a todas luces con la de los vórtices. Geométricamente admite un tratamiento inverso, el del desvío de la tangente. Newton lo consideró en el caso de la Luna, y la caída de los graves de Galileo le sugirió una analogía. Inicialmente no coincidió el resultado con el previsto. Newton no debió sentir sensación de fracaso por ello, ya que con toda probabilidad su idea de la gravedad era tan limitada por entonces como la de cualquier galileano. En cambio, obtuvo un resultado orientativo: la fuerza de la gravedad en la superficie de la Tierra es unas 4000 veces mayor que la fuerza de la Luna para apartarse del centro de la Tierra, y además, sustituyendo en su fórmula de la fuerza centrífuga los valores de longitudes y tiempos por la tercera Ley de Kepler (los cubos de los radios medios de los planetas son proporcionales a los cuadrados de los tiempos periódicos), las «fuerzas de receso desde el Sol serán inversamente como los cuadrados de las distancias desde el Sol[13]».

Durante buena parte de 1665 y de 1666 Newton vivió en Woolsthorpe como consecuencia de la peste que asoló Inglaterra y que acabó con el incendio de Londres; en marzo de 1666 regresa a Cambridge por breve tiempo y recibe el título de M. A. Para entonces ya ha iniciado la relación con Barrow y ha establecido con él un conocimiento y quizá una amistad que aparentemente duró hasta la muerte del viejo maestro impulsor del proyecto y construcción de la Biblioteca del Trinity. En esta época inician, aparentemente juntos, una serie de estudios matemáticos, ópticos y experimentos alquímicos[14], que Newton proseguirá por su cuenta años más tarde y que junto con los estudios matemáticos debieron servir al eminente Barrow para conocer a fondo las capacidades del «Scholar» que tenía ante él. Ello haría que Newton no encontrase mayores dificultades para ser elegido «minor Fellow» primero y «mayor Fellow» después, del Trinity.

Además de los estudios matemáticos, mecánicos y alquímicos, Newton aborda en estos años sus estudios de óptica. Su idea inicial sobre la naturaleza de la luz es, con certeza, igual de provisional y tentativa que las correspondientes de movimiento, materia y otras, entrelazadas en la filosofía mecánica cartesiana. Por ello no es fácil sostener que los resultados de su investigación, más o menos contenidos en los ensayos publicados en los primeros años setenta en las «Philosophical Transactions» o incluso más tarde en las Lecciones de Optica, representen por completo el cuadro de su filosofía natural. Sus ideas sobre la naturaleza de la luz, sobre la estructura de la materia, sobre la naturaleza de la acción física pueden ser consideradas avanzadas y hasta aventuradas para sus contemporáneos, pero, para él mismo, eran aún indecisas y en buena medida imprecisas. En mi opinión, su larga dedicación a la alquimia está motivada por su deseo de llegar a penetrar en el secreto de la constitución de la materia y de las fuerzas que concurren en ella. Desde este punto de vista, las matemáticas, la mecánica o la óptica no son sino capítulos previos y periféricos para abordar el desafío filosófico que Newton recibió de la filosofía de su tiempo. Por lo demás, es bien conocido que, ante este desafío, Newton optó por responder en términos de «filosofía natural». Opción ésta que tiene tanto de filosófica como de metodológica, pues no es un mero arsenal experimental al que se propone acudir sino también una concepción de la verdad y, por supuesto, una concepción del mundo. Ninguno de estos temas fue objeto de tratados específicos, aunque sí dejó constancia de su opción en pasajes de la Optica o de los Principia. Igual que no fue explícito en materia filosófica tampoco lo fue con sus ideas tentativas en filosofía natural, y, por ello, los biógrafos y exégetas han de apelar a conjeturas a la hora de reconstruir sus pensamientos. Algo parecido a la reconstrucción de un antiguo edificio del que se conservasen muchos materiales pero no los planos[15].

Los años 1665-1666 suelen ser denominados «anni mirabiles» en el desarrollo intelectual de Newton por los hallazgos que logró en sus soledades de Cambridge y Woolsthorpe. Pero su programa de investigaciones se remontaba a la primavera de 1664 y se continuó hasta 1669. Y quizá lo admirable sea la coherencia y constancia infatigable con que lo prosiguió, avanzando alternativamente en cada frente. Mientras tanto, en su vida externa se producen unos acontecimientos importantes, de la mano ahora de Barrow, tales como su elección como Fellow del Trinity y después la renuncia de Barrow en su favor de la cátedra Lucasiana de matemáticas. Desde el 29 de octubre de 1669 Newton ocupará esa cátedra, con unas 100 libras de renta al año y convirtiéndose de paso en uno de los siete profesores de la Universidad. Barrow fue designado capellán del Rey y, tres años más tarde, maestro del Trinity. Pero para este momento, en que va a empezar su magisterio, el primer programa de investigación ya estaba prácticamente concluido. Durante los diez años siguientes, hasta 1679, se harán públicos algunos de sus resultados y se irán perfeccionando otros, a la vez que aparecerán intereses teológico-históricos de notable importancia en su vida. Lo más notable aquí será reseñar que, de nuevo gracias a las influencias de Barrow, consigue que el Rey descargue al titular de la cátedra Lucasiana de la obligación de tomar órdenes sagradas. Para entonces ya era secretamente arriano y no podía sufrir sin horror la idea de tener que volver a jurar el dogma trinitario. Pero esto es algo ajeno ahora a nuestro objetivo.

Dejando de lado su trabajo de profesor Lucasiano que aparentemente sólo representaba para Newton un quehacer residual, durante estos diez años siguientes a su nombramiento su atención se centró en una reelaboración del programa de investigación completado hasta 1669. Dejando a parte sus investigaciones teológico-históricas muy amplias y variadas y cargadas de pasión religiosa, podemos resumir su actividad en tres áreas de filosofía natural: la óptica, el análisis y la alquimia. En óptica completa su serie de experimentos, publica una parte de sus investigaciones y mantiene una extensa polémica con Hooke, Huygens, Linus, Pardies y Lucas. Ya he señalado que su óptica, incluso la obra completa[16], es un fragmento del puzzle total del pensamiento de Newton. Y ni siquiera estos ensayos de los años 70 son más que una parte de sus investigaciones. Por lo tanto, en este capítulo de su trabajo, su pensamiento andaba entrelazado con otras cuestiones, parte alquímicas, parte mecánicas, de las cuales solamente podemos inferir algunos aspectos por las respuestas que va dando o evitando dar a sus críticos.

Y aún eran más desconocidos sus pensamientos alquímicos. Pese a que en este período dedicó mucho esfuerzo y estudio al tema, solamente podemos saber de sus trabajos recurriendo a los manuscritos y apuntes que fue acumulando. Las pocas cosas que salieron de sus manos[17] apenas dan una idea de una mínima parte de sus investigaciones sobre la materia. Pero con todo, hay que concederles gran importancia, si se quiere llegar a comprender la génesis de algunos conceptos presentes en su Optica y en los Principia. No es fácil decidir si la teoría corpuscular de la luz y su correspondiente atomismo mecánico proceden de sus intuiciones alquímicas o si en sus investigaciones alquímicas busca una confirmación o una extensión de esas hipótesis. En todos los casos Newton da siempre la impresión de tratar de salvar los fenómenos y de indagar a través de ellos sobre algo más. Cuando tropieza con dificultades insalvables, a duras penas consigne disimular su contrariedad y, por lo general, evita decir algo que le comprometa con hipótesis poco sólidas. Pero la autocensura que se impone a la hora de escribir, no se la impone a la hora de investigar a solas en el laboratorio privado que tenía en su habitación del Trinity. Muchos de los conceptos que se manejan en el Libro II de los Principia como los de densidad, cohesión, resistencia, viscosidad, etc. han sido ensayados en el laboratorio. Y tratándose de un autodidacta, no es fácil determinar qué tipo de interacciones conceptuales iban ocurriendo en su mente al ensayar y contrastar ideas, hipótesis, experimentos y lecturas tan variadas. Hay que imaginar que su espíritu era una especie de laboratorio mental en el que determinadas experiencias y evidencias determinaban la aparición y prevalencia de unas ideas u otras según respondían mejor o peor a sus intereses científico-filosóficos.

En algunos casos el problema era más llevadero. Cuando aborda una revisión de sus trabajos matemáticos y se propone sistematizarlos, aunque no acabe el proyecto[18], las cosas permiten logros más satisfactorios, y su «método de series y fluxiones» queda suficientemente listo como para ser considerado prácticamente completo por el momento. Y aquí es preciso destacar que su revisión le lleva a formular con entera precisión la estructura matemática de los problemas de velocidad, espacio, tiempo y movimiento: el método para analizar esos problemas de integración y diferenciación mediante cantidades fluentes (fluxiones). Si se compara este trabajo con el previo de 1668, «Enumeración de curvas de tres dimensiones» y se contemplan a la luz de un proyecto de investigación se puede observar que la estrategia es doble: por una parte, se mejora la estructura algebraica y, por tanto, se gana en generalidad y en rigor y, por otra, se conserva la perspectiva mecánica relacionada con la imagen de puntos en movimiento, incorporando con precisión variables de tiempo, velocidad y espacio. Diríase que las herramientas van estando listas. Desde 1672 a 1676 la polémica sobre la óptica le ocupa un tiempo que siempre lamentó. Y a partir de 1773 el regreso de Barrow como maestro del Trinity le empuja a preparar algunos textos matemáticos y, sobre todo, hacia la alquimia. Una vez conseguida la dispensa de tomar órdenes sagradas, sus trabajos teológicos y alquímicos ocupan su tiempo, junto con sus asuntos personales (muerte de su madre en 1679, arreglo de sus asuntos económicos en Woolsthorpe), de modo que para nuestra historia hemos de llegar hasta el invierno de 1679-1680 que constituye el primer paso directo hacia los Principia.

II

La Sociedad Real de Londres había elegido a Newton como miembro de la misma en los primeros años setenta y Newton había mantenido con ella algunas comunicaciones. De manera formal, había participado en sus debates enviando sendos ensayos sobre temas ópticos así como sobre un (telescopio de reflexión en el que aplicaba los principios de su teoría de los colores intentando eliminar los efectos de la aberración cromática. Pero, en un tono más personal y privado, mantuvo una correspondencia científica con Oldenburg, secretario de la Sociedad Real, que hacía de intermediario con Huygens, Leibniz, etc. A la muerte de Oldenburg, y tras algunas intrigas interiores, resultó elegido secretario de la S. R. Hooke, cuya presencia en ella era muy antigua y que había desempeñado el cargo de «curator» de los experimentos. Esto no facilitaba las relaciones de Newton con la institución, ya de por sí bastante deterioradas como consecuencia de la polémica pasada. Y pese a dos cartas, aparentemente conciliatorias[19], Newton se siente agraviado por la incomprensión de Hooke, y también por la pretensión de éste de que en su Micrographia[20] se podía hallar buena parte de todos esos fenómenos ópticos perfectamente salvados. La crítica de Hooke que era respetuosa y en alguna medida justa, indispuso de tal modo a Newton que, aparentemente, le decidió a no mantener nuevas relaciones epistolares con él. Pero el nuevo cargo de Hooke anima a éste a tratar de recuperar a Newton para la vida intelectual de la S. R. y aprovecha la nueva situación para convertir la carta de cortesía comunicando su elección, en una invitación:

«… Por mi parte, estimaré como un gran favor el que tengáis a bien hacerme conocer por carta vuestras objeciones a cualquiera de mis hipótesis u opiniones: en especial si tenéis a bien hacerme saber qué es lo que pensáis de la hipótesis según la cual los movimientos celestes de los planetas se compondrían del movimiento rectilíneo por la tangente y del movimiento de atracción hacia un cuerpo central, así como vuestras objeciones a mi hipótesis sobre las leyes y causas de la elasticidad[21]»….

La primera de las hipótesis de Hooke se halla en su Attempt to prove the Motion of the Earth by Observation (Londres, 1674). La segunda en sus Lectures de potentia resistendi (Londres, 1678).

En esta misma carta Hooke da a Newton las noticias de «que en París se ocupan de un nuevo trabajo, la determinación de la longitud y latitud de las ciudades más importantes mediante los eclipses de los satélites de Júpiter… y han hallado que Brest está 18 leguas más cerca de París de lo señalado en los mapas… que Collins le ha mostrado un nuevo libro de de la Hire con un nuevo método de las cónicas y un tratado “de locis solidis”… que Flamsteed ha confirmado la paralaje de la órbita terrestre…, etc.» (paralaje que había sido predicha por Hooke).

Newton acababa de regresar de Woolsthorpe donde había estado unos meses con motivo de la última enfermedad y muerte de su madre y arreglando sus asuntos familiares. Con todo, responde inmediatamente (el 28 de noviembre de 1679[22]), excusándose por declinar la invitación a participar en asuntos filosóficos, por estar ahora dedicado a otras cosas, por haber dejado tales problemas de lado durante mucho tiempo y porque, en definitiva, «ha dicho su adiós a la filosofía». Le dice también que no ve cómo participar en algunos proyectos de medición similares a los franceses y, tras comentarle algunas de sus otras noticias, no tiene empacho en decirle que «con seguridad tendréis a bien creerme que antes de recibir vuestra carta yo no he oído hablar (en lo que recuerdo) sobre vuestra hipótesis de la composición de los movimientos celestes de los planetas y sobre el movimiento rectilíneo tangencial a la curva…», a pesar de que acaba de felicitarle por la confirmación de la paralaje predicha por Hooke precisamente en la misma obra donde formula las hipótesis en cuestión. Añade, generosamente, una oferta. Un experimento que serviría para probar experimentalmente el movimiento de rotación de la Tierra: «Supongámosmele BDG representa el globo terrestre que gira una vez cada día en torno a su centro C, moviéndose de Oeste a Este, según el orden de las letras BDG, que A es un cuerpo pesado, suspendido en el aire y que gira con la Tierra de tal modo que se encuentra constantemente sobre el punto B. A continuación imaginemos que se deja caer al cuerpo A y que su gravedad le comunica otro movimiento hacia el centro de la Tierra, sin que el anterior de Oeste a Este disminuya. Concedido que antes de su caída el cuerpo se hallaba más alejado del centro de la Tierra que el punto del suelo sobre el que está, resultará que el movimiento del cuerpo de Oeste a Este será más importante que el movimiento de Oeste a Este del punto del suelo sobre el que estaba; por consiguiente, no descenderá según la perpendicular AC, sino que, rebasando las partes del suelo, caerá al Este de la perpendicular, describiendo en su caída una espiral ADEC contrariamente a la opinión común según la cual, si la Tierra se moviese, los cuerpos pesados en caída libre serían rebasados por la parte del suelo y caerían al Oeste de la perpendicular…». Y añade algunos detalles para que el experimento pueda ser bien ajustado y, por consiguiente, fiable, para acabar despidiéndose con una nueva protesta sobre su desconocimiento de las hipótesis de Hooke por lo que no puede hacerles objeciones.

Fig. 1.

Hooke no se creyó casi nada de lo que Newton decía en su carta y, no obstante, persistió en sus intenciones de provocar a Newton para que se pronunciase más explícitamente.

Por otra parte, el problema de la caída libre de los graves ya disponía de una literatura científica notable y disponible para ambos: en primer lugar, y de manera innegable ambos conocían una presentación del problema y de sus protagonistas polémicos a través de un «Account» publicado por Gregory en las Phil. Transactions, en 1668[23]. Y de igual modo es de suponer que ambos conocieran los Cogitata Physicomathematica de M. Mersenne e incluso la recién publicada obra de Fermat[24].

El 4 de diciembre de 1679 Hooke lee en una reunión de la S. R. las partes no personales de la carta de Newton y en particular se debate el experimento propuesto. El día 14 lee en la reunión de la S. R. su propia respuesta a Newton en la que no trata de la forma de realizar el experimento propuesto, sino del resultado previsto por Newton, resultado que evidencia, para Hooke, una mala concepción del problema que se plantea y, como consecuencia, una solución insatisfactoria. No era necesario hacer las cosas tan explícitas, desde luego, y por ello Hooke se limita a mostrarlo. La carta está escrita con la caligrafía de algún amanuense algo descuidado y únicamente la firma es de mano de Hooke. Comienza ésta con tono amistoso haciendo unas reflexiones sobre la esperanza que abriga de que Newton vuelva a la filosofía y agradeciendo su carta pasada así como las ideas contenidas en ella. Le dice que fue muy bien recibida por la comunidad de miembros de la S. R. a quienes leyó los pasajes de Mallament y del experimento propuesto «y nada más». Y continúa: «pero en cuanto a la línea curva por la que parece que suponéis que desciende el cuerpo (obsérvese que este problema es un problema nuevo que introduce Hooke aquí poniendo énfasis en lo que no era asunto principal en la carta anterior de Newton), es decir, en cuanto a que sea una especie de espiral que, después de unas cuantas revoluciones lo llevaría al centro de la Tierra, mi teoría del movimiento circular me hace pensar que esta línea sería muy diferente, que no se parecería casi nada a una espiral, sino que parecería más bien una especie de elipsoide. Sobre todo si se supone que el cuerpo en caída libre se halla en el plano equinoccial y que la Tierra se halla cortada en dos hemisferios separados por el espacio de una yarda dejando abierto un vacío para el paso del cuerpo que cae, mientras que la gravitación hacia el antiguo centro permanece como antes y que el globo terrestre se supone en giro diario en tomo a su eje y que el cuerpo en caída conserva impreso el movimiento de las partes superficiales de la Tierra desde las que fue lanzado; en estas condiciones yo imagino la línea por la que se movería este cuerpo parecida a una elipse. Supongamos (Fig. 2), por ejemplo, que ABDE representa el plano equinoccial de la Tierra limitado por la superficie, que C es el centro hacia el que tienden todas las líneas de gravitación. Si A representa al cuerpo grave que cae desde A atraído hacia C y movido mientras tanto por la revolución diurna de la Tierra desde A hacia BDE, etc., creo que la curva que entonces resultará descrita por ese cuerpo en caída libre será AFGH y que el cuerpo A no se aproximará nunca más cerca del centro C que el punto G (salvo que sufra la influencia de algún medio como el aire o cosa similar) y que continuará girando por la línea AFGHAFG…, etc. Pero si el medio en que se mueve tiene la fuerza de frenar o disminuir su movimiento, la curva que describirá será algo parecido a AJKLMNOP y que después de varias revoluciones el movimiento terminará en el centro C…».Y añade una corrección más: le hace ver que en Londres, donde se propone el experimento, a 51.º 32′ de latitud Norte la caída no será al Este sino al SSE, dada la inclinación del plano respecto al plano equinoccial[25].

Fig. 2.

La respuesta de Newton es inmediata. El 13 de diciembre contesta y da por cerrada esta correspondencia con Hooke. Escribe Newton: «Estoy de acuerdo con usted en que en nuestra latitud el cuerpo caerá más bien al Sur que al Este siempre que a Altura desde la que caiga sea considerable. Creo también que si el peso se supone uniforme no caerá en espiral hacia el centro con alternativas subidas y bajadas provocadas por la fuerza centrífuga y la gravitación que le arrastran conjuntamente a la vez. Entonces yo imagino la trayectoria del cuerpo no elíptica, sino la curva AFOGHJKL, etc.». (Fig. 3).

Fig. 3.

Aparece aquí un nuevo error de concepto por parte de Newton. Suponer a la gravedad constante es, por lo menos, no aceptar la ley del inverso del cuadrado. Una cosa es que la gravedad sea algo presente en todas partes y otra que su acción tenga el mismo grado de eficacia en cada punto del espacio desde el centro. Y Hooke lo señalará oportunamente. El 6 de enero de 1680 Hooke escribe a Newton: «vuestro cálculo de la curva que describirá un cuerpo atraído por una fuerza que se ejerce igualmente a todas las distancias del centro, como la de una bola que rueda en un cono cóncavo invertido es exacto, y los dos auges no se unirán más que tras un tercio de revolución; pero yo supongo que la atracción es siempre proporcional al inverso del cuadrado de la distancia al centro y, por consiguiente, la velocidad será en proporción subduplicada de la atracción y recíproca a la distancia».

Se ha destacado de esta carta de Hooke su error matemático[26] y su escasa preparación para desarrollar algebraicamente la cuestión que enuncia. Ello es, sin duda, verdad, como lo es el hecho de que Newton se dio perfecta cuenta de la debilidad de Hooke, pero el lector con perspectiva histórica puede, a su vez, dársela de que Hooke está formulando con mayor precisión que nadie hasta entonces la dinámica de los cielos o del sistema planetario. Y por otra parte, es posible intuir lo lejos que se halla Newton en este momento de su teoría de la gravitación universal. Di ríase que la hipótesis formulada por Hooke parecería salida más bien de la mente de Newton. Y, sin embargo, no parece que cu este momento Newton hubiese llevado su teoría de la fuerza centrífuga o la «endeavor» más lejos de lo que lo había hecho en los años 66-69. El caso fue que no respondió a Hooke esta vez. Este vuelve a escribir el 17 de enero: «sólo falta ahora conocer las propiedades de una curva, ni circular ni concéntrica, generada por una fuerza de atracción central, que hace que las velocidades de caída respecto a la tangente, es decir, respecto a un movimiento rectilíneo uniforme, sean a todas las distancias inversamente proporcionales a los cuadrados de las distancias. Yo no dudo que gracias a vuestro excelente método, vos podáis establecer fácilmente cómo debe ser tal curva, lo mismo que sus propiedades, y sugerir la causa física de esta proporción».

Los errores matemáticos de Hooke en la formulación de su teoría le han hecho siempre excesivamente vulnerable a la crítica, empezando por la del propio Newton. Pero tanto éste como otros han tenido que ver en estas cartas el primer planteamiento nítido del problema a resolver. En la correspondencia de Newton con Halley en mayo-junio de 1686[27], Newton hace una reseña de esta correspondencia con Hooke y aunque reconoce que la propuesta de Hooke le llevó al descubrimiento del teorema de la elipse, da una imagen inexacta y desfavorable para Hooke de la propuesta de éste. Y lo sospechoso del caso es que Newton conservaba las cartas en su poder, por lo que no valdría argüir que hablaba de memoria.

Aún habría otros detalles para sospechar que Newton no poseía una idea adecuada del sistema del mundo en este momento y menos de la teoría de la gravedad (ni siquiera como fuerza central en los términos de Hooke). El cometa de 1679-1680 fue observado por Newton y la hipótesis que manejó es una hipótesis de trayectoria recta a través del sistema planetario. Flamsteed, Halley, Cassini y el propio Hooke se le adelantan en la sugerencia de que, tanto éste como el de 1682 que habían sido vistos dos veces, en diciembre antes del perihelio y en enero-febrero… después del perihelio eran un solo cometa cada vez y no dos cometas distintos cada vez[28].

No será fácil que los historiadores lleguen a un acuerdo sobre la importancia que tuvo Hooke en la gran realización de Newton. Este fue siempre hostil a la idea de reconocer a Hooke más de lo que era imposible negarle. Hooke siempre defendió como suyo más de lo que realmente había hecho. Y al tratar de reconstruir los hechos siempre nos faltará conocer algo que Newton ocultó: qué fue lo que realmente vio a través de las cartas de Hooke. De hecho cuando encontraba el buen camino avanzaba a grandes pasos. Eso ocurrió con el cálculo y con la óptica en 1664-1669, y quizá eso mismo ocurrió ahora cuando el planteamiento de Hooke le llevó «a descubrir el teorema de la elipse», y quizá algo más que eso, si uno se toma el trabajo de comparar sus concepciones de dinámica celeste anteriores y posteriores a este episodio.

Si Newton dio grandes pasos bajo el estímulo de esta correspondencia o por sí mismo es pura especulación. De hecho, desde este momento entra en una fase de silencio epistolar, roto unas pocas veces para recabar de Flamnsteed algunos datos sobre el cometa de 1680 y poco más. No obstante compra el opúsculo titulado Cometa (otra vez la presencia de Hooke) del cual hace un examen concienzudo en 1681 y así lo registra en su Waste Book[29]. Pero a juzgar por los manuscritos de esta época, sus trabajos más importantes estuvieron relacionados con la alquimia, con la reorganización de sus anteriores trabajos matemáticos y con la historia teológico-bíblica. No obstante, también hace acopio de datos tanto sobre el cometa de 1680 como sobre el de 1682 (más larde «cometa Halley») con propósitos no conocidos y tampoco por razones aparentemente astronómicas. Quizá ciertos trabajos alquímicos estuviesen en el fondo de este interés y sólo más tarde, con ocasión de los Principia, encontraron una utilidad clara. Por otra parte, como veremos, tanto en la Optica como en los Principia, la materia y secuelas de estos cuerpos le sugiere ideas harto particulares.

El paso siguiente hacia los Principia, quizá el definitivo, fue una pregunta formulada por Halley en una entrevista que mantuvo con Newton probablemente en agosto de 1684. Newton recordaba aquella entrevista, según cuenta De Moivre, con las palabras siguientes: «En 1684 el doctor Halley vino a visitarle a Cambridge, y después de estar juntos algún tiempo el doctor le preguntó cuál creía él que debía ser la curva que debía ser descrita por los planetas, suponiendo la fuerza de atracción hacia el Sol inversamente proporcional al cuadrado de la distancia de ellos al Sol. Sir Isaac replicó inmediatamente que debería ser una elipse; el doctor se estremeció de alegría y asombro y le preguntó que cómo lo sabía, porque —respondió—, lo he calculado. Y entonces el doctor Halley le preguntó por sus cálculos inmediatamente; sir Isaac miró entre sus papeles y no pudo hallarlos, pero prometió rehacerlos y enviárselos…»[30].

La primera visita de Halley a Newton, probablemente en agosto, aunque otros la sitúan en mayo, parece que obedeció a una especie de decisión emotiva o «corazonada». En enero anterior se habían encontrado Hooke, Wren y el propio Halley en una conversación informal discutiendo sobre la ley del inverso del cuadrado. Los tres estaban convencidos de que esa ley debía ser la clave del arco de los movimientos celestes de los planetas. Y por otra parte tampoco era susceptible de ser establecida experimental u observacionalmente como lo pudieran ser la leyes de Kepler. La única forma de abordar el problema era tratar de demostrar su necesidad matemática. Hooke se comprometió a ello y Wren le ofreció una recompensa «y la parte correspondiente de gloria». Pero pasaron los meses y Hooke no cumplió a satisfacción de Wren. En la correspondencia de Halley con Newton de mayo-junio de 1686, se da cuenta de una conversación entre Wren y Newton de hacia 1677 en la cual Wren manifestó a Newton que había considerado el problema «de determinar los movimientos celestes sobre la base de principios filosóficos», ocasión que sirvió a Newton para constatar que Wren se hallaba convencido de la relación inversa del cuadrado, pero que era incapaz de demostrarla. Cuando Halley pregunta a Wren por esto (a petición de Newton) contesta que «ha centrado sus pensamientos en establecer los movimientos planetarios sobre la composición de dos movimientos, uno de descenso hacia el Sol y otro impreso… pero ha sido incapaz de resolver el problema» y tampoco Hooke le ha ofrecido una demostración[31]. Este, por su parte, argumentaba que lo tenía resuelto pero guardaba en secreto la solución para probar a otros sabios.

El problema, pues, estaba planteado con toda virulencia en los medios próximos a la S. R. y un astrónomo como Halley tenía verdadera urgencia en poseer una respuesta a una cuestión que era central para sus trabajos. Ya en 1682 había conectado indirectamente con Newton a propósito de las observaciones del cometa de 1680 y de su estancia en París con Cassini observando el cometa de 1682[32]. Quizá conviene añadir que Halley, por su educación y su saber hacer y saber estar era una de las pocas personas indicadas para abordar a Newton y ganar su confianza, cosa que logró de modo permanente hasta el final de la vida de. Newton.

Otra cuestión, un tanto marginal, es cuál fue efectivamente la pregunta que Halley hizo a Newton. En el relato de De Moivre que hemos transcrito antes la pregunta fue «cuál debía ser la curva que describiría un planeta suponiendo la fuerza de atracción hacia el Sol inversamente proporcional al cuadrado de4a distancia hasta él». Pero Newton en otro fragmento[33] enuncia la pregunta de un modo más general y retrotrae la visita de Halley a «la primavera de 1684», mientras en otro lugar del mismo fragmento asegura que las Proposiciones I y XI las conocía desde diciembre de 1679 (fecha de la correspondencia con Hooke) en tanto que las Proposiciones VI, VII, VIII, IX, X, XII, XIII, XVII del Libro I y I, II, III, IV, del Libro II las había elaborado en junio-julio de 1684 (argumento a favor de la visita en mayo de Halley). El resto de la obra fue escrito desde diciembre de 1684 a mayo-junio de 1686. Todos estos recuerdos de Newton introducen elementos no siempre fiables en cuanto a fechas. En junio y quizá julio de 1684 estaba en Woolsthorpe según el registro del Trinity. Todo ello tiene una importancia secundaria para la comprensión del proceso generador de los Principia. Aceptando como probable que la visita de Halley se realizó en agosto, o menos probablemente en mayo, de 1684 y que Halley le preguntó por la curva descrita bajo la hipótesis del inverso del cuadrado por los planetas del sistema solar, la cuestión se puede restringir a saber qué es lo que Newton «había calculado».

I. B. Cohen cree que la pregunta pudo haberse formulado más o menos en los términos mencionados, pero, dado que se hallaba inserta en una conversación, podría ser entendida contextualmente por los interlocutores y no ser preciso, por tanto, haberla planteado más adecuadamente[34]. «Newton, dice I. B. Cohen, podría ser capaz de demostrar que si un objeto se mueve a lo largo de una elipse bajo la acción de una fuerza central dirigida hacia un foco, entonces dicha fuerza debe variar como el inverso del cuadrado de la distancia. Pero, tal como lo dice, la pregunta de Halley y la respuesta de Newton implican que éste podría probar la conversa. Esto es seguramente erróneo, puesto que la conversa no es verdadera. Esto es, bajo la acción de una fuerza inversamente proporcional al cuadrado de la distancia, un objeto no se mueve necesariamente a lo largo de una elipse, sino que su trayectoria puede ser o una línea recta dirigida al centro de fuerza o una curva que puede ser un círculo, una parábola, una elipse e incluso una hipérbola. Es posible que la pregunta atribuida a Halley se haya presentado incorrectamente y que Halley preguntara a Newton realmente por la conversa: cuál habría se ser la fuerza si un planeta se mueve en una elipse…»[35].

Pero, por otra parte, si la explicación contextual es la más natural, dados los interlocutores, no cabe olvidar la posibilidad, recordada por Newton, de que el cálculo mencionado se hallase meramente esbozado (puesto que al rehacerlo «halló dificultades») y, por tanto, que hasta estuviese mal formulado inicialmente. La pregunta de Hooke era por la naturaleza de la curva y no por la fuerza generadora de la curva. Además, si ya lo había calculado, no se explica por qué tardó tres meses en enviarle a Halley unas páginas con el problema resuelto, si se considera que su ingenio resolviendo problemas no tenía igual.

Es preciso dar un rodeo ahora para acercarnos a la cuestión que habíamos planteado sobre los cálculos hechos por Newton. No sabemos, desde luego cuáles fueron los cálculos que realizó con motivo de la correspondencia con Hooke, pero, en cambio, algo sabemos sobre el estado de la cuestión en el momento.

La noción de una expansión de una acción física en razón inversa del cuadrado de la distancia tenía además de una buena apariencia para los astrónomos, dos antecedentes bien conocidos, ambos formulados y aceptados.

El primero de esos antecedentes era la ley de Kepler relativa a la disminución de la intensidad luminosa desde el foco de luz, precisamente en razón del inverso del cuadrado de la distancia. Es sabido que Kepler también propuso una atracción solar (de naturaleza no gravitatoria), pero no le atribuyó la misma relación sino que la cifró en un valor proporcional al inverso de la distancia. Los elementos conceptuales de este primer caso pueden sistematizarse un tanto simplemente: la acción física de iluminar, sea cual sea la naturaleza de la luz, tiene un origen central, una expansión prácticamente instantánea (dejando de lado la cuestión del medio) y esférica en torno al foco de luz y la ley de intensidad para cada punto del espacio esférico considerado es una ley de inverso del cuadrado de la distancia al centro, o foco de luz. El segundo de los antecedentes había sido publicado por Huygens en 1673 como apéndice de su Horologium Oscilatorium y es la Regla de la fuerza centrífuga. Para un movimiento circular uniforme esa fuerza es directamente proporcional al cuadrado de la velocidad e inversamente proporcional al cuadrado del radio del círculo[36].

Estos teoremas de Huygens (si bien los publicó sin demostración alguna) permitían calcular el valor de la fuerza planetaria para un movimiento circular uniforme que respondiese a la tercera ley de Kepler, suponiendo una fuerza central que retuviese a los planetas en sus órbitas. Dicho cálculo podría haber sido realizado por Newton con toda facilidad y también por otros matemáticos, entre los cuales Wren, Halley, quizá Hooke, y otros más. Representemos por V la velocidad de un planeta en su órbita, por r el radio de la órbita circular, por T el tiempo periódico, por A la aceleración y por F la fuerza proporcional a ella. En tal caso,

A =

V2 / r

=

(2πr⁄T)2 / r

= (

4π2 / r2

) x (

r3 / T2

);

y puesto que (r3 / T2) es una constante (la tercera ley de Kepler) y F∞A, entonces F∞1 / r2. Y Newton, en sus cálculos de la «endeavour» de la Luna hizo algo como esto, quizá, antes de 1673, y es cierto que algo parecido fue lo que hizo hacia 1666[37].

III

Y, sin embargo, no sería prudente afirmar que éste era el punto al que habría llegado Newton cuando respondió «lo he calculado». Con gran probabilidad había llegado algo más allá. Quizá había hallado que también en algunos puntos de una elipse se cumplía la ley del inverso, quizá en aquellos que no necesitan otro tratamiento que el del círculo para obtener ese mismo resultado, por ejemplo, en los extremos del diámetro de un círculo inscrito en la elipse y trazado con radio igual al semieje menor y otros casos parecidos. El caso es que, según cuenta De Moivre, «sir Isaac, tratando de cumplir su promesa, puso de nuevo manos a la obra, pero no logró llegar a la conclusión que creía haber obtenido antes con un examen cuidadoso. No obstante, ensayó una nueva vía, aunque más larga que la anterior, que le llevó de nuevo a su primitiva conclusión y entonces examinó con cuidado las causas por las que su primer cálculo resultó ser erróneo, y halló que al dibujar una elipse de prisa y a mano, había dibujado los dos ejes de la curva en lugar de dibujar dos diámetros un tanto inclinados uno hacia otro, de modo que posiblemente fijó su imaginación en dos diámetros conjugados, lo cual era un requisito imprescindible, y al darse cuenta, hizo que ambos cálculos coincidieran[38]».

El resultado de esta reconstrucción puesta en limpio para Halley llega a Londres en noviembre de 1684 llevado por Edward Paget, un Fellow del Trinity. Era un pequeño tratado de nueve páginas en la hipótesis de que fuera igual al de la S. R. En él se resuelve el problema planteado y se sientan las bases de una dinámica más general. Así debió de considerarlo Halley, que repite visita a Cambridge y arranca a Newton dos cosas, ambas importantes: permiso para dar noticia de la existencia de este tratado y el compromiso de presentar una copia en la S. R. para que sea registrada. Todavía vuelve a Londres con tiempo para asistir a la reunión de la S. R. del 10 de diciembre y dar la noticia. La S. R., complacida, acepta y encarga la copia. Esta llega en enero siguiente y es anotada en su Registro (vol. VI, pág. 218). La gestión de Halley implicando a la S. R. significa un compromiso por parte de Newton para publicar su tratado De motu. Newton exigió reescribirlo y el resultado de esa reescritura fueron los Principia.

Dos cuestiones previas quedan pendientes. La primera es sobre el tránsito intelectual de Newton desde la correspondencia con Hooke hasta el «curioso tratado» que viera Halley y que presuntamente coincidía en gran medida con el conservado en el Registro de la S. R. La segunda, similar a la anterior, está relacionada con la transformación de ese mismo «curioso tratado» en los Principia.

No es fácil determinar el camino seguido por Newton desde 1679-1680 hasta noviembre de 1684 en lo referente a la transformación de sus ideas tanto dinámicas como astronómicas. Si tomamos como punto de partida las ideas que aparecen en su correspondencia con Hooke y como término de llegada el tratado enviado a la S. R., parece que hay que destacar una transformación radical de su concepto de «endeavor» («conatus recedendi a centro»), de los planetas y la Luna para mantenerse en su órbita hacia el concepto de «fuerza centrípeta». Este paso no está documentado en los manuscritos existentes y quizá estuviese determinado por la misma evolución del tratamiento matemático del problema del cuerpo que gira en un círculo uniformemente. La mera resolución de un problema de caída de un grave (como el propuesto por Hooke) en términos de un cuerpo que gira en torno a un centro bajo la urgencia de la gravedad como freno a su movimiento rectilíneo por la tangente, es una base conceptual suficiente para la transformación del concepto de «endeavor» en «vis centrípeta», siendo en tal caso, uno de los ejemplos matemáticamente equivalentes al de la gravedad. La primera de todas las aproximaciones, sólo explicitada en la correspondencia con Hooke, consiste en concebir la trayectoria de un grave en caída libre como una trayectoria en giro. Y ya desde hacía casi veinte años, había puesto a punto el método para determinar la «curvatura» (el grado de curvatura) de la línea descrita por un punto que se mueve continuamente en función de otros. Quizá la más fiable de las confirmaciones de esta hipotética vía newtoniana de aproximación al problema pueda hallarse en el propio «tratado» de la S. R. En él todas las consideraciones se hacen sin tener presente el concepto de cantidad de materia y sin el concepto de gravitación universal. En las «definiciones» se abordan los conceptos de «fuerza centrípeta», de «fuerza ínsita» y de «resistencia». En las 4 hipótesis se establece el marco: presencia o no de resistencia; la fuerza ínsita y el movimiento uniforme rectilíneo; relación de espacio con fuerzas simultáneas y sucesivas; y la relación entre el espacio y el cuadrado del tiempo, al inicio del movimiento, bajo la urgencia de la fuerza centrípeta[39].

Con esas bases teóricas se está completamente lejos de poder alcanzar el nivel general explicativo de los Principia, aunque se está en condiciones de abordar un problema: el planteado por Hooke y eventualmente por Halley. Si seguimos considerando los teoremas, problemas y corolarios de este inicial tratado, nos encontramos con la solución a la pregunta de Halley en el Problema III, cuyo corolario dice: «Luego los planetas mayores giran en elipses que tienen su foco en el centro del Sol; y con radios trazados al Sol describen áreas proporcionales a los tiempos, exactamente como supuso Kepler…» («omnino ut supos-suit Keplerus»)[40]. Pero es bien sabido que sólo unos meses más tarde, Libro III, Proposición XII, ya sabe que las leyes de Kepler son buenas aproximaciones empíricas pero no son matemáticamente exactas. En mi opinión, y por lo dicho hasta aquí, el primer paso de Newton consistió en hallar la mera solución matemática al problema debatido con Hooke, solución que daba también satisfacción a la pregunta de Halley. En otros términos, ello significa que Newton tomó esta solución matemática como punto de partida para desde ella avanzar hacia una explicación física tal y como su concepción de la filosofía natural lo exigía. Situados en esta perspectiva se puede mirar hacia atrás y comparar el nuevo enfoque con la primitiva visión del problema en 1679-1680 y mirando hacia adelante comprender la reelaboración conceptual que representan los Principia. En resumen, Newton ha incorporado el término de «fuerza centrípeta» para designar la noción de «fuerza atractiva» de Hooke y la ha aplicado con éxito al cálculo del cuerpo que gira en un círculo, en una elipse e incluso en otras cónicas. Si Newton era consciente de que la solución matemática del problema de «determinar la trayectoria de un cuerpo en caída libre sobre la Tierra en rotación era matemática y físicamente (s. m.) equivalente a hallar una órbita planetaria[41]» es algo más que problemático, incluso a la altura de su tratado de la S. R. Y ello por el hecho de que entre la equivalencia matemática y la física media toda la teoría dinámica que incluye la conceptualización de «masa», de «gravitación» y de fuerzas inerciales, así como la ley de la acción y reacción. El hecho de que en el pequeño tratado de la S. R. introduzca la novedad teórica de la «fuerza centrípeta» igual pero de dirección contraria a la «centrífuga» y, vinculada a ella, llegue a reformular la ley de las áreas de Kepler como propiedad matemática de las curvas y áreas generadas por los puntos en giro bajo esa condición, tanto si se supone que la curva generada es un círculo como otra cónica, ése viene a ser el punto máximo de distanciamiento aparente respecto a la concepción de 1679-1680. Esto no debe hacernos olvidar que Newton había seguido con interés los avances de la astronomía empírica y que en los primeros años 80 observó y recabó de Flamsteed observaciones con ánimo de calcular la trayectoria de los cometas de esos años. Y, con todo, en este tratado no se vislumbra ningún indicio de que la teoría de la gravitación universal ya estuviese perfilada. Por otra parte, quizá conviene ser cautos al respecto, puesto que Newton no era dado a hacer anuncios ni solía vender pieles de oso antes de cazarlos. Ello nos lleva a suponer que, aunque la idea estuviese ya en su mente, incluso con alguna claridad, no le satisfacía lo suficiente como para dar cuenta de ella. De hecho, al abordar el problema de los cometas en el Problema IV de este tratado de la S. R., la hipótesis no es la de que estén sometidos a atracciones centrípetas, sino la de que los cometas se mueven uniformemente en línea recta, juxta hipothesim quod cometa moveatur uniformiter in linea recta, determinanda est ejus via rectilínea[42]. Fuese, pues, la que fuese la concepción general que Newton tenía del sistema del mundo, de las fuerzas y de los movimientos debidos a ellas, lo cierto es que en noviembre de 1684 no presenta más que la solución matemática al problema de Hooke y a la pregunta de Halley, previo cambio de «fuerza central» por «fuerza centrípeta». Y ello nos lleva a ponderar más exactamente la diferencia cualitativa que existe entre este primer intento y el resultado final, tras una larga reelaboración que duró casi año y medio y que no tituló «De Motu», como ha sido titulado después este primer ensayo y como él mismo tituló a otros ensayos posteriores pero previos al final y definitivo; a éste le dio un título seguramente más acorde con su propia idea de lo que realmente había construido: Philosophiae Naturalis Principia Mathematica.

Las memorias que sir Isaac Newton nos legó, directa o indirectamente, proceden todas de sus últimos años y adolecen de fragilidades memorísticas, cosa natural en un hombre que no llevó un diario de sus actividades y relaciones, pero, lo que es peor, adolecen también de una cierta distorsión óptica, no en vano era un maestro en el arte, mediante la cual su propia figura y originalidad quedan aumentadas, subrayadas o incluso mejoradas si hiciese falta. Y aunque es verdad que otros lo necesitan más, no obstante, esos «memoranda» han dado pie a exageraciones, con muy buena base erudita, que, sin embargo, no pueden entenderse en concienzudos investigadores de su vida y obra. Pemberton[43], con «buena» intención, sin duda, nos presenta a Newton empezando a construir sus Principia en la época de la gran plaga cuando se retiró a la granja de Woolsthorpe —historia de la manzana que no pasará, a buen seguro, de ser una historieta contada por el anciano Newton a la hora del chocolate—. Pudiera ser que Newton así lo presentara, pero el lector habrá de tener alguna indulgencia con las reconstrucciones de un anciano que siempre se creyó «único». En nuestra opinión, el nacimiento de los Principia hay que situarlo en el otoño-invierno de 1684-1685 y vincularlo directamente a la redacción del pequeño ensayo que envió a Halley y a la S. R. Esa redacción puso en marcha el proceso y no se completó hasta que envió el último pliego a Halley que, en nombre y por encargo de la S. R., actuaba como editor, corrector de pruebas, dibujante y quizá consultor del propio Newton[44].

Si al describir la naturaleza y propiedades de una curva, como le propusiera Hooke, o al demostrar para cuerpos que giran en elipses bajo la atracción de una fuerza central que ésta será necesariamente inversamente proporcional al cuadrado de la distancia desde el centro o foco y que cumplen las leyes de Kepler en respuesta a Halley, Newton articuló muy hábilmente, gracias a su «excelente método» para analizar curvas, un conjunto de ideas que con mayor o menor precisión y coherencia circulaban entre los astrónomos y filósofos naturales de la época, en cambio, cuando aborda la redacción de los Principia se sitúa en un plano de filósofo natural bien distinto del puramente matemático. Su instrumental matemático era un instrumento necesario, pero nunca suficiente, para dar cima a su nuevo propósito. El nuevo y más ambicioso propósito es explicar el movimiento de los cuerpos en el mundo desarrollando el procedimiento encontrado para resolver un caso. Para ello no necesita tanto revisar su arsenal matemático, como las bases conceptuales de partida. Fue éste un esfuerzo notable, y en los diferentes borradores que se conservan, previos al manuscrito definitivo[45], todos con el título de «De Motu», se puede observar el proceso de análisis conceptual, de precisión y crítica rigurosa a que se autosometió hasta alcanzar formulaciones que le parecieron suficientes, consistentes y no redundantes tanto de las definiciones como de los Axiomas o leyes del movimiento. Newton no encontró ahora más antecedentes que la ley de la inercia cartesiana y la ley de la caída de los graves de Galileo. Todo lo demás era confusión, ficciones hipotéticas, o, a lo sumo, medias verdades intuidas, formuladas sin rigor y, lo que era peor, sin posibilidad de ser interconectadas sistemáticamente. El lector que se acerque a las variantes textuales recogidas en la edición Cohen-Koyré, todavía percibe el afán de Newton por mejorar la redacción de esas definiciones, por precisarlas más allá de cualquier equívoco. Y, lo que es más, diríase que Newton redactó estas Definiciones una última vez cuando ya había dado fin a la redacción del Libro I, puesto que la última frase del Escolio final de las Definiciones dice: «Hunc enim in finem tractatum sequentem composui» (para esto, pues, COMPUSE el tratado siguiente).

Por otra parte las Definiciones newtonianas fueron rápidamente revisadas y, en particular las relativas a masa y fuerza, sometidas a depuraciones conceptuales más finas y hasta distintas. En el Escolio con que cierra la Sección XI del Libro I afirma que términos como atracción o impulso tienen una dimensión cuantitativa, «de cantidades y proporciones matemáticas», como ya «he explicado en las definiciones». Y con esa dimensión matemática han de ser tomadas en esas Proposiciones en que habla de la gravedad. Pero añade que, «cuando se desciende a la física, hay que comparar estas razones matemáticas con los fenómenos para que quede claro cuáles condiciones de las fuerzas correspondan a cada clase de cuerpos atractivos». Y más tarde en la Proposición VII del Libro III, en la que enuncia la ley de la gravitación universal, «desciende a la física» precisamente desde la Sección XI del Libro I. Muchos ejemplos como éste podrían ilustrar el mecanismo autorreferencial por el que Newton va perfilando los conceptos básicos que introduce como Definiciones y Leyes. Pero, de paso, permiten entrever, con la ayuda de los borradores que se conservan, el trabajo de construcción y reconstrucción acumulativo con el que dio a luz su gran tratado. De las tres definiciones, fuerza centrípeta, fuerza ínsita y resistencia contenidas en el primer ensayo, a las ocho definiciones de los Principia, hay un salto cualitativo tan notable que sólo se explica aceptando la idea de un cambio de proyecto, fuese este cambio instantáneo o sucesivo y consecuencia del desarrollo del proyecto inicial. Y todo parece indicar que fue éste el caso. Quizá centrado en la redacción del primer tratado, llegó a ver la posibilidad de que no sólo Hooke, sino también los cartesianos y hasta el propio Huygens pidieran «basta», como antaño su compañero de escuela Storer.

Puesto en una situación semejante, eran muchas las ideas que podían concurrir para dar forma a semejante intento: nada digamos de sus ideas religiosas y de su concepción de Dios y de su presencia en el mundo, asunto éste que no se aclarará por recordar su arrianismo o su «muerte sin auxilios espirituales», ni tampoco por sus frecuentes maldiciones contra Atanasio o contra la «bestia» papal. Hay un trasfondo panteísta, impreciso, un «deísmo» muy peculiar, en su personal religiosidad, que operó sin explicitarse mucho (las cartas a Bentley o la polémica entre Clarke y Leibniz) y es posible y hasta probable que los Principia fuesen una pieza importante en esa actitud religioso-mística de Newton. Pero esto es mejor que lo diluciden los teólogos, dada la preternatural dificultad que reviste el problema. La otra fuente de ideas, ésta más constatable aunque no menos volátil, fue la alquimia. Sus denodados esfuerzos por desentrañar el misterio de la materia no fueron un fracaso tan absoluto como suele creerse. Le permitieron hacer explícitamente experimentos de densidades, y con ellos de cantidad de materia y, tras ellos, de movimientos pendulares que ya verá el lector cuán útiles resultaron a la hora de determinar valores gravitatorios y, comparativamente, oscilatorios de los satélites de Júpiter, por ejemplo. La naturaleza de los gases, de los fluidos, de los sólidos, etc. pudo ser incorporada como componente de problemas de mecánica. Lo mismo que sus conocimientos de óptica. Su concepción corpuscular de la materia, además de razones históricas externas, responde a sus trabajos de óptica y alquimia y no cuadraba mal con los «momentos» espaciales y temporales de sus fluxiones. Las fuerzas entre partículas, elasticidad, cohesión, etc., parecen exigir un soporte material para un filósofo mecánico poco dado a considerar a efectos tan tercos como la dureza de las piedras o de algunos metales meras propiedades espaciales o meras «ficciones» de la mente.

Finalmente, el lector hará por su cuenta un suma y sigue con los antecedentes matemáticos ya apuntados más arriba. Hasta qué punto este instrumental fue valioso ya es sabido. Newton mismo incorporó alguno de sus ensayos sobre cónicas, por ejemplo, casi tal cual estaba redactado, siendo éste uno de los ejemplos más claros de «integración» o de síntesis que se pueden ofrecer. Este, sin embargo, no descarta otros menos espectaculares[46], pero igualmente eficaces. Con todo, siempre habrá que recordar que la ensalada también llevaba consigo la pimienta del genio.

IV

Para simplificar un tanto la documentación disponible haremos de ella tres grandes grupos: el primero comprende las copias, las variantes en esas copias y las noticias que han quedado, relacionadas con el pequeño tratado enviado para ser registrado en la S. R. Aquí pueden agruparse, a) el enviado a Halley, vía Paget, en noviembre 1684; b) el «courious treatise de motu» que viera Halley con ocasión de su segunda visita a Cambridge en diciembre; c) el enviado y registrado en la S. R. del cual quedan, además de esta copia, otras cuatro más y que fue editado por S. P. Rigaud[47], y, en nuestra opinión; d) la correspondencia con Hooke de 1679-1680.

Un segundo grupo, no bien determinado a causa de un cierto desorden en los papeles mismos y de su relativa dispersión, estaría constituido por todos los borradores, ensayos, correcciones, etc., posteriores al tratado de la S. R. y anteriores al manuscrito final (manuscrito M) enviado a la S. R. para que se editara con el título definitivo. Aquí aparecen algunos ensayos con títulos del siguiente tenor «de motu corporum in mediis regulariter cedentibus», «de motu corporum: definitiones», «de motu corporum líber primus», «de motu corporum liber secundus» (y una redacción inicial y después desechada del Libro III de los Principia), a lo cual hay que añadir el conjunto de observaciones, datos experimentales, etc., recolectados o efectuados por Newton como soporte empírico o confirmatorio de su construcción teórica. La correspondencia con Flamsteed es un buen ejemplo. Y aunque algunos de estos papeles, cartas, notas de experimentos con péndulos, con fluidos, con graves, etc., no sean habitualmente vistos como parte de los escritos previos o borradores, no deben olvidarse ni desconectarse del proceso general de construcción de los Principia. Las entradas del «Waste Book», algunas relacionadas con obras leídas en esta época, también ofrecen datos interesantes, que tenidos en cuenta por los historiadores, permiten intuir mejor lo que estaba pasando. Finalmente, el tercer gran grupo documental vendría dado por el manuscrito M sobre el cual se hizo la primera edición E1[48], la correspondencia mantenida con Halley durante la impresión, algunos fragmentos desechados a última hora, las correcciones introducidas en los ejemplares de su propiedad de esta primera edición, así como por otras añadidas, vía Cottes, para la segunda, y otras menores para la tercera y final realizada en vida de Newton. Los casi cuarenta años, 1687-1726, que separan la primera edición de la última permitieron mejorar las observaciones y advertir deficiencias en la presentación, en el cálculo y en el orden lógico en que se presentaban algunas Proposiciones en la primera edición. Aunque no hubo ningún físico o matemático capaz de mejorar sustancialmente la concepción general formulada por Newton y, por consiguiente, la tercera edición no es más que un refinamiento en los detalles de la primera, no puede desconocerse el hecho de que los Principia, durante ese largo período de tiempo, generaron mecanismos empíricos y teóricos para la autocorrección, y también para la posterior evolución de esa misma concepción. Si los historiadores no pueden prescindir de Newton para entender la física, y aún la matemática, del siglo XVIII, pese a que hubiese sido reescrita por D’Alembert, Lagrange, Laplace, Euler, Gauss, los Bernouilli, o Boskovic, no es porque los Principia no fuesen susceptibles de una profunda revisión tanto de fondo como de forma, sino más bien porque aún no habían hecho nacer las estructuras teóricas derivadas de ellos, capaces de producir esa revisión. Hasta tal punto serían sólidas por un lado y fructíferas por otro las bases puestas por Newton en su obra física.

Lo primero que encuentra el lector, tras prólogos, prefacios y dedicatorias, es un pequeño grupo de definiciones conceptuales cuya formulación debió costar a Newton mucho esfuerzo de rigor y crítica puesto que esos conceptos, al menos en parte, circulaban de modo enmarañado y confuso, impregnados de ideas aristotélicas o escolásticas, ciertamente aligeradas de peso metafísico por la crítica de los siglos XIV y XV primero y por las depuraciones no siempre definitivas de Descartes, Galileo, Huygens, y algunos más. Así se ve Newton en la necesidad de empezar por definir la cantidad de materia, «quantitas materiae», la cantidad de movimiento y la fuerza ínsita (inercia), en términos cuantitativos o mensurables, de modo que resulten matematizables. Además, es preciso que estas definiciones tengan suficiente generalidad como para ser extensibles a toda materia, a todo movimiento con el fin de que esta «filosofía», fundada en principios matemáticos, alcance hasta donde alcancen materia y matemáticas, ya que no se trata de un sistema de cuerpos en movimiento sino que se trata de construir el sistema de todos los cuerpos, terrestres y celestes, en movimiento. Como él mismo dice en su prefacio «en este sentido la mecánica racional será la ciencia de los movimientos resultantes de cualesquiera fuerzas, y de las fuerzas requeridas para cualesquiera movimientos, ciencia propuesta y demostrada con precisión». Para ello era preciso poner en orden la relación que pudiera hacer posible cuantificar fuerzas y movimientos. Pero si la materia, en más o menos cantidad, mayor o menor, fuese igualmente indiferente al movimiento, entonces cualquier clase o cantidad de fuerza podría producir cualquier cantidad de movimiento, cosa, además de contraria a la experiencia y absurda para cualquier menestral de la mecánica vulgar, difícil de compaginar con la idea de cuantificar fuerzas y movimientos, toda vez que la indiferencia de la materia respecto al movimiento haría de éste, ante la presencia de una fuerza, algo indeterminable y, por así decirlo, libre. En tal caso ¿cómo cuantificar la fuerza? Si no se pudiera cuantificar mediante alguna relación necesaria, el movimiento existente en la cosa movida, no se podría cuantificar tampoco la fuerza «requerida» para generarlo. Pero en la cosa movida sólo se pueden distinguir dos cosas: la velocidad y la materia misma que es el objeto en movimiento. Y precisamente por eso es la cantidad de materia lo que requiere, más allá de las intuiciones comunes, una definición precisa: densidad y volumen conjuntamente, ambos mensurables, determinan la cantidad de materia en un cuerpo. Para el físico actual no es una noción absolutamente igual o equivalente a la de masa, pero ha sido la mejor durante largo tiempo, pese a adolecer de cierta posible circularidad, como otras de las aquí propuestas por Newton, toda vez que el concepto de densidad no es, ni mucho menos, un concepto primitivo sino vinculado a su vez a relaciones entre cantidades de materia y volumen. Que Newton lo entendiese vinculado al peso, en relación con el principio de Arquímedes, no salvaba la posible circularidad, pero tampoco disponía de mejores instrumentos conceptuales. Cantidad de materia, aunque siga siendo un concepto algo impreciso, es ahora un concepto susceptible de medida con valores proporcionales al peso, ya se llame cuerpo, ya masa. Esto permite utilizar el término «cuerpo» en las definiciones siguientes sin equívocos engorrosos.

Tampoco se debe pasar por alto el esfuerzo realizado en las Definiciones III y IV para lograr una expresión libre de equívocos de las dos clases de fuerzas que van a entrar en consideración: la fuerza ínsita y la fuerza impresa. La primera «que puede llamarse muy adecuadamente fuerza de inercia» es proporcional al «cuerpo». La segunda «consiste en la mera acción» y no perdura en el cuerpo después de la acción. El resto de las definiciones, supuesta la pertinencia de las anteriores, se dedica a la fuerza centrípeta. También en estos casos cabe hacerse una cuestión del grado de simplicidad y primitivismo logrado en las definiciones y en los conceptos. De hecho, el lector hallará que en la Definición V se afirma con toda osadía que la gravedad es una fuerza centrípeta por la que los cuerpos tienden hacia el centro de la Tierra o, lo que quizá sea más atrevido, por la que los planetas son continuamente apartados de las trayectorias rectas y retenidos en giro por líneas curvas. Pero (sea la historia nuestro testigo), ésta iba a ser una de las mayores cruces del autor andando los años. Las fuerzas centrípetas, tal y como las presenta Newton, actúan sobre cuerpos y, por tanto, sus acciones pueden ser reducidas mentalmente a acciones instantáneas que se van produciendo en instantes sucesivos. Ya se consideren dichos instantes continuamente sucesivos o discretamente sucesivos, ello no hará al caso a la hora de tratar a dichas acciones como impulsos instantáneos, con la posibilidad de ser matemáticamente asociadas a infinitésimos de espacio o de tiempo o de movimiento. Ya Galileo había utilizado una estrategia similar en su análisis de la caída de los graves, si bien el aparato matemático era mucho menos sutil que el de Newton. Este parece que sufrió una reconversión a los ideales geométricos euclídeos en los años inmediatamente anteriores a la redacción de los Principia[49], menospreciando la poca elegancia de las construcciones analíticas de su tiempo. Esto le llevó, tal vez, a expresar las relaciones entre esas mínimas cantidades en términos de «razones nacientes» o «evanescentes». Esto no obstante, Newton conocía bien el tratamiento de esas cantidades «fluentes» mediante funciones continuas y en algunos casos no renunció a llevarlo a la práctica. Con todo, la concepción de las fuerzas impresas como «acciones» le ayudó también en la opción por el método de razones primeras y últimas. Por todo esto las definiciones primera, tercera y cuarta en las que se exponen los conceptos de fuerza inercial, fuerza impresa y sus relaciones con la masa y con el cambio de estado inercial tienen particular relevancia como exponentes de la concepción dinámica de Newton. No es, pues, extraño que hayan merecido tan amplia atención posterior. Y no sólo por el carácter arcaizante de esa concepción de fuerza (sino es también una continuación sofisticada de la estática arquimédea, cosa menos sorprendente en un cultivador de «priscae sapientiae»)[50], sino sobre todo por su carácter determinante de la dinámica newtoniana. Mientras tanto, las Definiciones V a VIII relativas a la fuerza centrípeta y sus clases (absoluta, aceleratriz, motriz) no adolecen menos que las otras de esos males, pero, por su carácter particular, el análisis de las mismas se ha centrado en su particularidad. De ésta lo más notable es, sin duda, su aparente identificación con la gravedad y la no menos aparente inclinación de Newton a afirmar la realidad de la misma. Si la física actual acaba por darle la razón, después de haberle reprochado tantas veces que con esa identificación había reintroducido por la puerta trasera a las denostadas «cualidades ocultas» de la escolástica, no por ello habrían desaparecido los problemas mayores apuntados antes.

Sus definiciones se cierran con un Escolio famoso. En él Newton nos expone algo de su trasfondo metafísico: sus ideas de espacio absoluto, tiempo absoluto, movimiento absoluto. Estos conceptos se han utilizado en física de un modo parcial, el meramente necesario y suficiente para la física, pero en este texto parecen tener más alcance. No se trata de meros sistemas constantes de referencia, de un eje fijo de coordenadas, sino que el tiempo absoluto y el espacio absoluto aparecen aquí como referencias ontológicas y cosmológicas últimas y no como meros sistemas inmóviles de referencia. Aparecen concebidos como absolutamente independientes y como invariantes absolutas del mundo. El lector no dejará de recordar las discusiones derivadas de este planteamiento, desde la polémica Leibniz-Clarke hasta Mach, Einstein, etc., pero a la vez, es preciso recordar que, junto con el Escolio general y las «Queries» de la Optica, constituye uno de los textos más característicos y representativos del pensamiento de Newton, alejado en muchos puntos más de lo que pudiera parecer del puro pensamiento mecanicista.

En el segundo paso de la reconstrucción final de los diferentes tratados «de Motu» anteriores al manuscrito M, Newton reduce un largo conjunto de axiomas, leyes, y lo que acabó por denominar hipótesis a tres leyes, seis corolarios y un escolio. La primera de las leyes es la de la inercia, ya antes enunciada con mayor o menor precisión por Descartes, Galileo, Huygens, pero aceptada por los matemáticos, como dice Newton. En la segunda, establece la proporcionalidad entre los cambios de estado inercial (de reposo o movimiento) y las fuerzas impresas según la dirección recta de la acción de éstas. Pero necesitará de los corolarios para precisar los distintos casos de composición, descomposición, suma, resta, etc., en que se producen los cambios y las acciones de las fuerzas impresas. La tercera es la ley de la acción y reacción. Su origen en Newton se relaciona con sus estudios de los impactos y su formulación cartesiana que ahora encuentran una integración en una dinámica más general. Esta ley tiene aquí una particular aplicación («esta ley también tiene lugar en las atracciones»), como apostilla él mismo al tratar de justificarla. Su aplicación en el estudio de los impactos ya había dado sus frutos y ahora en su aplicación a la gravedad iba a dar más, pese a que la fuerza impresa en los impactos cuadre bien con «la mera acción que no permanece después en el cuerpo» y en cambio no cuadre tanto con la atracción, que es continua. En el Escolio, hace Newton repaso y homenaje de los predecesores en el uso de estas leyes y trata de dar carta de naturaleza y noble ascendencia a esta tercera. Por si las polémicas volviesen, no está demás una familia honrada como la de Galileo, Wren, Huygens, Mariotte. Pese a ello la física ha revisado estas leyes de una forma paralela al desarrollo propio y casi como condición del mismo. La primera ha corrido la suerte de la crítica al concepto de «cantidad de materia» del cual es inmediatamente dependiente; la segunda ha sido tributaria del concepto newtoniano de «fuerza impresa» y, por tanto, de las reformulaciones del mismo, tentativas que aparecen ya en los Marginalia leibnizianos[51] y se van completando con D. Bernouilli en 1726 y D’Alembert en 1743[52]. En cuanto a la tercera, ha sido objeto de análisis de otro tipo: ¿es redundante y un mero corolario de las dos primeras? Es evidente que, desde un punto de vista cinemático, la física podía prescindir de ella, y desde un punto de vista dinámico, podía considerarla como una mera «suma» de las dos primeras. El esfuerzo de Newton por darle una justificación empírico-intuitiva, con ejemplos de mecánica empírica o de trabajo es un indicio de su fragilidad teórica. Además, y éste será un problema que no alcanza a la fuerza impresa en los impactos, ¿cómo ejercer acción y reacción a distancia?, esto es, ¿cómo ejercerla sin impacto, sin medio físico interpuesto que trasmita la acción o la reacción? Los vórtices cartesianos, materiales como eran, bien podían cumplir con este cometido mecánico, pero con la supresión del medio vorticial o etéreo u otro cualquiera no hay forma física de transportar la acción. En la primera definición aparece ya el problema. Cotes, en su prefacio, se hace eco de ello y parece abogar explícitamente por la «acción a distancia», naturalmente sin dar explicación mecánica, al igual que inclina demasiado la opinión del lector en favor de la consideración de la gravedad como «propiedad de la materia». Newton no se vinculó a una consideración tan fuerte[53].

Ya hemos dicho que los Principia resultan de la reelaboración y expansión del pequeño tratado de la S. R. En un primer plan esa reelaboración se debió concebir como dos libros: el primero sobre el movimiento de los cuerpos y el segundo sobre los movimientos del sistema solar según los principios establecidos en el primero. Este plan se realizó de hecho y se conserva en manuscritos entregados a la Biblioteca de la Universidad como si tales textos hubieran correspondido a las «Lectiones» de su cátedra Lucasiana, cosa que no ocurrió, al menos tal cual se entregaron y se conservan. Lo que sí fueron, desde luego, fue una primera redacción de ensayo, base de correcciones y de ampliaciones y, en suma, el antecedente inmediato de los Principia, del manuscrito M que sirvió para hacer la primera edición. Pero el primitivo libro sobre el movimiento acabó ampliado a dos, mientras que el segundo quedó desechado y sustituido por una nueva y algo más amplia redacción casi sobre el mismo esquema que el primitivo y que será el Libro III.

De este modo el Libro I vino a adquirir una notable extensión con 14 secciones, más que proposiciones contenía el tratado de la S. R. Este pequeño tratado se inicia con tres definiciones y cuatro hipótesis más dos lemas puramente instrumentales, y pasa inmediatamente a tres teoremas: el primero, igual a la Proposición I de los Principia, demuestra la igualdad de áreas en iguales tiempos en el caso de un cuerpo en giro alrededor de un centro, cuando esas áreas son descritas por un radio vector trazado desde el cuerpo al centro de giro. El segundo se corresponde con la Proposición IV de los Principia y define las fuerzas centrípetas de los cuerpos que giran en las condiciones del movimiento circular uniforme. (En la segunda y tercera ediciones de los Principia se suprimen los diagramas). El tercero —correspondiente a la Proposición VI de los Principia— expresa la fórmula general de la proporción de la fuerza centrípeta para un cuerpo que gire en una curva. Siguen unos problemas, el primero determina, para un punto de la circunferencia, la fuerza central que permite a un cuerpo girar por ella —Proposición VII de los Principia— y el segundo y el tercero plantean el mismo problema para el centro y el foco de una elipse —Proposiciones X y XI—. Sigue luego un cuarto teorema —Proposición XV— en el que demuestra que cuando la fuerza centrípeta es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia al centro, los cuadrados de los tiempos periódicos son proporcionales a los cubos de los ejes transversos de las elipses. No olvida recordar aquí que «con este método es posible determinar las órbitas de la Tierra, Marte, Júpiter y Saturno…». Un cuarto problema —Proposición XVIII de los Principia— investiga el caso de que «supuesto que la fuerza centrípeta sea inversamente proporcional al cuadrado de la distancia al centro, y conocida la cantidad de dicha fuerza, hállese la elipse que describe un cuerpo lanzado desde un lugar dado y con una velocidad dada siguiendo una línea recta». Caso este que bien pudiera ser el de la Luna tratado en los años 65-66 y que responde también al problema debatido con Hooke. Todo lo contenido hasta aquí va a ser tema de las secciones segunda y tercera de los Principia, lo cual muestra la magnitud de la ampliación a que sometió Newton su primera redacción. El resto del tratado de la S. R. son tres problemas sobre la caída de graves en medios no resistentes —Proposición XXXII— suponiendo a la gravedad como una fuerza centrípeta de ley igual al inverso del cuadrado; y los problemas sexto y séptimo en que trata de la resistencia de los medios a la caída de los cuerpos —Corolarios de las Proposiciones II y III del Libro II— y un Escolio cierra el tratado (Proposición IV del Libro II) sobre los proyectiles lanzados paralelamente al horizonte. Eso es todo lo que Newton incluyó en el pequeño tratado de la S. R[54]. ¿Cómo entender el paso, en dieciséis o diecisiete meses, hasta una obra de tan gran complejidad como los Principia? Si repasamos los títulos de las catorce secciones del Libro I, hallamos que la primera es de contenido puramente matemático. Sus once Lemas responden a una reelaboración «ad hoc» de los estudios sobre tratamiento de cuadraturas y su tratamiento mediante límites de cantidades fluentes. En esta sección se halla implícita una opción metodológica vinculada no sólo a sus preferencias, en ese momento, por las formulaciones geométricas en lugar de las analíticas, sino también a su modo de entender las relaciones espacio-tiempo-movimiento, que se hallaba vinculado a imágenes geométricas o a las representaciones geométricas de las mismas, cosa muy evidente cuando aborda la construcción de problemas de movimiento, etc. Sus generalizaciones son siempre, incluso en el desarrollo de sus estudios de análisis, generalizaciones a partir de casos discutidos hasta el detalle. Para hacer lo mismo con los problemas y teoremas de movimiento opta por su representación y ésta es más comprensible y directa en un modelo geométrico que en un modelo analítico. De hecho, él mismo dio una versión de los hechos congruente con esta interpretación[55]. Las secciones II-XII-XIII se dedican a temas de fuerzas. Pero, como no puede menos de ocurrir, las magnitudes de semejantes fuerzas han de entenderse como condiciones necesarias de las propiedades métricas de algunos movimientos. Además, la sección tercera, pese al enunciado «sobre el movimiento de cuerpos en secciones cónicas excéntricas», se dedica a la determinación de las leyes de las fuerzas centrípetas tendentes a algún centro o foco. Y ambas, segunda y tercera, tienen una gran parte de proposiciones problemáticas. Esta característica, junto con la introducción de los Lemas necesarios para resolver los problemas, hace de estas secciones iniciales un buen exponente del método heurístico newtoniano: los fenómenos no son aquí tales fenómenos sino hipótesis ideales de carácter geométrico, como por lo demás concierne a «principios matemáticos». Solamente los corolarios introducen aplicaciones al mundo real, o meramente las insinúan, pero sin identificar absolutamente los fenómenos de referencia con las hipótesis formuladas en los problemas[56].

Cuando el lector inicia la sección cuarta se encuentra con el Lema XV y con la Proposición XVIII, Problema X. En resumen: mucho instrumental matemático y problemas resueltos gracias a ese instrumental. Y cuando concluya la sección quinta habrá pasado por XXVII Lemas y por XXI Problemas y solamente habrá llegado a la Proposición XXIX. Habrá recorrido un elenco de cuestiones relativas al hallazgo de puntos, curvas, lugares geométricos, descripción de curvas tangentes a rectas dadas, etc., cuestiones todas que Newton había trabajado y sistematizado mucho antes[57]. Y algo parecido vale para la sección VI, aunque en ella aparezca un Lema tan notable como el XXVIII y su aplicación en el Problema XXIII siguiente. De hecho estas seis primeras secciones son sobre todo una brillante aplicación o una extensión de sus conocimientos matemáticos a los problemas ya enunciados en el pequeño tratado de la S. R., junto con una organización de la geometría asociada a esos problemas y en algún caso, como el del último Lema mencionado, del análisis algebraico merecido por determinadas ecuaciones[58]. En la sección VII se detendrá con la solución del problema de ascenso y descenso rectilíneo de los cuerpos bajo la condición del inverso del cuadrado de la distancia. Es el último problema del pequeño tratado de la S. R. y empieza a dar por supuestas las cuadraturas de las curvas[59].

Podríamos resumir el contenido de las siete secciones restan les del Libro I diciendo que en ellas amplía los casos, tratados o insinuados hasta aquí, mediante una sucesiva introducción de variables procedentes de las diferentes perspectivas que pueden entrar en consideración, aunque las más notables sean las de la astronomía empírica. De hecho, la VIII se centra en cómo hallar órbitas de cuerpos que giran bajo la condición de fuerzas centrípetas, la IX del movimiento de órbitas y ápsides, la X del movimiento pendular, la XI del movimiento de cuerpos que se atraen mutuamente, y así se llega a la sección XII, completamente original (requiere un nuevo Lema) en la que estudia la estructura de las fuerzas atractivas en cuerpos esféricos y que le permitirá descubrir, entre otras cosas, que la atracción de la Tierra en su interior desde la superficie al centro no decrece en razón del cuadrado de la distancia, sino sólo de la distancia. Es toda esta sección autónoma en tal medida que no depende en su tratamiento más que de la Ley tercera (en la Proposición LXXV) y del Corolario 3 del Lema VII (en las Proposiciones LXX y LXXI) La sección XIII es de nuevo una aplicación de la anterior, mientras la XIV debe entenderse en relación con su teoría corpuscular de la luz y no exenta de reivindicación de esa misma teoría frente a argumentos utilizados en su contra en la polémica de los años setenta. Pero, con todo, vale la pena recordar aquí que en este Libro I se encuentran algunos de los problemas cuya solución merece ser recordada por su novedad: así, en la sección VI aborda el llamado problema de Kepler (el cálculo de áreas para sectores focales de la elipse), en la Proposición LXIX calcula la Corrección que es preciso introducir a la tercera ley de Kepler en función de las masas de los cuerpos en giro, en la Proposición LXVI aborda el célebre problema de los tres cuerpos, etc. El esfuerzo matemático acumulado a lo largo de este Libro I puede parecer desproporcionado con respecto a los problemas «reales» que trata, pero nada tiene de trivial si se considera en su conjunto Sean lo que fueren las fuerzas centrípetas, en torno a ellas se constituye por vez primera un sistema capaz de calcular espacios, velocidades, tiempos, masas, trayectorias, etc. con aproximaciones jamás conocidas. Añádase la generalidad alcanzada en esta teoría del movimiento (ideal o matemático si se quiere) y pese a las restricciones que el propio Newton concede de buena gana tendremos una primera mecánica «la más perfecta de todas», como dice en el prólogo, con que se tropieza la historia, un tratado sobre el movimiento de los cuerpos de alcance teórico general.

Si el Libro I puede describirse como teoría general del movimiento de los cuerpos en condiciones ideales (en medios sin resistencia, con masa pero sin forma ni volumen, sin problemas de elasticidad ni de viscosidad, etc.), en el Libro II la perspectiva cambia notablemente. Newton, probablemente al redactar algunas Proposiciones finales sobre los movimientos en medios resistentes, comprendió que el tema era más amplio de lo que en un principio sospechó y quizá vislumbró también que sólo una aplicación a un mundo más real del aparato teórico construido en el Libro I merecería el calificativo de «Filosofía Natural», y que explorar el movimiento de la materia en interacción con la materia era una ocasión pintada para acercarse a profundas y oscuras intuiciones sugeridas por sus estudios ópticos y alquímicos. El caso es que cerró el Libro I y abrió un segundo Libro de naturaleza mucho más concreta, con aplicaciones a problemas más específicos en los cuales introduce las complejidades de la resistencia, la viscosidad, la densidad, la elasticidad, etc. Aunque siempre se ha puesto de relieve la aparición en este Libro II de los indicios y noticias primeras publicadas sobre el cálculo fluxional —Lema II y su Escolio, Escolio que varía notablemente de la primera y segunda ediciones a la tercera— nos parece mucho más relevante llamar la atención del lector sobre la naturaleza misma de los problemas que se tratan en él. Las tres primeras secciones las consagra Newton al estudio del movimiento en medios resistentes —resistencias en razón de la velocidad, en razón del cuadrado de la velocidad y en razón compuesta de ambas— resistencias que, por otra parte, muy bien pudieran no darse en la naturaleza, pero cuyo estudio proporcionará el modelo para otras cualesquiera que de hecho se dieren. Ya advierte en el Escolio de la sección primera que «la resistencia en razón de la velocidad es más una hipótesis matemática que una hipótesis natural». Pero, con todo, en corolarios posteriores encuentra casos de aplicación inmediata. Y en otros casos, como aduce en el mismo Escolio, media una aplicación de las Leyes II y III, junto con evidencias empíricas de su propia experiencia de laboratorio, en las que ha tratado de medir viscosidades, elasticidades, etc. De ello informa al lector en el Escolio final de la sección tercera, aunque no le informa de por qué atribuye los valores de resistencia a cada una de las partes. En este orden de cosas Newton se mueve con menos seguridad y menor base experimental u observacional que en temas astronómicos y se ve forzado a recurrir a estrategias suplementarias, en buena parte analogías y extrapolaciones de situaciones ideales estudiadas en el Libro I. Al igual que un buen número de Proposiciones y hasta de secciones del Libro I no tienen aparentemente vinculación directa con el tema-guía de su trabajo (la dinámica celeste) y, sin embargo, merecieron su atención por diferentes razones, de igual modo en este Libro II hay algunas cuestiones aparentemente desconectadas del tema principal. La sección IV dedicada al análisis del movimiento circular en medios resistentes o la sección V, por ejemplo, que se consume en el análisis de la densidad y de la compresión de los fluidos y de la hidrostática. Y sin embargo, las aplicaciones van apareciendo, poco a poco, principalmente en los corolarios, en los cuales tiene presentes problemas debatidos, en el momento en que escribe, por otros filósofos naturales, de algunos de los cuales da cuenta, como en el caso del Escolio de la Proposición XXIII sobre el magnetismo. Y aún es más explícita su intención de tratar un problema concreto en la sección VI siguiente, dedicada al estudio del movimiento pendular en medios resistentes. Y si el lector se detiene en una lectura minuciosa de la Proposición XL y del Escolio subsiguiente, comprobará en qué medida la ampliación de todo este Libro II está vinculada a experimentos conocidos o directamente concebidos y realizados por Newton, no siempre con ocasión de la redacción del libro y, por lo tanto, la medida en que Newton trataba de tener presentes en estos momentos otros problemas procedentes de otras investigaciones y de otros contextos, para los cuales ve ahora una vía de solución en el contexto general en que se mueve. La sección VIII, en la que aborda una antigua cuestión sobre la que no vuelve directamente, está dedicada al movimiento ondulatorio. En ella aparece de nuevo el tratamiento corpuscular de las ondas en medos fluidos, aparentemente suficiente para explicar fenómenos ondulatorios. Y el lector avisado hará por su cuenta un repaso de las cuestiones debatidas sobre la naturaleza de la luz. Y, aunque breve, no será menos polémica la sección IX en la que desmonta con gran facilidad toda la teoría vorticial cartesiana. Le bastará aplicar su batería matemática, como ya había sugerido a Hoofe respecto a la teoría de Mallement, y mostrar que no es compatible con los cálculos que sean a su vez compatibles con las observaciones. Aparece así un universo vacío y libre de materias más o menos sutiles dotadas de actividad mecánica. Pero ¿cómo pueden, entonces, realizarse todos estos movimientos en espacios libres, sin vórtices? Eso podrá entenderlo el lector, dice Newton, a partir del Libro I, y se expondrá más completamente en seguida en el Sistema del Mundo.

Este Libro II viene, por tanto, a introducir algunos nuevos elementos relacionados con las fluxiones, aunque ya hubiesen aparecido insinuados en el Libro I (Lemas I, II y Escolio del Lema XI así como en las Proposiciones XXXIX, Corolario 3, XLV, Casos 2 y 3) relativos a sus ideas sobre las cantidades infinitamente pequeñas. Pero no es seguro que las necesidades del proyecto inicial exigiesen un rodeo como el que el lector se encuentra al principio de este libro, salvo que se llegue a la convicción de que Newton, cosa no improbable, se tropezase con problemas tanto conceptuales como instrumentales más complejos de lo previsto. De hecho la temprana aparición (Proposición II) de la hipótesis de trabajo sobre la proporcionalidad de la resistencia respecto a la velocidad le va llevando a cálculos más complejos y a introducir el célebre Lema II. Estos complejos problemas no obedecen únicamente a un deseo de Newton de mostrar su competencia matemática y de alejar de las polémicas a inexpertos, sino que es más que probable también una ampliación del horizonte filosófico de Newton durante el proceso de redacción de la primera parte, ampliación que, por otra parte, no contaba siempre con suficiente base experimental. Pero además, algunas de sus brillantes deducciones estaban de antemano orientadas por otros trabajos (la ley de Boyle, trayectorias de proyectiles, sonidos, comportamiento de la luz, cicloides y péndulos isócronos, etc.), pero no se hallaban sometidos, ni esos ni otros fenómenos, a un tratamiento unificado. Esa es la primera característica de este Libro II. De modo más sutil, el intento de organizar la dinámica de los cuerpos en cualesquiera clase de medios, resistentes o no resistentes, en torno a una ley profunda de la naturaleza —la ley de la gravedad— va adquiriendo carta de naturaleza paso a paso, hasta que el lector se ve irremediablemente en el dilema de elegir entre un universo gravitacional y otro universo lleno de materias vorticiales cuyo comportamiento dinámico sería absolutamente incompatible con los fenómenos. Una vez alcanzada esta perspectiva unificadora, solamente faltaba mostrar el grado de aplicación de estos principios al universo. De ahí el título mismo del Libro III: «Sobre el Sistema del Mundo».

Con el rótulo anterior como título, el Libro III es resultado de la reescritura de una redacción anterior, adoptando una forma retórica en la exposición —«more mathematico» dice Newton— para alejar a posibles objetantes sin base matemática y quizá pensando en Hooke cuyas reclamaciones, vía Halley, ya le zumbaban en los oídos cuando se decide a hacer el cambio de ropaje[60], pero reteniendo con algunos cambios y mejoras los tópicos de la primitiva versión en lenguaje «popular». En general se trata de reconstruir el sistema copernicano de acuerdo con las leyes de Kepler y las correcciones computacionales posibles gracias al nuevo método, incorporando como centro de la reconstrucción la ley de la gravedad, que le permite explicar también las mareas, predecir irregularidades en el movimiento de la Luna y los planetas y explicar la trayectoria de los cometas.

El lector es advertido desde la breve introducción, antepuesta por Newton, de la relativa independencia y autonomía de este libro, pero no debiera, a mi entender, creer demasiado en ella, lo que tampoco significa que se trate aquí de una mera extensión de alguno de los problemas tratados anteriormente, o para ser más exactos, no es posible prescindir de los dos anteriores como patrón explicativo del tercero, aunque sea posible prescindir de una gran parte de las Proposiciones contenidas en ellos a la hora de exponer «matemáticamente» las consecuencias que aquí se exponen. Cuando en la Proposición VII Newton propone su ley de la gravitación universal y afirma que «la gravedad acontece en todos los cuerpos y es proporcional a la cantidad de materia existente en cada uno», no está obteniendo una consecuencia matemática de una proposición o de varias, sino que está expresando como inferencia de todo lo anterior la condición necesaria para que en el caso de los planetas, y del mundo en general, se cumplan las proposiciones matemáticas sobre el movimiento del Libro I (supuestas las restricciones que haya que suponer, entre otras las del Libro II). Por ello, todo este libro puede ser visto como un ejercicio de aplicación de los otros dos a un caso, el del sistema del mundo. Los presupuestos necesarios, además de los dos libreas anteriores considerados como marco teórico, aparecen explicados en las diez primeras proposiciones junto con las Reglas y Fenómenos incluidos o las Hipótesis y Lemas intercalados a lo largo del libro. En ese ejercicio Newton se centró en unos pocos casos en los que consideraba que su tratado podría mostrar su poder de resolución: el cálculo de órbitas y cuerpos celestes, una teoría de los movimientos y perturbaciones de la Luna, una explicación de las mareas como efecto de la gravedad hacia el Sol y hacia la Luna y una aproximación a la teoría de los cometas como cuerpos que gravitan en torno al Sol.

Pero hay un aspecto en este tercer libro que debemos resaltar aquí para que el lector lo compruebe bajo la óptica que crea oportuna: lo motiva inicialmente el amplio aparato observacional reunido por Newton para ser incorporado como datos observables de cada uno de los problemas. Si notamos que no era «profesionalmente» un astrónomo ni un observador dotado de instrumental adecuado que dependía de las tablas de observación y de los datos publicados o comunicados por otros y además tenemos en cuenta las nachas tablas y datos que logró reunir ya desde la primera edición (si bien esta labor continuó para las siguientes y dio lugar a múltiples correcciones y cambios de datos), tendremos una mejor idea del alcance del proyecto abordado por Newton en este libro. Pero para comprender el alcance de su estudio no conviene contextualizar sus resultados entre los logros de la astronomía actual. Esto nos llevaría a considerar a este libro como un mero tratado de ciencia positiva, como un producto tópicamente baconiano sin mayor trascendencia que la búsqueda y acumulación de resultados. Si esto hiciéramos, habríamos dejado de lado el carácter filosófico que Newton pretendió para su Sistema del Mundo. Y no se trata solamente del aspecto metodológico vinculado frecuentemente a las «hipótesis» (nueve en la primera edición) con que inicia la exposición ni a la posterior transformación de las mismas, en las dos ediciones siguientes, en las «Regulae Philosophandi» (tres reglas, una hipótesis y seis fenómenos en la segunda; cuatro reglas, una hipótesis y seis fenómenos en la tercera), porque esto meramente tiene importancia respecto a la idea que Newton tenía de cómo hacer filosofía, sino que más bien ha de tenerse presente qué filosofía hace o pretende hacer con ese u otro método cualquiera. Y tampoco es excesivamente relevante aunque dé una pista el contenido de la Hipótesis III de la primera edición (suprimida en las otras dos) pese a su compromiso ontológico («todo cuerpo puede transformarse en otro cuerpo de otro género cualquiera y asumir todos los grados intermedios de cualidades»), puesto que Newton oficia de filósofo natural en el sentido histórico del término en ese momento y, como hicieran Descartes, Gassendi, More, etc. aspira a desvelar los secretos de la naturaleza hasta donde sea posible, sin importar que alguno de ellos se resista al intento. Saber cómo es el mundo, cómo se mueve y por qué, descubrir que solamente fuerzas proporcionales a la distancia y proporcionales al inverso del cuadrado de la distancia permiten movimientos armónicos y estables en círculos o en elipses, etc. es alcanzar a entrever el plan divino, entrar en el secreto de la naturaleza y, como había soñado la metafísica, contemplar al universo «sub especie divinitatis». Sólo desde esta perspectiva se puede comprender que un libro de mecánica, por celeste que ésta sea, acabe con un Escolio General de amplio sentido teológico (aunque incluido en la segunda edición y prefigurado en las «Qeries» de la Optica y en parte en la conclusión general redactada para la primera pero no incluida finalmente). Todo lo cual sugiere que el conjunto de la obra, y más explícitamente este tercer libro, no es sino un retazo de una más amplia y «religiosa» concepción del mundo a cuyo descubrimiento dedicó no sólo estos esfuerzos sino también los que dedicó a la óptica, a la historia sagrada y profana, a los estudios bíblicos y, con mucha mayor extensión y menos éxito, a la alquimia. Si se supone que para Newton el concepto de naturaleza incluía a Dios como esencia o parte de la misma y que las manifestaciones, «fenómenos», de la naturaleza en sus diferentes estados y «grados de cualidades» eran también fenómenos de la divinidad, quizá se esté en una perspectiva cercana a la que, al menos en momentos de su madurez, poseyó el propio Newton. Y, desde esta perspectiva, las leyes de la mecánica, las de los astros y, en definitiva, las del mundo no serían meramente leyes naturales sino, sobre todo, leyes divinas «matemáticamente» demostradas. Newton, que sepamos, no formuló jamás estos pensamientos en términos explícitos, pero algunas expresiones del Escolio General y otras de la polémica con Leibniz vía Clarke inducen a suponerle cercano a ellos. No menos se infiere esa cercanía de la lectura que los teólogos afines a él hicieron por su cuenta. Y aunque su sentido del rigor científico le llevase a cautelas, con la gravedad lo mismo que con la divinidad, no por ello logra ocultar por completo el último contexto de su pensamiento como filósofo natural. Pero, prescindiendo ahora de estas conjeturas filosóficas, vale la pena subrayar algunas de las aplicaciones concretas en las que Newton ensaya su poderoso arsenal teórico y que el lector encontrará en este libro: entre ellas el Problema III en la Proposición XIX, en el que discute la relación entre los diámetros polar y ecuatorial de la Tierra, logrando por primera vez una imagen muy aproximada a la realidad[61] y la consecuencia inmediata de la Proposición siguiente según la cual los pesos de cuerpos iguales varían en razón de la distancia al centro de la Tierra con el conjunto de mediciones aportadas y comparadas entre sí realizadas a diferentes latitudes con péndulos isócronos. De no menor interés resulta su análisis de los movimientos de la Luna, tanto de los observados como de los meramente inferidos, que se extiende desde la Proposición XXV hasta la XXXVIII, con un extenso Escolio a la Proposición XXXV en el que, por si el lector no se hubiera percatado por sí mismo, le advierte de los méritos teóricos de la teoría de la gravitación y de sus posibilidades heurísticas, especialmente en casos tan complejos como el de los movimientos de la Luna (un problema de tres cuerpos) aunque hasta para él mismo «el cálculo de este movimiento sea difícil» y haya de recurrir a aproximaciones tolerablemente cercanas a las observaciones. Tampoco escapará a la consideración del lector la aplicación de la teoría de la gravedad al cálculo de la precesión de los equinoccios en la Proposición XXXIX, dando una explicación a un fenómeno observado desde los tiempos de Hiparco. Más misteriosos eran los movimientos y naturaleza de los cometas, a los que Newton había prestado atención ya desde sus días de estudiante y que, pese a su frecuencia y a las múltiples observaciones y conjeturas de que habían sido objeto, todavía en los años 82 y 83 eran ampliamente desconocidos por el mismo Newton, como refleja su correspondencia con Flamsteed. No obstante, gracias a la nueva teoría que acaba de conformar, a las observaciones recopiladas y a la recuperación de su técnica de estudio de lugares y puntos de rectas y curvas (Lemas V, VI, VII, VIII y IX), llega al brillante Problema XXI (Proposición XLI), con el ejemplo del cometa de 1680 en el cual reúne amplia información observacional y construye con gran arte una representación a escala de su trayectoria, de su luminosidad aparente y de las velocidades y tiempos de su paso por las inmediaciones de la Tierra. Y aunque el ejemplo acabe con curiosas reflexiones de Newton sobre el papel restaurador de la materia cósmica que podrían jugar los cometas y sus enormes colas de partículas gaseosas, todo bajo un aparente sabor alquímico-naturalista especial, no es menos evidente que con esta Proposición y la siguiente sobre la forma de corregir la trayectoria hallada de un cometa logra por fin dar una ley para sus movimientos y su misterioso comportamiento que aventa para siempre los «terrores» de la humanidad. No olvida en esta última Proposición del libro incluir las observaciones disponibles de otros cometas (en particular el del año 64-65 y del año 82-83 de los cuales él mismo había sido testigo también), tanto si dispone de observaciones recientes y más o menos fiables como si se trata de meras noticias que vienen de la antigüedad.

Y para dar fin a su aventura hallará el lector el célebre Escolio General, incluido en la segunda edición, aunque en la primera ya había redactado una especie de conclusión no incluida al fin, Escolio que, tras resumir muy brevemente los datos principales del Sistema del Mundo recién descrito, se adentra en una consideración sobre el papel de Dios en ese sistema y sobre la acción y presencia del mismo en su funcionamiento. Este sorprendente final tendrá el lector que ponerlo en relación con otros acontecimientos externos, tales como el inevitable choque con la filosofía cartesiana y cor la metafísica racionalista, especialmente de Leibniz, aunque el obispo Berkeley, en casa, ya había arremetido contra su concepción del espacio, del tiempo y del universo mecánico. No menor interés hallará el lector en los dos últimos párrafos del Escolio. En el primero de ellos Newton se confiesa desconocedor de la naturaleza de la gravedad y se niega a proponer hipótesis imaginarias y a reconocer que las haya propuesto —«hypotheses non fingo»— pero afirma que la gravedad, sea lo que sea, existe de hecho «satis est quod revera existat», afirmación que para él no dispone de menor base experimental que las demás afirmaciones sobre propiedades de los cuerpos tales como la impenetrabilidad, la movilidad, etc. En resumen que si Descartes propuso imaginarias hipótesis como la de los vórtices, tal no es su caso con la gravedad ni con otros temas (quizá menos fáciles de recordar, como el de la naturaleza de los colores), cosa que no le impide pasar inmediatamente a mencionar a «cierto, espíritu sutilísimo» que atraviesa a todos los cuerpos y gracias al cual, fenómenos como la cohesión, la interacción química o eléctrica, la emisión de luz y calor y hasta la sensación y movimientos musculares humanos podrían ser explicados, pero por desgracia «no disponemos de suficiente número de experimentos mediante los cuales deben mostrarse y determinarse con exactitud las leyes de las acciones de este espíritu», al cual en la versión inglesa de esta obra se adjetiva de «elástico y eléctrico», sin que sepamos todavía si no merecería quizás otros cuantos calificativos más.

V

Quizá sea hora de retomar alguno de los hilos que hemos dejado sueltos más arriba y rematar el cuadro histórico en que se acabaron los Principia. Sabemos que Newton se concentró sobre los iniciales teoremas que envió a Halley en noviembre de 1684 y que no mucho después, quizá en febrero ya habían alcanzado una expansión aceptable, aunque por esos días hubo de viajar por asuntos privados a sus posesiones de Woolsthorpe, pero no más tarde de abril ya estaba de nuevo sobre ellos, ampliándolos continuamente, sin que en estos meses se prodigase en otra cosa que alguna muy breve comunicación con el exterior. Por estos tiempos tiene a su servicio un amanuense, Humphrey Newton (sin parentesco entre ellos), que va poniendo en limpio las sucesivas versiones ampliadas de un primer original con el título de «De motu corporum», sobre el cual vuelve una y otra vez sir Isaac hasta que en un momento considera completo lo que hoy tenemos como Libro I de los Principia y se lo envía a Halley y a la S. R. para su publicación. Esto ocurre en los últimos días de abril de 1686 y únicamente envía el Libro I. Halley, en medio de grandes apuros económicos toma a su cargo la publicación, puesto que las finanzas de la S. R. estaban, como siempre, en pésima situación y la promesa hecha a Newton, vía Halley, era muy explícita. Si ahora no se cumplía con ella, sólo Dios sabe cómo iba a reaccionar el hermético Newton. Halley, además, era consciente de la joya que tenía entre manos, pues hasta parece que había colaborado con Newton haciendo correcciones y observaciones sobre un borrador al que sir Isaac le dio acceso y, por último, si su dinero no se lo permitía, su cuna le obligaba a cumplir como caballero en un asunto en que, por si fuera poco, él era el primer apasionado, rareza ésta de la nobleza inglesa que ya Fontenelle subrayó en su Elogio fúnebre de Newton.

Con la llegada de este primer libro se produce una correspondencia entre Halley y Newton en la que aparecen de soslayo las pretensiones de Hooke sobre la paternidad de las ideas centrales contenidas en el libro. Las iras de Newton no se hacen esperar y entre las consecuencias podemos señalar el retraso en la entrega de los otros dos libros y, quizá, la introducción de complejidades matemáticas, confesadas en el tercero, para mostrarle a aquel sempiterno reclamante quién era cada uno. Es claro que Newton se sintió perturbado y que trató de, sin faltar materialmente a la verdad, mostrar a Halley dónde estaban cada uno de ellos en 1678-1679. Pero curiosamente las cartas más explícitas sólo aparecieron a principios de este siglo[62]. Si fueron retiradas de la S. R. o del propio archivo de Newton por una mano bien guiada o temerosa de que dieran pie a mayor polémica es cosa un tanto discutida pero no imposible. En todo caso, por esto, junto con algunos otros pequeños incidentes más, retrasa Newton la entrega del Libro II hasta los primeros días de marzo de 1687 y el tercero hasta un mes más tarde, con lo cual sólo el 5 de julio de 1687 puede Halley comunicar a Newton que «por fin he concluido vuestro libro y espero que le agrade. Las últimas correcciones llegaron justo a tiempo para ser incluidas. Enviaré de su parte los ejemplares que desee a la S. R., a mr. Boyle, a mr. Paget, a mr. Flamsteed y a algún otro, si hay en la ciudad, que usted indique; y le he enviado para regalar a sus amigos de la Universidad 20 copias, las que encarecidamente le ruego que acepte»; reparto este que hizo Humphrey siguiendo instrucciones de sir Isaac y alguno de los receptores (el doctor Babington del Trinity, por ejemplo) dijo que «tendría que estudiar siete años antes de comprender algo de él[63]». Pero donde sí fue rápidamente comprendido fue en los centros intelectuales del continente que dieron cuenta de su publicación en sendas recensiones o presentaciones. La primera, como no podía ser menos, es debida a Halley y aparece en las Philosophical Transactions de enero-marzo 1687 escrita antes de la aparición del mismo libro, si bien el número 186, que es el correspondiente a ese trimestre, se retrasó por estar el editor (Halley) ocupado en la impresión de la obra recensionada. No es necesario advertir que los términos de esta recensión son, además de esclarecedores para el lector, sumamente precisos y justos en la exposición del contenido de la obra. En segundo lugar apareció una recensión menos técnica, quizá debida a Locke en el vol. 8 de la Bibliothéque Universelle, de marzo de 1688, donde el autor traduce al francés los títulos de las secciones de los Libros I y II, pero al carecer de secciones el tercero se detiene en reseñar los hallazgos «más curiosos». Aunque también es elogiosa esta recensión no permite a los «matemáticos» comprender el alcance de la obra. Otra cosa bien diferente es la recensión publicada en las «Acta Eruditorum», en junio de 1688, de cuyo autor no se tiene noticia pero que sin duda captó muy completamente el contenido y valor de la obra, y es seguro que Leibniz conoció antes esta recensión que la obra misma, aunque era él con Huygens y pocos más los únicos que tal vez no necesitasen ayudas de terceros lectores para comprender y juzgar sobre sus méritos. De hecho en el Journal des Savants de agosto de 1688 aparece una nueva noticia de los Principia, con algunas críticas esta vez, orientadas hacia el carácter hipotético de las soluciones newtonianas, en especial en el «Sistema del Mundo», críticas que pudieron ser un factor para que Newton se decidiese a cambiar las «Hipótesis» de la primera edición por las «Reglas» en las siguientes, y acaso le ayudaron a pronunciar la enfática frase del Escolio General de «Hipotheses non fingo». Como quiera que ello sea, lo cierto es que el continente, tanto como las islas, se dieron por enterados de los Principia, y, como es natural, admiraciones y elogios aparte, empezó la crítica. Y no sólo la crítica menor de erratas o incluso errores, sino también la crítica de fondo, primero la procedente del cartesianismo dominante y luego la sistemática. De la primera fue Newton testigo, mientras que de la segunda bien se puede decir que fue, en parte, causante con haber puesto a punto la herramienta del análisis y del cálculo. Pero él no alcanzó a conocer los grandes avances del siglo XVIII desde Clairaut, D’Alembert y Lagrange a Laplace, Euler, etc.

Después de la publicación de los Principia su vida intelectual se hace poco a poco cansina y oficialista. En ese mismo año vive un episodio de enfrentamiento a Jaime II, rey católico, por asuntos de la Universidad, y empieza una especie de culto a su persona que se extiende por el Reino Unido y le convierte en una especie de Papa científico. Premia a sus amigos y persigue a sus adversarios o meros competidores, abandona Cambridge en 1696 por un puesto de director de la fábrica de moneda de Londres, persigue a los falsificadores con saña incontenible, adula y cultiva a la nobleza, es hecho caballero por la reina Ana, enloquece unos meses en 1693-1694, preside la S. R. durante casi 20 años, responde a cartas y a desafíos matemáticos, polemiza con Leibniz sobre el descubrimiento del cálculo y otras cosas, es indiferente con la desgracia de algún amigo como Whiston, Fatio, etc. se hace más reservado en su credo unitario y más sociable con los que le interesa, etc., cosas todas que, en una vida tan larga y cargada de honores, poderes y odios, no es demasiado difícil ir acumulando[64]. Y entre todas esas cosas hay alguna que debemos recordar aquí: reeditó dos veces los Principia.

Apenas tres años después de la aparición de la primera edición ya aparecen correcciones, arreglos y sustituciones hechas por Newton en sus ejemplares o en hojas sueltas intercaladas, al igual que ensayos alternativos de algunas Proposiciones o pruebas de las mismas. Estos tanteos, debidos a su propia iniciativa o a la de algunos amigos del círculo newtoniano, como Fatio de Doullier, David Gregory, que hasta pensaron en convertirse en editores de la segunda edición, fueron conformando a lo largo de los años noventa un corpus de «adenda et corrigenda» que hizo a Newton pensar en una segunda edición. De hecho tal vez lo mencionó alguna vez, porque tanto Fatio como Gregory se sintieron indicados para ello. El caso fue que sólo hacia 1708 se decide a esta tarea, bajo la presión de Richard Bentley a la sazón Maestro del Trinity y casi seguro antiguo alumno de las «Lectiones» de Newton en la cátedra Lucasiana. Por qué Newton no designó primero a Fatio y luego a Gregory es cosa algo misteriosa y que sólo se puede adivinar por otros episodios con ambos. Quien vino a merecer su confianza fue finalmente un joven matemático que resultó un perspicaz conocedor de los Principia, y tan valioso ahora como Halley en la primera edición: Roger Cotes[65].

La importancia de los cambios introducidos es insinuada por Newton en el breve prefacio a la segunda edición pero Ball[66] hace un balance más explícito: «Tengo una lista manuscrita de las adiciones y variantes introducidas en la segunda edición; los cambios son muy numerosos, de hecho encuentro que de las 494 (i. e. 510-516) páginas de la primera edición, 397 se han modificado más o menos en la segunda edición». No se piense que todos estos cambios son significativos, ni mucho menos. Muchos son meros retoques estilísticos, quizá por el hecho de que Bentley era un magnífico latinista y en su entorno Cotes también se viese impulsado a ello. Para Ball «los cambios más importantes son el nuevo prefacio debido a Cotes, las Proposiciones sobre la resistencia de los fluidos, sección VII, Libro II, Proposición XXXIV-XL, la Proposición sobre la precesión de los equinoccios, Proposición XXXIX del Libro III, y las Proposiciones XLI-LXII del Libro III sobre la teoría de los cometas». Curiosamente Ball olvida en esta lista el Escolio General, el cambio en el inicio del Libro III de las Hipótesis por las Reglas, además de algunas sustituciones de redacciones anteriores por otras nuevas, reordenaciones de Proposiciones y supresiones o inclusiones de algunos Corolarios, junto con el índice alfabético que ahora aparece por vez primera. Como resultado de la meticulosa lectura que Cotes hizo del original para imprenta y de las «pruebas de imprenta» que Newton previamente iba revisando, Cotes puede decirle a Newton en carta de 22 de diciembre de 1712 «Creo que la edición será muy correcta». No exageraba Cotes y bien puede decirse que el texto de los Principia, salvo algunas cosas de importancia secundaria, queda fijado con esta edición, en la que Newton intervino activamente y, en cierto modo, creativamente, tratando de asumir todos los problemas que con su propio examen de la primera y algunos procedentes de otros había llegado a considerar relevantes. El nombre de Cotes aparece, junto con el de Halley, Whiston, Clarke, vinculado al de Newton en otros problemas, tales como el informe sobre la forma de determinar la longitud en el océano, etc., pero desgraciadamente murió joven, a los 34 años, y mereció de Newton, cuando éste lo supo, la célebre frase «si Cotes hubiera vivido algo hubiésemos aprendido». Por otra parte, junto con Clarke, lo hallamos al lado de Newton en sus querellas filosóficas con Leibniz, al cual va dirigida una buena parte de su prefacio a la segunda edición, texto que Leibniz encontró «pleine d’aigreur». La correspondencia entre ambos, relativa a esta edición, no sólo sirvió a Newton para mejorar el texto que envió a imprenta, sino que le permitió entrever algunas de las cosas que anotó en sus ejemplares de la segunda edición y que sirvieron para mejorar la tercera. Valga como ejemplo la Regla IV añadida en la tercera edición y que responde a objeciones de Cotes a la redacción de la Proposición V del Libro III.

De la segunda edición aparecida en Cambridge en julio de 1713 se hicieron unos 750 ejemplares que desaparecieron del mercado con tal rapidez que en 1714 una asociación de libreros holandeses se decidió a hacer por su cuenta una reimpresión clandestina o no autorizada del texto de Cambridge, cosa repetida en 1724 añadiendo algunos tratados matemáticos de Newton, ya publicados antes en diferentes formas, y algunas cartas.

La manía correctora de Newton tampoco cesó con la segunda edición y prosiguió en su tarea de corregir, intercalar y precisar sus palabras. Hacia 1723, ya con 81 años, se decide a encomendar a H. Pemberton, un médico formado en Leyden y en París, y estudioso matemático, la tarea de una tercera edición. Pemberton resultó un editor cuidadoso y meticuloso pero carecía del vigor matemático de Halley y de Cotes, limitándose a hacer nimias sugerencias de estilo[67], a cuidar de las pruebas de imprenta y a introducir las modificaciones que Newton proponía. Cuando la edición estuvo completada en 1726, las diferencias con la segunda apenas son señaladas en cuanto a mejoras sustantivas. Se puede notar que aparecen incluidos algunos nuevos experimentos al final del Libro III (el 14 por ejemplo, que ya había sido publicado en las Phil. Trans. en 1719), algunos nuevos datos astronómicos, la Regla IV incluida ahora y el cambio del Escolio Leibniziano subsiguiente al Lema II del Libro II por otro en el que ni siquiera después de muerto concede a Leibniz un recuerdo a su contribución a la puesta en circulación del cálculo. ¡Sus iras llegaban tan lejos! Quizá las 200 guineas con que obsequió a Pemberton por sus servicios como editor se debían tanto a su generosidad como a su agradecimiento por haberle dado la ocasión de borrar de su libro y de la gloria el nombre de aquel rival a quien pudo ver muerto, pero no humillado como había visto a Hooke. Hecho esto podía morir tranquilo. Cosa que no dejó para muy tarde. Apenas un año y el 20 de marzo de 1727 en su casa de la calle Martin Street, esquina a Leicester Square en el barrio londinense de Chelsea, murió aquel hombre a quien «se concedió llegar más cerca de los dioses que ningún mortal». Sepultado en la Abadía de Westminster inevitablemente presente para quien la visite[68], mereció que en la Torre de Londres se le fundiese una medalla apenas cuatro años después de su muerte con su cabeza en busto y una inscripción, «Félix cognoscere causas», en torno a ella. También el Trinity erigió su estatua en mármol blanco frente a la Capilla cuya inscripción, un verso de Virgilio, reza «Qui genus humanum ingenio superávit».

Aquí ofrecemos al lector una traducción de la obra que hizo prorrumpir a sus contemporáneos en tales cantos. Hemos utilizado como texto principal el presentado por Koyré-Cohen, también como texto de la tercera edición. No hemos intentado castellanizar por completo un texto latino tan profundamente idiosincrático como es éste, y por ello el lector hallará algunas expresiones algo violentas para el buen decir actual. Pero traducir a Newton, nos ha parecido, exigía respetar lo que de newtoniano y a la vez de su tiempo pudiera haber en su texto. Hemos procurado, pues, que sus palabras y su estilo se pudieran entrever, también en castellano.

E. Rada.

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