Principios matemáticos de la filosofía natural (Principia)

Prefacio del autor al lector

Prefacio del autor al lector

Habiendo los antiguos, en la investigación de la naturaleza, practicado sobre todo la Mecánica (como lo hizo Pappo), y como los más modernos, desechadas ya las formas sustanciales y las cualidades ocultas, hubiesen intentado reducir los fenómenos de la naturaleza a leyes matemáticas, nos parece oportuno tratar en esta obra la parte Matemática que se relaciona con la Filosofía. Los antiguos establecieron dos mecánicas: la Racional, que procede por demostraciones exactas, y la Práctica. A la práctica pertenecen todas las artes manuales de las que propiamente toma el nombre de Mecánica. Pero como los artesanos suelen proceder con escasa exactitud, ocurre que la Mecánica entera se distingue de la Geometría de tal modo que lo que se hace con exactitud se asimila a la Geometría y lo que se hace con poca exactitud a la Mecánica. Sin embargo, los errores no pertenecen a las artes, sino a los artífices. El que construye con menor exactitud es un mecánico más imperfecto, y si alguien pudiese construir con absoluta exactitud, este tal sería el más perfecto mecánico. Así pues, los trazados de las líneas rectas y curvas en que se apoya la Geometría pertenecen a la Mecánica. La Geometría no enseña a trazar estas líneas, sino que lo postula. Postula que el aprendiz procure trazarlas exactamente antes de alcanzar el límite de la Geometría; después enseña cómo se resuelven los problemas mediante estas operaciones, puesto que trazar rectas y círculos es cuestión problemática pero no geométrica. Desde la Mecánica se postula su solución, mientras en Geometría se enseña el uso de las soluciones. Y bien puede gloriarse la Geometría de que de tan pocos principios postulados de otro sitio logre tan grandes resultados. Se funda, pues, la Geometría en la práctica mecánica y no es otra cosa que aquella parte de la Mecánica universal que propone y demuestra con exactitud el arte de medir. Mas, como las artes manuales se cifran ante todo en mover los cuerpos, ocurre que comúnmente se asocie la Geometría con la magnitud y la Mecánica con el movimiento. En este sentido la Mecánica racional será la Ciencia, propuesta y demostrada exactamente, de los movimientos que resultan de cualesquiera fuerzas y de las fuerzas que se requieren para cualesquiera movimientos. Esta parte de la Mecánica fue cultivada por los antiguos en las cinco fuerzas relativas a las artes manuales, los cuales apenas tuvieron en cuenta a la gravedad (pues no es fuerza manual) más que en los pesos a mover por dichas fuerzas. En cambio nosotros, cultivando no las artes, sino la filosofía, y escribiendo no de las fuerzas manuales, sino de las naturales, tratamos sobre todo lo relativo a la gravedad, levedad, elasticidad, resistencia de los fluidos y fuerzas por el estilo, ya sean de atracción o de repulsión; y por ello proponemos estos nuestros como principios matemáticos de filosofía. Pues toda la dificultad de la filosofía parece consistir en que, a partir de los fenómenos del movimiento, investiguemos las fuerzas de la naturaleza y después desde estas fuerzas demostremos el resto de los fenómenos. A esto se refieren las proposiciones generales que tratamos en los Libros primero y segundo. En el libro tercero proponemos un ejemplo de esto con la explicación del sistema del mundo. Pues allí, a partir de los fenómenos celestes, por medio de proposiciones demostradas matemáticamente en los libros anteriores, se deducen las fuerzas de la gravedad por las que los cuerpos tienden hacia el Sol y a cada uno de los planetas. Después, a partir de estas fuerzas, también por proposiciones matemáticas, se deducen los movimientos de los planetas, cometas, Luna y mar. Ojalá que fuera posible deducir los demás fenómenos de la naturaleza a partir de principios mecánicos con el mismo género de argumentación, pues muchas cosas me mueven a sospechar que puedan depender todos ellos de ciertas fuerzas con las que las partículas de los cuerpos, por causas aún desconocidas, bien se atraen unas a otras uniéndose según figuras regulares, bien huyen y se separan unas de otras; y, siendo estas fuerzas desconocidas, en vano los filósofos hasta ahora intentaron acercarse a la naturaleza. Espero, sin embargo, que con este modo de filosofar o con otro mejor, los principios aquí enunciados añadan alguna luz.

En la edición de ellos tuvo capital importancia Edmundo Halley, varón muy sutil y erudito en toda clase de saberes, quien no solamente corrigió las pruebas de imprenta y supervisó el dibujo de las figuras, sino también fue causante de que me decidiera a su edición. Puesto que habiéndome pedido la figura demostrada por mí de las órbitas celestes, no cesó de rogarme que la comunicase a la Sociedad Real, la cual, después, con sus peticiones y benigna protección, hizo que yo empezara a pensar en darlo a la luz. Sin embargo, después de comprobar las desigualdades de los movimientos de la Luna e intentar otras cosas referentes a las leyes y medidas de la gravedad y otras fuerzas, así como a las figuras que habrían de describir cuerpos en mutua atracción según determinadas leyes, referentes también a movimientos de muchos cuerpos entre sí, a los movimientos de cuerpos en medios resistentes, a las fuerzas, a densidades y movimiento de los medios, referentes, por último, a las órbitas de los cometas y cosas por el estilo, pensé que debía aplazar la edición hasta más tarde para corregir todas estas cosas y darlas a la publicidad juntas. Por lo que respecta a los movimientos lunares (aunque imperfectos), los he reunido en los Corolarios de la Proposición LXVI, por no sentirme obligado a estudiar cada uno más prolijamente de lo que el caso requiere y demostrar uno a uno e interrumpir la serie de las demás proposiciones. Algunas cosas descubiertas más tarde decidí incluirlas en lugares menos idóneos antes que cambiar el número de las proposiciones y de las citas. Ruego encarecidamente que todo esto sea leído rectamente y que los defectos en materia tan ardua no tanto sean vituperados cuanto investigados con nuevos intentos de los lectores y suplidos con benevolencia.

Cambridge,

colegio de la S. Trinidad.

8 de mayo de 1686[2]

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