Capítulo LXXII
Capítulo LXXII
Y Roma seguía delirando. Parecía que la ciudad que había conquistado el universo empezaba a destruirse a consecuencia de la falta de jefes. Antes de que llegara la hora para los apóstoles había estallado la conspiración de Pisón, seguida de un castigo tan implacable y que alcanzó a los personajes más altos, que aquellos que tenían a Nerón por un dios pensaron que era un dios de muerte. El luto reinó sobre la ciudad, el espanto penetró en todas las casas y en los corazones. Pero los pórticos seguían adornándose de hiedras y flores, porque estaba prohibido afligirse. Por las mañanas, al despertar, todos se preguntaban a quién le tocaría. Cada día aumentaba el cortejo de fantasmas que el César arrastraba tras él.
Pisón pagó la conspiración con su cabeza. Fue seguido por Séneca y por Lucano; luego vinieron Fenio Rufo, Plaucio Laterano, Flavio Escevino, Afranio Quineciano, y el compañero depravado de las locuras del César, Tulio Senecio, y Próculo, y Ararico, y Tugurino, y Grato, y Silano, y Próximo, y Subrio Flavio, adicto antiguamente en cuerpo y alma a Nerón, y Sulpicio Asper. Unos perecieron por su propio miedo, otros por sus riquezas, otros en fin por su valor. Asustado por el número de los conjurados, el César erizó las murallas con sus legiones y sitió la ciudad, enviando todos los días, por medio de los centuriones, la muerte a los sospechosos. Los condenados agradecían servilmente en cartas aduladoras al César la sentencia, dejándole una parte de sus bienes a fin de salvar el resto para sus hijos. Se hubiera dicho que Nerón sobrepasaba de intento toda medida, a fin de sondear el envilecimiento de los hombres y su paciencia para soportar su sangrienta dominación. Después de los conspiradores fueron exterminados sus parientes, sus amigos, incluso los más lejanos. Los habitantes de las espléndidas casas reconstruidas tras el incendio estaban seguros, al salir de sus casas, de que verían una interminable fila de funerales.
Pompeyo, Cornelio Marcial, Flavio Nepote y Estacio Domicio perecieron acusados de falta de amor al César. Novio Prisco encontró la muerte por ser amigo de Séneca. Rufio Crispo se vio quitar el derecho de agua y fuego por haber sido en otro tiempo marido de Popea. Al gran Trásea lo perdió su virtud. Muchos pagaron con la vida su origen nobiliario, y la propia Popea fue víctima de un acceso de cólera del César.
El senado se arrastraba ante el espantoso tirano, le erigía templos, hacía votos por su voz, coronaba sus estatuas y le designaba sacerdotes, como a un dios. Con el corazón lleno de espanto, los senadores se dirigían al Palatino, a fin de exaltar el canto del y de delirar con él en orgías de cuerpos desnudos, de vino y de flores.
Mientras tanto, en los surcos, en los campos empapados de sangre y de lágrimas, germinaban lentamente, pero cada vez más fecundas, las semillas de Pedro.