Quo Vadis?

Capítulo III

Capítulo III

—Cree en un dios único, omnipotente y justo —repitió Petronio cuando volvió a sentarse en su litera, frente a Vinicio—. Si su dios es todopoderoso, dispensa la vida y la muerte; y si es justo, envía la muerte con justicia. Entonces ¿por qué lleva Pomponia luto por Julia? Llorar a Julia es censurar a su dios. Tendré que repetir este razonamiento a nuestro mono de la barba de bronce; porque en dialéctica puedo compararme a Sócrates. En cuanto a las mujeres, admito que cada una posee tres o cuatro almas, pero ninguna tiene un alma razonable. Pomponia debería meditar con Séneca, o con Cornuto, sobre lo que es su gran … Podrían evocar juntos las sombras de Jenófanes, de Parménides, de Zenón y de Platón que, como canarios enjaulados, se aburren allá, en el país de los cimerios. Sin embargo, yo quería hablar con ella y con Plaucio de otra cosa. ¡Por el sagrado vientre de Isis la Egipcia! Si les hubiera dicho, sin preámbulo alguno, a qué íbamos, creo que su virtud habría sonado como un escudo de bronce ante el choque de una maza. Pero ¡no me he atrevido! ¿Puedes creerlo, Vinicio? ¡No me he atrevido! Los pavos reales son pájaros muy hermosos, pero su grito es demasiado estridente. Y he tenido miedo a su grito. Debo, sin embargo, elogiar tu elección. Una verdadera «aurora de dedos de rosa»… Y ¿sabes también lo que me ha recordado? ¡La primavera! No nuestra primavera de Italia, donde apenas si un manzano se cubre de flores aquí y allá mientras los olivos conservan eternamente su color grisáceo, sino esa primavera que hace mucho tiempo vi en Helvecia, joven, fresca, de un verde claro… Juro por la pálida Selene que no me sorprende. Marco; debes saber, sin embargo, que es Diana ésa que amas, y que Aulo y Pomponia están dispuestos a despedazarte, como hicieron antaño los perros con Acteón.

Con la cabeza baja, Vinicio permanecía pensativo. De pronto exclamó con una voz vibrante de pasión:

—Antes la deseaba, ahora la deseo más todavía. Cuando cogí su mano, sentí como si el fuego me abrasara… La quiero toda para mí. Si yo fuera Zeus, la envolvería en una nube, como hizo con Ío, o bien caería sobre ella en forma de lluvia, como cayó sobre Dánae. Querría besarle los labios hasta que me dolieran. Querría matar a Aulo y a Pomponia, y raptarla, y llevármela entre mis brazos a casa… Esta noche no dormiré. Ordenaré azotar a un esclavo para oírle gemir.

—Cálmate —dijo Petronio—, tienes gustos propios de un carpintero de Suburra.

—¡Y a mí qué me importa! La necesito. Vine a pedirte consejo; si no encuentras ninguno, yo lo encontraré… Aulo tiene a Ligia por hija suya; ¿por qué yo no habría de tenerla por esclava? Puesto que no veo ninguna otra salida, que venga a rodear con un hilo la puerta de mi casa, que la unte con grasa de lobo, que venga, a título de esposa, a presidir mi hogar.

—Cálmate, impetuoso vástago de cónsules. Si traemos hasta aquí a los bárbaros con la soga al cuello detrás de nuestros carros, no es para desposar a sus hijas. Guárdate de los extremos. Llega hasta el fin por medios simples y honrados y deja que ambos tengamos tiempo para reflexionar. También a mí Crisotemis me pareció hija de Júpiter, y sin embargo no la desposé; Nerón tampoco esposó a Acte, de quien se decía que era hija del rey Atalo… Tranquilízate… Piensa que si ella quiere abandonar la casa de los Aulo, éstos no tienen derecho a retenerla… Has de saber, además, que no sólo tú eres el enamorado; porque también en ella Eros ha dejado su fuego… Lo he visto bien, puedes fiarte de mí en esa materia… Tranquilo. Hay recursos para todo. Pero hoy he pensado demasiado, y eso me cansa. Prometo pensar mañana en tu amor, y Petronio no sería Petronio si no encontrase ningún remedio.

Volvieron a callarse; por último, tras un momento, Vinicio dijo más tranquilo:

—Te lo agradezco, y que la Fortuna te sea propicia.

—Sé paciente.

—¿A dónde vas?

—A casa de Crisotemis.

—¡Afortunado! Posees a la mujer que amas.

—¿Quién?, ¿yo? ¿Sabes qué es lo que todavía me divierte en Crisotemis? Pues que me engaña con mi propio liberto, el tañedor de laúd Teocles, y que ella cree que no sé nada. En otro tiempo la amé; ahora sus mentiras y su tontería me divierten. Acompáñame a su casa. Si te hace la corte y traza para ti, con el dedo mojado en vino, letras sobre la arena, recuerda que no soy celoso.

Se hicieron llevar a casa de Crisotemis. Pero en el vestíbulo, Petronio le dijo a Vinicio poniéndole la mano sobre el hombro:

—Espera, creo que he hallado un medio.

—¡Que todos los dioses te recompensen por ello!

—¡Sí! El medio me parece infalible… ¿Sabes, Marco?

—Te escucho, Atenea mía…

—Dentro de unos días, la divina Ligia saboreará en tu hogar el grano de Deméter.

—¡Eres más grande que el César! —exclamó Vinicio entusiasmado.

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