Quo Vadis?

Capítulo VI

Capítulo VI

Petronio estaba en casa. El portero no se atrevió a detener a Vinicio, que penetró en el como una ventolera y, tras informarse de que el dueño se hallaba en la biblioteca, corrió hacia allí. Petronio estaba escribiendo; Vinicio le arrancó la caña de la mano, la rompió y tiró los trozos; luego le clavó los dedos en el hombro y, con su rostro pegado al de él, le gritó con voz ronca:

—¿Qué has hecho de ella? ¿Dónde está?

Ocurrió algo singular: el elegante, el blando Petronio cogió la mano que el joven atleta incrustaba en su hombro, luego la otra, y encerrando ambas en una sola de las suyas como en un estuche, dijo:

—Sólo estoy débil por la mañana, por la noche recupero mi vigor. ¡Trata de soltarte! Has aprendido gimnástica en la escuela de algún tejedor y modales con un herrero.

Sus rasgos no expresaban cólera siquiera. Por sus ojos sólo pasó un pálido reflejo de firmeza y de energía. Luego soltó las manos de Vinicio, que permaneció ante él, humillado y furioso.

—Tienes una mano de acero; pero ¡por todos los dioses infernales!, si me has traicionado, juro que he de hundirte un cuchillo en la garganta, aunque te halles en las habitaciones del César.

—Hablemos con calma —replicó Petronio—. Ya lo ves, el acero es más resistente que el hierro. Aunque con cada una de tus manos se puedan hacer dos de las mías, no podría temerte. En cambio, tu grosería me apena. Si la ingratitud humana pudiera aún sorprenderme, me sorprendería la tuya.

—¿Dónde está Ligia?

—En el lupanar, es decir, en casa del César.

—¡Petronio!

—Toma asiento y cálmate. Le he pedido a César dos cosas, y me ha prometido las dos: primero, sacar a Ligia de casa de los Aulo; luego, entregártela. ¿No escondes un cuchillo entre los pliegues de tu toga? ¿No vas a herirme con él? De cualquier modo, te aconsejo que esperes unos días, porque te meterían en la cárcel y, mientras, Ligia se aburriría en tu casa.

Hubo un silencio. Vinicio miró durante unos instantes a Petronio con ojos atónitos y le dijo:

—Perdóname; la amo, y el amor me trastorna la cabeza.

—Admírame, Marco. Anteayer le dije a César: «¡Mi sobrino Vinicio está tan enamorado de una jovencita delgaducha que vive con los Aulo que sus suspiros transforman mi casa en un baño de vapor! Ni tú, César —añadí—, ni yo, amadores de la única belleza verdadera, daríamos por ella mil sestercios, pero ese muchacho siempre ha sido más tonto que una trébede».

—¡Petronio!

—Si no comprendes que hablándole así pretendía asegurarte a Ligia, estoy dispuesto a creer que dije la verdad. Así pues, convencí a Barba de Bronce de que un esteta de su temple no podía tener a esa joven por una belleza; Nerón sólo se atreve a ver por mis ojos; no se dará cuenta de que es hermosa y por tanto no la codiciará. Había que tener cuidado con ese mono y manejarlo a nuestro antojo. No será él quien aprecie la belleza de Ligia, sino Popea, y sin duda alguna tratará de echarla antes o después de palacio. Sin darle importancia, seguí diciéndole a Barba de Bronce: «Coge a Ligia y entrégasela a Vinicio: tienes derecho a hacerlo, porque es un rehén, y al mismo tiempo le harás una buena jugarreta a Aulo». Se mostró de acuerdo, sobre todo porque le proporcionaba un medio de hacer daño a gentes honradas. Tú serás el tutor oficial de la rehén, pondrán entre tus manos ese tesoro ligio, y tú, aliado de los valientes ligios y fiel servidor del César, no sólo no perderás nada de ese tesoro, sino que obrarás de suerte que se multiplique. Para cubrir las apariencias. César la mantendrá algunos días en el palacio y luego la enviará a tu . ¡Hombre afortunado!

—¿De veras que no hay nada que la amenace en casa del César?

—Si tuviera que vivir allí, Popea no dejaría de hablar de ella a Locusta; pero sólo por unos días, no hay nada que temer. Hay diez mil personas en el palacio del César. Tal vez Nerón ni siquiera la vea. Hace un momento me ha comunicado por un centurión que habían llevado la joven a palacio y que la habían puesto en manos de Acte, un alma cándida; por eso decidí que se la confiaran. Pomponia Grecina debe ser de la misma opinión, porque también le ha escrito una nota. Mañana da Nerón un festín, y he ordenado que te reserven un sitio junto a Ligia.

—Gayo, perdona mi arrebato —dijo Vinicio—. Creí que la habías raptado para ti o para César.

—Puedo perdonar tu arrebato; pero me cuesta mucho más olvidar esos gestos vulgares, esos gritos groseros y esa voz de jugador de . No me gustan nada, Marco, sé más prudente en el futuro. Es Tigelino el encargado de suministrar mujeres al César. Recuerda también que, si quisiera quedarme esa joven, te lo diría con toda franqueza y mirándote a la cara: Vinicio, te quito a Ligia, y la tendré en mi casa hasta que me harte.

Al decir esto, clavaba sus pupilas color avellana en los ojos de Vinicio con una expresión de fría seguridad que acabó de turbar al joven.

—La culpa es mía —dijo éste—. Eres bueno y generoso, y te doy las gracias. ¿Me permites hacerte una pregunta? ¿Por qué no has enviado a Ligia directamente a mi casa?

—Porque el César quiere salvar las apariencias: el caso provocará rumores y se hablará de él en Roma; mas, dado que nos hacemos cargo de Ligia como rehén, mientras duren los chismorrees permanecerá en el palacio del César. Luego te la enviarán sin ruido y el caso quedará cerrado. Barba de Bronce es un perro cobarde. Sabe que su poder es ilimitado, pero no por ello deja de buscar un pretexto para cualquiera de sus actos. ¿Estás lo bastante calmado como para filosofar un poco? Con frecuencia me he preguntado por qué el criminal aunque sea tan poderoso como el César y, como él, esté seguro de la impunidad, trata siempre de cubrirse de legalidad, de justicia y de virtud… ¿Para qué tomarse esa molestia? En mi opinión, matar a su hermano, a su madre y a su mujer es cosa más digna de un reyezuelo de Asia que de un emperador romano; si me hubiera ocurrido a mí, no me molestaría en escribir al Senado cartas justificativas… y Nerón las escribió. Nerón quiere salvar las apariencias, porque Nerón es cobarde. Tiberio, por ejemplo, no lo era, y sin embargo trató de justificar cada una de sus fechorías. ¿Por qué son así las cosas? ¿Por qué ese homenaje extraño e involuntario del vicio a la virtud? ¿Sabes lo que creo? Que el crimen es horrendo, mientras la virtud es hermosa. , el verdadero esteta es al mismo tiempo un hombre virtuoso. , yo soy virtuoso. Tendré que hacer hoy una libación a las sombras de Protágoras, de Pródico y de Gorgias. Tendré que creer que hasta los sofistas pueden servir de algo. Pero escucha lo que aún tengo que decirte. He quitado a los Aulo a Ligia para dártela. De acuerdo. Y Lisipo hubiera hecho con vosotros dos un grupo admirable. Sois los dos muy hermosos: por tanto mi acción es bella, y siendo bella no puede ser mala. Mira, Marco: delante de ti tienes a la virtud encarnada en Petronio. Si viviera Aristides debería venir en mi busca y traerme cien minas como pago de una lección de filosofía sobre la virtud.

Pero Vinicio, más interesado en la realidad que en aquellas consideraciones sobre la virtud, dijo:

—Mañana veré a Ligia, y luego la tendré en mi casa día y noche, constantemente, hasta mi muerte.

—Tú tendrás a Ligia, y yo tendré a Aulo tras mis talones. Pedirá venganza a todos los dioses infernales. ¡Si por lo menos el muy animal tomara antes una buena clase de declamación!… Pero no, se dedicará a insultarme como mi antiguo portero injuriaba a mis clientes, tanto que tuve que enviarlo a las ergástulas.

—Aulo se presentó en mi casa. Le prometí darle noticias de Ligia.

—Escríbele diciendo que la voluntad del «divino» César es la ley suprema y que tu primer hijo se llamará Aulo. Ese viejo necesita algún consuelo. Estoy dispuesto incluso a pedir a Barba de Bronce que mañana lo invite a su festín. Podría contemplarte sentado en el al lado de Ligia.

—No lo hagas —protestó Vinicio—. Me dan pena, sobre todo Pomponia.

Y, sentándose, escribió al viejo jefe la carta que debía privarle de su última esperanza.

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