Quo Vadis?

Capítulo XV

Capítulo XV

Petronio a Vinicio:

«Te mando esta carta desde Ancio por un esclavo fiel. Espero que respondas cuanto antes por este mismo mensajero, aunque tu mano sea más experta en el manejo de la espada y la lanza que en la pluma. Te dejé siguiendo una buena pista, lleno de esperanza, y sin duda ya habrás calmado tu pasión en brazos de Ligia, o al menos la aplacarás antes de que desde las cimas del Soracte baje sobre la Campania el aliento del invierno. ¡Oh amigo Vinicio! Que la diosa de Chipre de cabellos dorados sea tu guía; y tú selo de esa Ligia, pequeña estrella matutina que se funde al sol del amor. Recuerda sin embargo que incluso el mármol más precioso no es nada en sí ni adquiere valor sino una vez transformado en obra de arte por la mano del estatuario. ¡Sé ese estatuario, ! No basta con amar, hay que saber amar y enseñar el amor. La plebe, los animales mismos, sienten el placer, pero el hombre verdadero difiere precisamente de ellos en que transforma ese placer en un arte de los más elevados, y que al contemplarlo tiene conciencia de su valor divino; por eso no satisface solamente su cuerpo, sino su alma. Muchas veces, pensando en la vanidad, en la incertidumbre y en las preocupaciones de nuestra vida, me pregunto si no has elegido la mejor parte y si no será cierto que, no la corte del César, sino la guerra y el amor, son las dos únicas cosas por las que merece la pena nacer y vivir.

»Fuiste feliz en la guerra, selo también en el amor. Ahora, si tienes curiosidad por saber lo que pasa en la corte de Nerón, yo te informaré de vez en cuando. Ya nos hemos instalado en Ancio, cuidando nuestra celeste voz; seguimos odiando a Roma, hemos proyectado pasar el invierno en Bayas y presentarnos en público en Nápoles, cuyos habitantes, en su calidad de griegos, son más aptos para apreciarnos que esa raza de lobeznos de las orillas del Tíber. De Bayas, de Pompeya, de Puzol, de Cumas, de Estables acudirán las gentes. No nos faltarán aplausos ni coronas: y esto nos animará en nuestros proyectos de viaje a Acaya.

»¿Y el recuerdo de la pequeña Augusta? Sí, todavía la lloramos. Hemos escrito y cantamos himnos tan maravillosos que las sirenas, celosas, se han escondido en lo más profundo de los abismos de Anfítrite. Por el contrario, los delfines nos escucharían de buen grado si los rugidos del mar no se lo impidiesen. Nuestro dolor aún no se ha aplacado; por eso lo exhibimos en todas las poses que enseña la escultura, observando con cuidado hasta qué punto embellece la pena nuestro rostro y si los hombres saben apreciar la belleza. ¡Ay, querido, moriremos como bufones o comicastros!

»Todos los augustanos y augustanas están aquí, sin contar quinientas burras que proporcionan la leche para los baños de Popea, y diez mil sirvientes. A veces nos divertimos. Calvia Crispinila envejece; dicen que después de muchos ruegos, Popea le ha permitido tomar su baño cuando ella termina. Lucano ha abofeteado a Nigidia, de quien sospechaba que mantenía relaciones con un gladiador. Esporo jugó su mujer a las tabas con Seneción y la perdió. Torcuato Silano me propuso cambiarle Eunice por cuatro alazanes que probablemente serán los vencedores en las carreras de este año. Me he negado. A propósito, te agradezco que no la hayas aceptado. Además, Torcuato Silano no sospecha, el pobre, que ya es una sombra más que un ser vivo. Su muerte está decidida. ¿Y sabes cuál es su crimen? Ser biznieto del divino Augusto. No hay salvación para él. ¡Así es nuestro mundo!

»Como sabes, esperábamos aquí la visita de Tirídates, pero Vologeso ha escrito una carta impertinente. Como conquistador de la Armenia, exige que se la dejen para Tirídates; en caso contrario se quedará con ella. Realmente eso es burlarse de nosotros. Por eso hemos decidido guerrear. Corbulón será provisto de poderes idénticos a los del gran Pompeyo durante la guerra contra los piratas. Sin embargo, Nerón ha vacilado un momento, teme sin duda la gloria que, en caso de éxito, recaería sobre Corbulón. Se ha hablado incluso de ofrecer el mando a nuestro Aulo. Popea se ha opuesto: evidentemente, no le gusta demasiado la virtud de Pomponia.

»Vatinio ha prometido darnos extraordinarios combates de gladiadores en Benevento. Mira hasta dónde llegan los zapateros en nuestros tiempos, a pesar del proverbio: . Vitelio es un descendiente, pero Vatinio es el hijo mismo de un zapatero: tal vez él mismo remendó suelas. El histrión Alituro nos representó ayer maravillosamente a Edipo. A ese judío le he preguntado si era lo mismo ser judío que ser cristiano. Me ha contestado que la religión de los judíos era antiquísima, mientras que la secta cristiana acaba de nacer prácticamente en Judea. En tiempos de Tiberio se crucificó allí a un personaje cuyos fieles, que le tienen por un dios, se multiplican cada día. Al parecer no reconocen a ningún otro dios, en especial a los nuestros. No veo por qué eso ha de molestarlos.

»Tigelino no disimula su hostilidad conmigo. Hasta ahora, no ha salido bien parado, pese a que tiene cierta superioridad sobre mí: ama más que yo la vida y es más canalla que yo, lo cual le acerca a Enobarbo. Antes o después los dos se pondrán de acuerdo, y entonces me llegará la vez. ¿Cuándo? Lo ignoro, pero ha de llegar, es inútil que me preocupe por la fecha. Mientras llega, hay que divertirse. En sí misma, la vida no sería desagradable, a no ser por Barba de Bronce. Él hace que uno sienta asco de sí mismo. Comparo la búsqueda de sus favores a una carrera del circo, a un juego, a una lucha que concluye con la victoria que halaga el amor propio. Sin embargo, a veces me parece que soy una especie de Quilón, nada más ni nada menos. Cuando haya dejado de serte útil, envíamelo: me agrada su conversación instructiva. Presenta mis saludos a tu divina cristiana, o mejor dicho, ruégale, en mi nombre, que no sea un pez para ti. Hazme llegar noticias de tu salud, de tu amor, sabe amar, enséñale a amar, y adiós».

Vinicio a Petronio:

«¡Nada sé hasta ahora de Ligia! Si no fuera por la esperanza de encontrarla pronto, no recibirías respuesta, porque apenas se tienen ganas de escribir cuando la vida te repugna. He querido asegurarme de que Quilón no me engañaba: la noche en que vino a buscar el dinero para Euricio, me envolví en un capote de soldado, y sin que él lo sospechase, lo seguí, como al joven servidor que le había dado. Cuando llegaron al lugar señalado, los espié de lejos, emboscado tras un pilar del puerto, desde donde pude convencerme de que Euricio no era un personaje inventado. Abajo, cerca del río, una cincuentena de hombres, a la luz de las antorchas, descargaban piedras de una gran balsa y las ordenaban en la orilla. Vi a Quilón acercarse a ellos y empezar a hablar con un viejo que pronto se lanzó a sus rodillas: los otros les rodearon lanzando gritos de sorpresa. Ante mi vista, mi servidor entregó la bolsa del dinero a Euricio, que se puso a rezar, con las manos tendidas al cielo; a su lado se había arrodillado un joven, probablemente su hijo. Quilón dijo todavía algunas palabras que no llegaron hasta mí y bendijo a los dos hombres arrodillados, así como al resto, trazando en el aire unos signos en forma de cruz; veneran ese signo porque todos se arrodillaron. Me entraron ganas de bajar hasta ellos y prometer tres bolsas del mismo valor a quien me entregase a Ligia; pero temí obstaculizar la tarea de Quilón y, tras reflexionar un momento, me alejé.

»Esto sucedía por lo menos doce días después de tu partida. Desde entonces Quilón ha vuelto varias veces a mi casa. Me dice que ha conseguido una gran influencia entre los cristianos y pretende que, si todavía no ha encontrado a Ligia, es porque en la misma Roma son ya una cantidad innumerable y no se conocen todos ni pueden saber todo lo que ocurre en la comunidad. Además, por regla general son prudentes y discretos; pero afirma que una vez que llegue hasta los ancianos, a los que llaman , sabrá sacarles los secretos. Ya ha trabado conocimiento con varios y trata de hacerles preguntas, pero con mucha prudencia para no despertar sus sospechas por exceso de prisa y complicar así las cosas. Por penosa que sea la espera, y aunque me falte la paciencia, comprendo que tiene razón y espero.

»También ha sabido que, para sus rezos en común, se reúnen en ciertos lugares, a menudo fuera de las puertas de la ciudad, en casas abandonadas e incluso en los . Allí adoran a Cristo, cantan y participan en ágapes. Tales lugares de reunión son numerosos. Quilón piensa que Ligia se abstiene por voluntad propia de ir a los que frecuenta Pomponia, a fin de que ésta, en caso de juicio y de interrogatorio, pueda jurar que ignora el escondite de la joven. Tal vez esta medida de prudencia le haya sido aconsejada por los presbíteros. Cuando Quilón conozca esos lugares, yo le acompañaré, y si los dioses me otorgan el favor de ver a Ligia, te juro por Júpiter que esta vez no se me escapará de las manos.

»No dejo de pensar en esos lugares de rezo. Quilón no quiere que le siga. Tiene miedo, pero no puedo permanecer en casa. Yo la reconocería inmediatamente, aunque fuera disfrazada o con velo; se reúnen de noche, pero yo la reconocería incluso de noche; reconocería su voz y sus gestos. Iré disfrazado y observaré por mí mismo a todos los que entren y salgan. Pienso siempre en ella y la reconoceré, desde luego que la reconoceré. Quilón ha de venir mañana, y los dos saldremos juntos. Iré armado. Varios de mis esclavos que había mandado a la provincia han vuelto ayer sin haber encontrado nada. Pero ahora estoy seguro de que está aquí, en la ciudad, tal vez muy cerca. He visitado numerosas casas, so pretexto de alquilarlas. En mi casa se encontrará cien veces mejor: donde ahora debe hallarse pulula un hormiguero de miserables, mientras que yo no escatimaría nada para ella. Me dices que he escogido la parte mejor: he escogido las preocupaciones y la pena. Primero inspeccionaremos las casas que hay en la ciudad, luego las que hay fuera de las puertas. Sin la esperanza de tener alguna noticia cada mañana, sería imposible vivir. Dices que hay que saber amar: supe hablar de amor a Ligia, pero hoy me muero de pena, no hago más que esperar a Quilón y la casa se me vuelve insoportable. Adiós».

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