Capítulo 17
EL ALMA DE LOS ANIMALES
Es muy importante advertir que el texto hebreo del Génesis, según saben los hebraístas, dice así: “A todos los animales de la tierra y a todas las aves del aire y a cuanto se arrastra por el suelo les di alma viviente” (17). Pero los traductores han adulterado el original substituyendo la frase subrayada por la de: “allí en donde hay vida”.
Demuestra Drummond que los traductores de las Escrituras hebreas han tergiversado el sentido del texto en todos los capítulos, falseando hasta la significación del nombre de Dios que traducen por Él cuando el original dice ... Al que, según Higgins, significa Mithra, el Sol conservador y salvador. Drummond prueba también que la verdadera traducción de Beth-El es Casa del Sol y no Casa de Dios, pues en la composición de estos nombres cananeos, la palabra El no significa Dios, sino Sol (18).
De esta manera ha desnaturalizado la teología a la teosofía antigua y la ciencia a la filosofía (19).
El desconocimiento de este capital principio filosófico invalida los métodos de la ciencia moderna por seguros que parezcan, pues no sirven para demostrar el origen y fin de las cosas. En lugar de deducir el efecto de la causa inducen la causa del efecto. Enseña la ciencia que los tipos superiores proceden evolutivamente de los inferiores, pero como en esta laberíntica escala va guiada por el hilo de la materia, en cuanto se rompe no puede adelantar un paso y retrocede con espanto, y se confiesa impotente ante el Incomprensible. No procedían así Platón y sus discípulos, para quienes los tipos inferiores eran imágenes concretas de los abstractos superiores. El alma inmortal tiene un principio aritmético y el cuerpo lo tiene geométrico. Este principio, como reflejo del Arqueos universal, es semoviente y desde el centro se difunde por todo el cuerpo del microcosmos.
La triste consideración de esta verdad mueve a Tyndall a confesar cuán impotente es la ciencia aun en el mismo mundo de la materia, diciendo: “El primario ordenamiento de los átomos a que toda acción subsiguiente está subordinada, escapa a la penetración del más potente microscopio. Después de prolongadas y complejas observaciones, sólo cabe afirmar que la inteligencia más privilegiada y la más sutil imaginación retroceden confundidas ante la magnitud del problema. no hay microscopio capaz de reponernos de nuestro asombro, y no sólo dudamos de la valía de este instrumento, sino de si en verdad la mente humana puede inquirir las más íntimas energías estructurales de la naturaleza”.
La fundamental figura geométrica de la cábala, que según la tradición, de acuerdo con las doctrinas esotéricas recibió Moisés en el monte Sinaí (20) encierra en su grandiosamente sencilla combinación la clave del problema universal. Esta figura contiene todas las demás y los capaces de comprenderla no necesitan valerse de la imaginación ni del microcopio, porque ninguna lente óptica supera en agudeza a la percepción espiritual. Para los versados en la magna ciencia, la descripción que un niño psicómetra pueda dar de la génesis de un grano de arena, de un pedazo de cristal o de otro objeto cualquiera, es mucho más fidedigna que cuantas observaciones telescópicas y microscópicas aleguen las ciencias experimentales.
Más verdad encierra la atrevida pangenesia de Darwin, a quien llama Tyndall “especulador sublime”, que las cautas y restringidas hipótesis de este otro sabio, quien, como todos los de su linaje, recluyen su imaginación entre las, según ellos, “firmes fronteras del raciocinio”. La hipótesis de un germen microscópico con suficente vitalidad para contener un mundo de gérmenes menores, parece como si se remontara a lo infinito y trascendiendo al mundo material se internara en el espiritual.
Si consideramos la darwiniana teoría del origen de las especies, advertiremos que su punto de partida está situado como si dijéramos frente a una puerta abierta, con libertad de atravesar o no el dintel a cuyo otro lado vislumbramos lo infinito, lo incomprensible, o, por mejor decir, lo inefable. Si el lenguaje humano es insuficiente para expresar lo que vislumbramos en el más allá, algún día habrá de comprenderlo el hombre que ante sí tiene la inacabable eternidad.