Isis Sin Velo - [Tomo I]

Capítulo 61

EL DEMIURGOS

Es muy extraño que los cristianos estén obligados a creer como artículo de fe los milagros bíblicos, y no sólo no crean, sino que se mofen de los prodigios relatados en el Atharva Veda y los atribuyan al demonio. Sin embargo, contra la malévola opinión de algunos sanscritistas, podemos demostrar, bajo varios aspectos, la identidad esencial entre ambas taumaturgias, con la particularidad de que no pueden haber plagiado los Vedas a la Biblia, puesto que las escrituras hebreas son muy posteriores a las indas.

Primeramente, la cosmogonía induísta desvanece el error, durante tanto tiempo sustentado por los occidentales, de que Brahmâ era la divinidad suprema de los indos, cuando tan sólo es un aspecto inferior, análogo al Jehovah hebreo, “el espíritu semoviente sobre las aguas”, el dios creador, el demiurgos, el arquitecto del mundo, cuya imagen simbólica tiene cuatro rostros correspondientes a los cuatro puntos cardinales.

A este propósito dice Poler:

“En el principio, el embrionario universo reposaba sumergido en las aguas, en el seno del Eterno. De las caóticas tinieblas surgió Brahmâ, el arquitecto del universo, y sobre una hoja de loto flotaba entre las aguas y las tinieblas” (29).

Idéntico es el relato de la cosmogonía egipcia, en que Athor, la Madre Noche, símbolo de las tinieblas, cubría en un principio la inmensidad del abismo de las aguas sobre las que flotaba el espíritu del Eterno. También las Escrituras hebreas hablan del espíritu de Dios, y de su emanación creadora simbolizada en otra divinidad (30).

Pero continuemos el relato de la cosmogonía inda: “Al ver el caótico estado de las cosas, se pregunta Brahmâ a sí mismo lleno de consternación: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? Entonces oye una voz que le dice: “Eleva tus plegarias a Bhagavad” (31). Brahmâ se sentó en la hoja de loto en actitud contemplativa, con la mente enfocada en el Eterno, quien, complacido de aquella muestra de piedad, disipa las tinieblas y descorre el velo de su mente. Al punto surge el radiante Brahmâ del huevo del universo, y henchido del divino espíritu que le ha despertado la mente, empieza a actuar y se mueve sobre las aguas. Es Narayana”.

El loto, la flor sagrada de indos y egipcios, simboliza a Brahmâ entre los primeros y a Horus entre los segundos. Todos los templos del Tíbet y del Nepal ostentan la flor de loto, cuyo sugestivo significado es idéntico al del lirio que el arcángel Gabriel ofrece a María en las representaciones pictóricas de la Anunciación (32). Para los indos es el loto emblema de la potencia creadora de la naturaleza, por la compenetración del fuego (espíritu) con el agua (materia). Un versículo del Bhagavad Gîtâ, dice: “¡Oh Eterno! Entronizado en ti veo al creador Brahmâ sobre el loto”. Según Jones, la simiente del loto contiene ya antes de germinar el embrión de las futuras hojas; y como dice Gross (33), la naturaleza nos da en el loto un ejemplo de la anteformación de sus productos, pues la simiente de todas las plantas fanerógamas contiene la futura planta con su propia configuración.

Lo mismo significa el loto para los budistas. El Bodhisat (Espíritu del Buddha) se aparece con el loto en la mano junto al lecho de Mahâmayâ o Mahâdeva, la madre de Gautama Buddha, y le anuncia el nacimiento de su hijo. De la propia suerte, la flor de loto estaba invariablemente unida en Egipto a todas las representaciones de Osiris y Horus.

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