Capítulo 156
LAS PIEDRAS PRECIOSAS
Dice una antiquísima leyenda inda, que enamorado Brahmâ Prajâpati de su propia hija Ushâs (21), tomó la forma de ciervo (ris’ya) y la convirtió a ella en cierva, de modo que así se cometió el primer pecado de que fue culpable el mismo Brahmâ. Ante tamaña profanación, se aterrorizaron de tal manera los dioses, que asumiendo su más horrible aspecto, pues los dioses pueden tomar cuantas figuras quieran, formaron a Bhûtavan, el espíritu del mal, con propósito de aniquilar la encarnación del primer pecado, cometido por el mismo Brahmâ. Al ver esto, Brahmâ-Hiranyagarbha (22) se arrepintió profundamente y empezó a recitar los mantras de purificación. De su llanto cayó una lágrima, la más ardiente de cuantas de ojos brotaron, que al tocar en el suelo se convirtió en el primer zafiro” (23). Esta semipopular y semisagrada leyenda denota que los indos, no sólo sabían que el azul era el color más eléctrico, sino que también conocían la influencia del zafiro y de otros minerales. Aparte de esto, dice Orfeo que con una piedra imán es posible influir en muchas personas reunidas; Pitágoras atribuye secreta importancia al color y naturaleza de las piedras preciosas; y Apolonio de Tyana enseñaba a sus discípulos las ocultas virtudes de estas piedras, y cada día del mes llevaba una sortija de distinta piedra, con arreglo a las leyes de la astrología judiciaria. Según los budistas, el zafiro tranquiliza el espíritu, serena el ánimo, aleja los malos pensamientos y tonifica el cuerpo, que son precisamente los efectos atribuidos por la moderna electroterapia a la acción de una corriente eléctrica con acierto dirigida. A este propósito dicen los budistas: “El zafiro abre puertas y casas cerradas para el espíritu del hombre; despierta el deseo de orar y entraña mayor paz que cualquiera otra alhaja. Pero quien la lleve ha de vivir pura y santamente” (24).
Diana es hija de Zeus y Proserpina (25); pero Hesiodo la llama Diana Eilythia-Lucina y dice que es hija de Júpiter y Juno (26). En las frecuentes querellas conyugales entre Júpiter y Juno, su hija Diana se vuelve de espaldas a su madre y sonríe a su padre, aunque reconviniéndole por sus devaneos. Esto es símbolo de los eclipses de luna, durante los cuales, se dice que los magos de Tesalia y Babilonia convertían hacia la tierra sus hechizos y encantos hasta lograr que se reconciliase la irritada pareja. Entonces Juno sonreía orgullosa a la brillante Diana que, circuyéndose de su creciente, volvía al secreto retiro de las montañas.
Parece que esta fábula alude a las fases de la luna. Los habitantes de la tierra sólo vemos un hemisferio de la luna y esto significa que Diana le vuelve la espalda a su madre Juno.
Las posiciones respectivas del sol, la tierra y la luna cambian continuamente, y la fase de luna nueva coincide siempre con variaciones atmosféricas, aparte de que las tempestades pudieron muy bien sugerir la idea de una lucha entre el sol y la tierra, sobre todo cuando aquél está oculto por rugientes nubes. Además, la luna no brilla en su fase de nueva, porque el hemisferio visible desde la tierra no está iluminado por el sol; pero después de la reconciliación, va mostrándose gradualmente iluminado el disco de la luna, y de aquí que los astrólogos caldeos y los magos de Tesalia, cuyo conocimiento del curso de los astros igualaba al de cualquier astrónomo moderno, se esforzaran en aplacar las iras de la luna y moverla a mostrar de nuevo su semblante, después de haber recibido la “radiante sonrisa” de su madre la tierra, cuando a su vez se refleja la luz del sol en la luna. Por esto decía la fábula que tan luego como Diana se ciñe el creciente, se marcha otra vez a cazar a la montaña.