Capítulo 160
NATURALEZA DEL SOL
Y dice Daniel: “... sentóse el anciano de días... (37) en su trono de llamas de fuego con ruedas de fuego encendido... Un impetuoso río de fuego salía de su faz” (38). “Como el Saturno pagano que tenía su castillo de llamas en el séptimo cielo, así el Jehovah judío tiene su “castillo de fuego sobre el séptimo cielo” (39).
Si la falta de espacio no lo impidiese, fácilmente probaríamos que los antiguos heliólatras consideraban el sol visible como emblema del invisible y metafísico sol espiritual y no creían que, según dice la ciencia moderna, la luz y el calor dimanen del sol físico ni que este astro infunda la vida en la naturaleza visible. A este propósito dice el Rig Veda: “Su radiación es perpetua. Los intensamente brillantes, continuos, inextinguibles y omnipenetrantes rayos de Agni no cesan de irradiar ni de día ni de noche”. Esto se refiere sin duda alguna al sol central y espiritual, al eterno e infinito donador de vida cuyos rayos son omnipenetrantes y continuos. El sol espiritual es el centro (que está en todas partes) de la circunferencia (que no está en ninguna); es el fuego etéreo y espiritual; el alma y espíritu del omnipenetrante y misterioso éter; el desesperante enigma de los materialistas, quienes algún día se convencerán de que la electricidad o, mejor dicho, el magnetismo divino es causa de la diversidad de fuerzas cósmicas manifestadas en correlación perpetua y que el sol físico es uno de los miles y miles de imanes esparcidos por el espacio, un reflector (40) sin más luz propia que la de cualquier astro opaco. dÍa ha de llegar en que varíe el concepto científico de la gravitación según la entendía Newton y se eche de ver que los planetas giran atraídos por la potente fuerza magnética del sol y no por su peso o gravitación. Esto y mucho más podrán aprender algún día; pero entretanto démonos por satisfechos con que se burlen de nosotros en vez de tostarnos por herejes o recluirnos en un manicomio por orates.
Las leyes de Manu no son ni más ni menos que las doctrinas de Platón, Filo Judeo, Zoroaastro, Pitágoras y los cabalistas que explican el esoterismo de todas las religiones. El concepto cabalístico del Padre y del Hijo (..... y .....) es idéntico al de las enseñanzas fundamentales del budismo. Moisés no podía revelar al pueblo los sublimes secretos de las doctrinas religiosas y cosmogónicas veladas bajo la Ilusión induista, que encubría hábilmente el Sancta Sanctorum cuyo significado extravió a tantos comentadores (41).
Las heterodoxas teorías del general Pleasonton vienen a corroborar las enseñanzas cabalísticas. Según este experimentador (cuyas conclusiones se apoyan en hechos mucho más sólidos que los aducidos por la ciencia ortodoxa), el espacio comprendido entre el sol y la tierra está ocupado por un medio transmisor de naturaleza física (42). El enorme roce de la luz al atravesar este medio ha de producir necesariamente electricidad que, transmutada en magnetismo, engendra las enormes fuerzas naturales cuya acción determina las variaciones de la vida planetaria. Demuestra Pleasonton que el calor terrestre no deriva directamente del sol, porque el calor asciende. Dice que por ser la fuerza productora del calor repelente y electro-positiva, queda atraída por la electricidad negativa de las capas superiores de la atmósfera. Aduce en prueba de ello que cuando la nieve cubre el suelo y estorba la acción de los rayos del sol, está más caliente en los puntos donde mayor es la capa de nieve, a causa de que elcalor electro-positivo irradiante del interior del globo queda atraído por la electricidad negativa de la nieve.
De todo esto concluye Pleasonton que la luz es un elemento independiente del sol, creado por el divino fiat, cuyo roce con el medio de transmisión engendra el calor (43). Afirma por otra parte, contra la hipótesis de la constitución gaseosa e incandescente del sol, que las irradiaciones de la fotoesfera producen enormes cantidades de electricidad y magnetismo al atravesar el espacio, de suerte que la combinación de electricidades contrarias engendra calor y transmite el magnetismo a todas las substancias capaces de recibirlo. Así, cada astro y cada nebulosa es un imán.
Si Pleasonton evidenciara esta su hipótesis, no les quedarían a las futuras generaciones muchas ganas de burlarse de la luz sideral de Paracelso ni de su doctrina de las magnéticas influencias ejercidas por los astros en animales, vegetales y minerales (44).