Capítulo 86
LOS PRODIGIOS DEL FAKIR
Tenemos, por lo tanto, que para el profesor Perty, afiliado sin duda a la escuela de Schopenhauer, son perfectamente posibles y naturales, por ejemplo, los fenómenos producidos por el fakir Kavindasami y descritos por el orientalista Jacolliot. Este fakir era hombre que por el completo dominio de su naturaleza inferior había llegado a purificarse hasta aquel punto en que casi del todo libre de su prisión puede el espíritu obrar verdaderas maravillas (33). Su voluntad y aun su solo anhelo eran potencia creadora capaz de gobernar los elementos y fuerzas de la naturaleza. El cuerpo no le servía ya de estorbo para hablar de “espíritu a espíritu” y alentar de “vida a vida”. Este fakir, con sólo extender las manos hizo germinar una semilla (34), de la que brotó una planta que en menos de dos horas creció prodigiosamente en presencia de Jacolliot, contra todas las aceptadas leyes fitológicas, hasta una altura que en circunstancias ordinarias hubiese requerido algunas semanas. ¿Fue milagro? Ciertamente lo fuera con arreglo a la definición de Webster, según la cual es milagro todo suceso contrario a la establecida constitución y marcha de las cosas, en pugna con las leyes conocidas de la naturaleza. ¿Pero están seguros los naturalistas de que lo establecido por la observación es inmutable o de que conocen todas las leyes de la naturaleza? El caso del fakir resulta algo más notablemente milagroso que los experimentos llevados a cabo en Filadelfia por el general Pleasanton, pues si éste lograba acrecentar la lozanía y fertilidad de sus viñas hasta puntos increíbles, por los rayos violetas de luz artificial, el fluido magnético que emanaba de las manos del fakir estimuló el más rápido crecimiento de la semilla índica, concentrando en ella el akâsa o principio vital (35) cuya corriente pasaba en flujo continuo de las manos del fakir a la planta, cuyas células avivaba con estupenda actividad, hasta terminar su crecimiento.
El principio de vida es una fuerza ciega y sumisa a la influencia capaz de dominarla. Con arreglo al ordinario curso del crecimiento vegetal, el protoplasma hubiera concentrado este principio para desenvolverse, según la norma establecida, con sujeción a las circunstancias atmosféricas (luz, calor, humedad), de las cuales hubiesen dependido su más o menos rápido crecimiento y su mayor o menor altura. Pero el fakir, con su poderosa voluntad y su espíritu purificado de los contactos materiales (36), auxilia la acción de la naturaleza y condensando, por decirlo así, en el germen el principio de vida vegetal acelera su desenvolvimiento. Esta fuerza vital obedece ciegamente a la voluntad del fakir, quien hubiera podido convertir la planta en un monstruo con sólo forjarlo mentalmente, pues la forma plástica y concreta se ajusta con invariable exactitud al tipo subjetivamente trazado en la mente del fakir, de la propia suerte que la mano y el pincel del pintor reproducen la imagen ideada por el arista. La voluntad del fakir en éxtasis delinea una matriz invisible, pero perfectamente objetivsa, que sirve de necesario molde a la materia vegetal de la planta. La voluntad crea, porque, puesta en actuación, es fuerza que engendra materia.
Si alguien objetara diciendo que el fakir no podría trazar en su mente el modelo de la planta, pues ignoraba la especie de semilla escogida por Jacolliot, responderíamos que el espíritu humano es semejante al del Creador en omnisciencia. Por lo tanto, si bien el fakir en estado de vigilia no podía saber qué especie de semilla era, en estado de trance, o sea muerto corporalmente con relación al mundo exterior, no tuvo su espíritu dificultad alguna de espacio ni de tiempo para conocer la especie de simiente plantada en la maceta o reflejada en la mente de Jacolliot. Las visiones, prodigios y demás fenómenos psíquicos existentes en la naturaleza corroboran nuestra afirmación.
Tal vez se arguya en otro sentido, contra el hecho de referencia, diciendo que lo mismo, y tan bien como el fakir, hacen los prestidigitadores indos, si hemos de creer a los informes de la prensa y a los relatos de los viajeros. Indudablemente hacen lo mismo los vagabundos prestidigitadores a pesar de sus licensiosas costumbres que no les dan reputación de santidad ni entre los naturales ni entre los extranjeros, antes al contrario, sus compatriotas les temen y menosprecian porque los miran como brujos y nigrománticos. Pero estos llaman en su auxilio a los espíritus elementales, mientras que los hombres de la santidad de Kavindasami tienen bastante con la valía de su espiritu divino, íntimamente unido al alma astral, para recibir auxilio de los puros y etéreos pitris que asisten a su encarnado hermano. Cada ser atrae a su semejante, y la sed de riquezas, los impuros deseos y las ambiciones egoístas sólo pueden atraer a los espíritus que los cabalistas hebreos llaman klippoth, pobladores del cuarto mundo (Asiah); y los magos orientales designaban con el nombre de afrites o deus, es decir, los espíritus elementarios del error.