Capítulo 24
SABIDURÍA DE LOS ANTIGUOS
En determinadas ramas de la ciencia, sabían los antiguos más de lo que hasta ahora han descubierto los modernos. Aunque muchos repugnen confesarlo, así lo reconocen algunos sabios. El doctor A. Todd Thomson, que publicó la obra Ciencias ocultas, escrita por Salverte, dice a este propósito: “Los conocimientos científicos de los primitivos tiempos de la sociedad humana eran mucho mayores de lo que los modernos suponen, pero estaban cuidadosamente velados en los templos a los ojos del vulgo y tan sólo a disposición de los sacerdotes”. Al tratar de la cábala, dice Baader que “no sólo debemos a los judíos la ciencia sagrada, sino también la profana”.
Orígenes, discípulo de escuela platónica de Alejandría, afirma que además de la doctrina enseñada por Moisés al pueblo en general, reveló a los setenta ancianos algunas “verdades ocultas de la ley” con mandato de no transmitirlas más que a los merecedores de conocerlas.
San Jerónimo dice que los judíos de Tiberíades y Lida eran singulares maestros en hermenéutica mística. Por último, Ennemoser se muestra firmemente convencido de que las obras del areopagita Dionisio están inspiradas en la cábala hebrea, lo cual nada tiene de extraño si consideramos que los agnósticos o cristianos primitivos fueron continuadores, con distinto nombre, de la escuela de los esenios. Molitor reivindica la cábala hebrea y dice sobre este punto: “Ha pasado ya el tiempo en que la teología y las ciencias eran esclavas de la vulgaridad y la incongruencia; pero como el racionalismo revolucionario no ha dejado otro rastro que su propia ineficacia con estropeamiento de las verdades positivas, hora es de reconvertir la mente a la misteriosa revelación de donde, como de vivo manantial, brota nuestra salvación... los antiguos misterios de Israel, que contienen todos los secretos de hoy, debieran servir para establecer la teología sobre profundos principios teosóficos y dar base firme a las ciencias especulativas. De esta suerte se abrirían nuevos caminos en el laberinto de mitos, símbolos y organización política de las sociedades primitivas. Las tradiciones antiguas encierran el método de enseñanza seguido en las escuelas de profetas que Samuel no fundó, sino que tan sólo restauró, y cuyo objeto era instruir a los candidatos en conocimientos que les hicieran dignos de la iniciación en los Misterios mayores, una de cuyas enseñanzas era la magia distintamente seprada en dos opuestos linajes: la blanca o divina y la negra o diabólica. Cada una de estas ramas se subdivide a su vez en dos modalidades: activa y contemplativa. Por la magia divina se relaciona el hombre con el mundo para conocer las cosas ocultas y realizar buenas obras. Por la magia diabólica se esfuerza el hombre en adquirir dominio sobre los espíritus y perpetrar diabólicas fechorías y delitos de lesa naturaleza” (40).
El clero de las tres principales iglesias cristianas, lagriega, la romana y la protestante, se desconcierta ante los fenómenos espiritistas producidos por los médiums. Todavía no hace mucho tiempo, papistas y protestantes condenaban a la hoguera y a la horca, o cuando no, mandaban asesinar a los infelices médiums por cuyo organismo se comunicaban las entidades astrales y a veces las desconocidas fuerzas de la naturaleza. En esta persecución sobresalía la iglesia romana, cuyas manos están tintas en sangre de inocentes víctimas sacrificadas a un Moloch implacable, que tal parece el Dios de sus creencias. Ansía la iglesia romana reanudar tan cruenta labor, pero la ligan de pies y manos el espíritu del siglo y el universal sentimiento de libertad religiosa contra el que diariamente prorrumpe en invectivas. La iglesia griega es, por el contrario, de benigna condición y más conforme con las enseñanzas de Cristo por su sencilla aunque ciega fe; pero si bien hace muchos siglos que ocurrió el cisma de Oriente y no hay relación alguna entre las iglesias griega y latina, los pontífices romanos fingen ignorar este hecho y se arrogan audazmente la jurisdicción en todos los países de religión griega o protestante. A este propósito dice Draper: “La Iglesia insiste en que el Estado no debe inmiscuirse en la jurisdicción eclesiástica, y como el protestantismo es una rebeldía, no le cabe derecho alguno, ni siquiera en las diócesis de países protestantes donde el prelado católico es el pastor legítimo y la única autoridad espiritual" (41).