Isis Sin Velo - [Tomo I]

Capítulo 56

FECUNDACIÓN ARTIFICIAL

Cabe preguntar, después de leído esto, si en las “quimeras” del espiritismo, o en los “misterios” del cristianismo, hay algo tan descabellado como esa descripción de la humanidad futura. Si los positivistas que predican públicamente la poligamia no desmienten con su conducta la tendencia de la escuela al materialismo, mucho tememos que, haya o no haya una estirpe sacerdotal así engendrada, no veamos los vástagos de las vírgenes madres.

Natural es que una filosofía entre cuyos ideales está la procreación de semejante casta de doctores íncubos, mueva la pluma de uno de sus más gárrulos tratadistas, para escribir lo siguiente: “Estamos en una muy triste época abundante en creencias muertas o moribundas, y llena de frívolos devotos que en vano ruegan a los caídos dioses. Pero también es una época gloriosamente iluminada por los áureos rayos del naciente sol de la ciencia. ¿Qué tenemos que ver con quienes, perdida la fe y extraviado el entendimiento, se refugian en el espejuelo del espiritismo, en los engaños del trascendentalismo o en las abulias del hipnotismo”? (17).

El fuego fatuo, como se complacen hoy en llamar los filósofos pigmeos al fenomenalismo psíquico, ha tenido que luchar para darse a conocer. No hace mucho tiempo, los ya familiares fenómenos psíquicos tuvieron enérgica negativa en boca de un corresponsal de The Times, de Londres, cuya opinión subsistió como valedera hasta que dirimió la cuestión la obra de Phipson, apoyada en el testimonio de Beccaria y Humboldt (18).

Los positivistas debieron exigir otro símil más feliz y al mismo tiempo estar mejor enterados de los descubrimientos científicos, pues en cuanto al hipnotismo lo practican con éxito, en algunos hospitales de Alemania, eminencias médicas cuya fama y sabiduría está muy lejos de igualar el presuntuoso conferenciante sobre la mediumnidad y la locura. Pocas palabras diremos antes de acabar este enojoso asunto. Hay positivistas que se vanaglorian de contar por correligionarios a los más ilustres científicos de Europa. Sin embargo, no entran en este número Huxley ni Mausley, de nombradía universal. Por lo que toca a Huxley, en una conferencia dada en 1868 en Edimburgo, sobre Los fundamentos fisiológicos de la vida, se muestra muy sorprendido de la ligereza con que el arzobispo de York le atribuyó filiación positivista, y dice: “Por lo que a mí toca, bien pudiera el respetable prelado desmenuzar polémicamente a Comte como un nuevo Agag, sin que yo le detenga la mano. Mi examen de la filosofía positivista me ha convencido de que poco o nada tiene de valía científica, pues en su mayor parte es tan opuesta a la verdadera ciencia, como pueda serlo el catolicismo ultramontano. En la práctica, la filosofía positivista es un catolicismo despojado del espíritu del cristianismo”. Más adelante se indigna Huxley con los filósofos escoceses, y les reconviene por haber consentido que el arzobispo de York atribuyese a Comte la fundación de la escuela filosófica de Hume, y a este propósito exclama: “Bastaba para remover en su tumba los huesos de David Hume, que, no lejos de ella, un auditorio parcial escuchara sin protesta cómo se atribuían sus doctrinas a un escritor francés de hace cincuenta años, en cuyas verbosas y áridas páginas se echa de menos el vigor de pensamiento y la claridad de expresión” (19).

¡Pobre Comte! Ahora resulta que, por lo menos en los Estados Unidos, sus más conspicuos discípulos quedan reducidos a un físico, un médico y un abogado, a quienes un crítico socarrón motejó de “triunvirato anómalo cuyas arduas tareas no les dejan tiempo para aprender a escribir” (20).

Los positivistas no perdonan medio de combatir al espiritismo en provecho de su religión. Sus prelados soplan sin cesar las trompetas como si a su estrépito hubieran de caer los muros de la nueva Jericó; pero ni con sus singularísimas paradojas ni con sus deleznables ataques al espiritismo lograrán su propósito. Para muestra de estos ataques, basta entresacar de una reciente conferencia (21) el párrafo que sigue: “La exclusiva satisfacción del instinto religioso es incentivo de lujuria. Sacerdotes, frailes, monjas, santos, médiums, místicos y devotos han sido siempre famosos por sus concupiscencias”.

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