Capítulo 49
FORMAS MATERIALIZADAS
Más adelante daremos copiosas pruebas entresacadas de autores antiguos acerca de esta evidente verdad. Por ahora repetiremos que ningún espíritu de los llamados humanos por los espiritistas ha demostrado suficientemente su condición. Los espíritus desencarnados pueden comunicar su influencia subjetivamente a los médiums y producir manifestaciones objetivas a través de estos, pero no por sí mismos. Pueden disponer del cuerpo del médium y expresar sus conceptos y deseos por los diversos procedimientos del fenomenalismo psíquico, pero no materializar lo inmaterial, es decir, su divina esencia. Así es que toda materialización genuina está determinada o por la voluntad del espíritu aparecido, o por los espíritus duendísticos que son generalmente demasiado groseros para merecer el nombre de diablos. Rara vez son capaces los espíritus de dominar a estos seres sin alma, siempre dispuestos a tomar nombres pomposos; pero cuando los dominan, quedan sujetos como polichinelas a cuanto les dicta el alma inmortal. Sin embargo, este dominio requiere condiciones generalmente desconocidas aún de los espiritistas más asiduos concurrentes a las sesiones, pues no a todo el que quiere le es dable evocar espíritus humanos. Uno de los más poderosos estímulos de los difuntos, es el intenso amor a sus deudos en la tierra, que irresistiblemente los empuja hacia la corriente de luz astral, cuyas vibraciones enlazan el alma del ser amado con el alma universal. Otro requisito importantísimo es la armonía y pureza mental de los circunstantes.
Si este razonamiento es erróneo, si las formas materializadas que aparecen en oscuros aposentos, salidas de estancias aún más oscuras, fuesen espíritus de difuntos, ¿a qué establecer diferencias entre ellas y los fantasmas que de súbito aparecen sin gabinete de preparación ni médium comunicante? ¿Quién no ha oído hablar de las almas en pena que vagan por los lugares donde se perpetró algún crimen o vuelven movidas de irresistibles ansias de necesidad no satisfecha y cuyas manos tienen el tacto de la carne viva de modo que apenas cabe distinguirlas de los vivos?
Conocemos casos auténticos de súbitas apariciones espectrales, sin analogía alguna con las incipientes materializaciones de nuestros días. El periódico Medium and Day Break, del 8 de Septiembre de 1876, publicó una carta de una señora que durante sus viajes por el continente presenció un fenómeno en una casa encantada. Dice uno de sus párrafos: “En el oscuro rincón de la biblioteca resonó un extraño ruido y al volver la vista eché de ver una nube de vapor luminoso... el espíritu apegado a la tierra vagaba por el lugar maldito de sus fechorías”.
Este espíritu era indudablemente un elemental auténtico que por espontánea determinación se hizo visible, como lo son todos los espectros, pero impalpable, o, a lo sumo, dando al tacto una sensación como si se metiera de pronto la mano en el agua o se palpara una nube de vapor acuoso. Según la descripción, era luminoso y vaporoso, por lo que bien podemos colegir que sería la sombra personal del espíritu apegado a la tierra por el remordimiento de crímenes propios, o a consecuencia de los ajenos. La muerte encierra profundos misterios y las modernas materializaciones sólo sirven para ridiculizarlos a los ojos de los indiferentes. A esto pueden replicar los espiritistas diciendo que, por declaración explícitamente pública, hemos presenciado personalmente dichas formas materializadas. No tenemos reparo en reiterar el testimonio y decir que en tales formas reconocimos la representación visible de conocidos, amigos y aun parientes, y escuchamos de ellos palabras en idiomas orientales desconocidos del médium y de todos los circunstantes, excepto de nosotros mismos. Nadie dejó de considerar este hecho como prueba concluyente de las facultades del médium, un zafio labriego llamado Vermont; pero aquellas formas no eran de las personalidades que aparentaban ser, sino sencillamente simulaciones suyas, plasmadas vívidamente por espíritus elementales y elementarios. No habíamos tocado hasta ahora este punto, porque la masa general de espiritistas no estaba preparada ni para escuchar siquiera, cuanto menos para creer en los espíritus elementales y elementarios. Desde entonces se ha discutido públicamente este punto y ya no resulta tan aventurado entregar a la voracidad de la crítica la canosa filosofía de los antiguos, porque la cultura general ha evolucionado lo bastante para tomarla en consideración y estudiarla sin apasionamiento. Dos años de agitación mental han mejorado notablemente la mentalidad colectiva.
Asegura Pausanias que cuatro siglos después de la batalla de Maratón, se oían en el campo los relinchos de los caballos y el vocerío de los combatientes. Suponiendo que vagasen por aquel lugar los espíritus de los soldados muertos en la batalla, resultaría que aparecieron en figura espectral o fantástica, y no en forma materializada. Pero ¿qué causa tenían los relinchos? ¿Eran los espíritus de los caballos? Si admitimos, contra toda verdad, que los caballos tienen alma, habremos de confesar que el alma inmortal de los soldados muertos relinchaba para reproducir con mayor y más dramática viveza la bélica escena. Repetidas veces se han visto aparecer fantasmas de animales domésticos, y el testimonio en este caso es tan fidedigno como el referente a las apariciones de espectros humanos. ¿Quién simula entonces la figura espectral de estos animales? ¿Los espíritus humanos? La cuestión está encerrada en un dilema: o los animales tienen alma y espíritu como el hombre, o forzosamente hemos de aceptar con Porfirio la existencia en el mundo invisible de una especie de demonios maliciosos y embusteros, una clase de seres intermedios entre el hombre y los dioses, que se complacen en asumir cuantas formas les viene bien remedar, desde la del hombre a la de los animales (42).