Capítulo 89
LA DOBLE VISTA
Bierre de Boismont llama alucinación a la facultad que algunos enfermos lúcidos tienen de ver a través de las paredes y anunciar la llegada de una persona cuya venida se desconoce. Nosotros creíamos cándidamente, tal vez por ignorancia, que las alucinaciones han de ser subjetivas y de quimérica existencia en el delirante cerebro del enfermo; pero si éste anuncia la llegada de una persona que se halla muy lejos, y la persona llega en el preciso momento vaticinado por el profeta, su visión no es subjetiva, sino perfectamente objetiva, puesto que ve como va viniendo la persona. Por lo tanto, resulta incontrovertible que para ver un objeto a través de cuerpos opacos y de distancias inaccesibles a la vista corporal, es preciso la visión espiritual, pues no cabe suponer coincidencia alguna de la casualidad.
Cabanis dice que en ciertos desórdenes nerviosos, los enfermos distinguen a simple vista los infusorios y microbios que las personas sanas no pueden ver sin auxilio del microscopio. Algunas personas, añade el mismo autor (41), entre ellas un respetable miembro del Congreso Legislativo de Nueva York, eran capaces de ver en las tinieblas tan distintamente como en un aposento iluminado; y otras seguían por el olfato el rastro de las gentes y acertaban quién había siquiera tocado un objeto con sólo lerlo. Así es en efecto; porque la razón, que según dice Cabanis, se vigoriza a expensas del instinto natural, es una especie de muralla de la China, lefvantada sobre sofismas, que acaba por embotar en el hombre la percepción espiritual cuya más importante modalidad es el instinto. Al llegar a cierto grado de debilidad orgánica, cuando las facultades mentales flaquean a causa de la depauperización corporal, el instinto, o sea la espiritual unidad que resume los cinco sentidos corporales, no halla obstáculo alguno, ni en tiempo ni en espacio. ¿Conocemos acaso los límites de la actividad mental? ¿Cómo es posible que un médico distinga las percepciones reales de las quiméricas en un enfermo cuyo enflaquecido y exhausto cuerpo deje escapar al alma de su cárcel para vivir tan sólo espiritualmente?
La divina luz que a despecho de la materia enfoca sus rayos de modo que el alma ve como en un espejo lo pasado, lo presente y lo futuro; la mortífera flecha disparada por la cólera o el odio reconcentrados; la bendición salida de benévolos y agradecidos corazones; la maldición lanzada contra quienquiera que sea, víctima o verdugo; todo tiene su vibración en el agente universal que en determinada modalidad es el aliento de Dios y bajo la opuesta, la ponzoña del diablo (42).
El lector tal vez pregunte: ¿Qué es ese invisible todo? ¿Por qué los científicos, a pesar del perfeccionamiento de sus métodos, no han descubierto ninguna de sus propiedades mágicas? Responderemos a esto que si los científicos lo desconocen no es razón bastante para negar las propiedades reconocidas en dicho agente universal por los sabios antiguos. La ciencia repudia hoy muchas cosas que mañana se verá en la precisión de aceptar. Poco menos de un siglo ha transcurrido desde que el Instituto de Francia negaba posibilidad científica a los experimentos eléctricos de Franklin, y apenas hay hoy edificio de importancia sin su correspondiente pararrayos. Los modernos científicos, gracias a su pertinaz escepticismo, escupen muchas veces al cielo y así les cae la saliva en la cara.
Dice la cosmogonía egipcia:
“Emepht, el principio supremo engendró un huevo y después de incubarlo impregnándolo de su propia esencia, se desenvolvió el germen del cual nació Phtha, el activo y creador principio que dio comienzo a su obra. De esta ilimitada expansión de materia cósmica (43), que Él mismo había engendrado con su soplo (voluntad), puso en actividad las potencias latentes y formó los soles, planetas y satélites en armónica e inmutable ordenación y los pobló de todas y cada una de las formas y cualidades de vida”.
El mito de las cosmogonías orientales dice que en el principio sólo había agua (el padre) y limo prolífico (Ilus o Hylé, la madre), del que surgió la mundana serpiente (materia), símbolo del dios Phanes, el manifestado, la Palabra o Logos.