Capítulo 157
SÍMBOLOS DE LA LUNA
Este breve himno laudatorio abarca el fundamento de todo concepto mítico. La imaginación de los antiguos era, según parece, tan inagotable como las visibles manifestaciones de la Divinidad que les deparaban los temas de sus alegorías siempre referentes, no obstante su copiosa variación, a las dos ideas capitales que bajo las sacras representaciones se ajustaban paralelamente a los aspectos físico y espiritual de las leyes naturales. Los metafísicos conceptos de los antiguos no estaban jamás en contradicción con las verdades científicas, y sus credos religiosos se basan en las ideas físicopsíquicas de los sacerdotes y filósofos, que las derivaron de las tradiciones primievales, confirmadas por la experiencia propia con auxilio de la sabiduría acopiada en épocas intermedias.
La misión de los rayos de Júpiter estaba simbolizada en Diana, la esplendente virgen Artemisa, llamada en antiquísimo tiempos Diktynna (19). La luna es opaca y su brillo es reflejo de la luz solar. Su símbolo era la diosa Astarté o Diana que, como la cretense Diktynna, está coronada de una guirnalda de la mágica y siempre verde planta diktammon o dictamnus, cuyo contacto, según se dice, provoca el sonambulismo en quien no lo tiene. Análogamente a Eilithya y Juno Pronuba, presidía Diana los nacimientos y se la consideraba como divinidad esculápica. La guirnalda de dictamnus en las figuras de Diana nos demuestra una vez más la profunda observación de los antiguos, pues por una parte esta planta tiene muy eficaces virtudes sedantes y medra abundantemente en el monte Dicte de la isla de Creta; y por otra parte, la luna, según las más notables autoridades en magnetología, influye en los humores del cuerpo y en las células nerviosas, que tan importante papel desempeñan en la hipnotización. Así es que los cretenses ponían manojos de esta planta sobre el cuerpo de las parturientas y con las raíces hacían un brebaje que aliviaba los dolores del parto y mitigaba la peligrosa irritabilidad del organismo en este período. También solían colocar a las parturientas en el recinto sagrado del templo de Diana, expuestas a los rayos de la esplendente hija de Júpiter, la brillante y serena luna del cielo oriental.
Los induístas y budistas tienen muy complejo concepto de la influencia del sol y de la luna considerados como elementos masculino y femenino, que son respectivamente los principios positivo y negativo de la polaridad magnética. Todos los autores indos que trataron del magnetismo reconocieron la influencia de la luna en las mujeres, y tanto Ennemoser como Du Potet corroboran acabadamente las teorías de los videntes indos.
En todos los países de la antigüedad estaba consagrado el zafiro a la Luna, y los budistas tenían esta preciosa piedra en muchísimo respeto, no derivado de la superstición, sino con sólido fundamento científico. Atribuyen los budistas al zafiro virtudes mágicas, por cuanto su color azul obscuro determina fenómenos sonambúlicos, según puede observar cualquier estudiante de hipnotismo. Esto se deriva de la hasta hace poco tiempo no advertida influencia de los colores del prisma y especialmente del azul en el crecimiento de las plantas. Según ha demostrado el general Pleasonton, después de muchas discusiones académicas sobre la potencia calorífica de los rayos solares, los azules son los más eléctricos y su influencia favorece en mágicas proporciones el crecimiento de plantas y animales. Por otra parte, las investigaciones de Amoretti sobre la polaridad eléctrica de las piedras preciosas demuestran que el diamante, el granate y la amatista son electro-negativos, al paso que el zafiro es electro-positivo (20). Todo esto nos mueve a reconocer que las modernas ciencias experimentales corroboran cuanto acerca del particular conocían los sabios de la India, muchísimo antes de la fundación de las academias europeas.