Isis Sin Velo - [Tomo I]

Capítulo 28

EL AÑO MÁXIMO

Estos cuatro yugas constituyen un mahâ-yuga o yuga máximo y setenta y un mahâ-yugas comprenden, por lo tanto, 4.320.000 x 71 = 306.720.000 años. A este cómputo hay que añadir un sandhyâ o duración de los crepúsculos matutino y vespertino, en todo este tiempo, equivalente a un sâtya-yuga ó 1.728.000 años, con los que tendremos: 306.720.000 + 1.728.000 = 308.448.000 años o sea el período llamado manvántara (49). Catorce manvántaras componen 308.448.000 x 14 = 4.318.272.000 años y añadiendo un sandhya tendremos 4.318.272.000 + 1.728.000 = 4.320.000.000 años o sea el mahâkalpa o edad máxima, según vimos al principio de este cómputo. Como quiera que nos hallamos en el kali-yuga de la época vigésimo-octava del séptimo manvántara, aún nos falta algún trecho que recorrer antes de llegar siquiera a la mitad de la vida del planeta. Estos guarismos no son fantásticos, sino que, por el contrario, derivan de cálculos astronómicos según ha demostrado Davis (50). Muchos eruditos, entre ellos Higgins, no pudieron averiguar, no obstante sus indagaciones cuál era el ciclo secreto. Bunsen ha demostrado que los sacerdotes egipcios mantenían en el más profundo misterio las rotaciones cíclicas (51). Tal vez provenga la dificultad de que los antiguos lo mismo aplicaban el cálculo al progreso espiritual que al material de la humanidad, y así no será difícil descubrir la íntima relación establecida por los antiguos entre los ciclos cronológicos y los de la humanidad; si recordamos la suma importancia que daban a la constante y omnipotente influencia de los planetas en el destino de los hombres. Higgins acertó al suponer que el ciclo indo de 432.000 años es la verdadera clave del ciclo secreto, pero bien se echa de ver que no fue capaz de descifrarlo, pues este ciclo es el más impenetrable de todos, porque atañe al misterio de la creación. Está representado con guarismos simbólicos en el Libro de los números de los caldeos, cuyo texto original no se halla en biblioteca alguna, si acaso se conserva, ya que era uno de los tantos libros de Hermes (52).

Algunos cabalistas, matemáticos y arqueólogos, desconocedores de los cómputos secretos, amplían de 21.000 a 24.000 años la duración del año máximo, pues estaban creídos de que el último período de 6.000 años sólo debía aplicarse a la renovación de nuestro globo. Explica Higgins este error de cómputo, diciendo que la precesión de los equinoccios se efectuaba en 2.000 años y no en 2.160 para cada signo, de lo que suponían en 24.000 años la duración del año máximo dividido en cuatro períodos de 6.000. de aquí debieron proceder, en opinión de Higgins, los prolongadísimos ciclos de los antiguos astrónomos, porque el año máximo, como el año común, estaba trazado por la circunferencia de un inmenso círculo. Esto supuesto, computa Higgins los 24.000 años de la manera siguiente: “Si el ángulo que el plano de la eclíptica forma con el plano del ecudor fue decreciendo gradualmente, como se supone que ocurrió hasta hace poco, ambos planos hubieron de haber coincidido al cabo de 6.000 años. Transcurridos otros 6.000 años, el sol hubiera estado situado respecto del hemisferio sur como ahora lo está respecto del septentrional; después de 6.000 años más, volverían a coincidir los dos planos, y al término de otros 6.000 años se situaría el eje de la tierra en la posición actual. Todo este proceso representa un transcurso de 24.000 años. Cuando el sol llegó al ecuador finalizaría el período de 6.000 años y el mundo quedaría destruido por el fuego, mientras que al llegar al punto meridional, lo habría sido por el agua. De esta suerte tendríamos un cataclismo total cada 6.000 años, o sean diez nerosos” (53).

Este sistema de computación, prescindiendo del secreto en que los sacerdotes tenían sus conocimientos, está expuesto a gravísimos errores y tal fue la causa de que los judíos y algunos cristianos neoplatónicos vaticinaran el fin del mundo a los 6.000 años. También se origina de ello que la ciencia moderna menosprecie las hipótesis de los antiguos, y que se formen algunas sectas, que, como la de los adventistas, viven en continua espera del fin del mundo.

Así como el movimiento de rotación de la tierra determina cierto número de ciclos comprendidos en el ciclo mayor del movimiento de traslación, análogamente cabe considerar los ciclos menores comprendidos en el saros máximo. La rotación cíclica del planeta es simultánea con las rotaciones intelectual y espiritual, igualmente cíclicas. Así vemos en la historia de la humanidad un movimiento de flujo y reflujo semejante a la marea del progreso. Los imperios políticos y sociales al pináculo de su grandeza y poderlo para descender de acuerdo con la misma ley de su ascensión, hasta que llegada la sociedad humana al punto ínfimo de su decadencia, se afirma de nuevo para escalar las próximas alturas que por ley progresiva de los ciclos son ya más elevadas que las que alcanzó en el ciclo anterior.

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