Capítulo 122
FUERZA CIEGA O INTELIGENCIA
Según ya dijimos, la fuerza psíquica de los modernos, de naturaleza idéntica al fluido terrestre o sidéreo de los antiguos oráculos, es en sí una fuerza ciega. Cuando, por ejemplo, dos interlocutores sostienen un diálogo, su voz se transmite por las vibraciones de la misma masa de aire y en esto se conoce que están hablando. De la propia suerte, cuando el médium y la entidad espírita se comunican a través de un mismo agente, inferimos que hay allí una itneligencia en actuación, pues así como el aire es necesario para la transmisión del sonido, así también se necesitan corrientes etéreas o de luz astral, inteligentemente dirigidas, para la producción de los fenómenos psíquicos. En el vacío pneumático no podrían los interlocutores comunicarse sus pensamientos de viva voz, porque allí no hay aire que vibre. Análogamente tampoco podrá producirse manifestación alguna cuando un experto y potente hipnotizador haga el vacío psíquico en torno del médium, a no ser que otra inteligente voluntad, más poderosa todavía, venza la inercia astral establecida por el hipnotizador. Los antiguos acertaron a distinguir entre la actuación ciega y la actuación itneligente de una misma fuerza.
Plutarco, sacerdote de Apolo, insinúa la dual modalidad del fluido oracular (gas subterráneo mezclado con substancias intoxicantes de propiedades magnéticas), en el siguiente apóstrofe: “¿Quién eres tú? Sin que Dios te hubiese creado y puesto en vigor; sin el espíritu que por orden de Dios te rige y gobierna serías impotente. Nada podrías hacer porque por ti mismo eres vano soplo” (52). Así también, sin la inteligencia dominante fuera vano soplo la fuerza psíquica.
Afirma Aristóteles, que las emanaciones astrales del interior de la tierra son causa suficiente para vivificar por intususcepción plantas y animales. A este mismo propósito, movido Cicerón de justa cólera contra los escépticos de su tiempo, les redarguye diciendo: “Hay algo más divino que las exhalaciones de la tierra, que conmueven el alma humana hasta el punto de consentirle la predicción del porvenir. ¿Podrá la mano del tiempo desvanecer tal virtud? ¿Creéis que os hablo de algún vino exquisito o de algún manar sabroso”? (53). No creemos que los modernos investigadores presuman de más sabios que Cicerón y aseguren que se ha desvanecido la fuerza eterna y agotado las funetes de la profecía.
Según parece, los profetas de la antigüedad explayaban su inspirada sensibilidad por el directo efluvio de la emanación astral, o bien por una especie de flujo húmedo que surgía de la tierra, con el que se daba a entender la materia astral de que en esta luz forman las almas su temporánea envoltura. El mismo concepto expresa Cornelio Agripa cuando dice que los fantasmas son de naturaleza vaporosa y húmeda: “in spirito turbido humidoque” (54).
Hay dos linajes de profecía: la consciente, propia de los magos, capaces de ver en la luz astral, y la inconsciente, debida a la inspiración. A esta segunda clase pertenecen los profetas bíblicos y los mediumnímicos. Sobre el parituclar dice Platón: “Ningún hombre tiene inspiración profética cuando está en sus propios sentidos, sino que es necesario para ello que su mente se halle poseída por algún espíritu... hay quien presume de profeta y no es más que repetidor, por lo que de ningún modo se le debe llamar profeta, sino transmirsor de visiones y profecías” (55).
Insistiendo en sus argumentos, dice Cox: “Los más ardientes espiritistas admiten la fuerza `síquica bajo la impropia denominación de magnetismo (con el cual no tiene analogía alguna), porque afirman que los espíritus de los difuntos sólo pueden realizar los actos que se atribuyen valiéndose del magnetismo (fuerza psíquica) del médium” (56).