Capítulo 78
LA GRUTA-GABINETE DE LOURDES
Espiritistas y católicos parecen haberse coligado contra los iconoclásticos intentos del materialismo, y al incremento del número de escépticos ha correspondido otro incremento proporcional del número de creyentes. Los campeones de los milagros “divinos” de la Biblia emulan a los panegiristas de los fenómenos psíquicos, y la Edad Media revive en el siglo XIX. De nuevo vemos a la Virgen María ponerse en correspondencia epistolar con los fieles hijos de su iglesia, mientras que por conducto de los médiums garrapatean mensajes los espíritus amigos. El santuario de Lourdes se ha convertido en gabinete de materializaciones espiritistas, al paso que los gabinetes de los más famosos médiums norteamericanos parecen santuarios a donde Mahoma, el obispo Polk, Juana de Arco y otros espíritus de nota acuden desde la “negra orilla”, para materializarse a la luz del día. Y si a la Virgen María se la ha visto pasear cotidianamente por las cercanías de Lourdes, ¿por qué no creer también al fundador del islamismo y al difunto prelado de la Luisiana? No cabe otro remedio que admitir o rechazar por igual la posibilidad o la impostura de entrambas manifestaciones milagrosas: las divinas y las espiritistas. Al tiempo ponemos por testigo. Pero mientras la ciencia no quiera alumbrar con su mágica lámpara la obscuridad del misterio, irán las gentes dando tropezones con riesgo de caer en el lodo.
A consecuencia de la desfavorable opinión sustentada por la prensa londinense acerca de los recientes “milagros” de Lourdes, monseñor Capel publicó en The Times el criterio de la Iglesia romana sobre el particular, en los siguientes términos:
“Por lo que toca a las curaciones milagrosas, pueden consultar los lectores la juiciosa obra: La Gruta de Lourdes, escrita por el doctor Dozous, eminente facultativo de la localidad, inspector de higiene del distrito y médico forense, quien enumera al pormenor varios casos de curaciones milagrosas estudiadas por él con cuidados detención, para concluir diciendo: “Declaro que todo hombre de buena fe ha reconocido el carácter sobrenatural de las curaciones logradas en el santuario de Lourdes, sin otra medicina que el agua de la fuente. Debo confesar que mi entendimiento, nada propenso a la credulidad en milagros deninguna clase, difícilmente se hubiese convencido de la verdad de una aparición tan notable bajo varios aspectos, a no ser por las curaciones que presencié personalmente y me dieron luz bastante para estimar la importancia de las visitas de Bernardita a la Gruta y la realidad de las apariciones con que se vio favorecida”.
“Digno de respetuosa consideración, por lo menos, es el testimonio del distinguido médico que desde un principio observó cuidadosamente a Bernardita y tuvo ocasión de presenciar las curaciones. A esto he de añadir que acuden a la gruta infinidad de gentes para arrepentirse de sus culpas, acrecentar su piedad, rogar por la regeneración de su patria y dar público testimonio de su fe en el Hijo de Dios y en su inmaculada Madre. Muchos van a curarse de sus dolencias corporales, y algunos vuelven curados según aseveran testigos oculares. El achacar falta de fe, como hace vuestro artículo, a los que después se van a tomar las aguas de los Pirineos, es tan poco razonable como si tacháramos de incrédulos a los magistrados que penen la negligencia en la prestación de auxilios médicos. Quebrantos de salud me forzaron a pasar en Pau el invierno durante los años de 1860 a 1867, y con ello tuve coyunturas de investigar minuciosamente cuanto se relacionaba con las apariciones de Lourdes. Después de haber observado con todo detenimiento a Bernardita y de estudiar algunos de los milagros ocurridos, me he convencido de que si el testimonio humano es válido para comprobar la realidad de un hecho, forzosamente se ha de admitir la autenticidad de las apariciones de Lourdes. Al fin y al cabo no es dogma de fe este punto, que cualquier católico puede aceptar o negar sin esperanza de elogio ni temor de censura”.