Isis Sin Velo - [Tomo I]

Capítulo 40

NOMBRES NUEVOS PARA IDEAS VIEJAS

Cuando tan insigne filósofo como Enrique More da semejante testimonio, bien vale decir que fundamos sólidamente nuestra opinión. Investigadores muy eruditos, pero también muy escépticos en lo referente a los espíritus en general y a los de los difuntos en particular, se han devanado los sesos durante los últimos veinte años para dar nombres nuevos a una idea antiquísima. Según Crookes, Sergeant y Cox, la causa de los fenómenos es la “fuerza psíquica”; Thury la llama psícoda o fuerza ectérnica; Balfour Stuart, fuerza electro-biológica; Faraday, tan insigne físico como torpe psicólogo, “acción muscular inconsciente” y “cerebración inconsciente”, con otras denominaciones por el estilo; Hamilton, un pensamiento latente; Carpenter, “idea motora capital”. Tantos científicos, tantos nombres.

Hace años, el filósofo alemán Schopenhauer afirmó la coexistencia de la materia y de la fuerza, diciendo que el universo es la voluntad manifestada en fuerzas cuyas modalidades corresponden a los diferentes grados de objetividad. Esta doctrina aceptó Vallace al convertirse al espiritualismo, y fue precisamente la expuesta por Platón al decir que “todas las cosas visibles proceden de la invisible y eterna voluntad que las modela, y que los cielos están plasmados en el eterno modelo del “mundo ideal” contenido en el dodecaedro o arquetipo geométrico de la Divinidad” (20). Según Platón, la substancia primaria emanó de la mente demiúrgica (nous) donde desde la eternidad reside la idea del mundo que ha de ser y que es en cuanto la idea emana de la divina mente (21). Las leyes de la naturaleza no son ni más ni menos que las relaciones entre la idea demiúrgica y sus diversas formas de manifestación (22) cuyo número cambia de continuo dentro del tiempo y del espacio.

Sin embargo, distan mucho de ser estas enseñanzas originales de Platón, pues en los Oráculos caldeos se lee: “Las obras de la naturaleza coexisten con la intelectual (...) y espiritual luz del Padre. Porque el alma (...) adorna el inmenso cielo y lo embellece según voluntad del Padre” (23).

Por su parte dice Filón, a quien erróneamente se le supone discípulo de Platón: “El mundo incorpóreo estaba ya entonces fundamentado en la mente divina” (24).

La Teogonía de Mochus admite dos principios: el éter y el aire, de los que procede el Dios manifestado (...) el dios Ulom o universo material y visible (25).

En los Himnos Órficos, el Eros-Phanes nace del huevo espiritual fecundado por el viento etéreo, símbolo del “espíritu de Dios” que desde toda eternidad cobija la ideación divina (26).

En el Kathopanishada, el Espíritu divino (Purusha) es preexistente a la substancia primordial con la que se une para engendrar el Mahâ-Atmâ o Brahmâ, es decir, el Espíritu de vida (27), el Anima Mundi, equivalente a la Luz Astral de los teurgos y cabalistas.

Pitágoras aprendió sus doctrinas en los santuarios de Oriente, encubriéndolas bajo simbolismos numéricos; pero su discípulo Platón las expuso en forma más inteligible, de modo que las comprendieran los no iniciados, aunque manteniendo todavía las fórmulas esotéricas. Así dice que el Pensamiento divino es el padre, la Materia la madre y el Cosmos el hijo (28).

Según afirma Dunlap (29), en la religión egipcia había un Horus mayor, hermano de Osiris, y un Horus menor, hijo de Osiris y de Isis. El primero simbolizaba la idea del universo, contenida en la mente demiúrgica, la idea “surgida en la obscuridad antes de la creación del mundo”; y el segundo era la misma idea ya emanada del Logos, revestida de materia y actualizada en existencia (30).

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