Capítulo 120
EL TESTIMONIO HUMANO
Acerca de la validez del testimonio humano, que podremos aplicar a este caso, dijo Huxley en una conferencia dada no ha mucho en Nashville: “Forzosamente ha de estar nuestra conducta más o menos influida por las opiniones que nos sugiere el estudio de la historia. Una de estas influencias es el testimonio humano en sus varias modalidades de ocular, tradicional y escrito... Al leer, por ejemplo, los Comentarios de Julio César, daremos crédito a los relatos de sus batallas contra los galos y aceptaremos su testimonio en este punto, pues comprendemos que César no hubiera hecho tales afirmaciones de no ser ciertas”. En consecuencia, es lógico aplicar esta regla de investigación a los casos en que César habla de los augures, adivinos y otros fenómenos psíquicos. Lo mismo debemos decir de Herodoto y demás historiadores antiguos, pues si no fueron espontáneamente verídicos, tampoco se les ha de creer en asuntos meramente profanos, porque falsus in uno, falsus in omnibus. Y por igual razón, si se les da crédito en los asuntos mundanos, también se lo hemos de dar en los espirituales, pues, según dice Huxley, la naturaleza humana fue en la antigüedad lo mismo que es ahora. Los hombres de honrado talento no mienten por el placer de engañar o pervertir a la posteridad.
Una vez determinadas por Huxley las probabilidades de error en el testimonio humano, ya no hay necesidad de discutir la cuestión con respecto a Van Helmont y a su ilustre y calumniado maestro Paracelso. Su comentador Deleuze dice que las obras de Van Helmont tienen mucho de mítico e ilusorio (acaso porque no las entendió debidametne), pero en cambio reconoce que fue hombre de vasta cultura, penetrante juicio y descubridor de grandes verdades, pues dio por vez primera el nombre de gases a los fluidos aeriformes y dejó abierto el camino para las futuras aplicaciones del acero (46). No es posible, por lo tanto, suponer que los experimentadores al quimistas desconociesen los cuerpos simples desde el momento en que combinaban, recombinaba, disolvían y descomponían los ingredientes químicos tal como hoy día se sigue efectuando en los laboratorios. Si tan sólo hubiesen tenido fama de teóricos, nada valdrían nuestros argumentos; pero como ni sus mismos enemigos se atreven a negar los descubrimientos que hicieron, todavía cupiera emplear más enérgico lenguaje si no lo impidiera la imparcialidad. Y como quiera que las facultades morales e intelectuales del hombre han de aquilatarse psicológicamente, puesto que creemos en la elevada naturaleza espiritual, no vacilamos en afirmar que si Van Helmont aseguró formalmente que poseía el secreto del alkahest, nadie tiene derecho a tacharle de farsante ni de visionario sin saber cuál era su verdadero concepto del menstruo universal.
Habla Wallace (47) de la “obstinación de los hechos” y, por lo tanto, en los hechos hemos de apoyarnos para exponer los “milagros” de ayer y los de hoy. Los autores de El Universo invisible han demostrado científicamente la posibilidad de ciertos fenómenos psíquicos mediante la acción del éter universal; y Wallace por su parte ha refutado con estricta lógica las objeciones que Hume, entre otros, levantó contra la posibilidad de dichos fenómenos (48). Crookes ofreció a los escépticos sus experiencias continuadas durante tres años, hasta que se convenció de la verdad por sí mismo. Flammarión, el popular astrónomo francés, añade su testimonio al de Wallace, Crookes y Hare, y corrobora nuestros asertos en el siguiente pasaje:
“Tengo la firme convicción, basada en personales experiencias, de que no saben de qué hablan cuantos niegan la posibilidad de los fenómenos magnéticos, sonambúlicos, mediumnímicos y otros no explicados todavía por la ciencia, pues todo científico habituado a la observación puede cerciorarse absolutamente de la realidad de dichos fenómenos, con tal de que su mente no esté velada por el prejuicio ni sumida en el engaño demasiado frecuente de que conocemos todas las leyes de la naturaleza y es imposible trasponer los límites actualmente establecidos”.