Capítulo 102
EL TELÉFONO DE BELL
Otro reciente y admirable descubrimiento es la posibilidad de hablar desde muy lejos por medio de un aparato llamado teléfono que acaba de inventar Graham Bell. La nueva invención tuvo por precedente los tubos acústicos, consistentes en dos pequeñas bocinas de estaño recubiertas de terciopelo y enlazadas por un bramante. Entre Boston y Cambridgeport se ha sostenido por teléfono una conversación durante la cual se oyeron distintamente todas las palabras con la peculiar modulación de voz. Las ondas sonoras recibidas por un imán, se transmiten eléctricamente a lo largo del alambre en cooperación con dicho imán. El buen funcionamiento dela aparato depende de la regularidad de la corriente eléctrica y de la potencia del imán que ha de cooperar a su acción.
“El aparato –dice un periódico-consiste en una especie de bocina con una membrana muy delicada en la que repercuten las ondas sonoras cuando se aplica el habla a la bocina. Al otro lado de la membrana hay una pieza metálica que al vibrar aquélla se pone en contacto con un imán y éste con el circuito eléctrico gobernado por el operador. No se sabe cómo, pero lo cierto es que la corriente eléctrica transmite con toda exactitud de uno a otro aparato la voz del que habla sin pérdida de la más leve modulación”.
Ante los prodigiosos descubrimientos de nuestra época, tales como la nueva fuerza de Édison y el teléfono de Graham Bell, aparte de las psibilidades todavía latentes en el reino sin límites de la naturaleza, no será exagerado suplicar a cuantos intenten combatir nuestra afirmación que esperen a ver si los nuevos descubrimientos la invalidan o la corroboran.
La invención del teléfono dará tal vez alguna insinuación tocante a lo que las historias antiguas dicen del secreto poseído por los sacerdotes egipcios, quienes durante la celebración de los misterios podían comunicarse instantáneamente de un templo a otro, aunque fuese de ciudad distinta. La leyenda atribuye estos mensajes a las “invisibles tribus del aire”. El autor de El hombre preadámico cita un ejemplo que no sabe a punto fijo si lo da Macrino u otro autor, pero que podemos considerar por lo que valga. Dice que “durante su estancia en Egipto, una de las Cleopatras mandó noticias por un alambre a todas las ciudades del alto Nilo, desde Heliópolis a Elefantina” (3).
No hace mucho tiempo nos reveló Tyndall un nuevo mundo poblado de hermosísimas figuras aéreas. Según dice, el descubrimiento consiste en “someter los vapores de ciertos líquidos volátiles a la concentrada acción de la luz solar o a los enfocados rayos de la eléctrica”. Los vapores de algunos yoduros, nitratos y ciertos ácidos se sujetan a la acción de la luz en un tubo de ensayo colocado horizontalmente, de modo que su eje coincida con los rayos paralelos dimanantes de la lámpara. Los vapores forman nubes de soberbios matices y se agrupan en forma de vasos, botellas, conos, conchas, tulipanes, rosas, girasoles, hojas y volutas. Dice Tyndall que”la nubecita toma en breve rato la forma de cabeza de sierpe con su boca y lengua”.
Por último, como remate de tantas maravillas, dice que en cierta ocasión tomaron los vapores figura de pez, con sus ojos, aletas y escamas, tan estrictamente simétrico que no había señal en un lado que no estuviese también en el otro.
Este fenómeno puede explicarse en parte por la acción de los rayos lumínicos, según Crookes ha demostrado recientemente, pues cabe suponer que el haz horizontal de rayos luminosos disgregue las moléculas de los vapores y vuelva a agruparlos en forma de globos y husos. Pero ¿cómo explicar la formación de vasos, flores y conchas? Esto es para la ciencia tan enigmático como el meteoro felino de Babinet, aunque no sospechamos que Tyndall dé a aquel fenómeno la absurda explicación que Babinet al suyo.
Quienes no hayan estudiado el asunto, tal vez se sorprendan de ver lo mucho que en la antigüedad se conocía del omnipenetrante y sutilísimo principio hace poco bautizado con el nombre de éter universal.