Capítulo 109
DECLARACIONES DE HARE
Cuando Hare publicó los primeros resultados de su investigación de los fenómenos espiritistas, todos le tuvieron por víctima de un engaño, aunque era uno de los más insignes físico-químicos de su tiempo, y al demostrar que no había semejante engaño le calificaron los profesores de Harvard de “chocha y visionariamente adherido a la enorme patraña del espiritismo”.
Al iniciar Hare sus investigaciones en 1853, declaró que le movía a ello el humanitario deber de oponerse con todas sus fuerzas al flujo de insanía popular que, a despecho de la razón y de la ciencia, acrecentaba rápidamente la grosera ilusión llamada espiritismo; y aunque esta declaración estaba en completa coincidencia con la hipótesis de la mesa giratoria de Faraday, tuvo la grandeza propia de los príncipes de la ciencia para investigar la cuestión y decir después toda la verdad. En una memoria publicada en Nueva York refiere el mismo Hare qué premio le dieron sus compañeros de profesión. Dice así: “Durante más de medio siglo me dediqué a investigaciones científicas cuya exactitud y precisión nadie puso en duda hasta que me convertí al espiritismo, y nadie tampoco atacó mi personal integridad hasta que los profesores de Harvard se declararon en contra de lo que yo sabía que era verdad y ellos no sabían que no lo fuese”.
¡Cuán patética amargura encierran estas palabras! ¡Un anciano de setenta y seis años, con medio siglo de labor científica, vituperado por decir la verdad! Aún hoy mismo se trata con despectiva compasión al ilustre sabio inglés Wallace, por haberse manifestado favorable al espiritismo. También los científicos rusos menosprecian ofensivamente al eximio zoólogo Nicolás Wagner, de San Petersburgo, por la candorosa declaración de sus ideas psicológicas. Pero preciso es distinguir entre los sabios y los científicos, pues si las ciencias ocultas, y entre ellas el moderno espiritismo, sufren maliciosa persecución de los segundos, tienen y han tenido en toda época leales defensores entre los primeros. Ejemplo de ello nos da Newton, antorcha de la ciencia, que creía en el magnetismo según lo enseñaron Paracelso, Van Helmont y demás filósofos del fuego. Nadie negará que la teoría newtoniana de la gravitación universal tiene su raíz en el magnetismo, pues él mismo nos dice que fundaba todas sus especulaciones científicas en el “alma del mundo”, en el universal y magnético agente a que denominó divinum sensorium. A este propósito añade: “Hay un espíritu sutilísimo que penetra todas las cosas, aun los cuerpos más duros, y está oculto en su substancia. Por virtud de la actividad y energía de este espíritu, se atraen recíprocamente los cuerpos y se adhieren al ponerse en contacto. Por él los cuerpos eléctricos se atraen y repelen desde lejanas distancias, y la luz se difunde, refleja, refracta y colora los cuerpos. Por él se mueven los animales y se excitan los sentidos. Pero esto no puede explicarse en pocas palabras, porque nos falta la necesaria experiencia para determinar las leyes que rigen la actividad operante de este agente” (17).
Dos linajes hay de magnetización: la simplemente animal y la trascendente. Esta última depende, por una parte, de la voluntad y aptitud del magnetizador, y por otra, de las cualidades espirituales del sujeto y de su receptabilidad a las vibraciones de la luz astral. Pero no se tardará en reconocer que la clarividencia requiere mucha mayor voluntad en el magnetizador que receptividad en el sujeto, ya que éste, por positivo que sea, habrá de rendirse al poder de un adepto (18).
Si el magnetizador, mago o entidad espiritual dirige hábilmente la vista del sujeto, la luz astral iluminará sus más hondos arcanos, pues si bien es libro cerrado para quienes miran y no ven, está en cambio siempre abierto para los que quieran leer en él. Allí está anotado cuanto fue, es y será, y aun los más insignificantes actos de nuestra vida y nuestros más escondidos pensamientos quedan fotografiados en sus páginas eternas. Es el libro abierto por mano del ángel del Apocalipsis, el “libro de la vida” que sirve para juzgar a los muertos según sus obras. Es la memoria de Dios.
Dice Zoroastro, que en el éter están figuradas las cosas sin figura y aparecen impresos los pensamientos y caracteres los hombres, con otras visiones divinas (19).