Capítulo 71
EL METEORO FELINO
Dice así literalmente:
“Un aprendiz de sastre, que vivía en la calle de Saint-Jacques, estaba acabando de comer cuando oyó un fortísimo trueno y poco después vio que caía la pantalla de la chimenea como empujada por el viento, e inmediatamente salió pausadamente del interior de la chimenea un globo de fuego del tamaño de la cabeza de un niño, que dio la vuelta por la habitación sin tocar al suelo. El aspecto de este globo era como de un gato que anduviese sin patas, y parecía más bien brillante y luminoso que caliente e inflamado, porque el aprendiz no notaba sensación de calor. Se aproximó el globo a los pies del muchacho, a manera de los gatos cuando se restriegan contra las piernas de una persona; pero el aprendiz se apartó para evitar el contacto con aquel meteoro, aunque pudo examinarlo a su sabor mientras se fue moviendo alrededor de sus pies. Después de vacilar en opuestas direcciones, desde el centro de la habitación se elevó el globo hasta la altura de la cabeza del aprendiz, quien se echó hacia atrás para que no le diese en la cara. Al llegar a cosa de un metro del suelo, se dilató el globo ligeramente, tomando una dirección oblicua hacia un agujero de la pared, a un metro de altura sobre la campana de la chimenea, con la particularidad de que este agujero se había practicado para dar paso al cañón de la estufa en invierno, y como estaba entonces empapelado como el resto de la pared no podía verlo el globo, según dijo ingenuamente el aprendiz. Sin embargo, el globo se dirigió directamente al agujero, despegó el papel sin estropearlo y salióse por la chimenea, hasta que al cabo de buen rato llegó al extemo superior del tiro, a una altura de dieciocho metros sobre el nivel del suelo, y produjo un estallido todavía más espantoso que el primero, que derribó parte de la chimenea”.
A este propósito, observa De Mirville en su crítica: “Podemos aplicar a Babinet lo que cierta señora muy mordaz le dijo en una ocasión a Raynal: Si no es usted cristiano no será por falta de fe” (26).
Aparte de los polemistas católicos, el doctor Boudin se maravillaba de la credulidad de Babinet en lo tocante al llamado meteoro que cita con toda seriedad en un estudio que sobre el rayo publicaba a la sazón, donde dice: “Si estos pormenores son exactos como parecen serlo, desde el momento en que los admiten Babinet y Arago, difícilmente podremos seguir llamando a dicho fenómeno rayo esférico. Sin embargo, dejaremos que otros expliquen, si pueden, la naturaleza de un globo de fuego que no da calor y tiene aspecto de un gato que se pasea tranquilamente por la habitación y halla medios de escapar por el tubo de la chimenea a través de un agujero tapado con el papel de la pared que despega sin estropearlo” (27).
Añade De Mirville: “Somos de la misma opinión que el erudito médico, en cuanto a la dificultad de definir exactamente el fenómeno, pues de la misma manera podríamos ver algún día rayos en forma de perro o de mono. Verdaderamente espeluzna la idea de toda una meteorológica colección de fieras que, gracias al rayo, se metieran sin más ni más en nuestras habitaciones para pasearse a su antojo”.
Dice Gasparín en su enorme volumen de refutaciones: “En cuestiones de testimonio no puede haber certidumbre desde que atravesamos los límites de lo sobrenatural” (28).
Como quiera que no están suficientemente determinados estos límites, ¿cuál de ambos antagonistas reúne mejores condiciones para emprender tan difícil tarea?; ¿cuál de los dos ostenta mayores títulos para erigirse en árbitro público?; ¿no será acaso el bando de la llamada superstición, que cuenta con el apoyo de miles de testigos que durante dos años presenciaron los prodigiosos fenómenos de Cideville? ¿Daremos crédito a este múltiple testimonio o asentiremos a lo que dice la ciencia, representada por Babinet, quien, por el único testimonio del aprendiz de sastre, admite el rayo esférico, o meteoro felino, y lo considera como uno de tantos fenómenos naturales?