Isis Sin Velo - [Tomo I]

Capítulo 151

LA TIERRA INVISIBLE

Proctor nos habla de una capa inconsistente de materia no condensada todavía, que recubre un océano de consistencia viscosa en el cual gira un núcleo sólido. Pero también esta hipótesis tiene su precedente en la siguiente referencia: “Asegura Hermes que en el principio era la tierra una especie de limo o gelatina temblorosa compuesta de agua condensada por la incubación y calor del divino espíritu o, según la letra del texto: cum adhuc terra tremula esset, lucente sole compacta esto” (6).

De la misma obra de Filaleteo entresacamos el siguiente pasaje: “Por mi alma afirmo que la tierra es invisible, y no sólo esto, sino que el ojo del hombre no ve jamás la tierra ni puede ésta ser vista sin arte. El mayor secreto de la magia es hacer invisible este elemento... y este cuerpo feculento y grosero sobre que andamos, es un compuesto, y no la tierra, sino que en él está la tierra. En una palabra, que todos los elementos son visibles menos la tierra, y cuando alcancemos la necesaria perfección para saber por qué Dios ha puesto la tierra in abscondito, tendremos una excelente traza para conocer a Dios y saber cómo es visible y cómo invisible” (7).

Muchos siglos antes de nacer los científicos contemporáneos había ya dicho Salomón: “Tu poderosa mano hizo el mundo de materia informe (8). Esta frase encierra cuanto pudiéramos decir; pero añadiremos que tal vez la materia informe, la tierra preadámica entrañe una “potencia” cuyo hallazgo regocijaría a Tyndall y Huxley.

Al descender de lo universal o lo particular, de la antigua teoría de la evolución planetaria a la evolución de la vida vegetal y animal, tan opuesta a las creaciones individuales de los seres, vemos anticipada la moderna teoría de la transformación de las especies en el siguiente pasaje de Hermes: “Cuando Dios hubo llenado sus potentes manos de cuanto en la naturaleza existe y la limita, exclamó sin abrirlas: “¡Oh tierra bendita! Sé la madre de todo para que nada necesites. Entonces abrió las manos derramando de ellas todo lo necesario para la formación de las cosas”. Aquí tenemos simbolizada la materia primaria en que laten potencialmente todas las futuras formas de vida y que la tierra es la madre de cuanto desde entonces brota de su seno.

Más explícito es todavía Marco Antonio en su Soliloquio: “La naturaleza se complace en mudar todas las cosas y revestirlas de nuevas formas. La materia es para ella como cera con que moldea toda clase de figuras, y si hace un pájaro lo convierte después en cuadrúpedo, o de una flor hace una rana, de suerte que se deleita en sus operaciones mágicas, como los hombres en las obras de su propia imaginación” (9).

Antes de que los modernos científicos pensaran en la teoría evolutiva, había dicho ya Hermes que nada hay truncado en la naturaleza, pues todas sus obras rebosan de suave armonía sin saltos ni transiciones violentas ni aun en las muertes súbitas.

Los rosacruces iluminados profesaban la doctrina del lento desenvolvimiento de las formas preexistentes. Las Tres Madres enseñaron a Hermes el misterioso proceso de sus obras antes de revelarlo a los alquimistas medioevales. En lenguaje hermético las Tres Madres significan la luz, el calor y el magnetismo, transmutables según el principio de la correlación de fuerzas o transformación de la energía. Dice Sinesio que en el templo de Menfis encontró unos libros de piedra con la siguiente máxima esculpida: “Una naturaleza se deleita en otra; una naturaleza vence a otra; una naturaleza prevalece contra otra; pero todas ellas son una sola”.

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